Memorias sexuales. Money training club. 2021

Toda producción de un texto literario o, más ampliamente de un texto, requiere de una autodesignación y autorrepresentación del sujeto enunciador, tanto si lo hace respecto de su propia identidad, como si lo hace respecto de otras representaciones imaginarias (que pueden coincidir o no con sus propias cavilaciones o atributos). De modo que les propongo ensayemos algunas escenas en lo relativo a una política de los textos enunciados por los sujetos pertenecientes a minorías sexuales, no solo de escritura. Tanto desde la escritura ficcional como de la escritura referencia. Por otra parte, toda enunciación de un texto, referida a un sujeto, importa el relato de un cuerpo (y de una cierta clase de deseo). Motivo por el cual la variable de su relación con el mundo desde el universo de sus preferencias y de su identidad se verán fuertemente comprometidas ¿Cuál es la escena de escritura de alguien que pertenece a una minoría sexual?

Me gustaría agregar, a estas consideraciones, que las reflexiones en torno de una política del texto en lo relativo a las minorías sexuales no se hallan cautivas de ninguna lógica que les deniegue ni su autonomía, ni su capacidad de reflexión sobre sí mismas, ni caer en ninguna trampa o celada. Ninguna que no sea la de cualquier otra clase de reivindicación de otros grupos. Por ejemplo, las de las mujeres (como veremos más adelante), sino que integran una solidaridad de los discursos en torno de lo que el universo  de los significados sociales, enunciados por estos distintos grupos subalternos, mantienen respecto de su identidad en directa relación con los grupos y los discursos hegemónicos. También, para poner otro ejemplo, al que me uno un profundo consenso, el relativo a la teoría de las clases sociales.  

Aclarado este punto, sumo a esta pregusta a la consideración acerca de la escena de escritura ¿cuál es su escena de lectura correspondiente? Evidentemente el sujeto perteneciente a una minoría sexual experimentará el peso inmemorial, monumental, que ha debido oponer desde el orden de la resistencia a un orden que ha pretendido imponerle lo que él no es. Que lo ha, por lo pronto, hostilizado. Al no responder a una cierta demanda de expectativas sociales, de inmediato será descalificado, discriminado, literalmente despedazado su texto (si es genuinamente representativo o autorrepresentativo). Por extensión, depreciado. Se le quita su valor de relevancia, de atentado contra el statu quo cultural en vigencia. Nombrar será difícil. Ponerle nombre a los vínculos, a los propios, que no son los de la mayoría, a la relación que mantiene con la comunidad en el seno de la cual reside la relación consigo mismo en relación a la mirada de los otros, el modo inclusivo o de exclusión del espacio cívico agregaría yo incluso, no será misión sencilla. Todo lo ubicará en una posición de exclusión desde la cual pronunciar, enunciar resultará misión compleja.

Esa exclusión por donde se la mire resulta ilegítima en la medida en que esa ilegitimidad es arbitraria y porque es fruto del prejuicio. No tiene fundamento alguno más que el irracionalismo. O bien la superstición. Y, lo peor de todo, es una actitud por lo que logro apreciar en torno de los pueblos y las pequeñas ciudades, irreversibles. Él encarna la figura de lo temido. De allí la tan mentada palabra “homofobia”, la escena pánica frente al homosexual (¿la de ser deseado y por lo tanto rechazarlo  a esa persona, en algunos casos, desearlo pero bajo la forma del tabú denegarse la posibilidad de consumar un ritual que bien podría darle placer al heterosexual pero se trata de una práctica que no se  permitiría jamás porque lo menoscabaría en su identidad de macho?). La escena de lectura, en cambio, dependerá, claro está, como en cualquier escena de estas características, de cuál sea la lectura que tenga delante de los ojos el representante de la minoría sexual. Si es una con la que establece empatía, una escena apacible para su psiquismo, una en la que se refleje como en un espejo su sufrimiento, su dolor, un libro escrito por alguien que ha atravesado por su mismo calvario (para decirlo en términos algo acentuados), puede que lo alivie de su ansiedad angustiosa. Una lectura que por identificación lo serene de la emoción mortificante que no puede experimentar sino desde la persecución y desde la amenaza de heterosexual, por lo general machista.

Esa ansiedad angustiosa de experimentar el hecho de que ser aquel quien es, en esa sociedad no es sinónimo de ser considerado un semejante. Dependerá de si esa escena de lectura (y de esa lectura que lee) lo remiten a ser juzgado o prejuzgado según el parámetro propio del paradigma de la heteronormatividad (en cuyo caso se tratará de una escena de lectura expulsiva) en su condición de sujeto. Se le denegará su condición de sujeto en el sentido, bajo parámetros estrictamente éticos, de semejante. Se pretenderá destituirlo de su condición de semejante. Se pretenderá sustraerle su dignidad. Y que experimente su condición de pertenecer a una minoría desde la vergüenza. Por otra parte ¿en qué contexto tendrá lugar esa escena de lectura? ¿a ojos de la esfera pública? ¿en el encierro de un clóset? ¿en el encierro de un ático clausurado a toda mirada porque de ser descubierto sería por analogía atribuírsele tal condición y, por lo tanto, ser nuevamente perseguido como tal? En tal sentido, la escena de lectura, para transmitir serenidad, ha de tener lugar en un espacio físico, arquitectónico, social distante de la mirada las mayorías, esto es, de la mirada predominantemente heterosexual? Y digo “predominantemente” porque no todos los heterosexuales tienen una posición de intolerancia frente a las minorías. Motivo por el cual sería profundamente injusto su inclusión en esta lista de personajes siniestros o, para no cargar tanto las tintas, de personajes hostiles.  

Mínorías sexuales. Difusión, 2021

No obstante, más allá o más acá de juicios acerca de lo que acontece en una política del lenguaje según el orden de lo justo o de lo injusto, de lo legítimo o lo ilegítimo (que por supuesto no deja de ser sumamente relevante) esta exclusión se manifiesta de múltiples maneras. Las minorías sexuales para la mayoría heterosexual, en términos de lo admisible o  inadmisible, son lo irrepresentable. Aquello a lo que el discurso social no puede, ni debe ni, sobre todo, merece dar cabida. Por lo tanto, debe permanecer por fuera de él. Así, en una política del texto si las minorías son irrepresentable a la luz de lo legible, de lo que habitualmente se lee, es lo que no se leerá desde el signo jamás. En una economía de la representación literaria (para remitirnos al discurso ficcional) literalmente, no existirán representación sociales que den cuenta de ellos. Serán los carentes de figuraciones, autofiguraciones, de una retórica y de una relación entre signo y referentes. Esto es grave porque da cuenta de que la minoría sexual no tiene de qué ser visibilizada desde el signo en el universo cultural. No tendrán lecturas acerca de sí misma en las cuales reconocerse. No tendrán un relato en el cual reconocerse.

