Hola, Adrián, pasá nomás. Este departamento en Nueva York ignoro cómo será comparado con tu amplia casa de La Plata. Pero es lo suficientemente amplio como para estar cómodos sin intrusos ni ruidos de vecinos molestos. No es un piso. Pero tiene una superficie amplia como para sentirse cómodos trabajando y prosiguiendo con la vida cotidiana. De hecho con Paul disponemos cada cual de su estudio.
-Hola, Siri. Pensé que me ibas a hablar en inglés
-Te estoy hablando en inglés
-Entonces, ¿cómo puede ser? Yo sé inglés pero no para hablarlo tan fluidamente. Y no percibo mi habitual acento. Menos aún conozco el inglés norteamericano. Si bien sé que sos una mujer muy culta. Muy preparada. Seguramente con una tipo de diálogo fluido pero elaborado a la vez.
-“Ficción”. Hablar el mismo idioma. El idioma nativo de ambos es la ficción. También la cultura literaria. Eso nos vuelve compatriotas. Compatriotas en lo relativo a capital simbólico. A intercambios en la socialización.
-Sí. Creo entender tu hipótesis. O tu afirmación, mejor dicho. De todas formas, para no faltar a la verdad me siento un poco confundido. Pero ahora que lo pienso, si bien tuve otros encuentros imaginarios, con escritores hispanoparlantes, como Horacio Quiroga, Federico García Lorca, Liliana Bodoc, con ella en dos oportunidades, en fin, hubo otros y con seguridad habrá otros, tuve uno con Marguerite Yourcenar, con tu compatriota Emily Dickison. Y fue un diálogo en el que ni siquiera me di cuenta con ellas de en qué idioma estábamos hablando. No fue algo en lo que pensé ni pensamos ninguno de nosotros. Simplemente aconteció. Simplemente tuvo lugar. Habitábamos la literatura. Ese territorio plagado de ambigüedades. De incertidumbres. De incertezas. De sensación incluso de desasosiego para un escritor. Al menos a mí me ha sucedido. No siempre. Solo algunas veces. Además de ser un territorio de promesas. Ahora que lo pienso, somos literatura viva. Encarnamos la literatura. Hecha carne la literatura (o descarnada), natural resulta que nuestra voz también lo sea. Bien podemos hablar su lengua. Otra clase de lengua. Una lengua en segundo grado. Una segunda lengua.
-Lo que me acabás de revelar que antes había ocurrido en otros encuentros es la prueba más contundente que ratifica este diálogo posible. Por otra parte, entre los personajes de tus cuentos, la comunicación puede tener lugar del mismo modo. Y afirma Siri: “Ficción”, repitiendo la palabra que había empleado. Por otra parte, no es ningún secreto. Las personas a las que les importan las mismas cosas terminan por encontrar el modo de comunicarse, no solo mediante señas. Sino mediante códigos en común. Señas de identidad. Hay un aire de familia, una genealogía que los reúne bajo la forma de una misma familia ¿Cómo podrían no hablar el mismo idioma? Lo raro hubiera sido que no lo hubieran podido hacer jamás. Muy en especial si son escritores que experimentan una profunda vocación por lo que hacen. Esa circunstancia es sinónimo de que hay algo que no es genuino. Algo no encaja allí que no es cierto, que no es verdadero, que no es veraz. Hay una impostura. No te digo que tenga que tratarse de un mentiroso necesariamente. Pero hay un punto que no es vocación esencial. Por ejemplo. Yo pronuncio ahora el nombre “Isak Dinesen”. Es un nombre. Un nombre universal. Estoy segura de que vos te estremecés. Porque recordás sus Cuentos de invierno, por ejemplo”. Porque sabés que si bien es un nombre de la poética universal. También es un nombre secreto para muchos. No se trata de una celebridad. Y que a ese libro lo desconoce mucha gente.
