Obra de Amadeo Modigliani

No se trata de si van a derribarte.

Se trata de si vas a levantarte cuando lo hagan”.

Vince Lombardi.

Obertura

La historia, no por lejana me conmovió menos. Se trataba de una noticia en la sección del diario dedicada a las noticias policiales. Estar frente a un hombre que ha hecho de su vida una obra de arte (¿el arte de amar o el arte de morir?), de un pintor que trafica con imágenes plásticas, en un juego de luces y sombras, con los cuerpos (el propio y los ajenos ¿los modelos vivientes?). Las noches del poder se juegan también en las noches en las que la mala fortuna puede darnos un revés. A cualquiera de nosotros. Incluso a ti, lector, lectora de estas líneas. Pero despreocúpate. Estás a salvo (al menos por ahora, mero testigo de esta tragicomedia). Entre las páginas que leerás o escribrás, en papeles, manuscritos, existen claves para no extraviar momentos irrepetibles. Lo irreptible no es una palabra inexacta para este relato. Existe un tabique que separa lo bueno de lo peligroso. No deberías sentirte delante de lo temido. Tampoco enorgullecerte de una pasión impura que no ha sido la tuya. El juego fue peligroso para las persopas que se piensan inmortales. Porque tú, pintor, tú artista, tú simple testigo de este drama insospechado, puedes también en la celada. ¿Tienes coartada acaso?  ¿qué legado aspiras dejar luego de tu partida? Los archivos han dejado de estar archivados. Ahora, tu vida es pública (ya lo había sido antes).  

Nudos

Una gran maestra de escritura con la que me formé a mediana edad, nos explicó (éramos cinco en el taller) que no era conveniente escribir bajo el influjo de emociones fuertes. De estado de ánimo de mucha intensidad. En efecto, evitar escribir bajo el influjo del dolor, la muerte de nuestros seres queridos, el miedo a las partidas, el rabioso amor (en cuyo caso la efusión se multiplica), la tribulación de un sujeto a quienes nos confiamos como interlocutor pero también como una persona que no era de fiar. Máscaras, máscaras, máscaras. No obstante, para este caso, me arriesgaré y narraré esta historia con veracidad honesta. En efecto, es una trama que me refirió un antiguo amigo de la escuela secundaria en una reunión de camaradas. Y esta es una historia que tiene reflexión sin moraleja. Queda por supuesto en suspensión su fluir, como el polvo flotante en un rayo de sol .

   Es sabido: las personalidades públicas están siempre bajo riesgo. Un riesgo de vida o muerte. El fuego de metralla las acecha. Están caminando en un sutil hilo de seda del cual penden. Su condición ventajosa, dúctil para el crédito de su arte como depredatoria de su intimidad. Con motivo del atentado al honor, los más sensibles también experimentan la más amplia zozobra, llegando a veces al colmo del suicidio. En este caso se trató de un pintor (llamémoslo por su nombre), Aureliano, al que le habían instalado clandestinamente una cámara disimulada para grabar sus conversaciones, tener acceso a su correspondencia, a sus diálogos matinales o, como sombras esmeriladas, percibir las distintas zonas sensibles que agitaban su vida. Su arte era también su territorio más íntimo, su zona más sagrada. Sus cuadros habían irritado por su hondo contenido político, a grupos conservadores de su entorno.

     El método había sido sencillo. Sus enemigos sobornaron a su mucama. Una mujer de escasas luces pero pragmática, que trabajaba en su casa desde hacía muchos años, pero que frente a un buen fajo de billetes, golosa, desfalleció. Se dejó tentar por su anhelado paraíso promisorio (¿un crucero? ¿una casa más cómoda? ¿alhajas y relojes que toda la vida había deseado para una fiesta a la que, por fin, sería invitada?). Las promesas son muchas cuando comienzan a cumplirse los sueños. La empleada doméstica (con cierta dificultad, es cierto) ubicó tres pequeñas cámaras (invisibles pero certeras) en su dormitorio, en el baño y en el comedor de diario. Naturalmente las cámaras registraban cada uno de sus movimientos, desde que se levantaba hasta que se acostaba. El modo como deambulaba desnudo o vestido, en que hablaba por teléfono, caminaba por su casa, las socorridas escenas de un teatro negro que, de modo cotidiano, lo envolvía  como la estola de una mujer fatal.