Ni un relato en el cual ser conocidas por heterosexuales sí atentos y permeables a conocerse. O, peor aún, a tener representación en el seno de la esfera pública. De allí que me refiriera a la relación entre principios relativos a la identidad sexual y derechos cívicos. Tendrán, a lo sumo, una existencia escatimada al orden de la mirada pública desde el orden de la aceptación y la admisión. Pero no tendrán en el orden de una política de los textos una producción que sea escuchada o leída. Legible como texto y inteligible como ideología desde el orden del deseo. Puede que sea producida. Pero escasamente circularán así como escasamente serán aceptados ser asimilados sus autores en la asimilación en su seno. Escasamente invitados a que sus textos o su palabra sea escuchada en eventos literarios, en exhibición de sus libros en las bibliotecas o librerías como lo tabú, escasamente presente en un hogar por temor a que deformen esos libros las mentes de, por ejemplo, los adolescentes, en plena etapa madurativa de elección de opción sexual. La etapa de opción sexual por excelencia. Si bien no quisiera cargar las tintas en este punto, hoy en día cualquier adolescente puede tener acceso por las suyas a representaciones sobre las minorías sexuales, mucho más que hace cincuenta años, por citar un ejemplo. Y sin solicitar permiso, como suele ser habitual a esta edad.

Si las minorías aspiran a narrar desde el orden de lo literario experiencias con un referente imaginario, en el caso de que asuman abiertamente su identidad sexual, narrar será tarea difícil. Narrar el dolor, en primer lugar, será una forma (y no de las más gratas, tampoco de las más simples sin caer en el folletín) de evocar experiencias traumáticas (en ocasiones irreparables), persecutorias o de acoso cuando no de abierto abuso, violencias que han resultado, evidentemente, de difícil metabolización. Por lo general, agregaría yo, poco exitosa. El sujeto participaba por obligación habitualmente en instituciones en las que convivía, bajo la forma de una claustrofobia, con estos grupos que el poder desde la heteronormatividad pretendía universalizar como la norma. Elevar la categoría de heterosexualidad a ley universal. Y expulsar del orden de lo social al sujeto que formaba parte de las minorías sexuales. Se padecen situaciones en ocasiones pavorosas (para el sujeto objeto de la tal persecución) que dejan una marca inolvidable. Peor aún, dejan una marca en su identidad que es configuradora de su condición de sujeto psíquico. Motivo por el cual su psiquismo se verá fuertemente comprometido con estas experiencias. Suelen evocarse esas escenas. Regresar en patéticos flashback que atormentarán al sujeto que las padece porque evocarlas supone revivir, retornar, regresar de un modo u otro a la escena pánica de esas situaciones padecidas de modo silencioso. Por otra parte, él no ha podido defenderse. Él ha sido ofendido. Ha debido tolerar el abuso. El agravio. Está en minoría. No puede defenderse. En ocasiones estas experiencias son causas de experiencias paranoides constitutivas de la personalidad, como bien lo ha señalado la psicoanalista Silvia Bleichmar.

Son grupos que deben volverse invisibles a la mirada pública. Deben permanecer recluidos en ghettos, salvo excepciones. No suelen ser las más frecuentes, por cierto. Sin posibilidad (pero sí capacidad eventual) de convivir con heterosexuales por efecto de la discriminación de naturaleza hasta donde lo puedo apreciar, salvo excepciones, irremediables. De modo que solo escucharán una voz y su voz será escuchada por el colectivo del mismo grupo al que pertenecen. La sociedad no será fluida, dinámica, elástica, ilimitada en sus posibilidades creativas, comunicativas, de socialización, de intercambio de conocimiento o saberes, de emociones, de experiencias o sentimientos. De recuperación de una memoria y restitución a un presente de ese pasado que ha quedado por detrás mediante un relato tan necesario como, más aun, imprescindible a los efectos de reconstruir las tramas sociales. Incapaces del relato, las minorías pierden identidad. Pierden, también, el relato del cuerpo. De sus prácticas, que deben ser debidamente disimuladas, esquivas a la mirada del heterosexual, siquiera a la sospecha de haberlas puesto consumado. Puestas en ejecución entonces, quien se entere lo hayan hecho, los estigmatizará de modo inexorable y propagará lo que él o ella consideran una infracción a la ley universal del patriarcado heterosexual.

De modo que partimos de esta premisa. Una política del texto en el  caso de una minoría sexual es por sobre todo una dificultad. Una desventaja. El lenguaje se resiste a ser escrito, el  texto no acepta ser producido. La voz se quiebra, se resiente. El lenguaje no admite devenir texto por las resistencias que le son impuestas en un a priori producto de lo que ese sujeto perteneciente a una minoría sabe será la repercusión de su texto. De modo que su política del texto será o la de enmudecer o la de decir a medias. O la ser extremadamente oculto de los significantes para no ser abandonado en su lectura. O la de no hacer circular ese texto en una política del texto de escatimar su publicación, su legibilidad, su circulación. Y él en su enunciación se sabe de antemano no escuchado en una política de la recepción. El lenguaje ha sido configurado desde sus formas de expresión más frecuentes como la práctica del agravio hacia él. Él ha recibido el lenguaje en buena medida como escasa fuente de diálogo en la socialización y, en cambio, frecuente fuente de hostilidad o escarnio. Una práctica lesiva por parte del poder heterosexual. Del ese poder aparentemente (y solo aparentemente) todopoderoso. En menor medida en la dimensión del sexo femenino, que en algunos casos también puede manifestarse hostil o menoscabar a las minorías por falta de deseo hacia ellas seguramente y por falta de deseo considerarlas sus interlocutoras, salvo en el caso del lesbianismo, hacia la mujer heterosexual. La mujer heterosexual puede que desee a la lesbiana esporádicamente o bien en una situación  concreta, como ya me referí al caso del varón.

