“Uno mismo, ese es el gran asunto del viaje.”
Con esta frase, tomada del libro: Teoría del viaje. Poética de la geografía, del gran Michel Onfray, empieza la película Pájaros del actor y director español Pau Durà, estrenada en el pasado Festival de Málaga de cine español y próxima a estrenarse en cines en España el 5 de abril.
El filósofo francés Michel Onfray es uno de mis autores favoritos y cuando leí está frase al iniciar la película —aunque en principio me extrañó, me pareció que no estaba muy acordé al pensamiento de Onfray, después descubriría que había un contexto— pensé que iba a ver una película cargada de mensajes filosóficos y críticas a los principios hegemónicos que sostienen el sistema capitalista en el que vivimos. Para mi decepción, muy rápido me fui dando cuenta de que la película no iba por allí, que más bien estábamos frente a una comedia simplona, con ánimos de romper récords en taquillas y con muy poca filosofía y creatividad.
Dicen que no hay mejor forma de conocer a una persona que viajando con ella, y es cierto, pero me parece que los viajes también sirven para conocernos a nosotros mismos, si tenemos disposición de ello.
Onfray, en su libro citado, dice que la mejor forma de viajar es en pareja, en dúo, que viajar sólo conlleva la peligrosa certeza de estar siempre, todo el tiempo, frente a uno mismo: “en cada detalle, noche y día, las horas fastas y nefastas…”. Y el grupo, por su parte, impide el disfrutar por uno mismo, por eso la justa medida es la pareja, el dúo.
Pájaros trata de un par de hombres que inician un largo viaje en coche por Europa. Mario (Luis Zahera) es un hombre enfermo y perturbado que quiere llegar a la Costa Brava española en su camioneta, su gran problema es que está traumatizado por un accidente que tuvo en el pasado y por esa razón no puede manejar. Aunque sí alcanza a llegar al estacionamiento, parking dicen los gringos, donde trabaja Colombo. Colombo (Javier Gutiérrez) es lo que podríamos llamar un “buenoparanada” que trabaja en el estacionamiento a donde llega Mario.
“No me gusta el viaje de aquellos que se castigan y utilizan su yo como animal al que someterse. Se desplazan para expiar su existencia y transportan su malestar para intentar deshacerse de él.”
El viaje que ocupa el centro de la película es protagonizado por dos seres completamente distintos en cuanto a su carácter; pero iguales en cuanto a sus circunstancias, ambos llevan vidas atormentadas, Mario por azares del destino, Colombo por elecciones propias.
Los dos sobrellevan sus vidas tormentosas de manera distinta, Colombo es extrovertido y sinvergüenza, borracho, mujeriego, parrandero, mariguano y jugador; mientras Mario, además de ser tartamudo es retraído. Colombo evade la realidad, Mario se somete al martirio constante de ésta sin ninguna resistencia.
“La elección del planeta entero como periplo acarrea la condena de aquello que paraliza y somete: el Trabajo, la Familia y la Patria, al menos por lo que respecta a los obstáculos más visibles, más detectables.”
Bajo un falso argumento de buscar grullas y con los billetes por delante (dinero), Mario convence a Colombo en que le maneje hasta la Costa Brava. Por razones que no vamos a decir, el viaje se tiene que extender hasta Constanza, Rumanía. La película se centra en las anécdotas que, a lo largo del periplo, viven estos dos extraños disparejos.
Por esta razón, por el viaje, ambos personajes, sin darse cuenta, se tienen que soltar de las cadenas que los atan a un lugar determinado y les impiden volar: el trabajo, la familia y la patria. Sobre todo, Colombo tiene que liberarse de esas 3 cadenas.
“…el viajero se codea con un mundo dudoso de gente inclinada a la confidencia, a lo que Heidegger llama la palabrería: una especie de decadencia de las palabras, una práctica compensatoria, tal vez, de la angustia generada por el abandono del domicilio y la llegada a un mundo sin referencia.”
