Sucesivamente iré mirando el reloj para chequear el lugar en que me encuentro. También la temporada del año. Sé dos cosas: la diferencia horaria entre EE.UU. y Argentina es de una hora reloj. Y cuando aquí es invierno allí es verano.
Estoy en casa. En La Plata (Argentina). Pero en verdad estoy a punto de entrar a su despacho de la Universidad de la Universidad de Maryland (o eso intuyo al menos, dadas las circunstancias). Y sin embargo yo no resido ni he ido jamás a la Universidad de Maryland, en EE.UU. Tampoco la he visitado nunca. Solo la conozco por fotografías (todas muy bellas). Me divido entonces dos egos. En casa, hoy son las once y media de maña. Un día soleado que me entibia de este invierno cruel. Cruel porque las manos quedan rígidas por el viento helado. Duelen. La Plata está vestida de invierno. La Universidad de Maryland es puro sofoco. Aún así estoy en Maryland, abandono el territorio de mi casa ¿qué me ha traído a Maryland? Me han hablado de muy buenos estudios de posgrado. ¿en estudios latinoamericanos? ¿en torno de algún país de América Latina? En EE.UU. y en otras partes del mundo (los europeos), los argentinos pertenecemos a los “Latin American studies”. Para ellos, en cambio, sí existen la literatura española, literatura francesa, literatura norteamericana. ¿Permaneceré en Maryland o me marcharé ni bien tenga la entrevista que estoy a punto de narrar en tiempo presente en un despacho u oficina.
Vacilo entre entrar o permanecer afuera, en el más absoluto silencio, para no perturbar su trabajo, que me imagino copioso y de mucha intensidad. Para mis adentros, mediante asociaciones libres, cavilo en torno de varios temas que me han quedado pendientes. A ver: una reseña sobre el último libro de Liliana Bodoc. Luego una relectura de Héctor Tizón. Otra de Angélica Gorodischer. Y otra de Reina Roffé. Pendientes para leer, no para investigar. He estudiado tanto a lo largo de mi vida, con tanta pasión, que es hora de tomarme un breve respiro. Eso sí, tomo la precaución de dejar trabajo adelantado con las revistas con las que colaboro. Me digo que partiré de Maryland en escasos tres o cuatro días. Con Saúl Sosnowski desde 2005 hasta este 2022 en tiempo presente, venimos trabajando ininterrumpidamente no en cualquier cosa sino que seré muy concreto: mis colaboraciones para su revista Hispamérica, Revista de literatura de la cual él es Editor. Para mí es puro deleite la posibilidad de hacer lo que más me gusta, aprendiendo de los grandes autores. Siempre, aun siendo docente universitario, me consideré estudiante crónico, vitalicio, perenne. Y un trabajador que lee a la par que escribe y publica. ¿Puede un doctorado acaso ser la garantía de mis saberes actualizados, por ejemplo cuando llegue a mis sesenta años. Esto siempre me pareció un irrisorio. Yo puedo haber sido un formado estudiante de doctorado, haber defendido su tesis con éxito.. Y luego jamás haber vuelto a consagrarse a la literatura ¿Por qué no? Tal cosa no es imposible. Se trata, en los hechos, de un diploma que no ha sido sostenido en el tiempo. Hasta bien avanzada una carrera que pasa a dar un giro.
En la revista de la cual él es Editor también he firmado reseñas de novedades bibliográficas o de cine para otra de EE.UU. Sobre libros argentinos (que ganan por mayoría) y latinoamericanas. Notas sobre un autor o sobre un libro. Incluso sobre tres autoras. Pero en los últimos dos años he descubierto que mi gran vocación, mi gran pasión, para la que más preparado estoy es este género que se construye a dos voces: mis encuentros imaginarios con escritores, escritoras y músicos (varones y mujeres). Una forma ¿de la no ficción? ¿de la autoficción? Esta revista suele publicar entre una y dos entrevistas anuales a escritores (no imaginarias sino reales). A autores y autoras en actividad. Como les decía, soy un hombre que ha sido educado en la seriedad, el estudio en carácter de obstinado hasta lograr mi meta. Una meta que según pasan el horizonte va mutando. Sea cual fuere ella, me propongo dar un paso más allá en mi escritura. El objetivo es algo difuso, primero, luego se vuelve nítido. Pero si tuviera que definir este anhelo diría, sin demasiadas vueltas, que consiste en ser exigente en mis producciones creativas o relativas al estudio. Cruzarlas. Y si uno indaga en ellas con cierta profundidad, se verá que ponen en cuestión categorías sobre las que teníamos absoluta certeza. De Rodolfo Walsh y Truman Capote, entre otros, he tomado formas que evidentemente desmantelan categorías tranquilizadoras. Son investigaciones creativas. Consisten en ver el modo en que los estudios literarios se cruzan con la escritura creativa. Conceptualizaciones en torno de mis investigaciones se vuelven sobre mí mismo y mi escritura, permitiéndome explorar hacia nuevos horizontes creativos. Deslindar qué es lo referencia y qué es un referente imaginario (si es que tal cosa existe ¿no toda referente lo es acaso cuando leemos toda clase de textos ficcionales? Dejo la pregunta en el aire, dibujando con el dedo la palabra “referente”.
