Evgen Bavčar, nace en 1946 en la antigua Yugoslavia, en un pequeño pueblo esloveno llamado Lokavec. A los diez años pierde un ojo con la rama de un árbol y un año después, como si el destino realmente no quisiera que sus ojos vieran, pierde el segundo ojo entre juegos de niños. Sus recuerdos de algunos colores y del mundo datan pues de la infancia y regularmente regresará a su natal Lokavec a recuperar sus recuerdos de luz.
Pertenezco a una generación desgraciada, resultado de la Segunda Guerra Mundial, que ha perdido casi todos los ideales. En Eslovenia conocí el comunismo, fuimos obligados a creer en esos ideales porque no había otra cosa. En París aprendí a reflexionar más dentro de mí mismo, conocí la fotografía y la mística: ver las cosas con los ojos cerrados. He aprendido a conocer lo paisajes a través de los poetas. El Progreso, curiosamente, me quitó la vista y me dio, en cambio, la cámara fotográfica.
El mundo de mi infancia fue el de la luz y el de la eternidad. Todo me llega de él.
Su primera fotografía la toma a los 16 años con la cámara Zorki de su hermana. Fotografió a la chica que le gustaba y desde ese momento Bavčar se convertirá en un hacedor de imágenes llenas del impulso que sólo puede dar el ansia de luz, el deseo profundo por la imagen, lejos de la saturación segundo a segundo que llena el mundo de los que vemos ya sin ver.
Creo que lo fotógrafos tradicionales son los que están un poco ciegos a causa del continuo bombardeo de imágenes que reciben constantemente. Les resulta muy difícil encontrar imágenes genuinas, fuera de los clichés. Es el mundo el que está ciego: hay imágenes de más, una especia de polución. Nadie puede ver nada. Es preciso atravesarlas para hallar verdaderas imágenes.
Bavčar es además de fotógrafo un pensador de la imagen. Estudió Filosofía e Historia en la Universidad de Liubliana. Posteriormente se estableció en París donde cursó la maestría y el doctorado en Filosofía.
Soy el grado cero de la fotografía. Yo fotografío lo que imagino, digamos que soy un poco como Don Quijote; lo originales están en mi cabeza. Mi labor es reunir el mundo visible con el invisible.
Lo que significa el deseo de imagen es que, cuando imaginamos las cosas, existimos. No puedo pertenecer a este mundo si no puedo decir que lo imagino de mi propia manera. Cuando un ciego dice “imagino”, ello significa que él también tiene una representación interna de las realidades externas. Tener una necesidad de imágenes es crear un espejo interiorizado. Solo vemos lo que conocemos: más allá de mi conocimiento, no hay vista. El deseo de imágenes consiste en la anticipación de nuestra memoria, y en el instinto óptico que desea apropiar para sí el esplendor del mundo: su luz y sus tinieblas.
Los ciegos mantienen una separación menos tajante entre el mundo de los sueños y la realidad, de allí que las fotografías de Bavčar parezcan escenas oníricas. En ellas el surrealismo no es una intención artística, es su esencia.
Dependo de otros para hacer mis fotos. Necesito que me describan el paisaje, o cualquier escena que tenga delante. De acuerdo a lo que otros me cuentan que ven, así actúo.
No veo el mundo como es, sino como puede ser. Para mí, el arte del ciego es casi una mística de la fotografía.
He aquí una muestra de su obra.
Fuente: Revista Luna Córnea.