Al iniciar el viaje, Colombo no para de hablar cosas sin importancia —para Mario— mientras conduce, se inclina a la confidencia, como dice Onfray, a la palabrería, como dice Heidegger, pero pronto es callado por su interlocutor, que no tiene ninguna intención de hacer amistad con Colombo, ni mucho menos de escucharlo, de hecho, hace el viaje en el asiento trasero, tratando de marcar distancia y evitar cualquier tipo de contacto frecuente con Mario.
“Encerrar pueblos y países en tradiciones reducidas a dos o tres pobres ideas tranquiliza, porque siempre es agradable someter la inabarcable multiplicidad a la unidad fácilmente manejable…”
El director, a falta de creatividad, militante de su arraigo, encierra a los pueblos y países que Mario y Colombo visitan en su viaje en características reducidas a dos o tres pobres ideas, elige irse por el chiste fácil, lleno de estereotipos y lugares comunes, quizás porque la labor de enriquecer la película con un acercamiento a la cultura de estos pueblos no le resultaba redituable o simplemente no se le ocurrió, quizás porque siempre es agradable someter la inabarcable multiplicidad a la unidad fácilmente manejable. No hay ingenio ni creatividad.
Hay en particular tres detalles que no me gustan y que incluso son de mal gusto, por no decir que pueden resultar ofensivos:
“A esa enojosa tendencia a ver lo real con el filtro de la propia cultura podríamos llamarla la posición del misionero.” “…el misionero que condena…”
Mario y Colombo pasan por Eslovenia para llegar a Rumania, cuando lo hacen es de noche y los detiene la patrulla fronteriza, Colombo como buen “buenoparanada”, además de su trabajo en el estacionamiento, vende mariguana y tiene la brillante idea de llevar consigo durante todo el viaje, por el que atravesarán varias fronteras, una mochila llena de droga.
La policía, al hacer una revisión de rutina del vehículo, descubre la mochila con droga y cuando parece que el viaje termina y que los protagonistas irán a prisión, Mario, aparece para salvar la situación y llama a uno de los policías “a lo oscurito”, y lo soborna, no crean que con grandes cantidades de dinero, no, sino con lo que trae en la bolsa, un par de billetes, y un reloj. El policía como es muy corrupto, a pesar de que lo que le ofrecen es muy poco, lo acepta. Ante la inconformidad y tibio reclamo de la pareja del policía sobornado, que veía a lo lejos como se realizaba la transacción, pero sin hacer algo, los agentes se retiran y los dejan libres. En lugar de agradecer, Colombo se enoja con Mario porque los policías se llevaron la droga, se ve que nunca vio Expreso de Medianoche de Alan Parker.
Esto podría parecer un detalle para las mayorías, menos para los eslovenos que no sé qué puedan pensar del presente pasaje, pero me imagino que no les va a hacer mucha gracia. Tampoco se con qué autoridad moral el director incluye esta escena en la película, bueno si lo sé, con la autoridad del misionero al que se refiere Onfray, el hombre blanco que en su inmenso ego, se siente con la capacidad de juzgar, etiquetar y condenar a una nación entera, a pesar de que la propia tenga sus propios problemas de corrupción. ¿O será que si son las élites las corruptas la cosa cambia?
Desconozco si Eslovenia tiene fama de que exista corrupción en sus instituciones policiales, pero, aunque fuese cierto, no me parece positivo que Durà se tome las licencias para abonar a la estereotipación de todo un país, sin ofrecer ninguna solución, sólo para tratar de hacer reír a las masas.
“La invención de la inocencia necesaria para el viaje exige el abandono de las opiniones sobre el espíritu de los pueblos, el rechazo de la mirada egocéntrica y misionera, pero también la liberación respecto de los prejuicios sobre la forma del viaje.”