Como les decía, me mantengo entonces por fuera de la puerta de su despacho. No golpeo pero lo escucho de pronto hablar por su teléfono, de modo elocuente. Tanto puede ser el celular como un interno del fijo. Me inclino por el teléfono fijo, inmóvil, con muchos botones que a uno lo intercomunican hasta con los grandes académicos del mundo entero. Por ejemplo: si no hubiera fallecido, Edward Said. ¿Por qué no? Es algo plausible, si bien él no se había consagrado al estudio de la literatura de América Latina. Respetuosamente no me acerco para escuchar la conversación. Entiendo que es un diálogo privado. No sé. Saúl Sosnowski es de esas personas que inspiran confianza. Seriedad en el trabajo. Garantías en el sentido ético de esas palabras. Tiene experiencia como Editor y como lector profesional. Y, dadas las circunstancias, honestidad intelectual. Si uno habla con él es una personalidad imponente pero humilde. No se trata de una persona ni solemne ni grandilocuente. He asistido al espectáculo de algunos sujetos que comienzan a hacer un listado de sus publicaciones, de su doctorado y también de sus viajes por el mundo con motivo de una carrera que se mira en el espejo de modo narcisista. Y ya sabemos lo que le paso a Narciso. Saúl Sosnowski es una persona que inspira respeto. Un poco (en su dimensión más mundana), por su altura. Pero en realidad porque en mi imagen cuando él abra la puerta dentro de unos momentos (¿o abriré yo la de mi casa en la ciudad de La Plata, Argentina, donde resido), se percibe su diplomacia, su aplomo, su posición frente al orden de lo real que no es vacilante sino segura. Sus reflejos son rápidos, es resolutivo, su palabra cuando habla es certera. Pero sobre todo, es expeditivo y partidario de la brevedad. Yo estoy en sus antípodas. Suelo escribir poemas largos, emails extensos. Sosnowski para zanjar discusiones de dos estocadas certeras, cierra una o lo abre hacia preguntas trascendentes en el universo de nuestro campo de trabajo y de estudios.
Mis manuscritos van hasta su oficina, es decir, viajan de La Plata hasta Maryland, luego regresan mágicamente adoptando la forma de su revista/libro. Se trata de una revista exquisita. Nuestro trato ha sido siempre en buenos términos. Solo recuerdo una oportunidad en que frente a una frase mía que evidentemente era imprudente, él me escribió un correo que no era en absoluto agresivo pero sí firme en sus aseveraciones. Dejó en evidencia que mi intervención había sido poco feliz, no era tampoco ni necesaria ni acertada. Fue un intercambio sin embargo en el que él demarcó un territorio. Ese territorio indica que frente a ciertos hechos, él sabe poner un límite o despejar situaciones intrincadas. Lo cierto es que ahora estoy frente a la puerta de su despacho. Ha dejado de escucharse la conversación que mantenía con un interlocutor. Presumiblemente un académico o una Profesora de estudios latinoamericanos. La charla se desenvolvía en buenos términos. Quiero decir: no había un tono de álgida discusión entre él y su interlocutor o interlocutora. No subía el tono de voz. En este preciso momento no alcanzo a distinguir si es varón o mujer su interlocutor o interlocutora. No importa. Para el caso no resulta relevante. Son solo unos minutos de intercambio entre él y la persona con la que está hablando.
