Hablar sobre feminismo hoy es un tópico de «moda»; festejo esa «moda». Aunque esto no lo es así del todo. Cierto que mucho del feminismo que hoy circula está moldeado por las redes, por la era digital y la globalización de las ideas; por esa llegada de una era que nos tomó por sorpresa y que no parará hasta convertirse en algo que los de siglos pasados ni siquiera reconocerían como humano. Sin embargo, el feminismo tiene ya un largo camino que ha construido arduamente.

Digo que lo festejo porque hoy se habla de lo que significa ser «mujer», se habla, se verbaliza, como gustan decir ahora los psicólogos. Incluso si se habla para denostar, para estar en contra, se habla, se socializa en todos los niveles, pues, si bien es innegable que en buena medida la oleada de feminismo actual está dirigida en gran medida por élites del mundo blanco, primer mundista o de agrupaciones que surgen y se fortalecen en las grandes ciudades; esto ha permeado a todos los niveles y puntos geográficos.

Hoy es posible escuchar hablar de derechos y de cómo se sienten con lo que les pasa como seres femeninos a la señora que despacha la frutería con la ama de casa del barrio de un pueblo, esto, siendo ellas conscientes de que ya están hablando de su realidad como mujeres, no como un mero recuento de confidencias, saco roto en donde antes se vaciaba todo, si es que llegaba a compartirse, pues muchas de nuestras abnegadas abuelas debieron callar demasiado, la bucólica imagen del México rural o provinciano, solo existe idealizada en las imágenes en sepia, donde los muros de adobe guardaban lo que el silencio cubría.

Las mujeres que hoy pertenecen a esa esfera tan vulnerable de la tercera edad comienzan ya a «reclamar» lo que antes parecía asumido. Expresan lo que sienten respecto a prácticas que hoy observan las minimizan, que incluso ellas permitieron y reprodujeron. Por supuesto, todo ello trae problemas, les genera conflictos a ellas mismas y a quienes las rodean, pues no es que tales reclamos tengan un orden lógico y estructurado, finalmente tampoco tiene por qué serlo. No obstante, lo importante es que se estén planteando en todo lugar y espacio. Así sea de manera contradictoria y tempestiva, con errores, con desacuerdos, desde lo radical o lo sumamente moderado. Lo crucial es que ahora esto está en «boca de todos», nos hemos apropiado de lo que el burdo slogan del Candys (club para «caballeros») usa para promocionarse.

Como tantas veces en México, y en bastantes países más, el feminismo viene acompañado de esa sombra terrible e inseparable que es la muerte y la crueldad. Los feminicidios y las desapariciones forzadas se han convertido en la columna vertebral de las manifestaciones, de las discusiones en redes y en los pasillo o aulas de las escuelas. También, como siempre, grupos políticos hacen eco de movimientos que les puedan traer beneficios de tipo electoral, aun cuando las motivaciones ideológicas de dichos partidos sean contrarias a los reclamos y reivindicaciones feministas.

No hablaré de estadísticas porque, como ya lo han indicado muchas activistas, el asesinato de una mujer por el hecho de ser mujer, no es un número sino una vida. Recalcaré lo anterior, el feminicidio como acto por tu condición de género. El asesinato por el hecho de ser lo que eres. Una persecución que la mujer conoce desde hace cientos de años. Allí está la cacería de brujas como ejemplo máximo, disfrazada de «justificaciones» religiosas, pero que en sí se trató de una campaña sistemática de feminicidios perpetrada por una institución. Silvia Federici lo ilustra magistralmente en su Calibán y la bruja (2004), texto que los invito a leer para abonar más a este hablar, escribir, pintar, rayar, «vandalizar», gritar sobre la realidad de ser mujeres en México (y en el mundo).