Laguna de Lobos, Argentina. Fotografía: Celina Ortelli

Propuesta interdisciplinaria entre Celina Ortelli (fotografía) y Adrián Ferrero (escritura)

Primero Sueño

El horizonte lentamente se ha adelgazado. Agazapado ahora, el sol languidece. Durante el ocaso, no exactamente desaparece, sino que su luz agoniza, trémula, gira en torno de una órbita color ceniza. Sus cromatismos mutan según la hermosura del lugar: sus progresos solares. Debemos llegar a destino antes de que la luna con sus rayos (siempre en silencio), con su frescura, se presente como una amenaza a la opacidad del negro (la noche y sus peligros). Sospecho que mañana por la mañana percibiremos sus colores con más detalles. El auto avanza a una velocidad que permite, todavía, admirar el entorno. Sus grietas (grietas de agua, espejo de la luna más tarde) trazan pequeñas formas. Sombras de sombras.Vestigios de más vestigios. Varios de mis amigos han ponderado este sitio: Laguna de Lobos, en Argentina. También la luna, siempre irradiando una luz ha depurado en sus confines una escenografía casi perfecta. Porque son muchas las personas quienes vienen aquí en busca de paz. Urge un lugar de reposo. El casco urbano allí es módico. El país ruidoso, que tanto malestar provoca a la urbe, se hace humo en este territorio lleno de paz. Paz en abundancia. Paz que se anhela y se logra.. Paz que como un objetivo uno se propone disfrutar de un presente despreocupadamente. Morosamente los brillos emiten con vigor chisporreteos contra el vidrio de la ventana. Hay mojones de cabañas o bien casas aisladas como si se tratara de un pueblo fantasma. Ya he estado en Laguna de Lobos. Invité a una amiga. Una amiga a la que hacía mucho tiempo no veía. Durante todo el viaje, Irina va tarareando durante esta parte del viaje una canción pegadiza ¿un tango que cantaba su padre? ¿Un tango? ¿Una milonga, un vals, una sonata, hasta llegar a sus sombras más altas? Pero no espero explicaciones o confesiones en este viaje. No espero secretos. Simplemente me limito a un recorrido en el cual nuestra amistad se profundice. De todas formas, los recuerdos comienzan aflorar, como a través de las transparencias de un  jardín de invierno que reverdece. A salvo de intemperies, las flores y plantas crecen. En ocasiones también los recuerdos se superponen como las distintas capas de un postre hojaldrado. Y resulta delicioso. El encuentro feliz entre el apetito y su satisfacción inmediata de una composición musical. Convengamos que en ocasiones nuestras inclinaciones se pierden en un sagrado misterio.  Un recipiente sin fin, una zona de promesas cumplidas o incumplidas.

     Las imágenes, la escucha, el tacto, el tajo del deseo, promueven recuerdos de una adolescentes que, de modo indeleble, dejan el testimonio de haber sido felices. Procuramos reconstruir de modo fragmentario al menos, las astillas, atomizadas por el furor del temporal que se insinúa en el horizonte. En Irina hay un miedo a las tormentas que la aterran. Los últimos residuos de un sueño o una pesadilla: pura angustia. La felicidad nos lleva de recuerdo en recuerdo. De un modo que asociativamente, se vuelve la recomposición de la voluta de un vidrio empañado. Hablando con Elena, me ha referido historias que uno no imagina sino que ha vivido con los suyos remotamente. Lo hace porque este panorama (el del viaje en auto, quiero decir), el diálogo pleno de intimidades, la remonta a otros desplazamientos suyos, por lo general viajes familiares, pero siempre fabulosos. Pese a lo que nos sucede a todos, hay entre todos varios matices.

     En la memoria desaparecen por completo ¿volverán alguna vez? ¿Volverán de solo beber un té con una magdalena? El blanco se parece bastante a la posibilidad (o no) de registrar aquello de lo que más se añora. Es que resulta tan misteriosa la circulación de nuestro cuerpo como una unidad en diálogo con .el mundo. Lo líquido y lo sólido de algunas partes de nuestro cuerpo. Se trata de algo inexorable. Pero también es algo muy anhelado. Yo le cuento a Irina anécdotas: un viaje en velero con amigos de su hermano, una expedición de pesca a Valeria del Mar, en la costa atlántica argentina. Una escapada a Barilochce como mochilero. A continuación, un viaje a Lejano Oriente y al Mar rojo. Su padre regresa una y otra vez a nuestras conversaciones (o ella lo invoca). Se le ilumina el rostro al contarme recuerdos de una vida llena de júbilo. Su madre, más distante pero siempre ocupándose de ambos hijos, también los trata amorosamente. Elena me habla de un padre inmenso, un padre que es una compañía porque pese a su fallecimiento, retornan las melodías de su bandoneón o bien un abrazo apretado en el sueño más inesperado. El modo en el que la dormía rozándole con el dedo índice la frente. Su madre es abogada, atractiva pero sin estridencias, un hermano, cuya vocación por el deporte parecería crónica, pero que no abandona su trabajo o lo cumple a desgano. 