Caigo en la cuenta de que estoy en La Plata, con tanto frío que he encendido el aire acondicionado en su opción “heat” o caliente para calefaccionar mi escritorio. El aire acondicionado de inmediato comienza a a templar el ambiente. Tengo un té a mi lado. El que circularmente preparo todas las mañanas, luego del desayuno. Un té Earl Gray. Estoy escribiendo sobre este encuentro que tuvo lugar pero nunca lo tuvo. Si bien ha habido efectivamente dos encuentros en Buenos Aires y uno en La Plata, de naturaleza empírica, constatable. Después de este vaivén de la Universidad de Maryland hasta mi estudio en La Plata, ahora estamos en la ciudad de Buenos Aires. “¿Y qué estás investigando ahora?”, le pregunto curioso, mientras tomo mi café (él está tomando un té con limón). Me responde que a José Asunción Silva y acaba de concluir un paper para un congreso (presumiblemente de latinoamericanistas) sobre su novela Casa grande. “¿Y Cortázar?”, le pregunto esperanzado. “Cortázar siempre”, agrega. En tanto yo escribo desde los arrabales del mundo, sobre autores y autoras que allí residen, desde una ciudad periférica, marginal, envío mis colaboraciones al corazón del imperio. Me pregunta por mis días en La Plata. Le explico que sin sobresaltos. Llevo una vida tranquila, consagrada al estudio y la escritura (como este encuentro que ustedes están leyendo ahora, desde Argentina a México. Y una vez publicado será leído en España, el resto de América Latina. Le narro helados inviernos en La Plata. Este en particular que hace doler los dedos de las manos.
Y ahora mientras bebo mi té Earl Grey de pronto Saúl Sosnowski se hace presente en mi estudio. Literalmente se materializa. Tengo mucho sueño. He madrugado para escribir. O, no, mejor: he madrugado y me he puesto a hacer lo que más me gusta en la vida. Que da la casualidad consiste en escribir. Me refiero en lo relativo a mi vocación. Claro que hay muchas cosas que están por encima de la escritura. No las menciono, se sabe.
En la revista de la cual Saúl Sosnowski es Editor yo he publicado entrevistas a casi todas las mejores escritoras argentinas. A varios escritores argentinos. Muchas, muchas reseñas. Algunas notas como por ejemplo una sobre Saer, otra sobre Ana María Shua, Alicia Steimberg y Angélica Gorodischer, que era un trabajo sobre literatura y dictadura militar argentina de 1976/1983. También en la revista el año pasado, 2021, le envié una colaboración muy especial: una entrevista a Ricardo Piglia que desenterré del año 1999. Una entrevista remota. Recuerdo su satisfacción al enterarse de que iba a enviársela en carácter de exclusividad inédita para Hispamérica. Yo sabía que esa entrevista iba a ir a Hispamérica por la estima que le tengo a Sosnowski pero también porque muy probablemente Piglia hubiera elegido (esto fue lo que pensé y ratifico ahora) esa misma revista para que su voz se hiciera escuchar, reverberando, en un diálogo en el que agucé mi capacidad de escucha. Lo dejé manifestarse libremente. No interrumpí sus respuestas en momento alguno. Porque ahora estoy con Piglia. Recuerdo su departamento de Buenos Aires, y otras dos veces que lo he entrevistado. Escuchada tantos lustros después, me gratifica mi condición de oyente. Una entrevista en la que quedó puesta de manifiesto su superioridad (una eminencia) y mi ignorancia (un aprendiz) en temas de teoría literaria por entonces. Y yo lo he entrevistado en 1999. Y ahora, como les decía, estoy con Ricardo Piglia en medio de la entrevista. El contestador automático no deja de sonar. Y él me pide que haga caso omiso de su sonido. Pero ahora estoy en lo de papá que tiene una casettera doble donde yo pueda escuchar la voz de Piglia. La escucha fluyó libremente, sin dificultades, porque mi hermano Diego la ha digitalizado. Pero la he desgrabado yo mismo, tipeando en mi Notebook. Y luego se la he enviado a Saúl Sosnowski. Imagino su sorpresa al leer mi email en su bandeja de entrada. . Di muchas vueltas antes de desgrabarla. Sobre todo porque recién tuve la grabación digitalizada por mi hermano. Saúl Sosnowski me envía pocos días más tarde la entrevista para que la lea antes de definitivamente mandarla a prensa. Lo que hacía la inteligencia de Piglia era volver pensamiento teórico cada cosa que tocaba. Verifiqué que incluso sabía de Psicoanálisis.
