María Negroni. Imagen obtenida de La Tercera

Entre la recuperación del legado literario de mujeres (no necesariamente feminista), el cuestionamiento elocuente de la institución literaria en lo que a su manifestación del libro y los géneros literarios en su vertiente más tradicional atañe, con propuestas disolutorias (en  ese punto evidencia su remisión en la tradición argentina a Macedonio Fernández, a Santiago Dabove, al Ricardo Piglia de ciertas novelas en las que él introduce teoría y crítica, o a cierta Tununa Mercado), el trabajo con poéticas corrosivas de la cultura literaria oficial resulta de una enorme intensidad en el proyecto creador de la escritora argentina María Negroni. Daría un  paso más allá. Me atrevería a decir que abrumadora. Sobre Alejandra Pizarnik escribe su tesis doctoral para la Columbia University de Nueva York, durante su larga estancia en esa ciudad, y le consagra un libro, en particular a su producción más tardía. De la mano de la poética de Pizarnik ella desanda el capítulo de una lectura propiamente argentina de los malditos, de ciertos extravagantes, de ciertos raros, de otras desafiantes figuras del statu quo literario e, incluso, más ampliamente cultural. En ella también encontrará la valoración de ciertas mujeres en grado superlativo. Pizarnik le hará comprender tempranamente también la importancia (y lo imprescindible) de aprender a traducir para aprender a escribir. Coquetea con la presencia clara que acusan en su poética algunos miembros del grupo Sur, especialmente los más sutiles y cosmopolitas (poniendo el acento en los que son además de escritores, traductores), rodeados en torno del liderazgo de Victoria Ocampo.

En 1994 da a conocer su poemario Islandia, que naturalmente dialoga con Borges en un intertexto explícito e implícito, en otro sentido con muchos otros guiños, igualmente implícitos y explícitos. Empezando por lo que representa la saga como subgénero narrativo antiquísimo. Hay ocasiones en que Negroni acude a operaciones literarias con los intertextos parodiando, en otras ironizando, en otras desde la apropiación iconoclasta, en otras mediante el desvío. Lo cierto es que se trata de un poemario que no resulta bajo ningún punto de vista ingenuo o el de alguien que no ha reflexionado sobre poética. Tampoco que carezca de lecturas de la más diversa índole. Y en directa relación con Borges, demarcando su propio territorio, se manifiesta como un discurso altamente corrosivo de una posición patriarcal, introduciendo voces femeninas en el seno de las sagas, género por excelencia, como veremos, protagonizado por la voz del varón tanto como por la representación literaria del mismo. Habrá también en el libro de Negroni dioses y diosas, lo que suma también poder al sujeto mujer y no solo la capacidad de expresarse mediante una voz potente, sino desde el poder simbólico de las dotes de las cuales se encuentra investida, de sus atributos y atribuciones, desde su posición en relación con la del sujeto varón en el seno de la economía de la representación literaria. Esto tiene lugar en un subgénero literario en el que están fuertemente regulados los roles de género. En torno de quién habla y de quién es la voz más poderosa.

Y en lo relativo a la recuperación de los corpus femeninos, en forma bastante más tardía, reedita en colaboración con la académica Ana María Barrenechea la obra poética de Susana Thénon, otra escritora incómoda para la cultura oficial, al igual que Pizarnik. Ambas son poéticas que ponen en cuestión a la crítica y a la poética de ese sesgo tradicional. A ello sumaría las escrituras disidentes de toda una serie de poetas norteamericanas, que traduce tempranamente, hacia 2007, en edición bilingüe, para luego reeditarlas con el agregado de semblanzas sobre ellas recientemente, en 2020, bajo el título de Una especie de fe. 10 poetas norteamericanas del siglo XX. Si las noticias biobibliográficas de aquel libro primero representan las protocríticas que luego progresarían hasta convertirse en una suerte de ensayos literarios sobre esas mismas autoras en esta edición revisada y aumentada, no menos cierto es que también el acontecimiento de la selección y la traducción suponen operaciones complejas al  tiempo que de intervención, revisión y crítica en el seno del campo literario argentino inscribiendo a Negroni ya no en una tradición exclusivamente argentina, sino a nivel mundial. Negroni atrae hacia sí misma mediante diversas clases de operaciones poéticas, críticas y teóricas, llenas de astucia, las poéticas funcionales a su proyecto creador para construir su poética, que arma y desarma, pero también para dejar sentado en qué tradición se inscribe, que no es la estrictamente nacional. Y que esa tradición (naturalmente femenina), disputa al varón su posición dominante. Que elija los EE.UU. no puede sino ser leído (a mi juicio) como un síntoma. País joven (pero poderoso al fin), con  una tradición o tradiciones sin demasiada historia, sin la inconmensurabilidad del universo anglosajón inglés, cargado de nombres importantes y de monumentos egregios que suelen ser por añadidura patriarcales, en cuyo firmamento brillan pocas mujeres, EE.UU. ofrece en tal sentido y en términos generales una tradición de poetas mujeres más interesante, con el referente nítido y precursor de Emily Dickinson como un hito (uno de los focos de reflexión y de producción literaria de significados más fecundos de Negroni) y esa generación de poetas elegida por la autora por lo general acude al lenguaje coloquial y al verso libre. También se trata de autoras de conducta iconoclasta cuando no radical, en lo relativo a temas vinculados al género o a la política en buena parte de los casos, siendo algunas de ellas abiertamente activistas. Desde ese desacuerdo entiendo que las lee Negroni. Y yo a mi vez leo a Negroni desde esas poéticas, de naturaleza crítica respecto no solo del sistema literario argentino, sino de éste proyecto de modo internacional en diálogo con una genealogía.      

