El libro, El corazón del daño, de la autora argentina María Negroni, que data de 2021, consiste en el monólogo de una hija que, sin embargo, pese a estar ausente su destinataria, su madre, hace acto de presencia de modo paradojal, más acentuado aún, reponiendo una presencia. Tiene algo de fantasmal esta figura que convoca su palabra. El monólogo diría en primera instancia que también manifiesta una cierta forma de interpelación, un tono que vacilará en el del reproche o una álgida acusación. Habrá un enfrentamiento, a posteriori, post mortem. Y semánticamente remite a un soliloquio que increpa al sujeto materno. En efecto, cada alocución de la hija reconstruye el universo vincular con su familia, no solo la relación fundante con su madre. Recordemos que en este universo existen también un padre y una hermana mayor.
Es en este monólogo en el que la madre ocupa un protagonismo principal. Y da mucho que hablar a la hija. Como quien dice: “La hace renegar”, “le da mucho trabajo” (¿trabajo psíquico?) para resistir sus embates, ahora traducidos a enunciados. A un universo significante por dentro del cual esa madre de modo invasivo la captura. Y por exclusión le impide o le ha impedido ser ella misma (en la medida en que nuevos deseos motivan su conducta y su modo de pensar). Hay un estado de cosas irremediable. También inexorable. El pasado juntas se ha perdido por no haber existido más que la disputa o la confrontación. A ese soliloquio se le pone un punto final al concluir el libro. Pero de ese diálogo el lector comprende de inmediato que quedarán vestigios porque quedan asignaturas pendientes, diría que en torno de temas de fondo.
Hay también lo que yo llamaría un diálogo implícito (lo que como en todo monólogo por otra parte es de rigor), en el que las ausencias son colmadas con más preguntas. Con una suma de afirmaciones cada vez más terminantes que alcanzan incluso el paroxismo de la ira.
Leo este libro como un modo de réplica literaria (en palabras del crítico Andrés Avellaneda) frente a una irrupción hostil, que ella misma ha invocado. Pues lo ha logrado. Esa aparición está delante de ella para escucharla y retomar una discusión infinita. Una madre complicada como ha sido históricamente. O quizás le ha complicado la vida, sería una aseveración más exacta. Esta respuesta cultural de la hija precisamente es elaborada a partir también del universo literario. Quien enuncia este monólogo está buscando el modo de resolver toda una serie de conflictos los que no solo su madre entra a jugar. La narradora misma manifiesta dilemas o tribulaciones respecto de sí misma. Como si se echara en cara no haberse rebelado a tiempo o con más poder de determinación.
La pregunta sería: ¿se puede ser uno mismo estando hecho de la presencia invasiva de otro sujeto mujer, con un ascendente que resulta tan desventajoso? La pulseada es desigual. Y la pulseada engendra sufrimiento que se convierte luego en dolor. Porque ella no puede dejar de amar a su madre. De modo que en esta pulseada en la cual ahora sí, de adulta, la narradora está en condiciones de paridad o incluso de superioridad de la madre en lo relativo a recursos, libertad y capital simbólico, para responder de modo certero o atacar también. Porque el sujeto mujer (la que enuncia el monólogo) no es el mismo que el de pequeña. O sí lo es, porque es el tiempo, es el locus de la orfandad. El monólogo cambia sustancialmente en la medida en que la edad cronológica que va narrando la protagonista, cambia. No es lo mismo una criatura indefensa madurativamente hablando, que una mujer que a su vez es madre. No olvidemos un detalle primordial: esta hija dará nietos a esa madre. ¿Y por que digo “dará hijos” y no tendrá hijos, a secas? Pues por la sencilla razón de que el proceso según el cual ella reformula sus rasgos identitarios se actualiza a partir de que es ella la que ha parido a sus hijos. Y de modo relacional siempre, teniendo en mente a estos hijos que serán el regalo de la vejez para su madre. Los podrá malcriar así como a ella la reprimió.
Ahora bien: la réplica de la hija, por lo general llena de tensiones y hasta ofuscada por las arbitrariedades de esa madre, está colmado de un gusto amargo. La narradora cita a autoridades de la teoría literaria o de la filosofía y el universo del pensamiento humanístico. Y hasta hay un colmo: se cita a sí misma. De modo que estamos frente a una imagen de escritora vulnerable y poderosa a la vez. En efecto, en libros preliminares, encuentra la formulación de las mejores palabras para dar cuenta de lo que está afirmando. Y, también, traza un mapa del modo en que hay libros de ella en cuya génesis reconoce a una posición belicosa hacia su madre. Como si ella se hubiera cobrado una revancha con la producción de ciertos libros (y no otros). De este modo, se trata de un libro en el que dos personas, de modo violento confrontan, chocan dos fuerzas. Sinn estar la madre más que siendo una construcción imaginaria de la hija en el seno de monólogo. Las citas de sus propios libros, por lo general producen un efecto intratextual en abismo. En otras ocasiones saca conclusiones en directa relación con los textos citados, que pueden ser poemas, o fragmentos también de otra clase de textos por ella escritos.