En un momento, desde afuera del despacho de Sosnowki en esta mañana tórrida logro escuchar el sonido del teléfono, alguien que atiende y distingo su inconfundible timbre de voz hablando en inglés (lo que para mí, viviendo en La Plata, no es frecuente). En un momento alcanzo a escuchar la siguiente frase: “Oddly enough, Silvina Ocampo and Juan Rodolfo Wilcock wrote a drama”. Se me hiela la respiración porque yo tengo ese libro. Y ese libro me gusta mucho.
Pero no quisiera seguir saltando de espacio en espacio. Es el vértigo, el reloj de arena que alguien da vuelta. Porque nunca estuve en Maryland “¿Pero cómo puede ser, Adrián, cómo se entiende esto de dialogar con alguien a quien nunca visitaste en su despacho, en un país al que jamás visitaste?”. Naturalmente que se trata de una pregunta inquietante. Pero es una pregunta para la ficción, no para mí. Yo simplemente estoy detrás de la puerta de su despacho porque leo en letras imprenta mayúsculas “DR. SAÚL SOSNOWSKI. CENTER OF LATIN AMAERICAN STUDIES”. Yo he conocido a varios profesores de literatura latinoamericana porque he publicado artículos o entrevistas o cuentos o reseñas en otras revistas académicas de EE.UU.
Cuando Saúl Sosnowski termine de hablar por teléfono yo tendría que poder golpear con los nudillos, con tranquilidad, la puerta para saludarlo, cruzar algunas pocas y contadas palabras y seguir mi camino rumbo a la Biblioteca de la Universidad de Maryland. Conjeturo que algunas revistas Hispamérica con colaboraciones mías debe de haber entre sus estantes. Es que ha pasado tanto tiempo. Mi hija tenía cuatro años cuando por primera vez le envié a él una colaboración para su revista. Presumiblemente la nota sobre Shua, Steimberg, Gorodischer. Un trabajo que a él le gustó. No sé bien por qué. “La vida es un relámpago”, me digo. “Dura instantes”.
Es que me he acordado del departamento donde vivía con mi hija y su madre. Y me he sentido aliviado pero también experimento la nostalgia propia de todo adiós. Saudade. Ahora vivo en una casa, no en un departamento Ya mi hija tiene 20 años. Estudia Psicología en la Universidad Nacional de La Plata, la misma en la que yo me doctoré en Letras. Y he cruzado los dedos porque Emilia no fuera alumna de la carrera de Letras ni tampoco escritora. Afortunadamente así fue. Eligió hacer su propio camino. Hacer tabula rasa. Cambiar de disco rígido.
Nuevamente escucho el teléfono que Saúl Sosnowski cuelga. Lo cuelga de modo elocuente. De lo que deduzco que ha hablado una conversación que no fue amistosa. Ha sido una conversación en la que su cuerpo y su voz estuvieron atravesados por tensiones. Es el tipo de trato cotidiano que él debe de mantener con colegas, con colaboradores de la revista, con sus asistentes, con alguna autoridad de la Universidad que lo llama. Con un becario que está dirigiendo. O con un tesista de literatura latinoamericana. Corresponde que sea cordial. Pero también sucede en ocasiones que alguien nos hace perder los estribos o dice algo fuera de lugar. “¿Quién triunfa?”, me digo yo. Y respondo “Triunfa el que tenga más dominio de sí mismo”.
Nuevamente estoy a punto de golpear la puerta con mis nudillos y lo escucho hablar ahora en español. Naturalmente que no me pongo a escuchar a través de la puerta, lo que sería una indiscreción o incluso un gesto de pésima educación. Pero él habla vigorosamente. No está enojado. No es un tono ni de ira ni de contrariedad. Pero es una especie de diálogo que discurre en términos serios. Sin sentido del humor. Tampoco recuerdo risas en ese mundo/despacho de Saúl Sosnowski. Si bien él sí tiene sentido del humor.
