Fotografía: Silvia Ibarra Ramos

En México, nuestro concepto de la muerte es inherente a nuestro código genético histórico como pueblo: honramos y celebramos a nuestros muertos desde nuestros antepasados prehispánicos. Esto se replica en cada panteón del país, y los panteones tapatíos no son la excepción.

No conozco otra cultura que celebre como nosotros a la muerte.

Está presente en nuestra comida, rituales, misas, música, baile, vestimenta, religiones y arte.

Si me preguntan, creo que se debe al estar conscientes de que esta vida es sólo un  pasaje de ida y entre nosotros, sabemos que la flaca está presente y en cualquier momento y lugar y vendrá a nuestro tiempo para llevarnos a un nuevo camino.

El no poder visitar este año los panteones para documentar, a causa de la pandemia, me hizo sentir melancolía de cómo era la vida antes de estos tiempos, cuando tuve oportunidad de hacerlo y ahora valoro muchos retratos que hice.

Quise hacer una pequeña reseña de lo que fue mi deambular fotográfico, visitando el panteón nuevo de Guadalajara y el de Zalatitán en Tonalá entre el 2012 y 2014, donde más que muerte y oscuridad observé mucha vida y color.

Gente que sobrevive de la muerte como Don Héctor y Luis, músicos de grupos norteños que están a su servicio para cantar las letras favoritas de sus  seres querido o de Don Juan, aguador oficial del ayuntamiento para apoyar en la limpieza de las tumbas.

No se diga de Don Felipe, y Miguel sepultureros de oficio por más de 15 años. Y sobre todo los paisajes que hace la gente, son momentos mágicos como el olor de cempasúchil que conecta a los dos mundos.

Aguador que en 02 de Noviembre trabaja en el Panteón Nuevo de Guadalajara. Guadalajara Jalisco México
Noviembre 2013.

 

*Texto e imágenes de Silvia Ibarra Ramos.