Lydia Tár tenía alrededor de 28 años cuando formó parte de un coro dentro de un campo de concentración japonés en Singapur, durante la Segunda Guerra Mundial, la directora del coro, e inspiración primigenia de Tár, fue Adrienne Pargiter, quien junto a Daisy Drummond, formaron un coro clandestino como resistencia al cautiverio al que las sometieron las tropas japonesas.
Por supuesto que lo mencionado arriba es «ficción», de hecho, es una mezcla de ficciones, pero verán lo interesante de estas concordancias de ficción cinematográfica.
La película, Paradise Road (1997), del australiano Bruce Beresford, ganador del Oscar por Paseando a Miss Daisy (1989), está situada en la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), cuando las tropas japonesas sitian Singapur, y un grupo de mujeres de distintas nacionalidades son evacuadas en barco hacia los Estados Unidos. Durante la travesía, el barco es atacado por la aviación japonesa y naufraga frente a las costas de Sumatra. Las mujeres son apresadas y enviadas a un campo de concentración en medio de la selva. Está inspirada en una historia real (Filmaffinity).
En ella, vemos aparecer a un joven Cate Blanchett, dando vida al personaje de Susan Macarthy, quien se incorpora al coro que crea Adrienne Pargiter, interpretada por una estupenda Glenn Close, actriz a la que el Oscar se ha perdido de tener entre su lista, y la bonachona como fuerte maestra de escuela Daisy Drummond (Pauline collins). Ver a Close dirigir el coro y a Cate como corista, y viajar en el tiempo, llegar hasta Tár, donde Blanchett es a su vez una directora de orquesta, es una delicia ficcional cinematográfica.
Observar la evolución de Cate como actriz también es parte del disfrute de una película que, además, nos lleva a ese cine previo a los 2000, donde las locaciones aún eran reales. En este caso, la cinta fue filmada en los exóticos parajes tropicales de Penang (Malasia). Y donde el coro al que escuchamos, lo vemos también llevado a cabo en la trama, historia coral con extraordinarias interpretaciones femeninas, dentro de las cuales está la de Frances McDormand, otra dueña de estatuillas. McDormand allí es ya una ruda «doctora» a la que todavía tienen que maquillar para producir dicha rudeza, y que con el paso del tiempo, vemos que la ha cincelado en su rostro y actuaciones sin necesidad de maquillaje.
Ahora bien, así como entre Paradise Road y Tár hay puntos de unión, también hay puntos opuestos. Uno de ellos es cómo se aborda el rol de sus protagonistas, así como la relación de las demás mujeres presentes en la trama. Mientras que en Paradise Road, Adrienne Pargiter, la directora del coro, es una figura que en su fortaleza lo que busca es proteger y dar ánimo a las demás mujeres; en Tár vemos una directora aplastante, sin un asomo de preocupación por las mujeres que la rodean. Lydia Tár es un agente de poder más, con todas las reminiscencias de la masculinidad patriarcal, una lesbiana que reproduce el papel del opresor, algo que María Galindo, en su obra Feminismo bastardo, señala como un tema que poco se socializa al interior del mundo lésbico, pero que está sumamente arraigado.
Paradise Road tiene secuencias donde se muestra la crueldad de los mandos japoneses y las duras condiciones de vida a las que las someten por ser mujeres enemigas, y a través de esto, retrata lo que hoy se define como sororidad, ese tejido entre mujeres que termina por ser una red de apoyo en todos los sentidos. Claro, en este caso es una sorodidad que fue gestada en condiciones extremas, que empezó por ser forzada y unió a mujeres que no se veían como iguales, que discriminaban, que desde su mundo privilegiado observaban el mundo, hasta que el cautiverio terminó por crear vínculos que en la vida real se mantendrían de por vida entre las sobrevivientes de este campo de concentración.
Por su parte, en Tár no existe rastro de sororidad, al contrario, Todd Field, director de la cinta, ha respondido a los cuestionamientos de por qué ha dado vida a un personaje con las características de Lydia Tár, ha señalado que el poder no tiene género, y es que, ciertamente, el ejercicio de poder termina por reproducir patrones independientemente de si lo ejecuta un hombre, mujer o quimera. Así que, ambas cintas son, en este sentido, polos opuestos.
Hasta aquí dejo mis impresiones sobre estas dos películas que acabo de ver. Comencé con Tár y, tras ello, vi Paradise Road, como parte de mi ahondar en los inicios de Blanchett como actriz, lo que me llevó a ver los paralelismos que cuento aquí, así como las discordancias entre ambas cintas, que, digo lo obvio, son muy buenas propuestas, cada una desde su época y sus intenciones particulares.