En nuestros vastos intercambios de Norte a Sur nos hemos permitido el humor, claro que sí. Y cuando él ha evaluado mis manuscritos ha sido exigente. Pero sabe que suelo ser prolijo y, en particular, perfeccionista. Procuro ahorrarle trabajo a la gente cuando trabajo. Trato de que mi colaboración no produzca trabajo extra a un Editor. En este caso para una revista académica. Raramente envío un manuscrito con erratas. Y también mis entrevistas procuro que no sean las convencionales. Pero sí que profundicen. A él le queda una decisión por tomar: en qué lugar de la revista ubica mi colaboración o si la posterga para otro número (no resulta atinado repetir a los colaboradores de un número para otro sino espaciar sus participaciones o intervenciones en la revista). La última que publicó de mi autoría fue una entrevista a la narradora Inés Fernández Moreno. Una escritora sencillamente encantadora, impecable cuentista, que cuando hicimos la entrevista se comportó muy bien conmigo, además de encontrarla llena de simpatía. Ella tiene sentido del humor. Los libros de Inés Fernández Moreno han sido providenciales para mí. He aprendido a narrar los míos en buena medida gracias a sus reflexiones en una entrevista previa a ella que también salió en Hispamérica. Y luego lo he ratificado leyendo su producción en narrativa breve. También su novelística. Las cosas son de este modo: sé que Saúl Sosnowski es una persona que valora mucho su literatura. Eso por un lado. Por el otro, doy por descontado que ella valora mucho la revista en la que han salido por dos veces (contando esta última), las entrevistas que le realicé. Tengo muy asociada a esta autora a mi trabajo porque me dijo las palabras que necesitaba escuchar en el momento necesario. Le escribí diciéndole que estaba reuniendo las entrevistas a autoras argentinas para un libro. Se me notaba atribulado.. Y ella ¿saben lo que me contestó? “Por fin te decidiste” ¿Qué escritor o investigador se negaría a hacer un libro después de escuchar semejantes palabras de una mujer inteligente? Ella estaba diciendo “sí” a un proyecto que podía interesar a otros personas. No solo a ella integrarlo. Y además estaba diciendo que valoraba esas entrevistas. De modo que esas cuatro palabras fueron precisas, afirmativas y avalaron un trabajo por entonces sobre el que no pisaba sobre seguro: dubitativo.
Saúl Sosnowski ha atendido nuevamente el teléfono pero la conversación es breve. Como si alguien le hubiera anunciado que algo inminente iba a suceder o alguien iba a llegar. O alguien daría una conferencia. Yo no me he anunciado. Simplemente he recorrido los pasillos de la Universidad, todos son muy luminosos, con meticulosidad, he sido muy escrupuloso en esa recorrida porque descubrí solo su despacho en esa maraña de escaleras, como un cuadro de Escher. Mi ¿hotel? Mi ¿departamento alquilado para pasar estas dos semanas en EE.UU.? ¿lo habré hecho con la idea de cursar un seminario en la Universidad de Maryland? ¿dónde vivo? ¿dónde estoy? ¿cuál es mi objetivo al pisar suelo académico?
Ahora no lo escucho hablar por teléfono. Escucho el tecleteo de una computadora que avanza a gran velocidad. “¿Qué estará escribiendo?”, pienso. “¿Un paper o una carta? ¿un artículo o un email a un colega? ¿recibido colaboraciones para los que esperan su revista durante el año, de otras universidades además de la propia? Luego escucho que una silla se desplaza, como si él la corriera para moverse cómodamente en el despacho. Y veo que abre la puerta una mano que resulta ser la suya y aprieta la mía, dándome la bienvenida.
“¡Hola Adrián!”, me dice. “¿Tuviste que esperar mucho ahí?”.
“Bueno, a decir verdad, ¿cómo diría? (miento para no preocuparlo). Estoy aquí hace unos pocos instantes. Me imaginé que estarías trabajando sin un minuto libre. No iba a perturbar tu trabajo”.
“Para mí no hubiera sido ninguna molestia”, me contesta con su habitual cortesía.
Luego me hace pasar al despacho.
“Te quería mostrar la última Hispamérica, en la que aparece tu entrevista a Inés Fernández Moreno”.
“Gracias”, le contesto con una gran alegría, pero también sin quitarle tiempo.
Hablamos un rato. Me dice que a la noche cenemos en un restaurante vegetariano que hay cerca de la Universidad. Y yo en ese preciso momento me desvanezco porque en ese vaivén si bien tengo presente su despacho en verdad estoy en el estudio de casa. Es un péndulo que me transporta. Tiempo, espacio. Por corredores, pasadizos o túneles cambian.
