La Guadalajara de antaño se estableció de manera definitiva el 14 de febrero de 1542 en el Valle de Atemajac. Fundada por familias españolas de origen andaluz, sevillano, extremeño y vasco, confluyeron en un territorio que colindaba con los pueblos indígenas de Mexicaltzingo, Analco y Mezquitán; los que ahora son de los barrios más antiguos de la ciudad.
A la Guadalajara de antaño llegaron las órdenes religiosas representativas de la evangelización española en América: Franciscanos, Agustinos, Dominicos y Jesuitas. Hubo presencia de las hermanas del Carmen, de los Betlemitas y de los Juaninos, quienes fundaron el hospital de San Juan de dios.
Su Catedral, su Hospicio Cabañas, su Teatro Degollado, su hospital y panteón de Belén, son huellas del tiempo que nos remiten a una Guadalajara provinciana y que olía a tierra mojada.
La Guadalajara de ayer llegó a su habitante número un millón el 8 de junio de 1964, lo bautizaron como José Juan Francisco, debido a que así se llamaban el Gobernador del Estado, el obispo y el presidente municipal. Mientras que los habitantes alcanzaban la cifra de un millón, para esas fechas ya existían poco más de veinte mil automóviles.
Esa Guadalajara que llega hasta el presente, es la que se enorgullece de su gastronomía que incluye la torta ahogada, la birria y la carne en su jugo. Es esa misma que sufrió el destajo de su arquitectura, su centro histórico fue cercenado para dar paso a la modernidad y al automóvil. Se hizo la cruz de plazas, se ampliaron calles para convertirse en grandes avenidas que ahora carecen de una armonía en su apariencia, como apreciamos en las avenidas Hidalgo, Juárez, Alcalde o Federalismo.
Hoy, como hace años, nos encontramos con la dispar Guadalajara de los barrios bravos como la colonia Jalisco, la Oblatos o la Miravalle; y por otro lado la Guadalajara de las colonias Americana, Francesa y Moderna, de las cuales aún conservamos por los menos un 40 por ciento de su arquitectura original. Están también los barrios que paulatina o rápidamente están siendo gentrificados, como Santa Tere o la Capilla de Jesús, a modo de versión “relax” de las colonias de abolengo a los que muchos aspiran como Chapalita y Providencia.
Y está su Universidad de Guadalajara, esa que siempre va a rivalizar con las universidades privadas como la Autónoma, el TEC, el Iteso y La Univa.
También nos sabemos de memoria la Guadalajara del eterno problema con el transporte público, teniendo solo dos líneas de tren ligero, o mejor dicho una y media, con rutas características para el pueblo como la 380, la 25 o el 371. Y la de los automóviles, esos que van devorando parques, banquetas y todo espacio posible, pues hay un sector de la población que evita a toda costa el transporte público.
Y cómo pasar por alto a la Guadalajara que cada que llueve se inunda, donde parece que la lluvia tiene horario de oficinista, pues siempre llueve durante la noche, en las mañanas y de 6 a 9 pm. Esa ciudad de los charcos eternos, donde cuando empieza a llover siempre escucharás el canto de las sirenas, no porque vayas de odisea sino porque ya hubo un accidente, los siempre presentes en el paisaje urbano.
Aquella Guadalajara de antaño que olía a tierra mojada, a rosas y naranjos y que tenía alma de provinciana, ahora se confunde con olores de un drenaje que quizás se acumula desde mediados de año, con el olor al smog que aumenta día a día o con los olores que emergen de los restaurantes y bares por los que cada tapatío pasea en su vida cotidiana.
La línea divisoria: la Guadalajara que antes era de la Calzada para allá; y que hoy lo sigue siendo. Marcada a modo de la herida de una madre que pare dos hijos que nunca se han visto como iguales. Ciudad regida por costumbres que no destruyen ni los años ni las distancias, costumbres anquilosadas en el estigma social, donde el imperio que rige es el de la apariencia.
Habitamos en una Guadalajara que dejó de ser un rancho grande y se convirtió en una metrópoli que absorbió a sus municipios colindantes, marcando aún más las diferencias sociales de los habitantes que en ellos conviven.
La Guadalajara que pese a sus grandes “peros”, problemas y miradas de reojo, sigue atrayendo al turista, al extranjero, al estudiante foráneo, a los de otros rincones del país; porque la Perla Tapatía a sus 476 añitos sigue invitando a disfrutarla y padecerla, tal cual es la vida.