     El protagonista de esta historia tenía condiciones artísticas superlativas. Había expuesto con un movimiento de artes plásticas a lo largo y ancho del mundo. En Estambul, en Bulgaria, en Génova, en Arizona. Pero también en NY. Aplaudido por la crítica de arte más consagrada de ese ambiente, la conquista de la mujer fue fulminante. Se hicieron amigos y los correos electrónicos arreciaron. Ella se mostró cautivada frente a su “talento invisible pero tangible a la vez”. Por fuera de ciertos placeres como la buena bebida, autos caros y viajes, Aureliano logró en cada exposición de la que participaba, enamorar a los asistentes.

     Como es natural, en esta clase de hombre que ama tanto lo que hace como da curso a sus inclinaciones, naturalmente era promiscuo. Precisamente por esta razón ofrecía un flanco atractivo. Las lentes se posaban en él como las moscas al néctar.

     Lo cierto es que las citadas cámaras lo captaron en el lecho, con toda clase de intercambios, interjecciones y personas (su “arte de amar”). Aureliano pasó de brazos de una mujer a las inclinaciones por lo jovencitos.

     La cámaras captaban su lujuria. Pero también su interjección frente a noticias en distintas charlas. El lascivo interés por disfrutar del goce. Por supuesto que al tratarse de una personalidad, el daño fue geométricamente difundido. Cuando sus enemigos tuvieron lo que consideraron “un delicioso collage”, dieron por terminado su operativo para dedicarse al bon vivant. Subieron a plataformas de Youtube o bien ofrecieron el video a revistas del corazón. También a las de chismes. Los medios masivos lucraron con este experimento ya conocido por una rémora de un programa televisivo.

     A ver: sus reacciones. Fueron sinuosas. De un primera ansiedad angustiosa hasta el llanto, pasando por la sensación de una violación que tuvo pero no tuvo lugar. Proyectado en cientos de sitios, devino una personal pública al revés: no por su talento, sino por sus transparencias, su ilimitada desazón.

     Las repercusiones en torno de él fueron también heterogéneas. Hubo quien calló pero sí murmuró en su alcoba con su esposa. Hubo quien rió a carcajadas. Hubo quien lamentó lo sucedido. Hubo quien, jocoso, rió a carcajadas compartiendo ese trozo sabroso como una chuleta de cerdo junto con un buen Malbec. En ese terremoto que afectó su vida, dos diestras cartas de notables expertos críticos de arte desde que había comenzado su lujosa carrera, le devolvieron una seguridad blindada. La cuota de optimismo que todo creador necesita, si ha caído en desgracia. Una crítica de arte de NY que había puesto su arte por las nubes, saludó su arte al día siguiente. Convengamos que sus amistades, los familiares que frecuentaba y sus colegas, comprendieron, frente a su relato, el origen del mal.

     Como mención aparte, podría decir que uno de sus primos, escritor de novelas para niños, revivió su  resuello con un ímpetu renovador. Le explicó que denodadamente ellos esperaban de él: la capacidad de transmutar lo subjetivo amargo, en diamante tallado. “¿Quién sino vos puede hacer de la roca la perlada obra transparente de un orfebre?” Por supuesto que Aureliano contrariamente a encarnizarse en iniciar una investigación para encarcelar a los responsables mediante juicios, o denuncias, eligió otra forma de respuesta, cómo diríamos, una respuesta cultural. Escribió una carta abierta que ampliamente dirigió a la comunidad (no solo artística), desde las páginas de un matutino de amplia tirada, con varias reflexiones en las cuales analizó medulosamente la relación entre impacto mediático, fama, celebridad e invasión ofensiva de la intimidad. No ocultó su shock sino que buscó el modo de una opción superadora para él.

     Un mes más tarde, la pintura tan anhelada por sus seguidores, no se hizo esperar. Volcó la energía helada del zarpazo  oscuro, en la belleza deslumbrante. En modo alguno se refirió a anécdota. Más bien se regodeó en el hallazgo de un nuevo hallazgo para la serie de retratos de la ciudad de NY (cinco estampas de sendas avenidas), el corazón de Manhatan, el rumor del juego, la intrepidez creativa, el atrapante amor por los paisajes cubiertos por la película de la luz lunar, o, por fin, el hormigueo nocturno de esas calles inciertas.     

