Foto: Celina Ortelli. Amaneceres.

Trabajo interdisciplinario entre las fotografías de Celina Ortelli y Adrián Ferrero en textos

Uno

Inminencia: sabores

Salimos del campo de los Gauna (amigos de Renata) recorriendo las pasturas generosas, rodeadas de alambradas, separando las hectáreas, formando sus límite, en este amanecer de rocío y miel. Nadie podría afirmar con certeza que solo nos vamos de viaje al balneario argentino de Aguas Verdes con motivo de la ceremonia de nuestro reciente casamiento- Un viaje que viene a sellar la historia de un círculo que se cierra con un viaje de bodas. Se trata, visto de otro modo, de una escapada de una pareja joven para sellar el mágico universo de la armonía conyugal. Vamos rumbo a al océano atlántico, donde también existen las tormentas de enero o incluso suceden los incendios más atroces. Sin embargo, hace rato que estamos juntos con Renata. Ya casados, cada uno tiene un lugar asignado en las tareas. La convivencia fue un largo conocimiento de los deseos y los sinsabores de ambos. Pero un capítulo de nuestras vidas ha tenido su singularidad. Todos saben que mi padre fue alpinista (un nombre conocido por sus andanzas) y el padre de Renata es nadador de competición en aguas abiertas.  Hemos guardado de ambos el amor por la naturaleza (de la que nos marchamos y a la cual ahora nos dirigimos). Las largas expediciones de papá recuerdo que a mi madre y a mí nos mantenían en vilo para saber dónde estaba y si volvería. Yo no tenía exactamente miedo por entonces (era muy chico todavía: veía a papá como a un mito). Pero sí pensaba en que en la soledad de esas alturas sería melancólica o nostálgica, perdiendo sin embargo la festividad y el triunfo de la conquista. Sin embargo, papá siempre me hizo sentir que estar lejos no era sinónimo de sentirse solos. Y de que estar con otros conviviendo, sí permite sacar a la luz los peores sentimientos.

     Nosotros nos hemos casado con Renata hace unos diez días, en una capilla cercana a nuestra ciudad, La Plata. Hacia las afueras, en City Bell.

    Surcamos una ruta que, luego del campo y la carne asada de la pampa húmeda,  desembocaba en el partido de La Costa. El aroma de mar, inconfundible, ya alimenta nuestros deseos de libertad y nuestro deseo de convivir sin muchedumbres.  El mar se muestra espumoso, si se me permiten estos adjetivos para, con palabras imprecisas, una definición de nuestro lugar en este momento de nuestras vidas.

     En nuestro diálogo, Renata me mira. De tanto en tanto veo sus ojos clavados en los míos, como si me escrutara o escrutara mi color de voz o mi color de pelo para descifrar de mí aquello que permanece velado. Por ejemplo: cuando hacemos el amor y me hago a un lado, una vez que hemos alcanzado la cumbre. Me encuentro en el estado justo para revelar secretos. Aguas Verdes es un espacio para cumplir años. Para celebrar fechas importantes. Vamos al hotel (uno modesto, pero con vista al mar), nos cambiamos de ropa y nos introducimos en el mar. Suena veloz esta enumeración de nuestros pasos. Pero lo cierto es que así ha ocurrido. Hemos decidido llevar una sola valija para ambos. Si uno la abre, experimenta de modo espléndido las promesas de un paisaje abrigado o con temperaturas frescas.

     El agua está fría pero no helada. Siento las aguas a la altura de mi cintura. Voy hacia la reposera para comenzar a broncearme. Sigo todos los instructivos de los dermatólogo y me unto con un protector solar.  El espacio es amplio. Pero eso no lo explica solamente el hecho de que estemos en temporadas baja. Sino de que se trata de un balneario que aún durante los meses de enero y febrero permanece invariable en su población, que suele vivir del turismo y las casas de comidas. También de la pesca. Hay un lugar donde he comprado queso artesanal, me he dejado conquistar por este lugar de viento y sal. En la playa el queso solicita también pan y queso. Tuve un bisabuelo panadero. Pero a fuerza de trabajar duro, consiguió su sueño de fundar una cadena de negocios con su marca.