-En realidad cuando nombrás a Isak Dinesen me estremezco por muchas cosas a la vez que largo sería explicar en este encuentro de una tarde. Es un lista efectivamente muy abultada que abarca desde personas, otros libros, films, poemas que escribí, regalos, escritores que me enteré la leían y explicaban que la leían en suplementos literarios y por qué lo hacían, escritores que declaraban escribir bajo su advocación. No tiene caso hablar de mi pasado con Isak Dinesen Se nos iría la tarde, como te digo. Lo importante hubiera sido contarte cada caso singular. Y prefiero ahora que hablemos de otros temas. Esta tarde, a estas horas, en este día, vine a NY para hablar con vos solamente. No suelo venir a NY. De hecho es la primera vez que lo hago, volar a NY es una experiencia excepcional para mí. No porque crea que NY es una ciudad necesariamente excepcional comparada con otras (con Brujas, por ejemplo), pero sí una capital en muchos sentidos cultural del mundo. He visto montones de films que transcurren en ella. He leído autores y autoras neoyorquinos. Me han contado cosas de NY como ciudad muchas personas que han estado aquí o residen o han residido temporariamente. He visto documentales o bien fotografías. Una escritora que admiro residió muchos años aquí, enseñando, y se doctoró en Columbia University, la misma en la que Louise Glück lo hizo. La misma en la que vos misma te doctoraste en literatura inglesa con una tesis sobre Charles Dickens.
-Es interesante todo lo que decís. Es mucha información por un lado. A alguna persona podría abrumarla. A mí me interesa todo lo que me acabás de contar. Te interesa NY por lo visto. Es una ciudad que te provoca curiosidad. Sos un hombre inquieto por la vida académica. Por el arte. Por la escritura. Por las investigaciones. Por las lenguas. Por la comunicación entre las personal de modo inter cultural.
-No sé si curiosidad. De las de EE.UU. junto con Boston creo que NY es las que más me fascinante me resulta. Tantas cosas. Sus museos. El arte que empapa a toda la ciudad. Su cosmopolitismo. Pero no tengo planes. Iré al hotel a leer. Me gustaría, si tenés algún ejemplar de más, leer tu libro de poesía Leer para ti. Ese libro sí me gustaría tenerlo en casa. Es el único libro de poesía que escribiste. Por lo insular conjeturo que debe de ser algo especial para vos. Y para mí seguramente también. Y respecto del resto de mis planes para visitas en EE.UU., lo había olvidado, me gustaría conocer la casa de Ursula K. La Guin. La casa donde residió durante toda su vida, en Portland, luego de abandonar Berkeley. Admiro mucho a esa escritora. Su escritura y sus principios ideológicos.
-La conozco. Conozco su ficción y sus ensayos. Es muy buena. Comulgo con ella en sus ideas. Es una escritora principal.
-Yo escribo para una publicación de NY. Pero en español. Hace casi dos años. Soy columnista. Durante casi dos años una vez por semana publiqué artículos casi siempre sobre literatura o crítica literaria. Publicaron cuentos o poemas míos. Cinco artículos sobre la pandemia. Hace dos meses acordamos hacerlo cada quince días. Porque también escribo para otras revistas de EE.UU., México y Argentina. Es una exigente muy alta realmente. Al menos en los términos en que yo me planteo mi trabajo. Es desgastante. Mis ideas se derraman. Mi escritura se vuelve veloz en lugar de detallista, prolija, artesanal, cincelada. Avanzo entonces a un ritmo febril. Hago lecturas por trabajo a un ritmo acelerado. Recordemos que también están mis libros. Mis libros de poemas, quiero decir. Las lecturas que quiero hacer no por trabajo sino por interés personal o por placer. La formación que aspiro a mantener y a acrecentar. La Revista de NY es una publicación en la que edité artículos muy importantes en mi vida. Muchos sobre literatura argentina y latinoamericana. Algunas sobre los existencialistas franceses. Varias sobre temas de teoría. Muchos trípticos o tetralogías de poemas. Siete artículos sobre salud mental. Justamente…Si me lo permitís, de eso quería que habláramos.