     Después de un largo viaje hemos llegado aquí, con expectativas. ¿Un lugar de paso? ¿una parada para turistas? ¿un lugar para pasar unos cuatro o cinco días? Puede ser. Yo alimentaba la fantasía de paisajes verdes, cielo muy celeste. Incluso llegué a pensar que los días nublados y sin sol podrían resultar maravillosos. Irina había llevado un libro de Carlos Fuentes. Un autor cuyos cuentos o novelas conozco porque soy un lector fiel de sus libros. Escucho a Irina con atención (también disfruto de la buena escucha, de su relato apasionado). Podríamos decir que la lectura es una noble gratificación. Respecto del pronóstico, el meteorólogo que la radio adelanta, habrá una nubosidad variable pero sin precipitaciones. 

     ¿Creerle a los noticieros o bien desconfiar sanamente de sus promesas? La amenaza será la emoción que predomina en este día, sinfín.

Laguna de Lobos, Argentina. Fotografía Celina Ortelli

Planicies a contraluz

Entro en combustión. En mí, es algo frecuente. Me calcino de fuego, dolor y deseo: ¿No son acaso las temperaturas más potentes hasta devenir carbón o coque?. Tomo de la mano a Irina. Ella no miente cuando habla. Es desesperadamente honesta. Delante de mí jamás ha cometido una ofensa: Jamás le he encontrado un solo doblez. Desconoce la maldad. Pero sí la combate. Y esto sí hace a la diferencia. 

     Caminamos. Rodeamos la laguna hasta que en un momento nos detenemos. Irina pasa uno de sus dedos por mi cabello, que se rinden a su arte. El cabello se insubordina. Porque todos sabemos que hay un arte de amar. Ambos hemos entrado en calor. “¿Qué hacemos? ¿hacia dónde marchamos?”. Nos inclinamos por volver al hotel, almorzar, luego dormir una siesta de la que es probable que sean otros los sueños me sorprendan.

     Despierto primero. Le dejo una notita: “Voy a la laguna. Caminaré. No me esperes hasta las 20hs”.

     El paseo es ahora distinto. Camino con turbulencias dentro de mí. Turbulencias que son desapacibles. El aire está más espeso. Hay nubes de mosquitos y olvidamos traer repelente de insectos. Una avispa me pica. Vuelan las libélulas. El mosquito, las abejas, las avispas. Las ranas nos increpan en su croar sorprendente. Los insectos: nuestros enemigos. Las pasturas de Laguna de Lobos son profusas y también son peinadas por un viento que inesperadamente se desata. “A ver, a ver”, me digo. ¿Hacia dónde dirigirnos? Miro mi reloj. Caramba. Debo cumplir con mi promesa. De otro modo Irina se inquietaría o directamente sentiría miedo, preocupación. En principio, conviene buscar a Irina en el hotel. Un encuentro que no quisiera prolongar más.

     Cuando llego, Irina me hace señas detrás de los cristales del bar. Está tomando (me dice), unos scons con té rojo. Me siento a su lado. Armo un cigarrillo parsimoniosamente. Aspiro. El humo en mis interiores, en mis fosas de sensación difusa, se convierte entonces en la satisfacción placentera. Luego se esfuma.. Mantengo mis costumbres, al menos buena parte de ella, durante todo el viaje. Es la impunidad que permite ser libres en un lugar ajeno, en el que nadie nos conoce. Nuevo comienzo.

     Vamos a dar una vuelta en auto esta vez porque es noche cerrada. Cenamos dos horas más tarde.

     ¿Te acordás de nuestra primera noche juntos?, le digo. Me doy cuenta de que cuenta de que ella aspira a recuperar experiencias de una enorme intensidad. Es más: momentos ígneos que del magma de la tierra se vuelven palpables y se traducen en gratificación inolvidable. ¿Seremos capaces de recuperarlos? Se trrata de sueños, de sueños de sueños, de pesadillas, encuentros, desencuentros, riesgo, audacia, voracidad. Y si digo “voracidad” es porque de jóvenes aspirábamos a buenos trabajos con el afán de ahorrar para recorrer el mundo. Nuestros viajes distantes fueron luego, cuando regresábamos, pura nostalgia, avidez por regresar a ese copioso mapa de la vida cuando uno es tan joven.

