Noam Chomsky, en el documental político Requiem for the American Dream (2015), habla de cómo las élites han blindado el sistema para eliminar los puntos que podrían estar en su contra. Menciona que la década de 1990 fue el ocaso de la ebullición revolucionaria ocurrida en los años 60, donde movimientos estudiantiles y sociales manifestaron su inconformidad e implementaron modelos de resistencia o intentaron hacerlo.
Dichas manifestaciones lograron algunos de sus cometidos, pero a gran escala no pudieron concretar más que parcialmente reformas a largo plazo en el sistema político y socioeconómico. Pero, menciona Chomsky, hay algo que sí hicieron de manera eficaz: mostraron a las élites qué aspectos debían reforzar o definitivamente eliminar para reducir el arribo de las masas en su radio de poder.
El talón de Aquiles
No hace falta especular y elaborar teorías de la conspiración donde los poderosos tejen meticulosamente cada parte de su red de influencia, basta con observar la dinámica de cada clase social para comprender que, pese a que la clase media o trabajadora genera redes comunicativas inmediatas que producen movimientos sociales de diversa índole y que evolucionan de manera orgánica, carece de la capacidad organizativa que un grupo más reducido –y por tanto con una comunicación más concreta y funcional– puede alcanzar.
Mientras a las grandes masas les es difícil o les lleva mayor tiempo organizarse, hacer consenso de acciones y más tarde realizar análisis sobre los resultados, las élites han diseñado plataformas con un alto grado de especialización para conseguirlo.
Pongamos un ejemplo básico y a pequeña escala: los empleados de una empresa comienzan a mostrar inconformidades de manera paulatina y hasta que logran afectar a la mayoría se comienzan a socializar formalmente para ver qué se puede hacer. Sólo a partir de ese momento se proponen acciones o reclamos hacia los dirigentes, a sabiendas de que pueden ser infructuosos o contraproducentes.
En cambio, los directivos crean planes previos, observan la evolución de sus proyectos, identifican los problemas y van directo sobre ellos, aquí, si el problema es con los empleados o con empleados en particular, se actúa con mayores probabilidades de obtener el resultado deseado y dentro de un marco legal que previeron debía ser a ellos a quienes primero beneficiara.
Con lo expuesto hasta aquí no se quiere decir que los grupos sociales pequeños o incluso las multitudes no hayan conseguido generar repercusiones sobre su entorno, hay un sinfín de referentes históricos en todo el globo para corroborarlo. Ni tampoco se afirma que las élites tengan todo dispuesto para operar a modo de una maquinaria perfecta.
Lo que se quiere señalar es que mientras los logros alcanzados socialmente por el grueso de las poblaciones, así como las metas comunes, tienden a desvanecerse con el paso del tiempo, los grupos de poder logran una mayor cohesión pese a sus discrepancias, pues les es más fácil coincidir en estrategias en común, ya que los une una fuerte motivación: mantener y perpetuar su poder sobre las masas y las ganancias económicas que esto implica. Ellos logar proyectar con mayor claridad sus objetivos porque han construido una infraestructura para mantener el control y con ello manejar el flujo de las ganancias, conocen lo que han creado y tienen identificados sus puntos de interés.
A las masas las mueven más las circunstancias que planeaciones específicas.
El hilo de Ariadna
Los movimientos sociales prosperan en la medida en que logran crear vínculos ideológicos, lo cuales no son fáciles de conseguir entre grupos numerosos de personas con distinto extracto social y perspectivas de vida. Además, cuando dichos vínculos permean hasta conseguir transformarse en realidades mediatas, el tiempo, contrario a lo que pasa con las élites, no suele fortalecerlos sino que van perdiendo impacto y se vuelven dispersos, debido a que cada grupo social va diseccionando intereses.
Repetimos, hemos visto cómo muchos movimientos que surgieron de una inconformidad generalizada y tomaron fuerza de una manera que podríamos denominar orgánica, producen efectos sobre el devenir social. El caso de la historia de las grandes revoluciones sociales lo muestra, de las guerrillas latinoamericanas o más recientemente la llamada Primavera Árabe.
No obstante, estos mismos referentes nos llevan a observar cómo una vez que el clímax es alcanzado por la movilización social, por lo general sigue una fase de desaceleramiento en las acciones, así como una fragmentación de los objetivos e intereses en común. Después de esto suele darse una radicalización en las posturas ideológicas por parte de algunos sectores, lo que termina por apagar la fuerza que da la unión e incluso puede terminar por crear oposición y descrédito. Es en medio de estas fases donde grupos de poder comienzan a trabajar y tales movimientos terminan politizados o lo que es peor creando crisis al interior de las comunidades u organizaciones.
Así pues, lo que les confiere vitalidad, espontaneidad y regeneración constante a los movimientos sociales, también es su talón de Aquiles.
Filmografía
Nyks, Hutchinson & Scott, Kelly, Peter & Jared (2015). Requiem for the American Dream. Estados Unidos: PF Pictures.