Esto es: tanto varones como mujeres heterosexuales se encuentran en una situación que tampoco es del todo cómoda. Por un lado, pueden rechazar abiertamente a las minorías. En otros casos, pueden llegar a sentir irracionalmente, desde el orden del deseo, atraídas hacia esas minorías, pero se prohibirán porque sería motivo de contravención y traición al grupo, además de vergüenza. El grupo de las mujeres heterosexuales, que sabemos también por su lado ha padecido persecuciones y exclusión en un sentido distinto, pero que tienen puntos en común con el de las minorías sexuales. Comparten, género femenino y minorías sexuales la práctica de la denegación de la voz. Ambos grupos, han sido objeto de un silencio histórico, para acudir a la clásica y socorrida expresión nominal en el seno de los estudios de género para definir esta idea de falta de autodesignación en el orden del discurso por parte de ellas. Su capacidad de expresión les ha sido denegada mediante la violencia simbólica y material. En el orden de los discursos sociales en general. No me refiero solamente al discurso literario (mi tema). A la imposición de la orden de callar. A la inhibición del habla.

Regresando a las minorías, me referiré al habla, en diálogo siempre, como se sabe lo señaló Ferdinand de Saussure en directa relación con la lengua. El habla estará fuertemente regulada por patrones heterosexuales que guiándose por el paradigma heteronormativo no admitirán un discurso de la autorrepresentación y de la autodesignación en contextos en los cuales las decisiones sean tomadas por heterosexuales hacia las minorías. Esto es: serán intolerantes con ellas. No quisiera cargar las tintas en demasía sobre este punto. Pero sí me gustaría acentuar que la mayoría de los espacios de decisión acerca de la administración de los discursos sociales están en manos de heterosexuales. Y es más. Por heterosexuales varones líderes. Un gobernante homosexual avergonzaría a un país, a una nación. Aunque ocupe un puesto de menor jerarquía. Igualmente cualquier cargo de toma de decisiones importante será repudiado por no responder al citado paradigma dominante. Desluciría esa persona al partido, gobierno o institución y por lo tanto bien convendría mantenerlo a prudente distancia de su intervención en el orden del discurso y, por lo tanto, de su presencia, al menos en el orden de lo visible. Escasamente los habrá en las zonas en las que se decide el poder de cómo intervenir con políticas para la comunidad.

Sencillamente porque las minorías sexuales son precisamente eso. De modo que las hablas de esos grupos, el habla en término genérico de ese grupo, será o bien censurada no explícitamente pero sí de modo solapado. Se puede no contratar a un profesional alegando otros motivos. Se puede designar a un superior para que controle su discurso. Se puede publicar o no lo que ese editor heterosexual considera que este discurso en tanto que representativo de una institución, un medio, una editorial o una Universidad pueden o no pueden emitir desde las discursividades. Se puede sugerir no publicar ciertos textos porque serán causa de escándalo o causa de revuelo. Se pude sugerir sutilmente no enseñar a ciertos autores o autoras. De múltiples maneras por parte de un docente a cargo de una cátedra respecto de sus subordinados. En fin, las estrategias de silenciamiento son múltiples y me parece que no resulta un espacio al que convenga renunciar en modo alguno sino seguir escribiendo o seguir hablando porque se trata de un discurso legítimo, no agraviante, no agresivo sino simplemente expresivo, en particular en el caso del discurso ficcional, al que procuro acotarme en este escrito porque a esa disciplina y arte me he consagrado.

La política del texto en el caso de las minorías sexuales supone la exposición, en caso de que revelen y hagan pública su identidad sexual, de ser connotados axiológicamente de modo negativo al punto de llegar a la abierta exclusión de la escena comunicativa por parte del lector en función de haber tocado fibras sensiblemente irritables desde el plano de la experiencia social que le resultan perturbadoras a la sociedad heterosexual. Las editoriales, bibliotecas, Universidades, la crítica literaria aún en épocas en que se está hablando (en principio) de políticas de inclusión, no sostienen esa promesa. No se sostienen ni se dan en los hechos. De eso estoy seguro. O se los idealiza en una suerte de relatos de heroísmo o de bucólico universo en el cual ahora sí son aceptados. O bien se los victimiza desde el relato del padecimiento devenido espectáculo no digo que morboso pero sí estratégico desde el marketing. Muchos de ellos caen en una celada, producto de que se sienten integrados desde esa perspectiva o que se les confiere protagonismo. O porque como se sentían víctimas ahora se sienten de pronto no exactamente victimarios pero sí pares cuando en verdad todos sabemos que ese relato es un relato que en los hechos no tendrá lugar. O bien aspiran a una suerte de compensación por la cual a aquel silencio que se les impuso ahora lo repondrán con palabras propias. Hasta la zona en que son apresados por el sistema como una curiosidad, como sujeto que es bueno conocer a mero título de experimento de la naturaleza. De extravagancia. De un ser anómalo al que se asiste con atención pero internamente a la vez con repulsión por parte de los heterosexuales más ortodoxos o más paternalistas.

Con su presencia en una reunión social, alguien perteneciente a una minoría sexual  de inmediato pasa a ser el foco de las miradas, murmuraciones, susurros (por lo general desde la acusación, el escarnio o la malicia) precisamente de ese mismo modo intervendrán según una política del texto: hablando a media voz, disfrazando sus palabras, murmurando o hablando procurando a la vez no ser escuchados, urdiendo el rumor del habla, enmudeciendo literalmente (no escribiendo, no hablando, fingiendo que  hablan pero haciendo silencio, hablando de otros temas) la escena por ejemplo homosexual o de cualquier otra naturaleza para sobrevivir será escatimado del relato erótico porque sabe el escritor será interpretada como ofensiva o que va más que tras el reconocimiento estético tras la idea de llamar la atención. Esa lengua disimulada (lengua que debe encubrirse, disimularse, lengua deslenguada) no hace sino generar una política del texto de las minorías que resulta, por lo general, opositora. Genera un discurso opositor. Un discurso de batalla. Las he leído rabiosas. Las he leído dramáticas. Las he leído trágicas. Las he leído lastimadas. Las he leído, en otros casos, en agredida confrontación. Las he leído, es cierto, indiferentes, al poder, pero eso no significa que no haya significado tener altos costos para ellas. De modo que  la política del texto de la minoría será la política de un deseo que debe ser (nuevamente el mandato patriarcal) sustraído al universo de las manifestaciones, de los signos.