     Aguas Verdes es una playa por la que nos interesó un amigo de Renata, un compañero de su estudio de arquitectura. La interesó por su estilo de vida, de las cuales tanto él como su esposa disfrutaban durante los tres meses que durante las vacaciones podían alargarse. Era una playa con pocas olas y también playas confortables. También de tarde y noche se podían realizar paseos o programas

     Como todo balneario, Aguas Verdes tiene su centro comercial. Y a continuación una serie de negocios para comer o tomar helados.

     Luego de este primer contacto con el mar y luego de haber dejado atrás el campo, no puedo resistirme a la inquietud por comparando ambos lugares de los cuales disfrutar.  En el campo, por la noche hay grillos y luciérnagas y por el día el sol exige usar sombrero y ropa cómoda. Hay langostas pero también muchas aguas vivas.

    A mí me gusta montar a caballo. A Renata le gusta beber esa infusión tan argentino que la yerba mate, con el agua caliente a punto, produce un efecto gratificante. Por otro lado, hay muchas marcas. Otras con hierbas naturales, algunas personas les agregan una cucharadita de café, otros de azúcar y otras con edulcorante. También pequeñas cáscaras de naranja o de limón. La miel no es ajena a estas ceremonias de circular condición.

     Además de las razones que me han hecho viajar a Aguas Verdes y antes al campo, no solo nos debíamos esta salida con Renata por mero descanso, un viaje a solas, sin conocer a nadie y que nadie nos reconociera. Nos interesaba el anonimato. Mi padre acaba de morir luego de un infarto al corazón. Esta emoción me produce emociones encontradas. Porque él no es el padre que hubiera elegido. Y, para él, yo soy el hijo al que él no supo acercarse. Imagínense: un Don Juan como él, atento a los deportes más que a los libros que jamás leyó. Yo no tengo demasiados reproches, pero asumo que nuestra relación atravesó por esas líneas al resultado de un electrocardiograma con líneas que suben y bajan dibujando mi destino que no era precisamente ser un conversador. Nos debimos una conversación más fondo con papá. Hacia el final de su vida, me dijo o confesó (mejor) cosas que lo habían hecho completamente desdichado.

     Me apenó que me dijera justo a final de su vida que hubiera sufrido tanto. Ahora papá vive en mí, como dijo mamá cuando papá falleció.


Es sabido: llevamos puestos a nuestros amores. De pronto, un objeto o de un paisaje o un libro nos remonta a su presencia. tenerlos en nuestras zonas más recónditas. Convengamos que el padre siempre encarna la figura de la ley.

     Mientras mastico un sándwich de jamón crudo, queso artesanal y un pan exquisito que comparo con el de la panadería de mi bisabuelo, el saldo naturalmente me inclina hacia esa parte de mis parentescos.

     Renata flota en el agua. Yo luego me paso la lengua en las comisuras y luego, así como me ven, lentamente me duermo, inducido por el sonido y la calma de la playa. Despertaré por la tarde hacia el mediodía. Veo que mi piel está  enrojecida. Me calzo la remera.  Mojo mis pies en el agua.

     Tengo el bolso con nuestras pertenencias colgado al hombro. Renata se acerca hacia mí y me besa como diciendo: “Mujer de agua, hombre de maderas”.

Foto: Celina Ortelli

Dos

Órbita de un pez plateado

Le encarezco a Renata que no revele la confesión que voy a hacerle. Pero deseo hacerlo porque o, la intimidad, nos sume en un amor en el que no se juzga sino se acepta, excepto que se trate de una falta grave. Nuestra intimidad se verá alimentada por el territorio de sagrado de las emociones fuertes.

