La última pregunta del título resume una práctica-costumbre adquirida en los últimos años. Netflix no solo ha cambiado las reglas del juego en cuanto al acceso de material audiovisual, sino que ha logrado colocarse como el mediador total entre producto-espectador: así es como ha creado un modelo hegemónico en la distribución del entretenimiento, es decir, su imperio.

Y eso es sólo una parte de lo que ha logrado, y también podríamos decir, apenas el inicio de un camino del que todavía no logramos ver su mayor alcance. Esta plataforma ha moldeado también la estética, junto a otras plataformas, eso sí, en la percepción de los productos visuales. Esto es más contundente en las denominadas series. Creaciones que al ser continuas hacen más tangible la influencia en los imaginarios estéticos de la audiencia.

A nivel narrativo ocurre lo mismo. Las series producidas por Netflix también tienen sellos característicos que educan las expectativas del espectador. Si se analizan varias de sus producciones encontramos lugares comunes, independientemente de la historia de fondo: el ritmo, los arranques y cierres de capítulo, las formas de crear tensión, los cabos sueltos dejados para que el espectador los «resuelva», lo sorpresivo de la historia (incluso si justamente no hay sorpresas al estilo de la vieja “vuelca de tuerca” del cine estadounidense), los perfiles de los personajes, los contrapesos entre ellos (las nuevas maneras de abordar a los antihéroes como los protagonistas en el devenir social actual o pasado), los tópicos que aborda, la aparente diversidad geográfica e ideológica en las historias que Netflix decide contar a través de su firma.

Con esto último llegamos al trasfondo e impacto ideológico de Netflix. Es tan amplia y diversa su oferta, con producciones hechas en tantos países, que lo que logra es una aura omnipresente, tanto en lo que muestra como en aquello a lo que dirige su mirada. Tramas sobre los grupos de poder archi-conocidos pero también de aquellos que son marginales. De países primer-mundistas y, a la vez, de aquellos que no son privilegiados. De oriente a occidente. No se le puede increpar que solo retrata a los de siempre. Además, también a nivel histórico lo hace. No todo es actualidad, también hay un buen número de producciones que entran en contextos históricos distintos.

Esa omnipresencia es uno de sus máximos logros y de consecuencias más profundos. No sólo es el proveedor por excelencia de divertimento audiovisual en casa de la actualidad, sino que te ofrece «de todo y para todos». Y sabemos que ninguna mirada es neutra, ninguna propuesta lo es. Pese a la cantidad de oferta, ¿qué de aquello que exhibe decide mostrar, cómo lo hace, qué efectos sabe que generará?

Para poner el caso por excelencia pensemos en Roma de Cuarón, el gran parteaguas de Netflix en las reglas de distribución del séptimo arte. Por qué decidió apoyar una obra de tal naturaleza, en uno de los países que más suscriptores le genera, con la visión de Cuarón, qué efectos ha generado. Aquí no resolveremos estas preguntas, que además ya se han intentado abordar en otros espacios, aquí lo dejamos de tarea al lector.

La industria del entretenimiento y el lucro con la necesidad de desconectarse

El modelo de vida urbana actual incentiva más el ocio desde la comodidad del hogar como uno de los más redituables. Sentir la necesidad de «desconectarte» del trabajo viendo algo, fue el gran éxito de la televisión en su momento. Internet y estos medios de distribución son la versión remasterizada. Y vamos camino de una sofisticación mayor de estos modos de ocio que se convierten en una manera más de tenernos anclados al consumo: trabajar para ganar el dinero que te hará posible desconectarte vía conexiones a plataformas digitales… sí, somos una especie curiosa y contradictoria.

Una de las características por excelencia de los grandes monopolios es que conocen más a sus clientes que el cliente a sí mismo. Los algoritmos, como sabemos, empiezan a conocer a la masa más que la forma en que la masa se conoce, porque aceptémoslo, como comunidad, como grandes cúmulos de personas reunidas en agrupamientos, nos desconocemos, nos idealizamos. Los algoritmos han sabido descifrarnos sin miramientos, con fines muy prácticos regidos por los alcances de consumo. Y logran hacer trabajos más perfectos cuando aquel monopolio para el que operan parece ofrecer un diversidad muy conveniente y convincente.