-Es un tema que me resulta apasionante. Adelante entonces. Precisamente me especializo en el tema neurociencias, psicología, psicoanálisis, psiquiatría, además de artes plásticas y fotografía y de ser novelista y poeta. Por supuesto ensayista. Todo nació a partir de un problema autobiográfico.
-Cuando conocí tus libros, tu historia. Vi tu imagen, me interioricé sobre algunos datos de tu vida leí tus libros de no ficción de a poco. Hubo distintos pasos. Procuraré armar el puzzle. Primero escribí para esta revista varios trabajos. Pero sobre todo dos sumamente importantes. Y respecto de mi interlocución con vos una crónica, “Las rutas de Noruega” sobre vos a propósito de varias coincidencias con puntos de mi vida. Por ejemplo yo había escrito poemas sobre Noruega que había publicado en México. Antiquísimos o ambientados en la modernidad. Nada tenía que ver esta iniciativa contigo. Fue un emprendimiento aparte. Por mi cuenta. Vos tenés antepasados noruegos además de haber pasado estancias en Noruega. Eso lo sé. Y había otras cuantas coincidencias más. Más adelante escribí un artículo de opinión que en verdad era un artículo/reseña sobre uno de tus libros. Vivir, pensar, mirar. Formulo objeciones en ese artículo a tu libro. Pero soy ponderativo al mismo tiempo en otros aspectos. Procuro ser justo. Equilibrado. También publiqué en noviembre de 2021 en una revista cultural de México un largo artículo: ‘Matices en los ensayos de Siri Hustvedt: entre la virtud y la objeción’. Puede parecer soberbio. Pues no lo creo. No afecta a tu reputación de modo adverso. Simplemente realizo observaciones con las que estoy en desacuerdo con vos. O tu modo de comportarte públicamente en intervenciones profesionales. Por lo general científicas ligadas a su vez a tu condición de escritora.
-No particularmente. No me considero una persona necia. He aprendido con los años a aceptar precisamente las objeciones. Aprendo de ellas. A veces ignoro a la prensa. Pero depende de cómo sea, quién las formule, cómo lo haga. No creo ser soberbia. Soy alguien, cómo diríamos. Que acepta el disenso. Estoy dispuesta a sentarme a conversar. O de sentarme a escribir llegado el caso. Pero no tuve referencias de tu artículo. Seguramente porque estaba escrito en español. La gran barrera inter lingüística. Intercultural. Ese punto me preocupa en las sociedades mundiales. Los grandes divorcios. Las graves distorsiones. Los enormes malentendidos entre culturas.
-A lo mejor. A lo mejor. Es una revista hispanoparlante. No creo que la leas porque dudo que a una escritora con la cantidad de demanda de ocupaciones que tenés vos le quede tiempo para avanzar en lectura de Revistas, aunque sean muy buenas, serias y culturales. Te puede haber llegado el fugaz comentario. Una información superficial. Se debe de escribir mucho sobre tu poética. Se deben de reseñar mucho tus libros. Entrevistas. Tesis doctorales o tesis de Masters en literatura norteamericana. Pero tampoco yo soy un escritor conocido. Habrán pensado que era un periodista cultural a secas si no siguen mi trayectoria en la revista o en otras publicaciones. Incluso en mi trabajo académico que realicé durante diez años sin contar mis formación de grado en dos instancias, el Profesorado y la Licenciatura en Letras.. Me conocen algunas personas en ciertos círculos limitados. Y no precisamente los más influyentes. Dudo mucho que sea alguien a quien se le preste particular atención a la hora de emitir juicios literarios concluyentes. Bueno, aunque ahora que lo pienso las revistas y los diarios sí lo son. Todo depende de la forma de la escritura. De la seriedad del trabajo. Del prestigio de la firma. Una firma de mucha notoriedad o muy reconocida (dije “reconocida”, no dije “conocida”) puede que sí significara un disgusto para vos. Una pluma de un habitante de La Plata, una ciudad de provincias, de Argentina, que reside en el Sur del Sur del mundo. Una ciudad pocos habitantes. Un país del Tercer Mundo. Un artículo escrito por un autor con una buena carrera, con iniciativas originales pero que a la vez no tiene el alcance ni mediático ni de producción científica ni de perfeccionamiento en lo relativo a tus investigaciones. Un autor que no publica en las editoriales más notables de un país o del mundo, que no es precisamente alguien notable, pasar total y completamente desapercibido.
