SENSUALIDAD NO ES SINÓNIMO DE SEXUALIDAD

La sensualidad es extraterritorial, no le gusta que la cerquen, de modo que no se centra en un cuerpo o en partes de un cuerpo, los utiliza acaso pero para trascenderlos. Así, la sensualidad en unos labios no radica en dos pliegues de carne rojizos o rosados, sino en lo que su imagen nos evoca.

La sensualidad no es un sinónimo de sexualidad, la “s” es la letra central en “senSualidad”, la “x” lo es en “seXualidad”, la “s” es como su nombre, suave, un zigzagueo que recuerda a los movimientos ondulantes de una serpiente. La “x” es fuerte, es una marca sonora y gráfica que reduce a un punto fijo entre dos cruces.

Lo sensual no se circunscribe a un aspecto meramente sexual, remite a un imaginario que lleva a lo erótico pero que se puede unir a otras representaciones placenteras, allí en donde la humedad o la calidez del mundo habitan. Una herramienta muy valiosa que nos ayuda para esto es el cine.

En esta entrega traeré a colación cinco largometrajes que derrochan sensualidad de distintas maneras. No sólo por las protagonistas de sus historias, sino porque narran una sensualidad abrumadora. La sensualidad no es exclusiva de la mujer, pero suele ser artífice ideal.

ELLAS

Hablar de nuevas femme fatale y remontarnos hasta la década de los 90 parece poco congruente, pero creo interesante partir con este ejemplo previo al nuevo milenio. Damage (1992), de Louis Malle, presenta a una Juliette Binoche interpretando a Anna Barton, la joven novia de Martyn, hijo de Stephen Flemming (Jeremy Irons). Este último se enamora de Anna y viven una relación pasional tormentosa.

Anna emana una sensualidad andrógina, su cabello corto y negro, su esbelta figura, dan un toque a medias entre lo femenino y la delicadeza que puede encontrarse en un joven introvertido. Hay escenas que son una coreografía de cuerpos. Anna transmite, a través de sus gemidos opacos y sus piernas enfundadas en medias negras, una intriga cautivadora.

Aquí, la representación masculina es la del hombre mayor que se pierde en el deseo total, mientras el hombre joven es un acompañamiento a modo de una decoración en la vida de la protagonista. Ella dirige los acontecimientos, accede a los deseos del otro sólo por elección, y lo más importante, busca ser libre en medio de los convencionalismos que acata en la superficie.

Iniciando el siglo XX, nos encontramos con Malena (2000), de Giuseppe Tornatore. Escena tras escena hay un erotismo que transita en cada mirada de Malena (Monica Bellucci), en cada cruzar de piernas, en la famosa imagen donde sus labios rojos sostienen un cigarro al que todos los hombres desean prender fuego, metáfora extraordinaria del deseo y urgencia masculinas; sensualidad en cada movimiento de caderas o de unos senos que lanzan directo al infinito.

Podemos incluso imaginar el olor de su cuerpo, las tomas nos permiten percibir su olor a la luz de colores amarillos y cálidos de los pueblos italianos de la primera mitad del siglo XX. Imaginamos también el sabor de su piel cargado de la fuerza que solo los ojos y los labios de Bellucci poseen.

Desde mi punto de vista –y seguro serán muchos son los que se adscriban y se han pronunciado previamente–, Malena es uno de los máximos homenajes a la sensualidad femenina, al despertar sexual adolescente y, por supuesto, a la belleza imponente de Monica Bellucci. Se le pueden imputar críticas a nivel argumentativo, pero en cuanto a la narración de sensualidad en Malena, una sola escena lo haría insostenible.

Vemos a una protagonista marcada también por circunstancias adversas, donde los prejuicios sociales la rodean. El papel de los hombres es, por un lado, el de adultos llenos de la lujuria que provee la edad. Por el otro, un adolescente que eleva a nivel divino a la mujer que despierta su deseo. La masculinidad es representada en sus inicios como el máximo descubrimiento, y después, en su cúspide y declive, como decadente, lo que confiere un dejo despectivo en los ojos de Malena.

Trece años después conocemos a Samantha (Scarlett Johanson), en Her (2013), de Spike Jonze. Aquí podemos hablar de una sensualidad futurista. No encontramos a una Scarlett Johanson en físico, solo su voz armónica, cargada de la sensualidad que es una a la par de su dueña, y que aquí representa a un sistema operativo, que emula, en todos los sentidos, la inteligencia humana y la trasciende.

No sólo la vista o el tacto pueden proveer de representaciones sensuales, aunque un poco al margen, los demás sentidos son igualmente espacios para hacer explotar emociones. En el caso del cine, claro está que la imagen es la manifestación principal, por ello, el caso de Samantha es un singular ejemplo de un tipo de sensualidad sonora.

Theo, el personaje masculino, es el centro de la historia. Aquí, se le ve como un ser que no logra desprenderse de su concepción humana del amor. No puede con la pluralidad que le confiesa Samantha y entonces la deja ir al mundo infinitesimal de los algoritmos y el ciberespacio, a seguir siendo la musa virtual de miles de hombres solitarios como él.

