Detalle de la portada 'La vida mentirosa de los adultos'

Elena Ferrante es escritora, es novelista, es best-seller, su rostro fue un misterio. Pero es única.

Saquemos de un plumazo el ejército de firmas femeninas en ladrillos enormes que tras la fachada de la “época histórica”, del erotismo al uso o de las escenas multiplicadas en los espejos del streaming, ocupan el lugar de los libros en las librerías.

Elena Ferrante es una gran escritora.

¿Cómo Lessing, cómo Atwood, cómo la venerable Simone y las demás?

Sí. Así como la primera expone la decepción política de la mujer adulta en la Europa del s XX y su correlato en la disolución de la pareja, y Atwood enfoca la maternidad y la paternidad en la trama del poder de siempre, y la mater Simone-novelista la pareja abierta a la francesa y la sumisión intolerable del “acepta o muere” del macho, ¿cuál es el descubrimiento, la mostración que justifica a Elena Ferrante?

La vita bugiarda dei adulti, (2019) la última novela, traducida como La vida mentirosa de los adultos (2020) retoma, combina, confirma, las tesis aparecidas en la gran saga La amiga estupenda, de 2011/2015

En su última novela, Ferrante repite, a la manera de los grandes creadores, y para obligarnos a frenar en la lectura vertiginosa de los destinos de las amigas Lena y Lila, un esquema suyo, nuevo, creación propia, equivalente a procedimientos masculinos que de tanto ver ya no vemos.

Ha descubierto la receta, cocina para las mujeres, logra y nos regala una experiencia de identificación, en la que a fuerza de usar nuestros símbolos, nuestros códigos, nuestros ojos, aprendemos sobre nosotras mismas lo que antes debíamos extrapolar, convertir, y entresacar de los relatos masculinos. Quedándonos siempre con las migajas.

La vita bugiarda es novela de iniciación

Y aquí viene. La novela de iniciación es aquella que narra el pasaje a la adultez de un niño, varón. Siguiendo el esquema de Propp y los narratólogos, habrá un lugar de partida, un hogar roto o insuficiente, una discordia, una misión interior. El sujeto parte indefenso y habrá de encontrar algún ayudante, algún objeto mágico, alguna mujer, de la vida o no, que lo despierte, un antagonista peligroso que lo ponga en riesgo grave y una sucesión de derrotas que le hagan pensar en su incapacidad para la vida. Lo aprendido le servirá para sortear otros encuentros y finalmente regresará o se establecerá en su nuevo estatus. Quizá coma perdices.

Pregúntale al polvo, Demian, El gran Gatsby, El Palacio de la luna, Tokyo blues, y la princesa de todas, El cazador oculto, van de ejemplo (para el siglos anteriores de habla inglesa, consultar google)

Son escasas las novelas de iniciación con personaje femenino. Quizá la más conocida, Bonjour Tristesse, resulte extemporánea. Juzgada banal, sólo interesante por ser obra de adolescencia de Sagan, no cuajaba eso de que la niña fuera “iniciada”, ¿en lo sexual, lo emocional, o lo simbólico?

Según Biruté Ciplijauskait*, estudiosa de la narrativa femenina de las décadas del setenta y ochenta del siglo pasado, la narradora típica escribe no iniciación sino concienciación, esto es la asunción del yo mujer que encara un destino individual, que ve, por alguna circunstancia de su vida, la posición humillada que ocupa y se toma a cargo: se va, dejando familia (esposo, hijos) y seguridad. Va en busca de una adultez de la que carece siendo ya adulta.

Elena Ferrante ha encontrado que el procedimiento narrativo tradicional, es decir la secuencia que avanza en el tiempo y ve crecer a los personajes con sus mudanzas y sus peripecias, le sirve para exponer el crecimiento de sus niñas, el aprendizaje de la observación del mundo, del barrio, la ciudad (Nápoles, siempre) y las otras ciudades a las que huyen para dejar ese barro original que revuelve el peor de los machismos con la complicidad también turbia de las hembras. Y lo que nos alienta y nos seduce es que la niña de Ferrante sale, crece, medita y actúa desde una progresiva autonomía de la subjetividad, y del crecimiento intelectual.

En la novela que nos ocupa, Giovanna descubre que está volviéndose fea (prácticamente todas lo descubrimos antes de los tres años) de boca de su padre. Y no sólo eso sino que se está pareciendo a una tía, y eso es lo peor que podía pasar, en el ominoso clima de su familia. La individuación, la ruptura vienen aquí jaladas por una mujer muy especial y aquí está la novedad que nos aporta la autora: la creación de un súper ente, proteico, mudable, temible pero seductor, adorable pero patético, oracular y ciego. Esta mujer- suma quizá le haga a la niña lo mismo que la mujer símbolo al niño. Creemos que no. No nos obstinamos en paralelismos o simetrías.

En la obra de Ferrante, este personaje asume variadas condiciones. En la saga de La Amiga, Lena ve en Lila, su par, un ideal confuso, el compendio de “lo” mujer”, una suma de atractivos no convencionales que mueven a los demás como un imán. Sin estudios, sin belleza, hay algo en la amiga que irradia y al mismo tiempo rechaza y moviliza a la propia acción. En cambio, Lena es estudiosa, pensante, analítica, y sobre todas las cosas, común. Como es común la lectora que tiene el placer de la identificación como no lo tuvo por siglos ya que jamás el personaje-conductor o conducido, siempre modélico (Ahab,Hamlet, Quijote, Fausto, Dante, Valjean…) se le acomodaba. ¿Identificarse con Dulcinea, Ofelia, Margarita, Beatriz, Cosetta, Moby?

Ese personaje, si se quiere, inverosímil,  catalizador de la inquietud en los umbrales de la salida de la niñez, contiene la carga de conocimiento y experiencia que necesita la niña en su futuro adulto. Para nada una figura ejemplar, es de luz y sombra, de hablar claro y de escamotearse, de traer discordia y de inspirar decisiones, de envidiar y compadecer. La intensidad misma de lo humano al alcance de una.

Ferrante ensayó en tres novelas ese juego entre mujeres que hace nacer la conciencia o la necesidad de la conciencia.

Crónicas del desamor es el primer título que abarca tres novelas con diferentes tramas y personajes. No es en rigor una trilogía ¿Qué las une?

En El amor molesto se ve la relación madre-hija: una madre oscura, una hija que ignora ese mundo adulto y anda por Nápoles develando las cosas de los mayores. Maestría en el logro del clima de machismo opresivo de la ciudad.

Los días del abandono no contiene un dúo, es el viejo cuento de la mujer con hijos pequeños dejada por él. Claro que hay otra, pero no en el tono de La mujer rota. Si de Beauvoir escatimaba pasión y sólo desnudaba el lento deslizarse a la locura de ella, Ferrante carga en el sufrimiento el delirio y la crueldad del extravío en que cae la abandonada. Hay unos niños de temer.

Y finalmente en La hija oscura, la mujer adulta y libre, Leda, cae en el hechizo de una muñeca y una niña, que remueven ese poso que la cultura le ha negado al espíritu femenino en nombre de una pulcritud imposible.

El despliegue que nos da Elena Ferrante en este nuevo tipo de personaje está lejos de las musas, las madonna intelligenzia y otras deidades puro humo del inmovilismo impuesto por el texto masculino.

“Sé misteriosa” nos decían, “¿Y cómo? no me sale”, hubiéramos querido responder. Y  nos privaban del profundo placer de la ficción.

 

*Ciplijauskaité, Biruté. La novela femenina contemporánea (1970-1985) Anthropos, Barcelona 1994