De una semiología según la cual su cuerpo no puede actuar su deseo sin ser juzgado peyorativamente por la mayoría heterosexual. Es por lo tanto en la escena de la escritura, no tanto ahora, en que las cosas están más claras porque han salido a la luz y se han hecho públicas, han comenzado a circular algunas voces, aunque los heterosexuales se nieguen a escucharlas, ya no se encubren de modo violento por imposición de silencio y efecto de mutismo, ni por autocensura. Las minorías perciben su naturaleza fuera de lugar. Están corridas de lugar. Son outsiders. Están sin embargo también descorridos los velos que cubrían una esencia antes inesencial no porque lo fuera sino porque a los ojos del poder heterosexual así en los hechos ocurría. Ahora han emergido al universo de los signos. Se pueden autodesignar. Lo que en modo alguno tendría que responder a una resistencia sino más bien a un derecho, a una espontánea expresión en libertad en el seno de la sociedad de su tiempo histórico en el marco de la esfera pública. Pero el deseo no puede ser ilustrado desde el orden de lo material. No puede ocurrir en el orden de lo real, como no lo puede ser de lo simbólico. Es, nuevamente, lo ratifico, un acontecimiento arbitrario.

Manuel Puig, escritor argentino quien escribió de forma muy interesante sobre la condición gay

Motivo por el cual se parece a un capricho. ¿En nombre de qué autoridad desautorizar un deseo que no se ha elegido sino que es la espontánea manifestación de algo que no ha sido elegido que nos ha tocado en suerte? ¿ello es motivo para que dejemos de escribir? ¿para que dejemos de expresarnos? ¿para que dejemos de nombrar nuestros encuentros, las escenas de encuentro de los cuerpos según un relato que, realizado con mayor o menor sutileza, según los casos más felices puede resultar una representación social artística que enriquezca el universo de los significados sociales? Al relato de las minorías sexuales (ficcional o no) lo considero primordial. En primer lugar porque esas almas desprotegidas encontrar en ellos menos soledad y desesperación. En segundo lugar porque enriquecerán, en tanto que relatos sensibles, el sistema literario desde los significados sociales de nuevas formas de interacción comunicativa. De mayor conocimiento y autoconocimiento. Finalmente, porque desde el ejercicio de ese derecho también se promueve la representación social de otras identidades o dimensiones del universo social que permanecían bajo un manto de silencio o bajo la prohibición del tabú.

O bien asumir ese costo que significa afrontar. O bien eludir mediante alguna clase de treta, disfraz o antifaz que cubra un rostro que se sabe perseguido. Y se sabe, por sobre todo sancionado. Debe enmascararse. Será sin embargo desenmascarado porque resulta evidente, a ojos vista ser quien se es. ¿Cómo ocultar una identidad a largo plazo? ¿cómo ocultar un estilo de vida? ¿cómo ocultar determinadas compañías (amistades, parejas, conocidos, amantes?) ¿cómo ocultar señales claras que el sujeto pretende opacar cuando son tan nítidas para el sujeto heterosexual, tan meridianas a sus ojos? El sujeto de la minoría sexual se sabrá en primer lugar puesto en un margen (no otra cosa es la discriminación, borrar del centro (de la enunciación, del espacio material) a un sujeto, ubicarlo en posiciones periféricas a los textos con los cuales comercia el heterosexual y los que produce así como sus contextos de producción. Por otro lado, una política del texto de la autorrepresentación y de la autodesignación de las minorías se conocerá, en el momento mismo de ser formulado, como un texto que escasamente circulará por el orden de lo social, como ya lo adelanté. Profundizaré en ello. Si lo hace llamará la atención (a diferencia del texto heterosexual). Y si lo hace será escandaloso (motivo por el cual uno no pude sino pensar que es inmotivado). Y que si lo hace se buscará explotar de él su zona menos relevantes, menos interesante, no sus contenidos que aspira a exponer, a razones, a narrar, acerca de cualquier tema.

Se trata de juzgarlo desde su zona  menos profunda: se irá tras la comidilla, el cotilleo, el chismorreo.  Ello garantiza un lectorado ávido de escenas con emociones fuertes, explícitas, ese deseo que circula pero no se atreve a ejercer o poner en acto. Se lo confina al lugar de la provocación. Ahora bien: ¿toda autodesignación es provocación por el mero hecho de ser la de una minoría sexual? ¿o bien a ese lugar de margen de revuelo social la confina el poder heterosexual? Circunstancia que resulta lastimosa. Un escritor perteneciente a una minoría no aspira a escandalizar sino a expresarse, a decir cuál es su identidad. A narrar un relato ficción o no. Porque tampoco pertenecer a una minoría sexual supone ser una narrador de escenas de las minorías sexuales. Pero ello es confundido o malentendido con la intención procurar un efecto de lectura que llame la atención con el objeto no de ser disfrutado desde el placer estético de toda obra literaria producida por un heterosexual sino la de un texto literario sexualmente marcado, desde la identidad de género de las minorías sexuales que aspiran a llamar la atención de una manera no exactamente por sus méritos sino exclusivamente por desentonar y volver explícita la escena disonante respecto de la heterosexual.

De modo que la política del nombre, la política del texto en el caso de las minorías sexuales consiste en, o fingir una identidad que no se tiene o no se es, o bien en exponerse a la posición social que se mediatiza con la expulsión del universo de los significados sociales. Así construyen los textos las minorías sexuales. Desde la necesidad, para ser aceptadas, la de ser antes admitidas en el seno del universo de los discursos. La circulación de esos textos será restringida, generará emociones del orden de lo vergonzoso en el entorno afectivo del autor o autora de un modo completamente injustificado e infundado. O bien, abiertamente será discriminado cuando no agredido de seguro simbólicamente. Se quedará, literalmente, a solas. Ese vacío del que lo hará objeto su entorno tendrá que ver con haber nombrado lo innominado. Aquello que no tenía nombra o que sí lo tenía pero no había sido debidamente tramitado desde el orden de lo social. Abierta o solapadamente discriminado o censurado. Naturalmente desprestigiado, desautorizado, una voz que no es potente porque no es audible pasa automáticamente a ser una voz que es borrada. Esa borradura resulta, nuevamente, sintomáticamente. No figurará en las Historias de la literatura. Si figura aparecerá  no por sus méritos literarios sino por pertenecer, en todo caso, a las minorías en un capítulo consagrado a ese ghetto. Cuando en verdad debería ser reconocido, si lo es, como un buen escritor o escritora que poseen un valor y poder estéticos de una naturaleza que los habilite para su inclusión en el seno de esos corpus y de esos documentos oficiales