     Le cuento a Renata que, años atrás, fui cruel con un chico que no dejaba de agredirme en la escuela. El encuentro, el primero que tuvimos, fue atroz. Yo pienso que hay personas verdaderamente malas, aunque sean pequeñas. Y que la maldad los circunda. Tal vez porque en su casa no ha reinado la paz sino la agresión.

     Cierto día, cansado ya de sus golpes, le pequé en la nariz semejante trompada hasta sacarle sangre. Lo ofendí con un improperio propio de mí (quiero decir, no me reconocí en esa frase, una ofensa). Fue así como lentamente, comenzó a respetarnos. Eso significa una declaración de guerra. Pero la paz y la mediación de alguna maestra nos mantuvo con cierta armonía.

     Las maestras no sabían cómo gobernar esa escuela. Una directora insegura, un gabinete psico-pedagógico que  desacertaba en sus políticas, incapaz de resolver los problemas más urgentes. Preceptores que no cumplían su función elemental de guardar la paz en una escuela pública. Gente poco dotada para manejar a grupos de adolescentes en situaciones de precario sinsabor en sus vidas, padres impresentables que defendían lo indefendible. Ya ven, una población heterogénea a la cual no se sabía cómo mantener en orden. En lugar de afrontar el diálogo con los cabecilla, en cambio, eludían esa responsabilidad. Fue una etapa caótica para todos, incluso los de alma más dura, como la antracita.

     Pero por ese entonces yo estaba en un menester que era mi delicia. Mi abuela que era Profesora de Química y Mineralogía en la UNLP, me había enseñado la variedad de piedras, de sustancias, de la secreción de las plantas y las flores, el crecimiento de los animales. Es más: llegaba a su casa y ella ya abría las tapas de una Enciclopedia Larousse. Mi entretenimiento consistía en, a cada sitio en el que iba con mis hermanas, recoger las piedras, las coloridas o las negras también (el color del universo no es monocrono). Abuela, durante mis visitas, las estudiaba y me repetía: “corteza de plátanos”, “flor de ibiscus en invierno derecho para la primavera”, amatista (un tamaño peligroso porque en el mercado se cotizaba bien). Hasta llegar a una figura pero también a un contorno y una consistencia importante: la amatista. Años, muchos años más tarde, en una beca de investigación yo estudiaría una novela de la autora argentina Alicia Steimberg, titulada Amatista,  de 1984. Se trataba de una novela erótica, pero para nada complaciente ni obscena. Aquello que separa el erotismo de la obsenidad o la pornografía. La amatista. Un piedra color violeta, mágica y noble, que uno no se cansaba de admirar.

     Pero regreso a Aguas Verdes.  Recuérdenlo. Estamos allí a la hora del almuerzo (a mí el queso y el jamón crudo con pan no me ha quitado el apetito). El cuerpo solicita de mí una comida más contundente. Me inclino por un retaurante vegetariano. El mundo ya no tiene ese brillo de los autos con sus vidrios polarizados.  Tampoco esos focos de luz pública en las esquina de La Plata. Pienso, pienso, pienso. Y todavía pienso que no se nos hubiera dado la facultad de pensar, sentir y soñar. Son funciones vitales que a muchas personas las convierte en personas de vidas desapacible.

     Renata pasará (me dijo) todo el día en la playa. Le propongo comprarle una colación, como una empanada, esa comida en la que a una masa delgada se la rellena con carne con pasas de uva o bien embutidos o jamón. Las uvas y el melón están exquisitas. Termino de almorzar y voy al encuentro de la verdulería para comprar frutas frescas.