El director mexicano Carlos Reygadas en el artículo que lleva por nombre El cine de entretenimiento arrasa con todo, reflexiona sobre este fenómeno del que su propia distribuidora de clásicos del cine ha sido víctima. Reygadas fundó ND Mantarraya, una distribuidora que difundió clásicos, películas de Michael Haneke y Bruno Dumont, entre otros. Pero desgraciadamente, el director nos comunica que han decidido cerrar. «No se puede sostener más tiempo. El cine de entretenimiento arrasa cada vez más».

A pesar de que la tecnología y las nuevas plataformas de streaming parecen hacer más accesible todo tipo de cine, Reygadas sostiene que parece más fácil de lo que es.

«En las plataformas te presentan cine supuestamente de arte pero está disfrazado. La mayoría de la gente da por descontado que Internet es la libertad y que ahí encuentras todo. Pero de esta manera te manipulan más fácilmente y te dan solamente un tipo de cine, aunque creas que te lo están dando todo… La gente cree que el debate está entre  pantalla de cine o pantalla de televisión. Pero ese es un falso debate. El tema terrible es la homogeneización y el funcionamiento hegemónico de un sólo tipo de cine, que puede manifestarse en su versión artística o en su versión de entretenimiento más puro y duro. Pero todo pertenece a una familia muy identificada». concluye Reygadas. (González, 2019).

Rubén Weinsteiner también señala puntos como los que se han desarrollado aquí. Menciona que: «En los cinco años transcurridos desde que comenzó a transmitir contenido original, nos hemos convertido en un grupo de espectadores insaciables, desesperados por el entretenimiento y adictos a «¿qué vemos después?». Existen otros canales, por supuesto: Amazon Prime, HBO y la venerable BBC entre otros, y todos ellos tienen sus propias series exitosas. Bob Iger, director ejecutivo de Disney, planea lanzar un servicio de streaming de Disney el próximo año. También se planea un servicio de AT&T. Pero ninguna otra marca se acerca al alcance que tiene Netflix».

Weinsteiner lanza la pregunta: «¿Podría semejante hegemonía cultural debilitar nuestra producción creativa?» y desarrolla las dos posturas. La de aquellos que consideran que «Netflix es la Coca-Cola de la industria audiovisual», y la de quienes lo ven como un fenómeno positivo para la industria cultural. Tal es el caso de Peter Morgan, escritor y creador de The Crown, para quien lo anterior es una acusación injusta, pues, dice: «desde el punto de vista de los cineastas, creo que es un momento encantador. Había una época en la que todo lo que escuchabas era sobre el sistema de estrellas. Y no es divertido si eres un escritor, cineasta o director, y básicamente toda tu existencia depende de algún actor narcisista e infantil rodeado de aduladores que aceptan o rechazan una obra que le sea convenientemente halagüeña. Ahora, los escritores y productores están empezando a tener más ventajas«.

Morgan cree que, lejos de crear un monopolio, la competencia ha ampliado las posibilidades. «Nunca ha habido más personas empleadas, nunca se ha trabajado más. Creo que hay muchas razones para ser optimistas. Netflix ha estimulado una gran cantidad de competencia«. (Weinsteiner, s/f)

Si bien también es innegable lo que señala Peter Morgan, coincidimos más con la postura de Reygadas, pues lo crucial es que los divertimentos sabemos que también educan, de allí que Netflix no solo ha sabido reinar como medio y modelo de distribución, sino que reina en regiones menos palpables, y lo ha hace de forma sutil e inteligente, lejos de la inmediatez que buena parte del cine hollywoodense exhibe y que tanto se ha criticado ya. Aquel que muestra tomar en cuenta a todos, decirnos que en su territorio todo es posible, es aquel que ha logrado que comamos de la palma de su mano, aquello que decida no ver o no mostrar simplemente no existe.

Bibliografía

González, J. (2019). El cine de entretenimiento arrasa con todo. En EspacioMéx. 

Weinsteiner, R. (s/f). Netflix, hegemonía y monopolio. En MarcaPolítica.