Por encima de ese rumor está el trueno de la voz de la comunidad heterosexual. Que funciona como una corporación heterosexual (si bien naturalmente hay excepciones). Y el escritor perteneciente a una minoría responderá desde la contestación con una política del texto que lo ubique en una zona de la experiencia social erizada de conflictividad social. No podrá estar por fuera de un radio de las vivencias que no lo enfrenten al mundo. El mundo le será hostil. Siempre. Será una presencia urticante, ante todo sospechosa pero, sobre todo, frente a la cual se manifiesta la sociedad, como el sujeto o bien descartable porque es urticante y porque no procrea. Porque se asiste a él de modo peyorativo de modo que solo genera discordia en tanto y en cuanto es causante de repudio. O como el desecho. Alguien, digamos, incómodo. Alguien intratable (regreso al ghetto). Alguien que, a sus ojos, aspira a llamar la atención en el teatro de la gestualidad, por dentro de una semiología del cuerpo se le atribuirá siempre la propiedad que dará lugar al chiste vulgar. Porque quien narra un coito homosexual tiene toda la intención de escandalizar, alega el machista o bien lo sostiene como un argumento incontestable. Está seguro de que la minoría sexual no puede narrar ni su deseo ni su placer. Cuando en verdad su posición ha sido la de la representación social del propio deseo en encarnado por fin en los cuerpos pasando al  acto, representado literariamente en el universo de los textos. Ya no es lo irrepresentable. Ya no oculta bajo el silencio o acaso las tinieblas,  una niebla que le impedía ser visto en tanto que sujeto que también gozaba de una vida privada a ser exhibida no por exhibicionismo sino para representar en el teatro de la ficción una escena más del teatro de ese universo.

Minorías sexuales. Hombre con sombrero. Diario del Mundo. 2021

Por faltar al pudor o por faltar a las buenas costumbres o por faltar el respeto a la sociedad cuando en verdad el respeto no pasa precisamente por la elección o la fatalidad del objeto de deseo sino, muy por el contrario, por la consideración de la alteridad como lo que debería ser aunque forma parte de una minoría: un semejante. Cuando en verdad está haciendo algo perfectamente natural, legítimo, que considera en su más completa plenitud que es la de narrar el relato de la minoría sexual a la que pertenece. Y el heterosexual machista no está dispuesto a escuchar o leer otro deseo excepción hecho del propio. Es más, a suprimir al de las minorías. El autor perteneciente a la minoría sexual narra, por fin, su deseo. Narra su cuerpo puesto en el acto de consumar un deseo que le es inherente pero que debía encubrir.  Narrar  la escena de esa minoría. Ni está exponiendo su vida privada ni está buscando llamar la atención. Simplemente está expresando, plasmando en el seno de la economía de la representación del discurso ficcional, una representación literaria de su deseo. Pero debe solicitar de modo evidente un permiso que por otra parte sabe le será negado por buena parte de los heterosexuales en una compulsión en ocasiones incluso encarnizada con motivo de no ajustarse a ese paradigma totalitario. Y ese texto ausente, durante generaciones, porque no tenía la voz para hablar, la mano para escribir, el permiso para expresarse, por fin lo hace. Como era de esperarse, será objeto del chisme, del escarnio, de la burla cuando no de la abierta ofensa.

Me gustaría indicar un punto importante en el caso de las representaciones sociales de las minorías sexuales en el caso concreto de la ficción. Y se trata del caso de la ausencia de una tradición abundante. Como en el caso de las mujeres, el silencio histórica, la falta de capacidad de narrar, de enunciar bajo la forma de texto y luego ser legible bajo la forma de una suerte de ideología del género, nos encuentra frente a una tradición ausente. Esta ausencia nos sume en un vacío que impide una reflexión importante en términos históricos así como impide trazar relaciones entre tiempo presente y tiempo histórico pasado. Por ende, no existirá una tradición que favorezca la posibilidad de un discurso de integración entre pares que han narrado un mismo deseo, un mismo cuerpo en acto o bien simplemente que se han desplazado por el mundo bajo esas condiciones. Porque no confundamos minorías sexual con escenas en el seno del discurso literario con coito propio de esas minorías. Se narran encuentros, se narra un  cierto tipo de socialización, se narra un nuevo tipo de discurso de la voz con inflexiones que le son propias.

Toda política del texto de una minoría sexual será considerada una escena pánica, por temida. O una escena indeseable, por ser la contraria a la propia. O se aspirará a censurarla porque se estima no tiene derecho al habla. Salir a la luz es sinónimo de violar el coito heterosexual, de agraviarlo, de desautorizarlo (así se considera según un imaginario intolerante) que es el propio del paradigma sexual hegemónico. En tanto toda política del texto de un heterosexual no será jamás tabú o lo será en muchísima menor medida si es transgresora abordando seguramente otras zonas de la experiencia social. En el caso heterosexual, será, si es una trama de conquistas o de amor, el seno de un idílico edén. La carrera exitosa del Don Juan. Deseado tanto como celebrado. Si es una política del texto en la que la representación literaria pertenece a una minoría sexual, su autorrepresentación así como su autofiguración serán o bien sancionadas, o bien ignoradas, o bien despreciadas o bien depreciadas o temidas o bien acalladas de modo que se impone esconderla. Si es una cadena de conquistas, será un promiscuo probablemente juzgado como un degenerado. Y, como contrapartida, está obligado a simular todo aquello que no se es. Simular para no ser atacado. Según el sistema de sexo/género imperante en Occidente de modo hegemónico no está en condiciones de producir discursos sociales, en lo que a mí compete de naturaleza creativa, ficcional, sin que se confunda con el orden de lo referencial. De modo que lo verosímil se confunde con la lo verdadero, la ficción con la realidad y la poética con la ética. Un poco lo que le sucedió a Don Quijote con los molinos de viento. Lo que por otra parte ha resultado a todo el mundo risible. Acuerdo con que la ética toca zonas de ficción que deben ser discutidas con delicadeza antes de su circulación. Hay ciertas representaciones sociales inadmisibles parra la ficción: la propaganda nazi, cuando está planteada en términos referenciales, entre otros ejemplos, me resultan es una de ellas. Hay otras.                        

