La verdad de la condición humana no se acepta y solamente resulta admitida en obras de literatura, cine o teatro, que permiten al ingenuo espectador establecer una distancia con la realidad, aceptando la verdad como espectador, pero rechazándola como ciudadano civilizado, y ello a pesar de las evidencias que nos aporta la historia de la humanidad. Aquí, pondremos ejemplos del cine intentando que el lector sea capaz de comprender la relación de los hechos de la pantalla con los de la vida.
Secretos inconfesables, (Secret Cutting o Painful Secrets), de Norma Bailey, de 2000, es una película en la que se cuentan los problemas de una adolescente, Dawn Cottrell, que no puede soportar emocionalmente y se hace cortes en el cuerpo para que el dolor físico le evite el dolor emocional. Esto la crea más problemas y hace que los intereses en sus relaciones no coincidan con los ajenos, por lo que apenas tiene amigos. Cuando el colegio descubre su secreto, en lugar de ayudarla, le agravan la situación, como ocurre siempre que se le pide a una institución que resuelva un problema humano. La madre, autoritaria, déspota y perfeccionista y, por ello, exigente, especialmente con los demás, echa la culpa de lo mucho que ella sufre a lo que hace su hija, de forma que, en lugar de ayudarla con sus problemas, se los agrava. El resto de la familia, su padre y su hermano menor, siguen la pauta marcada por la madre y esperan que la chica corrija su conducta por la que todos ellos sufren, sin preocuparse de por qué sufre ella, y la pescadilla se muerde la cola.
El padre no tiene buena relación con la madre y bien parece que desearía separarse, debido al fuerte carácter e injusto proceder de su mujer, pero no interviene en las normas que impone a su hija, aunque no las comparta, por lo que, viendo el problema, no hace nada por remediarle. La madre ha conseguido establecer una jerarquía, que nadie cuestiona, y una actitud ante la situación de la hija que todos repiten. Si su punto de vista del problema hubiera sido otro, la familia hubiera reaccionado de otra manera.
La cinta refleja muy bien las relaciones de una familia en la que no existen los afectos. El padre prácticamente no tiene relación con los hijos y la madre conjuga, al menos con la hija, los regalos con las normas injustas y vejatorias, conducta típica del maltratador, lo que demuestra que las mujeres, cuando ocupan el puesto de los hombres, actúan igual que ellos. Dawn, por su parte, ni siquiera es consciente del daño que le causa su madre, que la está anulando, y no es capaz de ver que es la responsable de todo lo que le pasa. Sus problemas la hacen vulnerable y no es capaz de advertir el juego de su progenitora, escondiendo sus afrentas bajo nuevas cicatrices y advirtiendo únicamente las ventajas de vivir bajo su ala.
La sociedad tampoco es tan perfecta como parece serlo la familia Cottrell ante su comunidad. En la sociedad, quien tiene el poder tiene el derecho a imponerse y someter a los demás. La cinta acaba con un increíble final feliz, pues la madre acaba reconociendo que es la causante de los problemas de su hija y abandona la familia. Pero, en la vida real, una persona prepotente no reconoce sus errores. Un final más adecuado para poner de manifiesto la realidad de los hechos hubiera sido que Dawn se acabara suicidando y que la madre, que había hecho todo posible por ayudarla, recibiera el apoyo y la conmiseración de sus vecinos y conocidos, echando toda la culpa a la hija por no haber hecho las cosas como debería haberlas hecho, es decir, que el director nos dijera que los problemas de la conducta social no llegaron a entenderse ni a resolverse. Un final más realista hubiera sido que nada cambiara y que la hija fuera capaz de llevar esos problemas cuando alcanzara la mayoría de edad y tuviera cierta independencia al encontrar trabajo, pero las películas quieren que pensemos que la sociedad es tan perfecta que es capaz de resolver todos los problemas que se la presenten, de forma que los guionistas del cine actúan como el padre de Dawn, ven los problemas pero los dejan estar.
Derribad al hombre (Blow the Man Down), de Bridget Savage Cole y Danielle Krudy, 2019, ofrece, en cambio, una alternativa, aunque ilusoria. Tres ancianas que representan las fuerzas vivas de la comunidad, que, por un lado, conocen la vida de todo el mundo y la critican, pero, por otro, tienen la suficiente sensatez como para juzgar las conductas de forma humana y por encina de criterios legales. Actúan ilegalmente, pero moralmente. Lo que sobraría en el guion sería la interpretación de que el malo es siempre el hombre, cuando, además, esas fuerzas ya han tenido que actuar para corregir la conducta de una mujer.
Mr. Jones, de Agnieszka Holland, 2019, es una película histórica sobre la investigación del periodista británico Gareth Jones de las atrocidades cometidas por Stalin durante la colectivización forzada en Ucrania. En ella, se cuenta, a parte de la verdad del comunismo, cómo la verdad no es la realidad sino lo que el poder decide que debe ser verdad, tanto en regímenes autoritarios como democráticos, por si es que alguien creía que la democracia es diferente de una dictadura solo porque dejan votar en unas elecciones. El poder social anula al individuo y anula la verdad. Las democracias son tan falsas como las dictaduras y occidente es tan falso como oriente, todo está en manos del mismo hombre. Pero, aunque se diga una y mil veces, no se admitirá. Cuando el periodista investiga lo que estaba ocurriendo, son las propias víctimas del sistema quienes le delatan. Cuando, en una situación normal, lo que debería ocurrir sería que se considerara que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, pero, bajo la presión del sistema, se piensa que el enemigo de mi enemigo es también el mío. En esa situación, se desconfía hasta de quien quiere ayudar, como consecuencia de la anulación, por parte del poder, de la individualidad. Establecido el poder, queda establecida la jerarquía: unos mandan y, otros, obedecen. O unos sufren y, otros, hacen sufrir.