El lenguaje doxológico de la clase media con aspiraciones de ilustración hace contrapunto con una subjetividad (y un cuerpo) que se crispa por toda una serie de emociones agresivas (de allí la citada réplica), por lo tanto heridas dolientes, infligidas por esa madre a la que se ama pero a la vez con la que no puede convivir, simbólica y materialmente hablando (cuando es una niña o una preadolescente). Este choque de fuerzas en la infancia resulta una derrota para la hija: está a merced del universo de una adulta a la que no comprende. Y a la inversa. Una madre intolerante con su hija, a la que quiere ver hecha a su medida. Con un umbral de escasa tolerancia a la desobediencia o la transgresión. El gran desacuerdo llegará cuando ella llegue a afirmar su enunciación. Una enunciación que no perdona los atropellos del pasado. Y que no admite, ahora sí, comparecer ante su madre de m modo servil. La madre es un ser impaciente. Y la hija cuestiona esa falta de estabilidad que sería tan necesaria para ella.
La madre, es una mujer que por momentos diera la impresión de estar presente para el castigo o la reconvención. Y me atrevería a decir más: para la sanción de la hija. Se muestra e imparte la orden de evitar lo que considera son comportamientos “inconvenientes” para una joven “decente” proveniente de una familia respetable.
Pero también la madre “decide por la hija”. Esto resulta clave. Y resulta violento. La anula como sujeto que define una serie de límites necesarios para ser ella misma. O lo que considera será. Es la que siempre concluye hasta una edad en que se emancipe de su tutela y de su poder, qué debe y qué no debe hacer una niña o una preadolescente. El ejemplo más claro es cuando se superponen dos viajes. Uno a Inglaterra, con motivo de una beca que obtiene para estudiar inglés. Y otro viaje a Bariloche con sus compañeros de la secundaria. La madre decreta que viajará a Londres. En tanto ella, en una retrospectiva que tiene repercusiones en el presente afirma: “No conozco Bariloche”, de modo resignado. Admitiendo que le han torcido el brazo. Y afirmar esto no es solo un detalle menor en lo relativo a nuestra experiencia del mundo. Sino un punto que en la narradora será definitorio en su vida: conocerá mundo, pero su país le será un territorio extranjero. Deberá reinventar el vínculo con su país (y con sus lectores) y, por lo tanto, autoconstruirse a partir de premisas (también teóricas) que le permitan ser esa mujer completa en su relación con la patria y en sus deseos de avanzar en su carrera como escritora en ese lugar. La figura de su maternidad es más opaca en el libro. Más invisible. Son los nietos de su madre, para ella que sigue pensándose como hija. Deberá hacer un trabajo psíquico colosal para ser la madre que desea pero no la que está tensionada entre su escritura y el territorio de sus hijos.
Esta lectura que hago puede perfectamente por analogía transponerse a su trayectoria. En efecto, la narradora tendrá (también en su poética), fuertes anclajes, motivos, temas, formas de construcción de los textos literarios un internacionalismo notable. Por el contrario, la presencia en torno de su geografía natal será menos nítida. Los marcos de referencia para la narradora, sus faros, habitarán en el extranjero, no su patria o, en todo caso, no en lo sustancial. Este vínculo con el exterior y el desencuentro con su país no será sencillo de afrontar ni tampoco fácil transitar.
Pero escuchemos su analepsis. Conoce el amor cuando forma una pareja estable, tiene sus dos hijos en NY, luego la experiencia que le toca o elige es menos el amor que los amantes (o aventuras, en todo caso)
Esa adulta que no es ella nunca del todo pero sí su madre, impone su ley. Y, por otro lado, ya en la adolescencia, la juventud y la adultez, las cosas concluirán en una confrontación abierta. La hija, pese a una insurrección producto de ejercer el pensamiento crítico y de experimentar su necesidad natural de independencia, comienza a agrietar la autoridad de la madre. Una madre a la que le adjudica una falta de libros en su hogar, como “la biblioteca de libros en inglés de Borges” ¿Carencia simbólica? ¿una poética “de comienzos” que nace pobre de saberes? Bien disimulada a la luz de la experiencia estética, académica y de manejo de idiomas con los que se moverá entre signos con la más completa soltura esta narradora.
Esa singular antología que queda configurada por citas de autores que son autoridades en el territorio del pensamiento o la poética y citas de sí misma, construyen una imagen de escritora que se lee críticamente. Elige leerse. Elige muy bien lo que citará. Y es una buena lectora de sí misma. Encontrando (y habiendo rastreado antes, o evocado antes) en esos fragmentos o frases, astillas de una ideología literaria, formas de acusación y respuesta hacia una madre implacable de la que se defiende con literatura. Produciendo más aún o recapítulando la que ha escrito. Toda su obra puede que sea el resultado de un enfrentamiento. Una madre absorbente que prácticamente engulle a esa hija que necesita crear para no asfixiarse. Esta hija en aflicción construye un edificio colosal porque es una gran creadora. Pero también una gran resistente del dominio unívoco de su madre. Porque ella en primer lugar no es pasiva. Es agente dinámico de cambio por dentro de sí.
Llevando la marca de Clarice Lispector (con un acápite que abre el libro de su autoría), también hace las veces de un homenaje a la autora brasileña. Como quien peregrina a un altar. Clarice Lispector también se convierte en una figura bajo cuya advocación todo el libro está tanto urdido, sostenido por una poética y también focalizándose en algunos núcleos de sentido presentes en Lispector. También, el hecho de “recostarse” en aliada semejante, es lo que permite a la narradora un amparo. Clarice Lispector es una figura providencial. A una madre todopoderosa (por la devoción que exige y exigirá para siempre) solo podrá conjurar esa incomodidad por momentos de mucha intensidad, con el respaldo de una escritora superlativa en la que especularmente pensarse. Lispector es una suerte de alter ego también de la narradora. ¿Es la escritora que ella desear ser, la que es, o la que ha dejado de ser para superarla? Probablemente algo de todo ello exista en este largo monólogo.
Eludiré Ingresar en el territorio peligroso y fácil (o demasiado complejo a la misma vez) de la relación entre narradora y autora de este libro, lo que está servido en bandeja un crítico. Pero es precisamente lo que no haré. No esperaré de este monólogo como lector una atribución una transposición, una atribución a Negroni de lo que es precisamente un lector distraído o ingenuo haría de inmediato. La autora propone un tipo de relación entre su protagonista y el universo social y privado en el que se desarrolla la acción, que es tramposo. Este es y no es un monólogo de autora. La autora estabiliza o desestabiliza su relación con la narradora. Porque sabe que aspira a algo más difícil que contar su vida. Decir que esta es su aseveración sería una afirmación simplista. El libro es más complejo. Porque está la narradora en primera persona con semejanzas evidentes en su vida con la de Negroni. Muchas que coinciden literalmente de modo exacto y otras más ambiguas o que permiten verificar un corrimiento respecto del orden de lo referencial hacia lo imaginario. Negroni es y no es la narradora al mismo tiempo. Hay una narradora que se le asemeja mucho. El citado juego en abismo al que hice referencia, de remisiones a su propio corpus, es engañoso. No solo ella podría acudir a citas de su obra, aunque afirme haberlas escrito. Son, en definitivas, citas que ya no le pertenecen (ya no son sus textos, se ha desprendido de ellos, pero sin embargo los tiene muy presentes: sabe qué y dónde citar, identifica cada libro de su corpus en directa relación con la injerencia a posteriori de su madre. Se trata de libros a los que sí les sigue encontrando el sentido perfecto al punto de dar en el blanco. Ella relee sus papeles para encontrar en ellos formulas en palabras más certeras, lo que su escritura relativa al orden de lo vital torna imperfecto. En la poética se siente segura. Protegida como en un jardín de invierno. Ella se aferra explicativamente respecto de qué vivió y de qué modo eso que vivió se tradujo en una poética. Para probarlo, se aferra a dichas citas, como elementos probatorios. Estas esquirla (prosigo con la propuesta de un combate) señalan núcleos potentes. Y hasta ciertos libros con la firma de Negroni explican a juicio de la narradora en primera persona que vienen a resolver o a devolver a esa madre una emoción ambivalente. Es por ello que leo El corazón del daño como una respuesta cultural de un sujeto mujer hacia otro sujeto mujer que la ha interpelado ejerciendo un ascendente dañino y perfecto a la vez durante todo su vida. Es la mujer que le ha permitido ser la escritora que es. Pero ella ¿quería ser la escritora que es? ¿o no le queda otro camino más que serlo? ¿ser lo que es pero a la vez neutralizar esa profesión. Ella será entonces parcialmente la escritora que su madre deseaba según sus parámetros. La narradora desovilla un cierto modo de ser condicionado por su madre. Impuesto por su madre. Porque hay una imposición de esa madre.