¿Cuál es el habla de alguien perteneciente a una minoría sexual? ¿posee un habla? ¿posee su texto? ¿tiene el poder de transgredir el patrón heterosexual del texto tal como ha sido impuesto por la ley social? ¿es dueño de un texto porque le es posible enunciarlo? ¿le será posible expresarlo? ¿su mano tendrá el pulso firme como para escribir lo que otros no se atreven a hacer o decir con los signos? ¿le será posible ponerlo en circulación libremente? ¿será posible reponer con palabras un silencio histórico que permanecía silenciado de un modo que (parece) indefinidamente confinado a ese ático, junto con el de la locura? ¿posee una voz clara, nítida? ¿es audible? ¿es posible para esta persona ejercer su derecho a la libertad de expresión? ¿su voz entabla un diálogo con otras voces del pasado, de su misma condición productivamente? ¿pasa a formar parte de una tradición en lo relativo al universo de los textos propios de las minorías sexuales, tanto en lo relativo a autorías como a temas representados? ¿pasa a traducir sus propios significados sociales bajo los términos de una nueva clave de deseo representado y representable? ¿su voz dialoga con la de los heterosexuales de modo productivo? Estas preguntas sumen en la incertidumbre porque suelen responderse casi siempre por la duda o la negativa. Dudo mucho de una salida exitosa. Estimo que no existe voz en el orden de una persona perteneciente a una minoría sexual. Y cuando existe es amenazante, inquietante, peligrosa para ese orden que se ha dado en llamar patriarcal. Será una figura que no será sino generadora de molestia. Una voz incómoda. Un texto que lo más conveniente será que no circule. Porque tanto su discurso social (literario para el caso) como las representaciones sociales que ponga en circulación pretenderán deslegitimarlo. En realidad estamos hablando de una “batalla por el poder de decir”, como afirma la académica estadounidense Jean Franco en su estudio relativo al discurso de la mujer en México.

Ahora bien: la persona perteneciente a una minoría sexual ¿es heterodesignada? Probablemente sea objeto de una representación ajena que la deforma. La estiliza. Será hablada por otro. En una ventriloquia en el texto de  un varón heterosexual que es en verdad la prueba más cabal de su silencio, de su incapacidad de expresarse, el sujeto de las minorías no podrá jamás representarse. Representar a una minoría será sinónimo de ser excluido del universo de los signos. Pero también lo más probable sea que el heterosexual no lo represente. Porque lo avergonzaría representar a una minoría sexual, por más que lo haga peyorativamente.

Un varón homosexual es “un invertido”, como le escuché decir a un Profesor universitario Dr. en Letras en el contexto de un seminario de posgrado en mi Universidad. La segunda mejor Universidad de mi país, Argentina. Va a contramano del camino que debe recorrer una sociedad derecha. Diestra. La del varón heterosexual, como lo es él. El invertido resulta entonces, inaceptable. Está cometiendo una contravención. Este Profesor universitaria mediante una descarada descalificación peyorativa y homófoba, mediante una analogía corporal estaba metaforizando una forma del deseo que  no era la que estaba “del derecho”. Y hasta, en el colmo, la que no tenía derecho o bien a hablar o, en el peor de los casos, a existir. Menos aún a existir en las aulas oficiales de esa esa Universidad, por lo visto, donde había hombres hecho y derechos. Porque efectivamente se mantenían erguidos, en posición vertical del lado que correspondía.

De modo que a la persona perteneciente a una minoría sexual que se atreve a nombrar lo innombrable, aquello que ha sido designado vagamente como “lo ominoso” o “lo siniestro” con motivo de que de ese modo es entendido el deseo de las minorías (postulo ello como hipótesis), le aguarda el estigma. Si a la mujer le aguardaba una política del silencio, de la heterodesignación, de la ventriloquia cuando era escrita o representada por el varón en circunstancias en que era, por ejemplo, puesta en escena en el teatro, en el que su voz era particularmente audible o debía serlo, durante buena parte de la Historia hasta el siglo XX en que comenzaron las primeras universitarias a tomar las aulas ello comenzó a revertirse. A las mujeres les espera la violencia física y simbólica, a las minorías también les aguarda un destino de silencio pero daría un paso más allá: encarnan lo irrepresentable porque si son visibles lo que se podrá apreciar es tanto lo temido como lo distinto. Aquello que se sale de la norma. La denegación de su identidad en el seno de la política de la representación. Ello no siempre sucede con la mujer, salvo que sea lesbiana o bisexual, en cuyo caso ingresa al caso de las minorías sexuales.

La escena es esta: un representante de las minorías sexuales, que leyendo se atribula porque se encuentra con un fragmento de lo que lee que censura a su propia condición de perteneciente a una minoría. Otra escena: un representante de una minoría sexual está leyendo y se encuentra con una escena en la que es atacado de modo violento por el poder heterosexual encarnado en distintos fantasmas. Para cerrar, la escena es esta: un representante de una minoría sexual (por fin) encuentra a alguien de su misma condición o bien padeciendo la misma persecución que él padece o bien gozando del mismo placer que es el suyo. Y que es un derecho adquirido poder ejercer en libertad sin rendir cuentas a nadie ni solicitar permisos ni autorizaciones. Y cierro con una escena patética: un heterosexual que se encuentra en el seno de un libro con una escena de una minoría sexual o con una escritura afeminada, como me sucedió con un psicoanalista muy reconocido hace relativamente poco. Refieren que o cierran el libro abruptamente y lo arrojan o lo guardan o se deshacen de él. Naturalmente jamás lo leen. O bien no admiten su existencia, la niega como tal. O bien se desprenden del libro como si fuera una brasa que quemara o un filo que hiriera. Se impone la metáfora de lo o bien de lo que resulta intolerable tener entre las manos. O bien de lo que (supuestamente) agrede a su género según el sistema de sexo/género en vigencia en Occidente.