     Paradojas de pocos: sus escritos sobre arte, contenidos en dos libros de ensayos, una breve y fugaz novela titulada Jaguar, se convirtieron en best sellers. Es más: fueron consumidos por personas que no conocían la misteriosa danza de las exposiciones o los corredores de la fama. Su novela había llegado a este mundo en un arranque de embriaguez segura luego de una temporada de largas,  hondas lecturas. Fue para él, el encuentro de una esquiva pero también insular delicia vocacional.

      Luego de aquel vendaval de furia y miedo, Aureliano posó para cámaras y entrevistas con escéptica vanidad. Lo que parecía una “pequeña muerte” era el comienzo de una vida incuestionablemente más audaz. Las galerías de arte más cotizadas de varios países de América Latina, del Viejo Mundo y de Asia abrazaron la solidez de su obra en retrospectivas a las que, solícito, accedió. Hizo sendos guiños en su más reciente exposición a la pintura de Remedios Varo, Leonora Carrington o bien la etapa de comienzos, ya madura sin embargo, de René Magritte.

     ¿Cuál era la secreta alquimia que segregaba su talento? ¿qué don o qué copioso ADN lo había vuelto me atrevería a decir que un fetiche.

     El final de esta historia sobre varios asuntos, pendientes y propios de la vida cotidiana, lo sumieron luego de la fiesta, en espacios de riguroso amor por velar por un las rosas chinas en su jardín, una vida consagrada frugalmente a unos pocos deleites, como el del buen vino tinto, las comidas con frutos del mar y el inmenso placer que le prodigaba el incendio de la pintura. Su pincel era de oro y fuego. El pintor se consumía en su propio fulgor. Este fue un efecto que algunas artistas de otras disciplinas suelen reconocer en sus colegas más dotados. En algunas oportunidades había soñado con convertirse en relojero (sabía de esos dispositivos que miden lo sublime o lo invisible). Otra de sus fantasías consistía en ser encuadernador de libros antiguos, renovándolos con novedoso brillo. Si gozaba de celebridad en las artes plásticas, también era un secreto y revelador artesano con inquietudes intrépidas. Según palabras de una de sus primas, Aureliano fue un “hombre de cierto pudor modesto y de inclinaciones simples pero auténticas”. Algo había de eso, en este hombre que había sincerado en su obra su universo tonal.

      Esa cámara oculta en su dormitorio

     El episodio de la grabación de su vida por capítulos en un video fue otra forma de descubrir el encanto que para muchos tiene el morbo. Luego de un par de años, supo que estas cosas suceden. Suceden a veces. Es lamentable, pero suceden. El triunfo de un cierto mal a manos de inescrupulosos resonó en él como la apertura de una puerta a otro cielo.  

     Cierta tarde me invitó a beber un cognac a su casa. Me acomodé sobre la barra de su living y me preguntó: “¿Y? ¿qué pensás de todo esto?”. Repetí dos veces, dejando la línea delgada de un suspiro: “Nada”. “La nada”.

    La historia culmina (quiero decir, la biografía de nuestro Aureliano) en un episodio no menos culminante. Un hombre ya viejo, que apenas puede caminar. Un día se pone frente al reflejo del espejo del baño. Se afeita. Lo hace cuidadosamente. Lo hace como si fuera una ceremonia. En ese preciso momento tiene una revelación. El clima en ese suspendido instante, lo encuentra todavía vital, entero, tranquilo. Huye de pronto todo afán dañino que pueda recordar. Escucha entrar a su casa a su  sobrino Demián (tenían llave) junto con su hermana  Elena. Ellos miran al unísono, se le acercan, alborozados. Lo descubren en su ceremonia y esperan en el comedor. Aureliano se dirigió hacia donde están ellos. Sonrieron con infinita bondad los tres. Con infinita felicidad, con infinita simpatía, con infinita pasión por la vida. En ese instante su interior deja de dar señales de vida y cuan largo es cae al piso. El final de esta trama bien podría ser el comienzo de otra. Porque cuando los vientos de la tierra y la furia del aire rebelde lo hicieron partir, entonces con esa misma claridad celeste la resolana de la ventana de agitó como el adorno de una cinta brillante de un árbol navideño.

     Un día exactamente antes de morir, había pintado un autorretrato con ecos de Modigliani, que, como el cuento de Edgar Allan Poe, “El espejo oval”, lo consumió e iluminó en una antorcha de luz y nobleza. Fue encontrar, el día antes, de morir, el nombre de su destino.

 

“¡Cut!”

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.