En otra escena, ya para entrar a Rumanía, es decir, hacía el final de la película, Mario se sorprende de que tengan que pasar un control migratorio, han cruzado Europa y el menos tonto de los viajeros no previó que tuviesen que pasar algún control fronterizo, en alguna de las 10 fronteras que iban a cruzar, una de las grandes inconsistencias narrativas que abundan en el guion de la película y que la hacen una comedia simplona.
Por razones que no voy a contar, Mario tiene miedo de ser detenido en el control fronterizo y se esconde en la cajuela de la camioneta, de último minuto, a 50 metros de la garita fronteriza, no sin antes advertir a Colombo que es un prófugo de la Justicia Internacional.
Colombo no sabe cómo reaccionar, está asustado, sorprendido y preocupado, pero ya no puede echarse para atrás, así que enfrenta la situación con el poco valor que encuentra y trata de pasar el control fronterizo. (Afortunadamente ya no traen drogas —Es curioso como uno de nuestros viajeros pensaba cruzar Europa en auto con una ficha roja de interpol y el otro con una mochila llena de drogas, al parecer se tomaron demasiado literal el derecho de libre de tránsito que rige en la Unión Europea—).
Para su suerte los agentes migratorios rumanos, aparte de tontos, eran aficionados al futbol y al ver un DNI español (Documento Nacional de Identificación) se deslumbran, como los indios nos deslumbramos con los espejitos del otro Colombo, el abyecto, ¿o de Cortés?, el otro abyecto, y quieren que Colombo, nuestro Colombo, el neo-conquistador reloaded, como dicen los gringos, platique con ellos de futbol, es lo más cerca que los policías rumanos estarán de Messi y Cristiano Ronaldo, los nuevos evangelizadores del mundo.
Tanta es la emoción de los policías rumanos que hasta me pareció que la saliva se les escurría por la boca, y se olvidan de hacer su trabajo de fiscalización y vigilancia. Podemos respirar, nuestros héroes españoles, militantes de su arraigo, bajo la dirección de Colombo se han salvado, gracias a la “inocencia”, negligencia, de los policías rumanos que contentos despiden al neo-conquistador español sin poder cerrar la boca todavía de la emoción.
En esta parte Pau Durà entendió mal a Onfray cuando dice que hay que inventarse una inocencia que nos despoje de prejuicios, juicios y miradas egocéntricas. Ya que, aunque sí lo hace, sí construye la inocencia, pero se la construye al espíritu del pueblo que recibe al viajero, en este caso el rumano, y no al viajero quien es quien debe construirse está inocencia para no caer en la perniciosa posición del misionero o lo que es peor, del “conquistador”-invasor-transgresor.
“El viaje ilustra la <<casuística del egoísmo>> nietzscheana, da un contenido tangible a la dietética de los placeres y permite la confusión de la ética y de la estética.”
Otro detalle que no me gustó, y quizás seré tachado de moralista, pero no me importa porque la situación del mundo y su decadencia es insostenible y exige de todos, no sólo de mí, volvernos tantito moralistas; es que de una o de otra forma la película hace apología de la mariguana y de su compra y tráfico ilegal.
Cada que algo iba mal en el viaje de nuestros héroes, la solución se daba por arte de magia fumando un churrito/porrito. La mariguana venía a aliviar cualquier mal, los distanciamientos entre los viajeros o sus preocupaciones más profundas. La mariguana era el punto de encuentro de los amigos, el bálsamo que cura el tormento, la fórmula universal que soluciona las dificultades. (Confusión de la ética con la estética)
Quiero aclarar, que lo que me parece delicado y condenable no es el consumo de la mariguana, yo estoy muy de acuerdo en la legalización y me encanta que cada uno tenga la libertad de meterse las cantidades que considere y pueda de mota y de lo que quiera (dietética de los placeres). Lo que me preocupa mucho es la compra, la incentivación del mercado de drogas que inunda las ciudades y no trae más que delincuencia y problemas no sólo de salud, sino también de seguridad y sociales, ojo, no porque el consumidor sea un delincuente, sino porque el vendedor lo es, y en dónde hay un comprador, habrá un vendedor, ya lo dijo Adam Smith.