-Depende de lo que entiendas por prestigio. De cómo escribas. De qué escribas. No confundas celebridad o fama o notoriedad con prestigio. Yo, al menos, no los confundo. No me da lo mismo un artículo bien escrito que otro que no lo está. No me da lo mismo una persona con formación de otra que no la tiene. No me da lo mismo una persona estudiosa de otra que no lo es. No me da lo mismo una persona que estudia para publicar. No me da lo mismo una persona perfeccionista de otra que no lo es. Y no me da lo mismo, además, en nuestro caso particular, si bien puede no ser garantía de nada, alguien que haya hecho un doctorado. En tu caso un doctorado en Letras en literatura argentina contemporánea, según me contaste por teléfono cuando solicitaste una entrevista conmigo, me hablaste de mi obra, del impacto que te había causado y por qué. Me dejaron en un estado de shock tus palabras. Inesperadas. Y respecto de la formación académica, sí le atribuyo relevancia. Me parece que uno atraviesa por trayectos formativos importantes que serán decisivos para el resto de su vida ¿Es buena La Universidad Nacional de La Plata?
-Claro que sí lo es. De otro modo hubiera acudido a otra. De otro lugar del país. Es muy buena. Tiene un muy buen plantel docente. Casi todos son investigadores. Yo fui investigador durante diez años, dicté clases en la Universidad. Hasta que por un lado, me cansé mucho de dictar clases. No me gustaba el clima que se vivía en la institución académica. Las competencias. La política interviniendo en un montón de espacios. Por el otro el alumnado que no era todo lo educado que yo hubiera deseado. Parecía no interesarse en esos contenidos. Finalmente, me di cuenta de que era incompatible con mi salud. Era demasiada carga. Era una exigencia demasiado alta. Yo gané tres becas bianuales de investigación de mi Universidad por concurso. Criaba a una hija. Tenía una familia. La investigación me llevaba mucho tiempo. Paralelamente yo había ido o iba a talleres de escritura creativa y seguía yendo. Iría a muchos otros. Fui o voy a seis en mi vida. Me formé en cuento y poesía. Hubo un hiato durante el cual me tomé mi tiempo para dictar mis propios talleres de escritura había comenzado en 1998. Pero proseguí. Y precisamente la materia que daba en la Universidad era de Taller de Comprensión y Producción de Textos II. Ese espacio me sirvió para pensar la escritura y la lectura de modo cabal. También su didáctica. Ahora estoy tomando clases de taller con una muy buena maestra de escritura de Buenos Aires. No de La Plata”.
-Perdón. Disculpame. Con el interés de la charla lo olvidé. No fui amable. ¿Café, té, leche? ¿qué preferís?”
-Ahora proseguir el diálogo con vos. Salvo que vos quieras tomar imperiosamente algo en este momento:
-No. No. En absoluto.
La escena de pronto de NY se traslada a un departamento. El mío de La Plata. En el que escribí la crítica/reseña sobre el libro de Siri Hustvedt. Estoy leyendo el que el libro en cuestión sobre el que escribiré y me gusta parcialmente. Pero al mismo tiempo me gusta ser justo y analizo ambas dimensiones, me digo cómo voy a plantear mis hipótesis. Y ser justo supone señalar lo que encontramos de bueno y lo que encontramos de malo sin concesiones. Y por supuesto incluso lo que no encontramos. El vacío. La falta. Aunque eso tenga un costo para la autora o el autor. Y para el crítico también, que se expone frente a sus admiradores y puede ser tildado de soberbio. O de pagado de sí mismo. Son las reglas del juego. Me gusta ser honesto. Es de noche. Ya muy tarde. Dejo en la mesa de trabajo el libro. Salgo al patio. Hace calor (hiela en tu casa). Tengo un patio muy pequeño. Miro las estrellas. Enero. Se ven pocas estrellas. Hay algunas nubes. No se vislumbra la luna. Mi patio además de ser chico tiene rejas en la parte superior que me impiden ver el cielo por completo. Paredes altas de los vecinos que hacen más pequeño aún el alcance de la mirada. De modo que estoy en medio de la oscuridad. La oscuridad no ofrece el menor encanto. Alcanzo a oler un jirón del aroma del jazmín que me regaló mi prima Laura: “Me dijo el vendedor del vivero que es de los que no perecen jamás. Duran para toda la vida”. Este detalle en Laura, mi prima, me conmueve profundamente. Vino a casa cierta tarde. Siempre bella. Siempre lectora. No hemos hablado de este libro aunque bien podríamos haberlo hecho en nuestro último encuentro. No me hubiera extrañado que ella lo conociera. Suele estar al tanto de las novedades.
Y ahora estoy con Laura y Conrado, su pareja, en el living de casa. Estamos conversando acerca de Manuel Puig. Laura me dice que le pareció una delicadeza Maldición eterna a quien lea estas páginas. Yo he leído esa novela. Como todo Puig. Me gusta mucho Puig. Pero no la tengo tan presente a esa novela. La leí para un capítulo de mi tesis doctoral, sobre oralidad y código escrito. Si bien en una búsqueda que mañana es decir hoy, ahora, en este preciso momento hago, leo su argumento en un apretado resumen que encuentro en la Internet. Me entero. ¡Es verdad! La evoco. Evoco lecturas. Es que leo y he leído tanto que se van acumulando, desdibujándose los argumentos, las tramas en mi memoria, se confunden, se mezclan. Los combino. Los confundo. Los contornos se dejan de recortar nítidamente. Recuerdo frases como hilachas. Y regreso a Laura que me habla de que me trajo este jazmín porque en el vivero en el que lo compró el vendedor le dijo que era de los que no se marchitaban. Efectivamente no ha muerto. Conrado, su pareja, hace un chiste. Un chiste fuerte. Nos reímos. De pronto Laura me explica que se tienen que ir. Es muy tarde. Pero hemos pasado la tarde toda hasta la noche riendo. Son gente maravillosa. Encantadora. Y buena gente. Los despido en la puerta y hablan de lo que van a comer en la cena y Laura le dice a Conrado: “Hay melón y hay sandía para el postre”. ¿Cómo se dirá “melón” y “sandía”?, pienso, a sabiendas de que esta crónica será leída por mexicanos. Yo me río porque jamás compro fruta para mi casa salvo uvas. Me encantan las uvas. No la uva blanca. La otra. Sin semillas. Sin embargo, no me gusta el vino.
Ahora la acción se traslada a Madrid. Estoy sentado en un auditorio. Veo a Siri recibiendo el Premio Príncipe de Asturias. Escuchando su discurso. Su primera palabra: “Majestades”. Ignoro si sabe español o si lee por una fonética casi perfecta. Esa forma superlativa de la cortesía. Enumera a una serie de personas que están en el auditorio a las cuales se dirigirá. Luego la escena se traslada a mi departamento otra vez. En un vaivén pendular. Un vaivén que por momentos me desconcierta. Por momentos me desespera porque estoy en muchos sitios a la vez gracias a esa atopia de la literatura.
Y busco en mi computadora. Tu discurso está completo. Lo imprimo. Lo leo. Me gusta mucho. Después lo copio parcialmente y lo pego en mi muro de Facebook. Y subo una de tus fotografías, en la que estás bellísima. Y entonces al día siguiente mucha gente deja comentarios maravillosos acerca de tu discurso en mi muro, del fragmento que subí. Y otros ponderan, agradecen que lo haya subido. Sobre todo mujeres. Porque es un discurso me atrevería a decir que de enfático feminismo. Pero tampoco una arenga. Sos demasiado sutil para eso. Son reflexiones. Una anécdota. Y entonces subo a mi Página una fotografía tuya que consigo (no me preguntes cómo) que me gusta mucho, siendo ovacionada por todo el público del auditorio en Madrid, después del discurso por el Premio Princesa de Asturias. Vos saludando con los brazos extendidos sobre el escenario, de espaldas al público. Esto ha tenido lugar en 2019, cuando te dieron ese Premio. Ahora estoy en mi estudio. Estamos en plena pandemia. Es 3 de diciembre de 2021. Escribo este encuentro imaginario un 3 de diciembre. A diferencia del resto de otros casos, con una escritora que está viva, en actividad. Se ha publicado hace no demasiado tiempo un encuentro imaginario con Federico García Lorca. Otro con Liliana Bodoc. Otro con mi maestro de escritura Gabriel Báñez. Uno con Marguerite Yourcenar. Uno, como te dije, con tu compatriota Emily Dickinson. Pero tenía otras cosas de las que hablar con ellas. También se ha publicado otro sobre las distintas experiencias en talleres de escritura a los que he asistido a lo largo de mi vida. Una relato de los aprendizajes con los distintos maestros de escritura. Con respecto a García Lorca sé que había habido expectativas. Es un escritor venerado por muchos. Lo han dejado por escrito en un adelanto que hice. Y pienso que justo estoy escribiendo este encuentro con vos que ha tenido lugar, está teniendo lugar y no ha tenido lugar jamás, en tanto tuvo lugar aquel otro encuentro, con Federico en La Plata, no en NY. Y el encuentro se parece bastante al nuestro de ahora, excepto que no fue de interiores sino en una cervecería de La Plata. Con él no hablamos de temas académicos. Sino que todo es creatividad, desparpajo, con Federico. A tu encuentro conmigo lo empecé ayer muy tarde y lo proseguí muy temprano hoy la mañana. Me interesaba que fuera un encuentro fiel, que tuviera fidelidad. La misma que aspiro a tener con las personas y las parejas que he tenido. Y comencé anoche, mis artículos sobre vos, tus tres libros de no ficción que leí, mi artículo sobre los maestros de escritura que envié a mis compañeros de la secundaria para que conocieran esa dimensión de mi personalidad y de mi historia. Ahora me impacta tu rostro nórdico.
Regreso a tu living y aparece Paul, canoso, pero no obeso. Estamos a punto de decirnos unas pocas y contadas palabras de cortesía. O él de sumarse a la conversación pero comprende de inmediato que la he ido a visitar a ella. No a ambos. Pensará que soy un periodista o un estudioso o un científico con el que ella trabaja. Nos damos la mano. Yo casi le digo que El país de las últimas cosas me gusta mucho. Y también La música del azar. Que impartí clases sobre la primera de esas dos novelas en la Universidad en uno de mis cursos, en los primeros años 2000. Pero desisto. Él seguramente lo consideraría como el ademán vulgar de un adulador o de un fan embustera que busca halagarlo. Siri le pide que se sume a la conversación. Ha logrado apreciar el tenor del diálogo que le he propuesto. De la información de la que le he provisto. Él comprende de inmediato entonces que soy una visita amistosa, un escritor infiere, o un Profesor, no un periodista