He leído varios libros de Saúl Sosnowski, además de Estudios Preliminares: un libro sobre Borges y la Cábala. La búsqueda del Verbo, edición príncipe de 1976, que conoce reediciones. Su libro La orilla inminente sobre escritores judeo argentinos. También leí otro titulado Fascismo y nazismo en las letras argentinas de 2006, en colaboración con Leonardo Senkman, que reseñé para una revista de la Universidad Israel. Por mi parte, soy un reseñista y un entrevistador: los géneros de la actualidad en la academia.
De Maryland a La Plata. De La Plata a Maryland, las idas y regresos, las palabras viajaban hacia destino. Como ahora. Me digo “Nunca estuve en Maryland”. En este preciso instante en mi casa escribo. Porque ahora tengo una pantalla de computadora encendida y un texto razonablemente largo sin terminar. Dice como encabezado: “Visita imaginaria a Saúl Sosnowski en la Universidad de Maryland” (título que luego suplantaré por otro distinto).
De pronto veo sobre la mesa de mi estudio de La Plata la revista Hispamérica con mi entrevista a Inés Fernández Moreno. Completamente absorto, descolocado, abrumado por lo que acaba de suceder comprendo entonces que quien maneja los hilos de la ficción, secretamente también maneja los hilos de la realidad. O de mi vida. Un prestidigitador. Porque en efecto, el cartero no ha venido a traerme la revista Hispamérica, como habitualmente me la envía con una cortesía infinita. Estoy a punto de tomarla entre mis manos pero me detengo y pienso: “¿Y si se desarma entre mis manos como si fuera un libro sin pegar, porque está nueva y el pegamento es reciente?”. ¿Y si todo esto fuera una ficción producto de un hechizo (juego)? Son precarios los hechos durante una percepción onírica del mundo. Por las dudas no la toco. Solo miro su portada donde se puede apreciar en la sección de Entrevistas anunciada en la portada su apellido “Fernández Moreno”. No figura su nombre en la portada. Solo el apellido. Saúl Sosnowski ha quedado en su despacho. Inés Fernández Moreno está en Buenos Aires, previsiblemente en su casa, por la mañana.
Algunas curiosidades de la Universidad de Maryland: la mascota de la Universidad es una tortuga, de la cual hay unas cuantas adornando el campo. Todas ellas de metal. Otra curiosidad es que le llevo a Saúl Sosnowski el ejemplar ilustrado del cuento traducido por Borges siendo un niño: “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. Ya lo he leído. ¿Para qué guardarme con tacañería una rareza semejante, pudiéndo dejársela a un experto que ama la literatura de Borges?
Más recientemente Sosnowski se ha consagrado a la novelística y a la poesía. Decir Berlín, decir Buenos Aires, de 2020, El país que ahora llamaban suyo, de 2021 y un libro de poesía, Rugido que toda palabra encubre de 2018. Ha tenido la gentileza de enviármelos. Reseñé la primera de sus novelas, el libro sobre Borges y la Cábalaa para el Borges Center. De la University of Pittsburg. Y el libro de poesía para una revista académicas. Interesante este pasaje de estudiar ficción para luego ser su artífice, de Sosnowski.
Ahora es él quien me invita con café en su despacho. Como era de suponer, la conversación discurre con fluidez. Y sin intimidades. Pero sí lo pongo al tanto de qué he estado haciendo recientemente en colaboraciones. Le explico: trabajando en periodismo cultural, publicando reseñas. Y mis entrevistas para Hispaméricas (lo que es una redundancia). Para otras otra revista académica de EE.UU. también. Frente al panorama que le expongo me felicita (él suele leer mis textos publicados a Facebook). Él es lo más alejado de alguien envidioso que conozco. Menos aún solemne. Y menos aún competitivo. Se trabaja siempre en términos ideales y hasta agregaría que con felicidad en su revista y con él, porque uno siente una infinita seguridad. Uno se puede fiar de él. Pero también como una extensión, de su revista. Y también al habernos encontrado solo tres veces en Buenos Aires, nos conocemos pero no nos hemos conocido jamás. La tercera vez viajó hasta La Plata hacia el mediodía. Almorzamos. Fue una charla de tanta profundidad cuando hablábamos de crítica y teoría literarias. De Clarice Lispector. Y al nombrarla él dijo, lo recuerdo como si fuera hoy: “Palabras mayores”. De literatura argentina o, más ampliamente, de la literatura argentina también hablamos. Nos dijimos que José Saramago ha resultado un escritor sobresaliente. Pero que ni él ni yo luego de haber leído sus primeras obras hemos seguido su carrera. Más bien hemos abandonado su producción.