¿Cuál es la salida a ello? Me remitiré a mi experiencia como escritor ejerciéndola desde hace 32 años. Considero que la escritura es el territorio de la libertad subjetiva por excelencia. Como todo arte. Motivo por el cual la imaginación creativa es capaz de potenciar la dimensión de producción de textos en todas las posibilidades concebibles. Con o sin experiencias sobre la vida de una persona perteneciente a tal condición sexual, perfectamente se puede hablar de ella como protagonista de una trama. Hay que abrir el juego a las tramas. No cerrarlas en un ghetto inconducente: los heterosexuales narrando tramas de heterosexuales, las minorías sexuales las propias. Propongo la infinita posibilidad que nos brinda la inauguración (como ya ha sucedido en varios casos)  de que las minorías sean narradas por heterosexuales y, por qué no, un representante de las minorías sexuales alumbre representaciones de la heterosexualidad (o no lo haga si así no lo desea). Esto no va en desmedro de la autodesignación ni autorrepresentación en modo alguno. Estamos en la política del texto ficcional según una política de los géneros, motivo por el cual los narradores (genéricamente hablando, pertenecientes a cualquier minoría) pueden designar o también referir escenas del poder heterosexual desde otro ángulo (que no será el mismo que el suyo, naturalmente) pero que puede aportar una nueva mirada. Y puede aportar mucho a esa mirada. Y puede aportar mucho a cualquier mirada porque es una mirada que no necesariamente reparo de modo distinto o tan distinto en el mundo respecto de otro heterosexual.

En ocasiones lo hará en una medida mucho más parecida que otro heterosexual a la de este heterosexual al que me refiero. Aporta otra clase de representación imaginaria, por lo pronto. Por otro lado, en esta política del texto en el que interviene una política de los géneros, la ideología tampoco puede ser omitida. Están muy tramados ideología y género. ¿Cómo eliminar dos categorías que están tan cerca, imbricadas la una con la otra? De modo que estamos frente a situaciones muy complejas a la hora a configurar un texto. De la producción de discurso social. De la producción de significados sociales. De la relación entre elección de objeto de deseo, de la ideología que sostiene el andamiaje teórico de que supone la elección de ese objeto de deseo. La ideología que no la soporta o no la admite. Son ideologías del género que se excluyen no de modo espontáneo sino culturalmente aprendido. Socioculturalmente construido.

Ahora bien: ¿es género es ideología? Yo creo que sí. Es una forma de intelección que si bien está planteada más del lado de la razón que del deseo posee ideología. El género está marcado ideológicamente a mi juicio. Y lo marcará por ese motivo socialmente. Y lo marcará semiológicamente. El deseo se manifiesta en el mundo según una determinada marca de una ideología.

Pero en principio la minoría sexual para poder autodesignarse y autorrepresentarse depende en primer lugar de un campo permisivo. De otro modo cunde la autocensura, la censura, la imposibilidad de nombrar aquello que denota o dolor, o sufrimiento destructivo o bien escena pánica. Estas serían algunas emociones que se me ocurren como posibles frente a semejante paradigma de naturaleza hegemónica tan destructiva con quien no considera a la alteridad distinta como su semejante. Sino una alteridad indeseable. Una alteridad que no tiene derecho a la existencia incluso empírica. Frente a la cual son capaces (como de hecho lo he visto) de pasar a la violencia física por este afán destructivo de la supresión. De hecho el intento de supresión es violencia.

Por otra parte, no en todas las instituciones educativas, por citar un ejemplo, existen marcos teóricos que manejen los docentes al dar cuenta de una serie de textos literarios para los cuales la teoría resulta imprescindible. Una capacitación en teoría de género me parece como mínimo necesaria para un docente. Debe manejar conocimientos y un metalenguaje capaz de nombrar toda una zona de los saberes propios de un campo de estudios en el seno del cual el universo de los textos por dentro del cual él deberá operar. Se tratará de dar cuenta de un universo de los textos del que a él le toque impartir clases tomándolos como objetos de la cultural por dentro de la cual se encuentra inscripto como integrante, frente a la cual le guste o no ya ha tomado partido de antemano. Y frente a la cual estará dispuesto a cambiar de punto de vista o a regañadientes impartir puntos de vista con los que sus convicciones no comulgan. Para su abordaje será primordial manejar dichos saberes. Dicho metalenguaje. Ejemplos concretos preliminares, documentarse mínimamente acerca de la bibliografía más elemental.

Debo confesar que tampoco soy una autoridad en poéticas del colectivo LGBTQ. Pero a algunos autores y autoras sí los he leído en su totalidad. He escrito sobre algunos de ellos (sobre todo argentinos). He procurado reconstruir algunas tramas silenciadas, en ocasiones y he podido apreciar de modo descarnado Esas mismas tramas como las tramas del dolor social. El tema relativo a estudios sobre la mujer siempre estuvo mucho más admitido. Es en el que más he profundizado por razones que nada tuvieron que ver más que con oportunidades que se presentaron (pero que por algo se presentaron esas y no otras) e inclinación e interés por el tema hacia la época en la cual me formé en estudios de posgrado. Pero lo cierto es que se trata de todo un corpus que desde el orden de las políticas del texto deben realizar un trabajo del texto, un trabajo del texto que significa un alto grado de revisión de paradigmas porque van a contracorriente del hegemónico.

Lo hacen para ser admitidos en el universo de los discursos sociales, tarea que no resulta nada sencilla. Para ser legitimados y para circular por el universo social de los signos. Imagino la presencia opositora a estos discursos sociales. En la imaginación social no cuesta encontrar figuraciones de un heterosexual machista descalificando a alguien perteneciente a las minorías sexuales. Sencillamente porque está naturalizado que no sean aceptados en el universo de las representaciones sociales. Y, en los peores casos, políticas persecutorias o de exclusión de contenidos en Universidades o bien más ampliamente en el seno de cualquier ámbito social vinculado a la educación o de índole formativa. No solo la superior, que es la que debería estar, pese a todo, a la avanzada. Esa solicitación de estar a la vanguardia es un esfuerzo vano. La política de los textos que circulan en el seno de las Universidades está tramada según patrones organizados en torno de políticas del texto que no son inclusivas de la diversidad sexual de modo protagónico. La sitúan en un margen cuando no en un ocultamiento o bien escatiman esas voces a su alumnado bajo un manto de silencio, en caso de que efectivamente hayan tenido acceso a ella.