     Si bien estamos en marzo, seguimos estando parando en un hotel. Y la vida de hotel es una vida precaria. En nuestra pieza sobran las flores de plástico y también hay un jardín por detrás de la construcción en donde uno puede leer placenteramente. Algunos días renuncio al océano para acudir a una novela de Ángeles Mastretta. Otra semana, me cautiva El amor en los tiempos del cólera. Literatura latinoamericana ¿Por qué no? Jamás dejo de llevar en mis viajes libros. En la montaña y en el mar, la calma serena del espectáculo del océano promueve pendular con leer. La soledad va bien con el descanso. Me gustan los que me formulan imprevisibles finales entre las páginas de un ejemplar que propone tanto promesas de furia, de amor, de aventura, escritos sobre la intimidad, diarios de viaje. O (los casos que más me gustan), todo eso junto. Un libro que he leído con mucha curiosidad ha sido Las cartas a Felice, la prometida de Franz Kafka. Apenas se conocieron, pero ese amor filoso se tradujo en material de una riqueza infinita, por más que no tuviera un final feliz.

Foto: Celina Ortelli

Tres

Umbrales

Ya con Renata en el mar (el océano fresco, la noche inminente, el sol en retirada), algo se cierra y algo se abre. ¿Una pupila que me observa? ¿un reloj se enciende, un reloj de sol navega sobre las olas de Aguas Verdes? ¿Una etapa, un ciclo, una certeza, dos relieves? (el amplio pero de pasturas, sin relieve y el del mar, producto de las mareas de la luna?  Luego del atardecer en la playa, de mi almuerzo en el restaurante, de las flores cuyas fragancia iluminan nuestro dormitorio (son fresias). Todo eso junto (lo pienso ahora, ilustra su longevidad, pero no su inmortalidad).

     Sentimos ambos el deseo de marcharnos al hotel para encontrar felicidad pero sobre toda tranquilidad , la vida nuevamente se activa, a diferencia de los orígenes (los míos, cuando era un niño armando castillos junto a la orilla). Ahora hago largas caminatas por la playa, su zona más rígida, dejando mi trazo sobre la superficie en el que dibujo el nombre de Renata sin ninguna clase de atributo ni acción. Solo su nombre (y el mío) son lo que cuenta.

     Por mi parte, tengo espíritu para regresar al hotel, darme un buen baño de inmersión muy dulce (a diferencia de la frescura salobre del mar), el deseo de un encuentro inminente con la mujer que elegí  para vivir y probablemente quien me vea morir o yo a ella.      

     En el medio de ella pueden ocurrir toda clase de experiencias o avatares.

     Por lo pronto, tomamos un té frío en el hotel. El mío no solo tiene hielo sino gajos de limón sino también cáscara de pomelo. Yo pienso que el día siguiente será tan intenso como el de hoy. El de hoy como  el de ayer, el  futuro se vuelve un ciclo del que ningún humano puede renegar.

     Atravieso con mi mirada los colores del jardín, la belleza del mar en lontananza cuando me acerco a la ventana (el vidrio algo opaco por falta de limpieza), mientras un pez de plata salta y agita la superficie, generando un efecto de espectáculo mágico a esa imagen que se graba en mi memoria al pensar que mi sensibilidad se acentúa con la noche.

     Y de pronto el pez plateado me hace reflexionar sobre nuestra sustancia falible y la muerte que sin mesura, nos puede alcanzar en el lugar y el tiempo menos pensado. Por ejemplo: hoy.

     Mañana me internaré en el mar. Nadaré unos cuantos metros. Luego bucearé. Luego flotaré con mi plancha de goma.

     Me derrumbo entero sobre la cama. Renata se ha quedado tomando un café antes de venir a dormir. Siento su presencia muy cerca pese a que entre ella y yo solo medie una escalera.

     Y es entonces, cuando despierto por la mañana, toco su cuerpo suave y terso.

Se me ocurre que la vida vale la pena pese a todos sus desafíos o incluso desgracias . Juego a enumerar las primeras del balneario siguiendo un orden: el de su definición durante nuestra estadía.

