Javier Cercas publicó en 2007 su novela La velocidad de la luz, trece años después, los saldos de librería la traerían a nuestras manos, porque aquí se hacen reseñas vagabundas.

La velocidad de la luz es la historia de una amistad que empieza en 1987, cuando el narrador, un joven aspirante a novelista, viaja a una universidad del Medio Oeste estadounidense y conoce a Rodney Falk, su compañero de despacho, un ex combatiente de Vietnam huraño e inabordable, ferozmente lúcido y corroído en secreto por su pasado.

El narrador tendrá que hacer su propio viaje a los abismos antes de emprender el viaje de regreso hasta el otro lado del océano y volver a visitar a su viejo compañero Rodney, a quien la vida lo llevó a una guerra en la que no creía, contra la que protestó en vano, pues al final se impondría como una nube gris y devastadora que empañó su mirada y lo llevó a trompicones por la vida.

A nuestro narrador no sería la guerra sino el éxito lo que lo haría transitar  desde la cándida e irreverente juventud a la madurez, con su seductora como corrosiva alfombra roja que nos lleva a creernos dueños del mundo o por lo menos personas de éxito que pueden por ello tachonar sobre las rutas de otros.

La velocidad de la luz mantiene un ritmo que nos inquieta porque nos deja a la espera de un suspenso preconcebido, fruto de nuestro clichés sobre los temas de guerra y sus supervivientes. Con aparente tranquilidad, Javier Cercas teje su hilo de Ariadna para llevarnos hasta sentir los estragos de la culpa y la estupidez de las decisiones de quien solo tiene ojos para ver su propia nariz.

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