El papel ha sido una de las creaciones humanas que más ha impactado en nuestra civilización. Desde que se inventó en China, hace dos milenios, el conocimiento para su elaboración viajó en dos direcciones: hacia el oeste por la Ruta de la Seda a través de Asia Central y de allí hasta Europa; y hacia el este con destino a Corea y Japón.

Fuentes indican que en el 610 d. C. dos monjes budistas coreanos enseñaron la técnica de elaboración del papel a los japoneses en Fuki, Mar de Japón. Tras un siglo, el papel se elaboraba por todo el territorio japonés. Sobre todo para la nobleza y la élite militar.

El papel tuvo una rápida asimilación entre la cultura japonesa. Su uso pasó a formar parte de la arquitectura doméstica, con lo que adquirió el mismo valor que la madera, la tierra y el junco como elementos esenciales dentro del diseño de las casas tradicionales.

El vidrio no se incorporó en Japón hasta el siglo XX, por ello, las ventanas de las casas japonesas estaban hechas de pantallas de shoji, elaboradas con delgadas capas de washi. Las habitaciones se dividían con puertas y ventanas hechas con papel opaco y paneles verticales a cada lado.

Muchos accesorios de uso diario tenían el papel como su material principal: lámparas, linternas, parasoles, abanicos, muñecos, cometas, quimonos. Y es en medio de todo este uso cotidiano que el papel fungiría como uno de los peores enemigos de los japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, señala Nicholas A. Basbanes (2012) en su obra sobre la historia del papel.

La noche de la «tormenta de fuego»

La gran cantidad de papel existente en los materiales de construcción de las casas y enseres domésticos hizo que las ciudades japonesas fueran tan vulnerables ante las bombas incendiarias que lanzaron los aviones estadounidenses durante las últimas semanas de la guerra.

El ataque con bombas más devastador se dio en la noche y madrugada del 9 al 10 de marzo de 1945, cuando más de 300 aviones B-29 Superfortress dejaron caer desde una altitud de casi medio millón de bombas de racimo M-69, cada una llena de napalm, que ocasionaron una serie de explosiones para provocar un enorme incendio conocido como tormenta de fuego.

Bombarderos estadounidenses sobre la ciudad de Tokio
El bombardeo de Tokio. Foto: Biblioteca del Congreso.
Vista aérea de Tokio, el 10 de marzo de 1945. Foto: Kouyou Ishikawa

Alimentado por la fuerza del viento que absorbía el oxígeno del aire, aquel infierno consumió todo el material inflamable que encontró, y como ya se mencionó, había dicho material en abundancia. Fueron 25 kilómetros cuadrados los que se incendiaron a lo largo de toda la ciudad, matando alrededor de 100 000 personas en una sola noche, refiere Basbanes.

La respuesta de Japón también fue con fuego y papel

Ante esto, los japoneses idearon un plan de contraataque que fue silenciado en la prensa norteamericana y mundial. Se trató del diseño y fabricación de 10 000 aerostatos transoceánicos, donde el papel sirvió como armazón aéreo de las armas que se lanzaron.

El plan consistió en lanzar aerostatos cargados con bombas incendiarias que harían viajar a través del Océano Pacífico con las corrientes de viento dominantes, para que cayeran sobre territorio estadounidense. Este plan se basó en una investigación meteorológica de 1930, que había descubierto «ríos de aire en movimiento rápido» que fluían de Japón hacia América del Norte por los estratos superiores de la atmósfera.

Aunque en su momento parecía ser descabellado, a estos vientos hoy se les conoce como corrientes de chorro. Y, efectivamente, dichas corrientes, hicieron posible que las bombas globo o Armas Fu-Go (el primer carácter de la palabra globo es fu), tocaran suelo estadounidense, tras 72 horas de haberse lanzado.

Bombas globo japonesas.

Se calcula que entre el 3 de noviembre de 1944 y el 5 de abril de 1945 se lanzaron 9000 globos desde tres puntos costeros de Japón. Se piensa que unos 1000 alcanzaron a llegar a América del Norte. Los estadounidenses silenciaron cualquier nota sobre esto para impedir que los japoneses mejoraran su técnica. Incluso después de terminada la guerra este hecho tuvo poca difusión, ha sido un suceso celosamente resguardado.

Pero esto no significó que no hubiese tenido víctimas. El 5 de mayo de 1945, una mujer y cinco niños que pescaban cerca de las montañas de Gearhat, en Oregón, encontraron un extraño artefacto, se cree que uno de los pequeños se acercó y activó el cable de la bomba. Los seis murieron.

Una placa colocada después de la guerra identifica el lugar como el «único sitio en el continente americano donde hubo muertos por actividad enemiga durante la segunda Guerra Mundial».

La tumba de las luciérnagas: una película animada sobre la noche de «la tormenta de fuego

La tumba de las luciérnagas (Hotaru no haka) es un largometraje de animación sobre dos niños huérfanos durante el bombardeo estadounidense de las ciudades japonesas en la Segunda Guerra Mundial.

Dirigida por Isao Takahata y producida por el Estudio Ghibli, la película de 89 minutos se centra en la relación de un adolescente, Seita, y su hermana de cuatro años de edad, Setsuko. Al muchacho ingenioso y tierno, junto con su hermanita, durante un tiempo les es posible soportar las penurias y horrores producidos por la campaña de bombardeo de Estados Unidos, uno de los crímenes de guerra menos conocidos de la Segunda Guerra Mundial.

La campaña de bombardeo fue iniciada bajo el mando del general Curtis LeMay de la Fuerza Aérea Estratégica de Estados Unidos (USAF) en 1945, unos meses antes del bombardeo de Hiroshima y Nagasaki y de la rendición japonesa. La campaña de LeMay duró cinco meses devastando más de 60 ciudades japonesas, mató a un estimado de 500,000 civiles, hirió a 400,000 y produjo cinco millones de personas sin hogar.

En Tokio en seis horas más de 100,000 residentes murieron y 260,000 edificios fueron incinerados. Un sobreviviente describió las calles como «ríos de fuego» con casas de madera, muebles y personas «que estallaban en el calor» y «enormes vórtices incandescentes… remolineando, aplanando, absorbiendo cuadras enteras de casas en su vorágine de fuego».

La tumba de las luciérnagas, que toma lugar en Kobe, se basa en la novela semiautobiográfica del mismo nombre por Akiyuki Nosaka, uno de los miles de niños japoneses cuyos padres fueron asesinados en los atentados.

Bibliografía

Chapman, E. (2014). «La tumba de las luciérnagas: Dos niños que luchan por sobrevivir en tiempos de guerra de Japón». En World Socialist Wen Site.

Nicholas A. B. (2012). De papel. En torno a sus dos mil años de historia. México: FCE.