para una entrevista o un experto en ciencias, tema que poco le interesa a él. Soy alguien que para ella formo sí parte de su trabajo y sí de su profesión de escritora. Este es un encuentro. No he ido a trabajar. Un diálogo franco entre amistosos colegas. Un lector. Me definiría a mí mismos bajo las presentes circunstancias. Hablamos con Paul de literatura en el mismo idioma en el que he hablado con Siri. Entonces me animo. Y le digo que me gusta su cuento de Navidad. Y también me gusta mucho La invención de la soledad. En particular ese libro. Hablamos largo rato. Él se integra perfectamente a la conversación. Como otra pieza de nuestro puzzle. Y yo me siento a gusto en su compañía. Hacemos un buen trío de interlocutores. No me siento un extraño ni lo siento como una visita inoportuna. Ni me siento un inferior ni ellos buscan hacérmelo sentir. Me hacen sentir como en casa. Un amistoso colega, como si fuera de toda la vida, que llegara a su linving a hablar de buena literatura. De sus libros bien leídos. Y de sus libros leídos casi en su totalidad. No soy un intruso para ellos. Advierten en el diálogo que hay una cultura literaria que compartimos y que es precisamente la que nos permite entendernos. “¿Seguimos hablando el mismo idioma?”, propone Paul. Paul parece un hombre sensible. Siri de pronto pide permiso y se levanta. Dice que regresa en unos instantes. Yo creo entrever una estrategia allí. Una treta. En el buen sentido. Pero callo. Nos quedamos a solas, hablamos nuevamente de literatura. Hablamos de la Universidad. Él también estudió en Columbia University literatura inglesa, francesa e italiana. Es traductor. Vivió en París. De pronto, me mira, hace un ademán de cabeza señalando el camino por el que se marchó Siri, y me dice: “Es buena ¿no?”
Yo no respondo. Pero hago un gesto afirmativo con la cabeza. Y sonrío. Él percibe que sonrío de un modo aprobatorio. No es una autora de más para mí. Es una autora muy importante en mi historia. Es una historia radicalmente importante, agregaría yo.
De pronto se me ocurre mirar el living. Sillones de pana. Dos pinturas de Hopper. Una es “High Noon”. Mi favorita. Algunas obras de arte, sin duda rarezas. Fotografías familiares. Un Goya. Una estatuilla de la Isla de Pascua. Una estrella de mar natural. Entonces le menciono a Paul que publiqué un tríptico de poemas, una serie que escribí sobre la Isla de Pascua que salió publicado precisamente en NY pero en español. Él se muestra intrigado. Sigo mirando, expectante por no ser descubierto en este espionaje. Cunde un silencio entre ambos. Amplios ventanales de los cuales se derraman cascadas de luz transparente. Una alfombra verde oscuro. El detalle de una diminuta cajita japonesa pintada con tinta azulada sutil. No hay budas. Ni objetos orientales. Ese exotismo kitsch que los ricos confunden con el buen gusto. Pero es falso buen gusto. Libros, libros, libros. Ni se me pasaría por la cabeza levantarme para mirar la biblioteca de Siri y Paul. En primer lugar porque estamos conversando. Sería una descortesía. Una falta de respeto. En segundo lugar porque es invasivo, excepto que fuera él quien lo propusiera. Hubiera violento para un escritor (lo sé) que alguien se pusiera a husmear como un roedor entre sus secretos. Puede haber cosas muy privadas allí. Pueden no querer revelarlas. En unos pocos minutos regresa Siri con café. No sabe si a mí me gusta pero, certera, ha dado en el blanco. “¿Una gota de leche?”, me pregunta. Paul lo toma negro y amargo. Yo acepto el café cortado. Paul bebe rápidamente su café muy caliente y explica que tiene un compromiso. Se marcha. Presiento un gesto de discreción en esa partida. Cierra la puerta sin sonido.