Regreso a la política del texto y a la política de la representación.  ¿Puede esperar una autorrepresentación y una autodesignación una persona perteneciente a una minoría sexual? En primer lugar todos sabemos que pertenecer a ese grupo supone la denegación, como dije de su condición de semejante por parte de buena parte de los heterosexuales. De modo que la política del texto de una minoría sexual será compleja porque seguramente será puesta en cuestión. Será difícil. Como mínimo resistente al estado de cosas vigente más conservador, que legitima un cierto tipo de representaciones ligadas al género. O bien se la marginará desde un repudio que termina incurriendo en indiferencia. Una indiferencia que se sabe tramposa sin embargo. Una indiferencia que sabe que no ha dejado de lado un discurso social por falta de interés sino por rechazo. Donde, en los hechos, hay entonces mala fe.      

Desde la política del texto mi posición es tomar posición. Debe existir un nombre y debe existir una política del texto de las minorías sexuales. Y debe existir una autorrerpresentación y una autodesignación. Nadie tiene derecho de acallar a un semejante o de eliminar su discurso implementando una política del silencio en contra una política del texto. Negándole la voz. Negándole la posibilidad de crear y recrear mediante el discurso. Por el solo hecho de pertenecer a una minoría sexual. Y nadie tiene el derecho de no admitir una representación literaria de un deseo que no sea el propio por un motivo arbitrario como tal: que no reproduzca el hegemónico. La posición que propongo es la de la política de la representación porque efectivamente existen estos sujetos y existe este deseo. No me estoy refiriendo estrictamente al deseo sexual sino al deseo que va mucho más allá del deseo de un cuerpo. Sino del deseo de un encuentro entre la posibilidad de ser y posibilidad de hablar de quien uno es públicamente sin ser avergonzado ni escarnecido ni perseguido. Por lo tanto corresponde que exista una política del texto, capaz de ser enunciada, aceptada y circular libremente por el espacio social generando distintos tipos de experiencias sociales en directa relación con las minorías.

Pero muy en especial soy partidario de la de la autorrepresentación. La expresión del propio universo del texto que es el que da cuenta de un deseo, de un tipo de relación entre los cuerpos, de un tipo de vínculo amoroso que no será el mismo que el heterosexual. Y la decisión es la de la intervención en el texto desde una representación del deseo tal y como ese deseo se presenta. Este punto me resulta crucial. En lo posible, procurando hacer la mejor literatura. Tanto en ficción como en textos argumentativos. De eso se trata la poética. Ni más ni menos que eso. No de cerrar la posibilidad de emitir significados sociales. No la de cerrar la posibilidad de emitir o crear discursos. No desde impedir una política del texto en una circulación fluida por el universo social. Sino la de hacer circular los signos en el seno de la subjetividad para dar a luz una política del texto fiel al propio deseo. De lograr la excelencia en orden a producir textos que en tanto que discurso social (literario para el caso) aporten a la comunidad significados sociales que la nutran de puntos de vista antes innominados. También que por supuesto la informen, la vuelven visible para que aquello que se desconocía de pronto comience a circular por el universo de todos los deseos de todos los sujetos. También para que ello se traduzca en eliminación del prejuicio. Por el universo del deseo en general. Porque de otro modo estamos hablando de un tipo de sociedad desinformada respecto de sí misma. De una sociedad unívoca desde el punto de vista del deseo y de los significados sociales que mediante representaciones sociales solo dan cuenta de una sola clase de socialización.

De modo que las cosas están claras. Se trata de hacer circular representaciones sociales del semejante que participa de otra clase de deseo. Por lo tanto, que lo representará mediante otra clase de manifestaciones. Así, la sociedad estará, por fin, al tanto de cómo está compuesta en su completitud. Pero también ¿por qué no llegado el caso de iniciativas disidentes? Un texto no puede ser desautorizado en la escena de la producción, de la recepción o de la circulación por motivos sin fundamento. Dudo mucho de que exista alguna clase de impedimento para que alguien perteneciente a una minoría sexual pierda la capacidad de expresión. En todo caso, le será cercenada. Le es quitada. Este punto resulta clave porque pone el acento en lo que ese discurso social acallado puede y debe hacer. En una cierta clase de admisión de discurso social que no pide permiso para existir sino que de hecho irrumpe. De eso se trata. De que el texto irrumpa.

Sea atendido o no lo sea.  A una demanda a la que el deseo heterosexual exige se ajuste. Se trata de que sea escuchado o no lo sea. Pero sí sea respetado. Y de que sí circule. Para que tengan acceso a él quienes así lo deseen. Miembros de las minorías o heterosexuales interesados y desprejuiciados. Y a partir de allí sí, desde la condición de semejantes, comenzar un diálogo definitivo y fecundo que con sentido de apertura, a partir de un sistema de ideas abierto, genere producción de significados sociales de índole constructiva. Y, de una vez por todas, en armonía. Sin confrontaciones innecesarias producto del afán denigrante. Se trata, de una vez por todas, de hallar un concordia sin la cual cualquier clase de texto será inaudible para otros, de desinterés para otros, en conflicto entre ambos, en una batalla tan inconducente como impropia de la mayoría de edad y de una ciudadanía pluralista y resposable.

NOTA: Cuando en este artículo me refiero a los heterosexuales como foco de exclusión e intolerancia, no pretendo con ello incluir por dentro de esa categoría a heterosexuales que de modo señalado han demostrado mantener una relación abierta de inclusión con las minorías sexuales. De modo que bueno sería a la hora de que quien este artículo lea se encuentre con esa mención, comprenda que me estoy refiriendo al estereotipo de heterosexual machista patriarcal. Las excepciones son cada vez mayores. Y naturalmente las minorías sexuales asisten a ellas con agradecimiento y apreciación de su la aceptación de la diferencia.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Se graduó como Profesor y Licenciado en Letras en 2005. Y se doctora en 2014 como Dr.en Letras, todos grados y posgrados en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 edita su libro “Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas”, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, “Melancolía” (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía “Reloj de arena (variaciones sobre el silencio)”. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos obtenidos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Escribió un cortometrabaje que permanece inédito. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores y autoras de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Se vio beneficiado con premios y distinciones internacionales y nacionales. Se formó en los talleres de escritura creativa ejercida por María Negroni, Leopoldo Brizuela, Gabriel Báñez (de quien se siente discipulo sobresaliente) y, el más reciente, en Buenos Aires, con Susana Szuarc.