Decidí iniciar mis vacaciones laborales un día lunes, a conciencia de que es un día apagado, generalmente no hay museos, ni atracciones populares incluso la mayoría de las cafeterías están cerradas. Tras un caduco fin de semana, con buena parte de las ansias por esparcimiento saciadas, que en mi caso para ser honesto, no son precisamente exigentes pero existen. Tomar un vuelo vespertino fue mi primer capricho, apostando al desazolve de las calles y aún cuando no tenía un problema con nadie solo no precisaba intercambiar dialogo alguno en este momento, solo trataba de convencerme que realmente había escapado.
Antes de marchar confirme que había perdido la propiedad de mis sentimientos pues pude ver algunas de las cosas que había dejado a medias sobre la mesa o en los espacios inertes de mi casa. Partí con un sentimiento como el de alguien al que le habían robado, pues el tiempo comenzaba a cansarse y andar más lento a comparación de los días anteriores, cuando aún trataba de convencerme de que había conseguido un poco, unos cuantos méritos, que realmente poco sabor conservaban al darme cuenta que ni a mí me importaban y aún así saber que no hay garantías, nunca las hay realmente en nada y es que para crear de nuevo hay que estar medio harto de algo.
¿Cómo llamar a esa pérdida? ¿A quién hacer responsable? ¿Cuándo dejaría de pensar en ello? Lo único que tenía claro es que necesitaba tiempo para desmenuzar mis sentimientos y es que los pequeños rituales para la paz ya no eran suficientes, solo parecían sobornarme para seguir un poco más sin preguntar. Fingir que escuchaba música con los audífonos puestos durante el vuelo fue lo primero que resolví. Al aterrizar y buscar el auto que había tomado en renta tuve que atender el bendito teléfono para responder un último correo electrónico, que no me tomen a mal, he dado por hecho que esas situaciones son parte de esta vida que elegí. Al encender el autoestéreo fue cuando Cassandra se tomó el tiempo de sentarse a mi lado y platicarme cómo ella también alguna vez se había sentido como un perro con solo tres patas buscando lo que perdió.
Apenas saliendo de la ciudad me topé de frente con una hermosa montaña de color rosado lo cual sin duda me conmovió, después de que algo no lo hacía por mucho tiempo. Cassandra seguía a mi lado describiendo casi quirúrgicamente mis sentimientos en canciones como “Hard Drive” o “Ambiguous Norway ”. Fue ahí donde tome conciencias de que al menos no me había abandonado a mí mismo, al menos no del todo, que esos otros sueños de los que ya hablaba poco, realmente seguían ahí y que tal vez cuando este ligero retiro terminara de nuevo, probablemente vuelva a estancarse pero también puede que en el camino encuentre obras como la de Cassandra Jenkins que me hagan recuperar el sueño del melodía.
En Jenkins encontré algo que ansiaba, poesía cotidiana, que cumple de alguna manera con el concepto de que menos es más, pero con lo necesario para ser alucinantemente crudo, contemporáneo y real.