Casi enseguida llega The Wolf of Wall Street (2013), de Martin Scorsese, y con ella Naomi Lapaglia (Margot Robbie), una rubia que obsesiona a Jordan Belfort (Leonardo DiCaprio). De nuevo una rubia se apodera de la pantalla y no solo obsesiona al protagonista sino a los espectadores con una sensualidad marcada en rostro y cuerpo, un cuerpo, exhibido en mallas altas y collar, que paraliza.

La sensualidad se ofrece a modo de la fórmula de mujer despampanante y frívola, quien sabe lo que provoca y saca provecho, hasta que es la vida desenfrenada de Belfort quien la sitúa en la responsabilidad de madre, haciéndole saber que su belleza no puede ante los excesos ni ante la rutina del matrimonio. La figura masculina es quien marca el ritmo en la trama y en la sensualidad de Naomi, es la femme fatale que deja de serlo tras volverse parte de un microcosmos cotidiano.

Finalmente está Lorraine Broughton (Charlize Theron), en Atómic (2017), de David Leitch. Las tomas que realizan a Lorraine, cada uno de sus movimientos, son piezas de un rompecabezas que parecieran tener un solo objetivo más allá de narrar la trama misma: disfrutar de cada cigarro que Lorraine lleva a su boca, de cada deslizamiento de sus pies enfundados en tacones que parecen taladrar la tierra a su paso.

La expresión corporal que realiza Charlize Theron para crear su personaje, no es natural, se siente sumamente trabajada, pero allí es donde radica la sensualidad atómica, es efectivamente una sensualidad explosiva, meticulosamente trabajada, llena de dinamita contenida en cada músculo de pieles ochenteras.

La presencia masculina sólo está aquí para interrogar, traicionar o ser traicionada, y sobre todo, para vencerla a punta de patadas y puñetazos. Únicamente al inicio se deja ver la relación con un hombre al que Lorraine pudo haber amado, quizá, porque tampoco es algo en lo que la trama se ancle.

DE NUEVO ELLAS

Las protagonistas de estos films son mujeres que, en mayor o menor medida, son acompañadas por hombres o acompañan a uno, pero que terminan por ser para sí mismas.

Anna sería el ejemplo de la mujer fatal trágica, con un pasado envuelto entre suicidio, amor e incesto, dejando tal huella en su vida sexual, convirtiéndola en una especie de ángel caído que busca seducir y mantener su libertad y el deseo intactos. Es una buena muestra del cine europeo de principios de los 90, y en sí del ideal erótico de esa época, marcado por la desazón de fines de siglo, donde la sensualidad femenina es una mezcla de introversión, tragedia y lucha por la libertad.

Malena, la hermosa Malena, sólo resta decir que su propia presencia fue capaz de despertar la envidia de las mujeres de todo un pueblo, que terminaron por lincharla con la finalidad de borrar los rasgos de una belleza que cubre todo a su paso. Es una sensualidad bucólica, venida de otra época y geografía, quizá una encarnación de diosa griega entre un pueblo siciliano. La sensualidad de Bellucci es atemporal, bien pudo ser bella en siglos previos a nuestra era que en el siglo XII, cualquier tiempo sería su tiempo.

Samantha termina siendo sincera y diciéndole a Theo que no puede quedarse con él de manera exclusiva, habla de una especie de amor en extremo plural; él no puede ante eso. Así que su voz seductora la imaginamos –nunca olvidamos la imagen de Scarlett– recorriendo otros universos virtuales. Es pues una sensualidad incorpórea, no tangible, cómoda sin que por ello elimine la complejidad de una relación amorosa: una buena síntesis de la sensualidad virtual que permea este siglo.

De los cinco personajes, el de Naomi en El lobo de Wall Street, es el menos complejo, el más prefabricado, enmarca la presencia de la mujer sensual que evoca un burdo y provocador erotismo en cada escena, pero que carece de ímpetu por sí misma. Eso no quita que siga siendo una muestra de sensualidad, la definiría como la sensualidad plastificada versión siglo XXI.

Lorraine es capaz de ser fatal para los hombres, a punta de golpes y patadas, pero también para las mujeres, a través de caricias fuertes, de cuerpos plegados sobre una cama al ritmo de música ochentera que te hierve la piel, esto plasmado en la gran escena que hace junto a Sofía Boutella. Es el único personaje que es verdadero protagonista desde el que se cuenta la historia, prescinde de los hombres durante casi todo el film, sólo al final la vemos siguiendo el plan de… un hombre que dirige.

En suma, ellas son un ejemplo de la sensualidad de las nuevas mujeres fatales del cine comercial de fines del siglo XX e inicios del XXI. Por supuesto no son las únicas que pudieran estar inscritas en esta lista, pero creo son una buena selección que muestra arquetipos que revelan la concepción masculina de la sensualidad femenina, pues con esto cierro: ninguna de las cintas es dirigida por una mujer, es la perspectiva masculina quien dibuja estos personajes. Sin embargo, finalmente son las mujeres reales que los encarnan quienes emanan frente a la lente una sensualidad indiscutible.

Ya tendremos oportunidad de hacer lo mismo pero con largometrajes dirigidos a través de la mirada femenina y apreciar los resultados.