Fotografía: spanish.xinhuanet.com

Continuando nuestra caminata por Guanajuato llegamos a los Pastitos, parte de la ciudad que es una reminiscencia del pasado fluvial de la cañada devenida en parque-camellón; en ese lugar se presentó durante tres días consecutivos  la compañía de teatro Theater Titanick proveniente de Alemania. El teatro de calle es uno de los favoritos del público del Festival Internacional Cervantino (FIC) y la presentación de los germanos no decepcionó a los espectadores.

Alice on the run es el nombre de la producción que se presentó en la LXVI edición del Festival Internacional Cervantino, y pese a ser una adaptación de Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, logró mostrar elementos innovadores más allá de los estupendos efectos pirotécnicos utilizados durante la ejecución de la obra. La trama nos lleva entre mímica, magia y una buena carga de resonancias a la estética de los circos, quizás y principalmente al Cirque du Soleil, no obstante, los distintos personajes nos hacen pensar una Alicia más cercana a la Lógica del Sentido, obra del filósofo Gilles Deleuze, que a la obra de Carroll en sí misma.

Durante el inicio y los primeros minutos de la “puesta en escena” la confusión se apodera del espectador, en la penumbra los ojos no se acostumbran aún al teatro de sombras de los tramoyistas y técnicos desplazando fragmentos del escenario mediante montacargas de un lado a otro; súbitamente el juego de luces dirige al público hacia las alturas, es entonces cuando vemos al Conejo y posteriormente a Alicia.

El movimiento de aquí para allá en una atmósfera dinámica nos devela una trama en la que Alicia y el Conejo son separados, una especie de pulsión libidinal parece recorrer a estos personajes que lucharan durante su odisea sólo para volverse a encontrar sobre un gran tablero de ajedrez –el escenario final– campo de batalla entre la niña y el conejo.

Reina blanca y reina roja, peones, torres, aparecen y desparecen. Ataques y contrataques  se suceden de manera frenética recordando más el intercambio de poderes que al juego en sí mismo, es entonces que una serie de explosiones y bengalas nos indican el clímax y la obra y después… silencio.

La obra ha llegado a su fin y el alumbrado público devuelve a los asistentes a su plano consciente nuevamente. De la dimensión surrealista en la que nos envolvió el Theater Titanick ya sólo quedan los programas de mano tirados en el suelo.

Fotografía: Miguel Ángel Hernández Briseño.