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En esta reseña vagabunda, hablaremos de un título acorde con las fechas: Rey Jesús (Edhasa), de Robert Graves. En esta novela histórica, tan controvertida como leída a lo largo de los años, el escritor irlandés desarrolla una hipótesis que, al no poder ser comprobada a través de la rigurosidad histórica, se convierte en el eje de una ficción: sostiene que, si quitamos las capaz de barniz y los retoques que con el paso del tiempo han ido empañando la historia original, se advierte que Jesús era el heredero legítimo del trono de Herodes el Grande.

A través de una narración atrapante, que refleja una exhaustiva contextualización histórica (no olvidemos que Graves figura entre los grandes estudiosos de los mitos griegos), Rey Jesús es una novela que revive la historia de un icono que marcó la historia humana, independientemente de la adscripción religiosa que se tenga (o no se tenga), desde un ángulo apegado a la racionalidad.

El escritor irlandés nos menciona en su comentario histórico al libro: Para escribir una novela histórica por el método analéptico -la recuperación instintiva de hechos olvidados mediante una deliberada suspensión del tiempo- uno debe adiestrarse para pensar enteramente en términos contemporáneos. Se logra esto con mayor facilidad personificando al supuesto autor de la historia, que tiene una función muy similar al de una figura cuidadosamente vestida situada en primer plano en un dibujo arquitectónico para corregir errores de apreciación acerca de las dimensiones, la fecha y la localización geográfica. He elegido ser el portavoz del anciano Agapo el Decapolitano, que escribió en el año 93 d.C. y no el de ningún otro más próximo contemporáneo a Jesús, porque las divergencias entre la tradición sinóptica y lo que parece ser la historia verdadera exigirían el comentario explicativo de la política de la Iglesia después de la caída de Jerusalén.

En dicho comentario, Graves también explica que su obra no tiene la intención de ofender a los católicos ortodoxos, que pueden considerar su novela como irreverente.

Respecto a lo central de su propuesta: el nacimiento de Jesús, el escritor menciona: Mi solución al problema de la natividad de Jesús implica el rechazo de la doctrina mística de la virginidad de María, y por lo tanto ofenderá a muchos cristianos, aunque de esa doctrina no existen huellas anteriores al siglo II de nuestra era. Su valor como forma de afirmar la divinidad de Jesús y de glorificarlo al igual de los dioses paganos fue observada por primera vez por Justino Mártir (139 d.C.); y su utilidad para absolver a los cristianos primitivos de una grave sospecha -la de intentar restaurar la dinastía davídica- procede claramente de las persecuciones de la casa de David de los emperadores Trajano y Domiciano.

La osada teoría del milagroso nacimiento de Jesús -continúa Graves- jamás habría sido propuesta si no hubiese habido previamente in misterio vinculado con su filiación. Debe haber parecido la única forma de armonizar dos tradiciones contradictorias: la de que José no era el padre de Jesús a pesar de su contrato de matrimonio com María (Mateo I. 18-19), y la de que Jesús jabía «nacido bajo la ley» -esto es, legítimamente- «para que pudiera redimir a quienes estaban bajo la ley» (Gálatas IV. 5).

Hemos recuperado mucho del sustento hipotético que alienta la novela de Graves, pues en cuento a la narración de la obra en sí, no hay mejor manera de hacerlo que leerla en directo.