Si la gente consume las drogas que considere, sin comprarlas, es decir, a partir de la autoproducción, no tendría ninguna objeción. Pero, por el contrario, si la gente compra lo que consume e incentiva el mercado de drogas, ahí sí veo un problema grave, que si no es condenado por las autoridades, sí tiene que ser condenado por la sociedad en su conjunto. Hay que dejar de mirar a los compradores de drogas, como si estuvieran haciendo una gracia, como los quiere hacer ver Pau Durà, militante de su arraigo.
¿Qué les cuesta sembrar un par de matas o diez, o las que su libertad les requiera y dicte, en una maceta si la realidad que quieren evadir no les dejó espacio para un jardín?
“El poema del mundo precisa sin cesar de propuestas de desciframiento.”
Pocos días antes del estreno de la película, primeros días de febrero, en Cádiz, en el puerto de Barbate, un par de policías murieron tratando de impedir el paso de un bote, de una narcolancha, en las aguas de aquella bella zona de España. Así mismo, en México vivimos la peor de nuestras crisis no solo de seguridad, sino incluso social y moral, debido al extendido tráfico de drogas. El problema de inseguridad, social y moral, viene también con el consumo, no solo de la producción, todas esas playas españolas que se están llenando de compradores no van a ser más que focos de problemas que se van a expandir como el cáncer.
Como dijo Adam Smith, creo que fue lo único bueno que dijo: Si nadie comprara drogas, la producción se hubiese acabado hace mucho. Es urgente, y odio esa palabra, pero de verdad creo que urge, que lejos de hacer apología de las drogas se empiece a condenar su compra, la compra, más que la venta. En este caso, la estética no puede prevalecer sobre la ética y ni siquiera confundirse.
“No se viaja para curarse uno de sí mismo, sino para endurecerse, fortificarse, sentirse y saberse con mayor sutileza.”
El viaje de los atormentados “misioneros conquistadores” termina con los mismos tormentos, pero con una amistad construida… a base de caladas de maría; con más autoconocimiento de cada uno; y con más fuerzas para afrontar los problemas que dejaron suspendidos antes de iniciar.
La idea de la película no era mala, si hubiesen seguido los consejos de Michel Onfray en su Teoría del viaje, pudo ser mejor, pero nada más se conformaron con poner una frase descontextualizada del libro al inicio de la película y después se olvidaron del fondo del asunto: la po-ética de la geografía. Militantes de su propio arraigo.
“El turista compara, el viajero separa. El primero se queda a las puertas de una civilización, roza una cultura y se contenta con percibir su espuma, con captar sus epifenómenos, de lejos, como espectador comprometido, militante de su propio arraigo; el segundo intenta entrar en un mundo desconocido, sin prevenciones, como espectador libre de compromiso, con cuidado de no reír ni llorar, de no juzgar ni condenar, de no absolver ni lanzar anatemas, sino deseoso de capturar su interior…”
Si nos olvidamos de la cuestión ética, la película no es mala, pero, como se ha dicho, el guion está forzado, pudo ser pulido mucho más para darle solidez y congruencia a la trama. Aunque, es posible, que al ser una comedia moderna, donde lo único que le importa al público que gusta de este tipo de película es reír y abstraerse de la realidad, tener una trama sólida y congruente, no sea muy prioritario.
La fortaleza de la película esta, sin lugar a dudas, en las actuaciones de Luis Zahera y Javier Gutiérrez, las dos son muy buenas pero la de Zahera sobresale incluso dentro de la calidad de la otra; quizás por la dificultad del personaje que interpreta y que lo desarrolla casi a la perfección. La fotografía también cumple satisfactoriamente con lo que se puede esperar de una película de carretera o como los gringos las llaman road movie.
NOTA: Todas las citas son del libro Teoría del viaje. Poética de la geografía de Michel Onfray… Ah, la cita de Adam Smith es inventada ; )
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