El padre es una figura más desdibujada pero no por ello carente de gravitación en su vida. Lo cierto es que por fin esta mujer que le habla a otra mujer, su madre, no diría que resuelve su conflicto de fondo con ella. Pero sí al menos logra convivir con ellos de un modo más o menos satisfactorio. Este alter ego de María Negroni (¿un texto que despliega la novela familiar?) se confunde por momentos con la autora empírica. Pero eso es también una celada.
El capítulo de la militancia política, con fechas importantes e insoslayables de la cultura histórica de Argentina, naturalmente que resulta relevante. Pero más me interesa una noción de la militancia metaforizando contra lo que ejerce la rebelión: otra clase de autoridad. Negroni se rebela contra la autoridad. Desplaza a su madre ubicándola simbólicamente en el espacio de los militares argentinos. Su madre la atropella. Ella buscará la introspección pero también será una mujer activista. Negroni se politiza menos por convicción en un credo partidario que en la madre encarnada en estas figuras que le son repulsivas por su aire de familia, por su discurso unívoco que no admite réplicas. Son las réplicas imposibles a su madre que convierte en gestos de repudio contra los militares. Me refiero a que se politizan en este libro los vínculos que han entrado en colisión. Hay una madre autoritaria (como hay un Estado autoritario) y hay una hija militante que busca primero deslegitimarla y luego deponerla del lugar simbólico que a su vez metaforizando su necesidad de atacar a esa madre. Pero esa madre ya no existe en este mundo. ¿Qué hacer en torno de esta mundo? Diría yo: resistir pero también escribir. Un alegato contra la madre de la narradora.
Por supuesto que a lo largo de todo el libro, y a medida que la narradora refiere el crecimiento (cronológico, madurativo), se irá resignificando la relación con su madre. Y uno de los puntos culminantes y decisiva de esa resignificación será la instancia de enunciación de este libro. Esto es: a partir de qué momento se decide echar la mirada hacia atrás, contemplar el pasado a la luz del presente. La vida es entonces recuerdo, rememoración. Ha llegado el momento de ajustar cuentas con ese pasado en un presente atribulado. O en un futuro. El pasado ha tenido lugar y no regresa. Pero la operación de la escritura repara, sana, resulta una opción superadora. Y más madura. ¿Puede la hija asumir que esa madre que tuvo es irrevocable? ¿asumirá esa obligación terrible?
El modo que encuentra la narradora para conjurar a su madre es bajo la forma de un combate perpetuo. Ella no puede matar a su madre más que simbólicamente. Esto es sinónimo de que está perdida. Y sin embargo resulta primordial que lo haga. Pero hay una dificultad inevitable: cómo matar simbólicamente a quien ya ha muerto. Y cómo matar a quien se ama. Tal vez ese sea el punto de la mayor desolación. Y el principal fracaso.
Mi experiencia lectora, desde hace ya muchos años, de seguir a autores o autoras que me interesan y suelen ser muy buenos escritores, consiste en que a cierta altura de su historia necesitan servirse del discurso literario, sea para escribir una autobiografía mediante el género memorias. Ahora bien: ¿Negroni hace eso o hace algo mucho más inteligente? Precisamente ella no escribe sus memorias. Ella toma distancia porque en lugar de narrar su autobiografía desarma el vínculo que la ha armado como la escritora y la mujer que es. La relación entre verdad y verosimilitud, como siempre, es una de las conceptualizaciones de más señalada importancia a la hora de, como en este caso, afrontar una zona de la experiencia como la de la relación entre una madre y una hija. Determinando un tipo de género literario que rompe de modo permanente la relación entre significante, significado y referente.
La narradora lee a Negroni. ¿O se lee a sí misma? Esta es precisamente la celada. La trampa que pretende tendernos. La trampa de un camino que confunde por lejos. Desde lo personal no leo jamás, incluso los textos más referenciales desde la autobiografía. Leo a los escritores como figuras que son estrategas de la ficción. En particular si se trata de una gran escritora, como Negroni.
Ese sujeto mujer que es la narradora, debe autoconstruirse entonces sin ayuda. Como pueda. Pero antes debe destruirse. O destruir a la mujer que su madre ha construido para llegar a la mujer que ella elige o pretende ser. Es un callejón sin salida. El camino no es el de la autodestrucción sino el imaginario de dos fuertes y potentes partes que dirimen por el poder. Hay un desacuerdo tan brutal con la madre. Esto produce un “gasto” de energía psíquica (en particular al momento de escribir), de naturaleza ímproba en la hija que aspira a su aprobación pero al mismo tiempo sabe que aprobar lo que su madre exige es dejar de ser ella misma. Por lo tanto, actuar un rol que una persona ajena le pretende imponer.
Y creo que la autora (ahora sí) de este libro, viene a leer su propia vida, en diálogo con buena parte de todo lo que ha escrito hasta el momento. Esta es la parábola de su vida. Que condensa ficción, poesía, narración, un relato del sujeto que es. Una madre devenida relato. Porque si Clarice Lispector se plantea como el horizonte hacia el cual dirigirse, no menos cierto es que es la hermana que Negroni ha elegido para convivir en esta aventura durísima de afrontar los propios fantasmas que a los humanos nos afectan de modo tan descomunal.
A esta madre le debe la vida. Y a la madre se le debe entonces la génesis de escritura permanente. Ella es lo que su madre hubiera deseado. Pero a ella no le gusta el premio que recibe por ser quien no desea. Todo este libro es una contestación. Porque también es contestatario. Ella ha sido construida de una materia que es a la que se opone radicalmente. ¿Cómo resolver este conflicto? ¿cómo asumir que aquello que de lo que abominamos es también aquello de lo que estamos hechos, nuestra propia materia carnal? ¿cómo asumir que venimos de esas entrañas que, jugando con la palabra, también son entrañables? ¿cómo reconocer que lo que más amamos es también aquello que más nos ha herido?
La narradora tiene también que ocuparse de otra historia: es ella ahora la madre de dos hijos. ¿Cómo construir una cierta clase de vínculo capital sin repetir los graves defectos que tanto daño le han ocasionado? Esta es una pregunta que la narradora se formula. Es más: debe formulársela.
En la gran tradición de los textos que acusan, responden o se responden a las grandes figuras parentales, desde la Carta al padre de Kafka a El daño de Sealtiel Alatriste, este libro viene a narrar el modo en que un sujeto mujer procura esclarecer de un modo imposible, acusando a quien más la ha lastimado de aquello que jamás le podrá ser restituido. No se es niña dos veces. Ni adolescente y adulta tampoco. Este es el punto. Lo que se ha vivido no puede ser repetido. Esta es una carta que la narradora no entregará. Pero no por cobardía. Sino porque recién ha encontrado las palabras para nombrar su dolor una vez que su madre ya ha partido. Pero ella se queda de este otro lado de la vida. Aquel desde el que todavía puede escribir. Y del lado del saber cómo hacerlo.
La narradora, ¿seguirá rabiando contra esta madre de por vida? ¿está condenada a esa madre para siempre?
Y cierro con esto: la autora/narradora ¿Es quien dice ser? Esto es: ¿es ella misma? O son los vestigios que ha podido rescatar de un combate inteminable. Matar a la madre es matar lo que ella misma es. Por lo tanto, es cometer un suicidio en potencia. Pero ella tiene el refugio de las palabras imaginarias, esto es, la literatura, en las que refugiarse, por más que ciertos hallazgos la encandilen. Esa madre debe permanecer. De algún modo que ella debe encontrar.
Toda la obra de la narradora, es la gran edificación que ella ha debido hacer, para sobrevivir. Es por eso que triunfa. Triunfa la literatura. No la narradora. Triunfa el ansia por ser ella misma y no serlo a la vez. En este oxímoron se cifran el daño padecido con el que ha sido desalojado de su vida en buena medida gracias al acto de escribir.
Escribir es sinónimo de permanecer en un estado vulnerable. Si bien las palabras o el lenguaje o el poema tienen mucho poder ¿será la narradora capaz de engullir a su madre? Todo el edificio de su poética consiste en la imagen de una madre que se le aparece como una extraña a quien conoce y busca desconocer como la palma de su mano. La narradora, mediante este libro, realiza un ajuste de cuentas poderoso ¿triunfa o es una perdedora? Diría, en principio que es una triunfadora colmada de heridas. Eximia escritora cuyo corpus (cuerpo) se abre a nuevas e infinitas posibilidades. Es así: la narradora será para siempre una hija revoltosa. Será la hija que desea pero también abomina ser.