     Con el teléfono, Irina recopilaba los espectáculos más señaladamente atractivos. Paisajes que helaban la respiración. Lo hacía con arte, de modo virtuoso, creativo y certero.

     En Laguna de Lobos prosiguió con esa pasión (confirmando con ello su pasión) de hacer acopio de imágenes para volver una y otra vez a Laguna de Lobos. Con su superficie oscura al amanecer, Irina despierta. Me nombra con palabras amables hasta que despierto. “Es un paraje impactante”, susurro. Ambos asistimos a este temporal o al menos a sus primeras fases. A sus primeras precipitaciones. En tanto yo sucumbo a su hipnótica magia. Ver el agua caer, el ruido de los truenos, la magia de los relámpagos: un titilar fabuloso. Irina toma con su celular, las ráfagas del cielo encapotado en este amanecer de Occidente.  Nubarrones, cielo encapotado. Y aguas que se agitan. Es este un despertar por completo increíblemente impactante. Me desperezo. Me estiro, en un bostezo definitivo. Se termina así mi despertar en Laguna de Lobos. Un amanecer en el que pendulo entre dos puntos: los restos del sueño (ahora duermevela, inmediata vigilia, sería mejor decir) y la observación de la naturaleza. Las resonancias son múltiples y todas placenteras. Otros viajes, otros lugares, otros climas en esos viajes. Tal vez, el recuerdo de uno en especial. 

     Le extiendo mi brazo a Irina, con toda la intención de invitarla a otra clase de deleites. Estamos despreocupados de la vida cotidiana, las jornadas laborales, el tiempo cero en el que suelen transcurrir nuestras vidas, las rutinas, las obligaciones. Admiro a Irina. Hace un curso de historia del arte, un taller de artes plásticas, escribe guiones de cine, se interesa por el diseño de ciertas orfebrerías, canta en un coro música sacra…Está, dicho sea de paso, suscripta a revistas de estas disciplinas. Tiene el don de detectar o reconstruir la belleza artística en sus diversas disciplinas. Sugiero también algo obvio: paseos por museos. De todo tipo. No solo de arte pictórico sino de fotografía, esculturas, vasijas, tallado de maderas, piezas de barro.. Búsquedas. Hasta coronar su trabajo en que ha realizado una exposición por lo pronto colectiva. Me refiero a una exposición de grabado de altos artistas plásticos. El tiempo hará el resto: las cosas decantan solas. Mucho depende de su deseo, proviene de la lectura, los ensayos, el encuentro en el que la obra va hacia el espectador en un impacto emocionante.

     Vemos este amanecer tormentoso en Laguna de Lobos. Un momento irrepetible.

“Mirá con atención”, le digo. “Este momento es para siempre”. Nos abrazamos. Afotunamente es un instante compartido. Lo que yo olvide, ella lo habrá registrado (y no me refiero a su cámara). Lo que ella pierda, yo lo encontraré. Momentos.

Laguna de Lobos, Argentina. Fotografía Celina Ortelli

Esplendor de los elementos

Hemos llegado a casa por la tarde, después de un viaje por rutas sin obstáculos ni accidentes. Estamos a salvo. No obstante, el regreso de un viaje perfecto todos sabemos que nos deja en un estado de perenne ensoñación nostálgica. Una semana en Laguna de Lobos. Más descansados pero también con el fastidio de comenzar nuevamente el hastío de nuestra vida cotidiana. Rutinas: el trabajo, la ceremonia obligada de las cuatro comidas que en nuestro caso son sencillas (pasta, pollo, frutas, postres de vainillas y yogur). Me asalta el desencanto de una mirada  a través de una ventana que da a una avenida del centro de la ciudad. Ese lugar está encapsulado alrededor de por los menos tres centros comerciales. Restrinjo lo más posible recorrerlos porque la gente parece hacer de las miradas y de la codicia frustrada de no poder comprar aquello de lo que se enamora. Rencor.