     Ell solo se refleja en el espejo. Por lo pronto, durante esta mañana, me formularé preguntas, con el objeto de gozar de una cierta inmortalidad.

     Ahora el encuentro hacia la luz se dispersa como una prenda que gira y gira, como si estuviera en la antesala de una ropa que el agua jabonosa limpia.

     Mañana será un día entero para la playa (lo escucho en la radio cuando revelan el pronóstico). Por la noche comeremos rabas fritas. Ahora pienso que todo lo que vengo diciendo en este diario personal, la trama que dibuja, el aroma del dormitorio, se abren para recibir una red que a su vez será una trama de la que quedará presa un mediodía.

     Al día siguiente nado profundamente no porque me hunda sino por su intensidad. No es que ponga especial energía. Si más bien que voy a los detalles. El color de las aguas en la orilla y mar adentro, unas rocas, las amonites, tatuados en las rocas de piedra, el fuego inmemorial. La materia de la que estoy hecho (hombre de maderas al fin), también ella casi toda agua. Pienso en los manantiales, en cataratas, los arroyos, los glaciares, los géiseres. En fin. Todas formas de mantenernos más o menos vivos, más o menos cuerdos en virtud de que sabemos cómo nombrar aquello que pensamos atravesar porque se le puede poner un nombre. El vaivén de dos personas, la una sobre la otra.

Este trabajo es una propuesta interdisciplinaria a cargo de Adrián Ferrero, autor de las prosas poéticas, y de *Celina Ortelli, fotógrafa argentina de la que añadimos su CV:

Celina Ortelli

Celina Ortelli nació en La Plata, Argentina. Reside en Los Bosquecitos, Brandsen, Argentina. En cuanto a su trayectoria, puede apreciarse de qué modo ha ido articulando la fotografía con las artes plásticas, empapándose la una de las otras. En lo relativo a sus estudios, realizó un taller de Astrofotografía en septiembre de 2017 en el BAF. Un taller de Lightpainting, en mayo de 2017, en el BAF. Un taller de retrato, en 2015. Y en la Escuela de Fotografía de La Plata, entre 1996 y 1998 realizó estudios de fotógrafa.  Entre 2015 a 2019 un taller de pintura al óleo, con la Prof. Carla Rivera Pereyra. En el orden de sus publicaciones se pueden mencionar fotografías en la Revista de Paracaidismo de Brasil (2003), foto de mercados bolivianos en Revista Americana JPG Magazine (2008), fotos de la Estancia La Postrera para el libro Perdón por ser virtuosa-Tomo II-Ajusticiada por AINEÉ. En el rubro exposiciones fue seleccionada por el sitio EYEEM para una muestra junto a varios fotógrafos del mundo (2011), Teatro Argentino de La Plata (Serie de retratos de Cartagena, 2015), Centro Cultural El Medio Aljibe-Imaginación Pintura Foto Arte, Exhibición de Pinturas al óleo y serie de retratos de Estambul (2017), Centro Cultural El Hormiguero (no arte). Exhibición de pinturas al óleo y serie de fotografías de la Cordillera de los Andes (2018) y Centro Cultural Don Eyler, Exhibición de pinturas al óleo (2018). Más recientemente realizó trabajos interdisciplarios en coautoría con Adrián Ferrero en textos, que fueron publicados en Vagabunda Mx. Ellos son: “Instantáneas de Los Bosquecitos, Argentina” (2021), , “Invierno en Los Bosquecitos, Argentina” (2021), “La Constelación del sur: claroscuros” (astrofotografía) (2021), “Otoño en los Bosquecitos, Argentina” (2021), “Transiciones” (2022) y “Verano en Los Bosquecitos” (2023).

Artículo anteriorLa edición 14 de FICUNAM, será del 13 al 20 de mayo y anuncia sus primeras secciones en competencia
Artículo siguiente‘Iris’, o cómo hacer una comedia moderna y divertida sin necesidad de burlarse del otro
Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí