Manual de sensualidad para jóvenes casaderos (2006) es uno de esos encuentros extraños, no sólo porque es un libro de autor difícil de conseguir en las librerías, sino porque es una expresión franca de un hombre sobre su concepción del erotismo, recorriéndolo a la par de sus experiencias. Acceder al mundo ficticio entorno al sexo desde el lado masculino es muy fácil, de hecho, la mayor parte de literatura erótica está hecha por hombres, pero encontrarse con un intento por explicar la construcción de un imaginario erótico masculino desde la pubertad, y encima tratando de crear un puente con el lado femenino, no es sencillo.

Si a lo anterior le agregamos la intención que se percibe en el texto, desde su título, de ser un “manual” para pensar la sexualidad, su gozo, sus dudas, los comienzos difíciles, los clichés, con información que va desde lo anecdótico hasta saberes concretos, en medio de una prosa salpicada de buen humor y que se propone como una conversación amena con quien la escribe, el resultado es sumamente disfrutable y enriquecedor. Esa ha sido mi experiencia como lectora del libro.

Efervescencias

El libro genera senderos, como todos, pero en este caso, tratándose de asuntos sensuales y al estar inscrito en una dinámica heterosexual, entonces crea las dos rutas conocidas: el camino del hombre y el camino de la mujer. Para los hombres, al menos en la cultura que vivimos en el México –y supongo no es ajena a muchos espacios geográficos– es complicado, cuando no casi imposible, hablar de su sexualidad o de sus itinerarios eróticos realmente íntimos. No me refiero a las anécdotas, las bromas o albures, a la construcción de la masculinidad de cajón, sino a los problemas para expresar o llevar a cabo una realidad sexual acorde a los deseos tanto propios como de una pareja.

Jorge Rueda lo menciona cuando dice lo esquivos que resultaban sus amigos o conocidos al querer hablar de sexo si no es en los términos comunes. Eso es entre hombres, pero para el hombre las cosas no mejoran cuando se trata de hablarlo con su pareja; se dan tantas cosas por sentad. Por el lado femenino las cosas no están mejor resueltas, pues pese a que socialmente a las mujeres la cosa de expresar sentimientos nos ha sido tradicionalmente más propicia, los problemas de “comunicación” con la pareja son también complicados, e incluso existen problemas con la identificación personal de los conflictos que el placer del cuerpo genera. El libro piñón trata de exponer esa dificultad desde la perspectiva masculina y, además, expone cómo un hombre ha ido descifrando su erotismo y el de su pareja o el de la mujer con quien decide estar en determinado tiempo y espacio.

Como mujer eso ha sido como toparse con respuestas a un cuestionario imaginario que tantas veces deseó fuera contestado por un hombre sin lograrlo, ya sea porque se quedaba en su cabeza femenina o porque no encontraba respuesta cuando lanzaba alguna pregunta a un ente masculino. Alrededor de la sexualidad humana, de su gozo, de su frenesí e impulsos hay tanto, desde restricciones, prejuicios, pozos oscuros llenos de dudas o desengaños, publicidad en exceso que sólo explota su lado consumible, un bombardeo de respuestas felices a situaciones infelices, una magnificencia prefabricada o grandes expectativas; que terminan cercándola, cubriéndola hasta hacerla una cosa lejana a sí misma. Intentar crear puentes me parece una labor necesaria y encuentro a Manual de sensualidad para jóvenes casaderos uno que lo hace muy bien.

Interrogantes a las respuestas

A todo “manual” es también divertido e interesante cuestionarlo. Y por lo primero que pregunto es por título. ¿Por qué elegir un título extenso y que, aunque es acorde entre lo que anuncia y expone, es poco sugerente? ¿Dónde está la atracción que debiera buscar en un tema lleno de atractivo? Seguro es un guiño u homenaje a textos de tradición erótica en la literatura de otros siglos –es lo primero que pienso–, pero considero que como autores debemos separar los gustos e intertextos personales de aquello que deseamos cumpla una sola función: atraer, jalar, incitar; misión de todo título y más si se trata de erotismo. Sobre todo hoy que la lectura compite con tantas otras distracciones.

sus “instrucciones para hacer que una mujer conozca el cielo a través de tus manos, tu piel, tu sexo, tu boca o tus palabras y viceversa”, no se sienten como instructivo o recetario.

Cuenta anécdotas que aligeran las cosas, que divierten, que hacen próximas situaciones ajenas. Cada capítulo tiene además un sabor propio. De manera particular, el capítulo “Material de apoyo”, me hizo dar cuenta de que es posible apreciar la utilidad del porno, y aunque el autor no deja de hacer notar lo plano de muchas películas XXX o de las sex shop y sus productos, hizo que repensara puntos respecto a mi postura sobre el porno, que para mí es más que un catálogo de fantasías pre-hechas, simplonas y que hacen que el imaginario erótico personal pierda más de lo que gana, contrario a lo que proporciona aquella literatura erótica que es creativa en sus propuestas.

Sin embargo, pese a que el capítulo mencionado me hizo repensar cosas respecto al porno, también me hizo preguntarme cómo se logra que un hombre no se quede en la idea exclusiva que vende tanto el porno como una sociedad que propicia los roles de género conocidos, donde sabemos cuál es el papel de los distintos “tipos de mujeres” y el unívoco perfil de “hombre-macho”. ¿Cómo llegar a disfrutar de la sexualidad, de la voluptuosidad ajena y propia sin quedarse en el plano de lo medio o en el de la frustración, o definitivamente en aquellos derroteros que generan y reproducen una violencia ya sea simbólica o efectiva en una relación hombre/mujer?

El caso que de sí mismo ofrece Jorge Rueda, ¿puede explicarse sólo por su afición a la literatura erótica? Supongo que no, deben ser un conjunto de factores, pero sería interesante observarlo como uno relevante. Creo que si no me equivoco, el propio autor lo propone, invita no únicamente a la reflexión sobre nuestra manera de concebir el erotismo y llevarlo a cabo, sino a aproximarnos a la literatura erótica como un punto de apoyo. La manera en que relata cómo llevó de la mano sus primeras masturbaciones con novelas eróticas, hace patente la relación que existe entre aquello que catapulta el imaginario y aquello que lo ciñe mediante patrones determinados, como considero hace el porno.

Otro aspecto que me generó interrogantes fue si había sólo altruismo en la intención del autor. ¿Realmente su manual sólo busca apoyar a otros u otras en los vaivenes del deseo o hay, como casi siempre, otro tipo de motivaciones? ¿El texto desea ser únicamente un auxiliar de los hombres jóvenes o maduros en su búsqueda de relaciones más placenteras, o es un desplegado de aquello que el autor sabe sólo algunos lograrán y los demás sólo sabrán de oídas sobre aquello que no les será alcanzado? ¿No desea el libro piñón ser más un medio de seducción que vuelva cautivante al hombre que se presenta entre memorias y pensamientos?

Y por último: el libro fue escrito en el 2006, han pasado más de 10 años y no sabemos cuántos desde que comenzó su elaboración. Jorge Rueda nació en 1964, si hacemos cuentas descubrimos que ese texto fue terminado justo en la plenitud de la vida de un hombre. Así que después de leer el primer capítulo del libro al final del texto, me pregunto: ¿qué dice Rueda a esas líneas diez años después? ¿Qué agregaría al esbozo que hace de sí y de su concebir y experimentar el erotismo tras una década más sobre su memoria y su cuerpo? Jorge Rueda ya no ronda los 40 sino los 50, y me pregunto, qué cambia con eso o si todo permanece casi igual. Porque al sexo y al erotismo los cambia el tiempo, como lo cambia todo y a la vez también les confiere los puntos de referencia que les da el sello personal. Me pregunto todo esto porque el tema del erotismo y la sexualidad en la edad madura se supone tratado y resuelto al abordar los “problemas” inmediatos, pero sospecho, hay igual o más zonas pantanosas sobre él que sobre el de los años jóvenes o plenos. Todas estas preguntas no buscan una respuesta, lo que son es mera maquinaria echada andar sobre la imaginación de un lector –en este caso lectora–.

Final del fuego

El Manual de sensualidad para jóvenes casaderos ha tenido justo el sabor que sugiere el color de su envoltura: sabor a dulce de piñón que se disfruta al leerlo y pensarlo suavemente.