     Para quien narra esta historia (yo mismo, como podría ser otro, un narrador en tercera persona del plural o el singular por caso), esta historia que es un viaje, también es una fiesta. No resulta difícil evocar en sus aristas más secretas o de recoleto andar por entre calles populosas, lejos de Laguna de Lobos. Allí ha tenido lugar una intimidad que se profundiza. Solo dos personas la protagonizan, ignorando el entorno. Yo, como narrador, debo recomponer también con seguridad un conjunto disperso de astillas por la sencilla razón de que lo hace apenas a cuatro días del regreso, en un cuaderno de tapas color naranja. Todas las emociones, los encuentros, los acuerdos, los nudos, la memoria en forma de anillo que me recuerda por momentos la necesidad de precisión de un trapacista.Como la voluta del fuego mientras alguien prepara carne asada. Deja una fragancia inconfundible..

     Téngase en cuenta que los relojes de sol, los relojes de arena, los relojes de acero, los relojes de atronadora alarma o desmenuzado tic tac, los relojes digitales públicos, privados o bien que figuran en las pantallas de TV o bien de la radio. Los del universo digital. El tiempo no da respiro. Tan solo deslizar una palabra ya es capturada por el tiempo, presa de una resina que lo encapsulada.

     Ceno esa noche a solas (Irina ha salido con dos amigas a un restaurante que acaba de abrir). Regresa tarde, casi a la media noche. A mí ya me ha ganado el sueño. Sé (porque me lo dice al día siguiente), que me he movido de un lado a otro en la cama. Le ha costado hacerse lugar en ella porque mi posición cruzaba el colchón.  Me lo dice al despertar, con ternura, suavidad y amplia complicidad. Yo experimento la misma sensación de extrañamiento como cuando estamos habitando los sueños. Justamente, había soñado (le explico) sobre nuestro viaje a Laguna de Lobos. Laguna de Lobos evoca placer, distensión, confesiones. Intimidad.

     De modo elocuente, distrajo nuestro agotamiento del año en curso. Beso rápidamente a Irina porque tengo que estar en el trabajo al mediodía. El estrés exigente en la galería de un marchand para quien trabajo. Confía en mí para restaurar o bien retocar a algunas obras maestras que como buen ricachón, aspira a vender en la próxima subasta a un costo altísimo.

     Ahora estoy en el ómnibus. Luego de una cola de 40 metros logro subir. En mi celular guardé varias imágenes de Laguna de Lobos. Las miro. Convengamos que este es un momento para ser felices. Como de hecho así ha ocurrido, hablando con la más profunda sinceridad. Sigamos.

Este trabajo es una propuesta interdisciplinaria a cargo de Adrián Ferrero, autor de las prosas poéticas, y de *Celina Ortelli, fotógrafa argentina de la que añadimos su CV:

Celina Ortelli

Celina Ortelli nació en La Plata, Argentina. Reside en Los Bosquecitos, Brandsen, Argentina. En cuanto a su trayectoria, puede apreciarse de qué modo ha ido articulando la fotografía con las artes plásticas, empapándose la una de las otras. En lo relativo a sus estudios, realizó un taller de Astrofotografía en septiembre de 2017 en el BAF. Un taller de Lightpainting, en mayo de 2017, en el BAF. Un taller de retrato, en 2015. Y en la Escuela de Fotografía de La Plata, entre 1996 y 1998 realizó estudios de fotógrafa.  Entre 2015 a 2019 un taller de pintura al óleo, con la Prof. Carla Rivera Pereyra. En el orden de sus publicaciones se pueden mencionar fotografías en la Revista de Paracaidismo de Brasil (2003), foto de mercados bolivianos en Revista Americana JPG Magazine (2008), fotos de la Estancia La Postrera para el libro Perdón por ser virtuosa-Tomo II-Ajusticiada por AINEÉ. En el rubro exposiciones fue seleccionada por el sitio EYEEM para una muestra junto a varios fotógrafos del mundo (2011), Teatro Argentino de La Plata (Serie de retratos de Cartagena, 2015), Centro Cultural El Medio Aljibe-Imaginación Pintura Foto Arte, Exhibición de Pinturas al óleo y serie de retratos de Estambul (2017), Centro Cultural El Hormiguero (no arte). Exhibición de pinturas al óleo y serie de fotografías de la Cordillera de los Andes (2018) y Centro Cultural Don Eyler, Exhibición de pinturas al óleo (2018). Más recientemente realizó trabajos interdisciplarios en coautoría con Adrián Ferrero en textos, que fueron publicados en Vagabunda Mx. Ellos son: “Instantáneas de Los Bosquecitos, Argentina” (2021), , “Invierno en Los Bosquecitos, Argentina” (2021), “La Constelación del sur: claroscuros” (astrofotografía) (2021), “Otoño en los Bosquecitos, Argentina” (2021), “Transiciones” (2022) y “Verano en Los Bosquecitos” (2023).

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.