Le digo a Siri que estoy realizando una investigación sobre la enfermedad mental. Sus libros fueron cruciales (señalo). Asiente y comprende. Creo que comprende todo lo que le he dicho en dos palabras. Ha sacado sus conclusiones. Luego me imparte algunas pautas de trabajo. Me hace sugerencias para encarar la investigación. Menciona cuatro autores clave pero me dice que para que no los olvide los anotará. Trae un papel color violeta, inolvidable, y escribe sus nombres. También los títulos a los que debo prestar especial atención. La tarde comienza a languidecer y nuestra conversación a volverse cada vez más interesante. De pronto, de modo completamente inesperado me dice: “Vos también tendrás tu libro. Deberás pensar muy bien su título. Como yo debí pensar muy bien el del mío”. Y agrega: “No pienses en que lo escribís para publicarlo. Pensá en que es una investigación creativa, útil, que puede circular por otros circuitos o ser leído por otra clase de personas. A las cuales les puede hacer mucho viene. Tan solo pensá en lo que estás escribiendo. En ser veraz. En no traicionarte. En no guardarte ningún secreto para evitar quedar bien con alguien.
La escena se traslada a mi dormitorio. Yo acabo de publicar en la revista de NY un artículo tremendo. Sobre la enfermedad. Me siento estremecido. Para no faltar a la verdad: me estremezco. De pronto el plexo, antes tenso, ahora se alivia. Regresa la paz. Recuerdo que fue a partir del libro de Siri La mujer temblorosa o la historia de mis nervios, de 2010, pero que a Argentina llegó en traducción a librerías, al menos a La Plata en 2012, por donde entré a su obra. Y que fue cuando leí la confesión de alguien valiente sobre una patología que no la avergonzó sino la lanzó a una investigación. Me sacudió. Fue el libro que luego de todo un largo proceso y diálogos con expertos inspiró una serie de investigaciones que hice por mi cuenta por otro tema vinculado a ese. Y pienso que ese encuentro primero a solas con ella. Luego juntos con Paul debió haber durado más. No llegamos a hablar del punto que a mí más me interesaba tocar en esa conversación con Siri. Pero ella tomó conocimiento. Sé que nos podremos seguir manteniendo en contacto. No hemos cortado amarras de NY a La Plata. Entonces estoy en casa, en la cama. Me levanto. Me siento a la máquina. Me pregunto qué le voy a escribir en el email a Siri a NY. Si lo leerá o no. Si me recordará o no. Y recuerdo que cuando me abrió la puerta y me vio me dijo “Adrián”. De modo que tiene presente mi nombre de pila. Junto con mi rostro. Pero ignoro qué podría suceder con ella al leer lo que le escriba esta vez. Procuraré que sea un email con contenido pero también sin confesiones demasiado excesivas. Y algo me detiene. Y me dice que no debo hacerlo.
Me debato. Leo. Duermo de ratos. Leo Las siete edades de Louise Glück. Mi libro de poesía norteamericano de cabecera junto con Emily Dickinson y Antología de Spoon River de Edgar Lee Masters. Al primero lo tradujo al español nada menos que la poeta argentina Mirta Rosenberg. Lo he releído por tres veces. Lo leo entero, por cuarta vez. Duermo un rato. ¿Cuatro horas? Cavilo.
Me digo que voy a hacer otra cosa. ¿Se nota que estoy nervioso? ¿se nota que estoy dubitativo?
Dado que hablamos el mismo idioma (el idioma de la literatura, no temo dudar a la hora de escribir el email o de cometer errores de ortografía). Ella me ha dicho que habitamos el mismo lugar, el lenguaje de la literatura. Y porque estamos inmersos en la misma cultura literaria te puedo escribir todo lo que no nos hemos dicho. Todo lo que ha quedado pendiente. Y lo puedo hacer mejor aún por escrito. Ser más claro expositivamente. Y dado que yo sé que me entenderás al leerme, por fin me decido a hacerlo en el lenguaje de la literatura. Y si me respondés yo te podré entender en la lengua literaria. Abro intempestivamente un documento de Word, porque te escribiré un carta digital que luego adjuntaré al email. Entonces amplío la pantalla. Elijo la tipografía Times New Roman. Elijo el tamaño de letra 12. Y en un arrebato escribo:
“Dear Siri”