En este cierre de octubre, mes donde brujas, hechiceras, demonios, machos cabríos y otras figuras de la “familia” se unen en aquelarre, quiero retomar un libro exquisitamente “malévolo”, subversivo y ya clásico. Se trata de Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria, de la escritora, profesora, historiadora y activista feminista italo-estadounidense, Silvia Federici (1942).

Calibán y la bruja fue publicado en 2004 y en 2010 aparece la edición en español a cargo de Tinta Limón Ediciones. Desde entonces, ha tenido múltiples ediciones y reimpresiones, y se mantiene como uno de los títulos con una gran cantidad de descargas en la red.

Federici es un referente dentro de la literatura feminista, con más de treinta años dedicados a repensar los procesos y postulados históricos desde una perspectiva feminista. De hecho, en Calibán y la bruja hace una revisión crítica a varias premisas del marxismo, del que retoma uno de los conceptos base de su libro: la acumulación originaria.

Foto: Asamblea Casa mujeres Valladolid.

Al respecto, Silvia indica que en el análisis que hace Marx sobre la acumulación originaria no hace ninguna mención a las profundas transformaciones que el capitalismo introdujo en la reproducción de la fuerza de trabajo y en la posición social de las mujeres, […] tampoco aparece ninguna referencia a la “gran caza de brujas” de los siglos XVI y XVII, a pesar de que esta campaña terrorista impulsada por el estado resultó fundamental a la hora de derrotar al campesinado europeo, facilitando su expulsión de las tierras que una vez detentaron en común.

La discusión que Federici plantea en su obra descansa en cuatro puntos, que expone así:

  1. La expropiación de los medios de subsistencia de los trabajadores europeos y la exclavización de los pueblos originarios de América y África en las minas y plantaciones de “Nuevo Mundo” no fueron los únicos medios para la formación y “acumulación” del proletariado mundial.
  2. Este proceso requirió la transformación del cuerpo en una máquina de trabajo y el sometimiento de las mujeres para la reproducción de la fuerza de trabajo. Fundamentalmente, requirió la destrucción del poder de las mujeres que, tanto en Europa como en América, se logró por medio del exterminio de las “brujas”.
  3. La acumulación originaria no fue, entonces, simplemente una acumulación y concentración de trabajadores explotable y capital. Fue también una acumulación de diferencias y divisiones dentro de la clase trabajadora, en la cual las jerarquías construidas a partir del género, así como las de “raza” y edad, se hicieron constitutivas de la dominación de clase y de la formación del proletariado moderno.
  4. No podemos, entonces, identificar acumulación capitalista con liberación del trabajador, mujer u hombre, como muchos marxistas (entre otros) han hecho, o ver la llegada del capitalismo como un momento de progreso histórico. Por el contrario, el capitalismo ha creado las formas de esclavitud más brutales e insidiosas, en la medida en que inserta en el cuerpo del proletariado divisiones profundas que sirven para intensificar y ocultar la explotación. Es en gran medida debido a estas divisiones impuestas -especialmente la división entre hombres y mujeres- que la acumulación capitalista continúa devastando la vida en cada rincón del planeta.

Estos ejes son desarrollados por la autora con agilidad y solidez argumentativa. Hace que como lectores tengamos un panorama tan amplio como crítico de la historia y la relación de poder que se impuso sistemáticamente sobre las mujeres.

Las hogueras en las que las brujas y otros practicantes de la magia murieron, y las cámaras en las que las torturaron, fueron un laboratorio donde tomó forma y sentido la disciplina social, y donde fueron adquiridos muchos conocimientos sobre el cuerpo. Inicia la politización del cuerpo y, con ello, el ejercicio de la biopolítica.

Para cerrar, recupero una de las reflexiones con que Federici recapitula su obra. La caza de brujas fue, por tanto, una guerra contra las mujeres; fue un intento coordinado por degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social. Al mismo tiempo, fue precisamente en las cámaras de tortura y en las hogueras en las que murieron las brujas donde se forjaron los ideales burgueses de feminidad y domesticidad.

Federici propone una visión de la “cacería de brujas” como un fenómeno mayor y no menor, como ha sido estudiado o pensado a lo largo de la historia sociocultural; o totalmente desdibujado desde la historia económica del mundo. Lo reconstituye como un elemento central en la transición del feudalismo al capitalismo como motor socioeconómico, donde se inauguraron nuevas formas de disciplinamiento y divisiones en las fuerzas de trabajo, en donde dicho proceso de ninguna manera fue espontáneo.

Es un libro de una vigencia impresionante, que incluso a la luz de los años que han pasado desde su publicación, sigue arrojando luz sobre el presente, sobre la forma en que se concibe no solo al cuerpo femenino sino el cuerpo humano en sí, como mero artefacto predecible y controlable (o que al menos desde cualquier posición de poder se desea controlar). Además, explica la marginalidad en que se ha buscado mantener a la mujer y, a la par, ofrece trazos para que como lectoras y lectores podamos encontrar rutas alternas en medio de esta acumulación originaria depredadora.

Foto obtenida de: Resumen Latinoamericano