Por mi cabeza circulan ambas facciones: Inés Fernández Moreno y Saúl Sosnowski. Soy yo ahora quien los recibe a ambos de visita. Soy su anfitrión.Tomamos un té. Luego yo sigo con el mate. Así como he escrito una semblanza o retrato de Saúl Sosnowski en dos revistas de periodismo cultural, se podría decir que nuestra comunicación se manifiesta también en un cierto tipo de cordialidad que ambos cuidamos que sea perdurable, pero también hay espacio para la risa en ella. Pero no las confidencias. O una conversación que se enriquece por el diálogo en torno de la literatura (sobre todo). ¡Desde 2005 hasta el presente con continuidad! Es todo un récord para mí.
Sigo en mi estudio. No me he movido de allí en todo el día. ¿Es la velocidad de la escritura, es la fuerza de las cosas? El tiempo se ha acelerado hasta adquirir una rapidez parecida al vértigo. Frenética. En la medida en que escribo en mi Notebook las cosas van cambiando ¿El artífice que acabo de mencionar? No me he movido de casa. Sí he cambiado de máquina de PC por mi Notebook. Hacía falta un trabajo prolijo. Mi PC desconfiguraba mis documentos. Pero han sucedido todas estas cosas. Sencillamente porque las tengo delante de mis ojos. En la pantalla de mi Notebook (adonde reenvié por email este archivo que no tengo en un PENDRIVE. En Maryland se me ocurre pedirle si puede guiarme para conocer el campus de la Universidad. Es lo que hacemos. Él es una suerte de guía que orienta esa caminata que jamás ocurrió. Llegamos a la biblioteca de la institución, con sus enormes salas de lectura. Incluso una tiene un vitraux. Y luego la acción se desplaza hasta una casa en la que viví. Estamos en el escritorio conversando. Me explica qué cosas no le gustan de Argentina y cuáles sí. Y yo le explico qué cosas me molestan de La Plata y cuáles no. Mejor lo dejamos ahí. Cuando digo algo sobre La Plata mi madre que dice que ella es un producto de La Plata. Y no aprueba mis puntos de vista. Hasta se enoja.
Por mi cabeza circulan ambos: Inés Fernández Moreno y Saúl Sosnowski. Sus rostros se contornean, ahora sí, con una fisonomía nítida. Después me digo que no he venido a este mundo para hacer largos viajes, lejos de mi hija o del resto de mi familia. O de mi hermano, a quien recién veré el domingo porque nos juntaremos a almorzar todos para celebrar el Día del padre. Emilia vendrá también. Ya me avisó. No tengo mucho más que hacer salvo que en un momento miro el reloj de la Notebook, primero. Es de noche ¿Cómo puede ser, si acabo de estar de mañana en el despacho de Saúl Sosnowski hace instantes? Descorro la cortina. Verifico la luna. Un cielo estrellado. La Constelación de Orión. La calle fría. Helada. Los transeúntes caminan muy rápido, lanzando vapor la boca. Están muy abrigados. Vuelvo a mirar la pantalla de mi Notebook. Hay un libro, junto a la pantalla. Creo reconocerlo. ¿Es este acaso la novela Alicia en el país de las maravillas de Lewis Carroll? Miro la pantalla de la Notebook. Corrijo algunos signos de puntuación. Reviso la gramática y algunos adjetivos. En el estudio, como era de esperar, no hay nadie. Ni Inés Fernández Moreno ni Saúl Sosnowski. Estoy solo. Miro nuevamente la pantalla que repite en un eco todo lo que acabo de decir , de pensar, de narrar pero con otras palabras. Palabras distintas, más literarias, por así decirlo. Palabras más, palabras menos. Las reescribo. Y sin embargo son las mismas palabras hurtadas a la realidad. Palabras que han construido un mundo. Un universo. U horizontes paralelos. Palabras que luego de corregir el manuscrito, percibo familiares. Y es en ese preciso momento cuando pongo el punto final.