María Negroni, entonces, pone en cuestión el discurso literario codificado, convencional, particularmente en Argentina, pero no solo allí. Porque naturalmente su trabajo potente se proyecta hacia un internacionalismo que se pone de manifiesto al acudir como corpus para la crítica a fuentes con las cuales retroalimenta la propia. A diferencia de Borges, no desdeña la tradición latinoamericana (cuidado con esto: sin tampoco adorarla ni abusar de veneración). Simultáneamente, procura el esclarecimiento de la institución literaria en sus variantes constructivas e interpretativas, su circulación y su dinamismo porque le interesa la relación entre precursores (sobre todo femeninas), vanguardias y relecturas (también sobre todo de casos femeninos). Elige a algunas extravagantes o figuras que fueron tempranamente disidentes. Entre estas líneas de trabajo se encuentran, incluso, la  restitución de poéticas olvidadas o que ella desempolva con la intención de reubicar en la serie literaria para que ella luego tenga impacto en la serie social, en términos de Juri Tiniánov..

Restituye a poéticas olvidadas en el seno del campo literario argentino por dentro de su tradición (incluso de varones, un ejemplo claro sería H.A. Murena, quien sin embargo fue un hombre que se quitó la vida) su estatuto y su jerarquía. Y reúne lo atomizado. Permitiendo una relectura en tiempo presente de poéticas que las napas discursivas habían cubierto pero en las cuales su memoria descubre momentos interesantes o incluso culminantes. En particular en virtud de la hegemonía de otras poéticas arrolladoras. Se apodera de algunos puntos, incluso, de giro.

Respecto de sus libros de ensayo, que podríamos llamar más convencionales, Museo negro (1999), es un trabajo en capítulos sobre el género gótico, que según sus palabras da cuenta de cómo ese gótico es la grieta que se ha abierto al Iluminismo como su zona más inescrutable, más irracional, más oscura, la que menos sale, precisamente, a la luz. Es la zona subterránea, también. Aquella que el mundo diurno no deja apreciar precisamente porque comienza a entrar en acción cuando la oscuridad se ha tendido sobre el mundo. De allí la abundancia de túneles, castillos, mazmorras, sótanos, como toponimias que dan cuenta de una semasiología vinculadas al tema. Galería fantástica (2009), es otro ensayo, pero esta vez sobre el fantástico latinoamericano. En efecto, según su hipótesis el fantástico latinoamericano consistiría en un emergente del gótico europeo. En cierta clase de vertiente que nace de la confluencia entre literatura del Nuevo Mundo con una sensibilidad negra e irracional. A partir de ambas hipótesis, sendas claves de lectura se abren. La producción de significados a partir de estas dos hipótesis se proyecta hacia la escritura entonces de capítulos en los que aborda estudios de caso. Cubre de este modo la superficie continental a la que pertenece por origen (América Latina, Argentina en particular) y Europa (un continente que a ella la atrae de modo singular por sus propuestas complejas y por su Historia más antigua, además de con más  prestigio). Negroni lo abarca (o pretende hacerlo) todo. Cubrir desde la geografía joven de EE.UU. hasta la antiquísima europea. En particular durante ese burbujeo que significaron las vanguardias históricas, pero también, sobre todo, algunas precursoras.

Su inquietud (porque es inquietud, hasta incomodidad a mi juicio en el caso concreto de Dickinson ¿angustia de las influencias?) la lleva a focalizarse en figuras excéntricas, como Emily Dickinson, Joseph Cornell y Erik Satie, músico sobre quien escribe un libro avant la lettre, en el que conviven lo verbal, lo visual, la intervención de partituras, los fotogramas. Hasta llegar al estallido del discurso literario. Esta trilogía será fundamental en lo relativo a su poética de los últimos años. Sobre cada uno escribirá sendos libros. También traducirá a Dickinson en una breve antología, pero con poemas significativos. Ahora bien: ¿de qué modo este tríptico impacta en su poética? ¿de qué modo ella plasma en sus libros su interés en estas personalidades que han sido, como mínimo, inestables, como las ha definido ella públicamente en una entrevista? A mi juicio pues precisamente produciendo libros que rompen con las convenciones más tradicionales de lo que suelen serlo o tenerlas. La índole de la personalidad de estos personajes es el correlato perfecto para su poética. Le deja esa misma inestabilidad  servida en bandeja para construir textualidades heterodoxas. Por otro lado, acudiendo a esa misma singularidad propia de cada uno de ellos Negroni la logra captar y capturar creativamente imprimiéndole un registro de naturaleza completamente personal para sus libros.

Cartas extraordinarias (2013) es un libro que, de nuevo, rompe con toda expectativa de aspirar a encontrarse con una obra que sea previsible. En él, familiares de escritores escriben cartas a editores. Editores a escritores. Escritores a sus familias. En ocasiones adoptando la forma de quejas, reproches, en otros desde la consternación o incluso la dicha. A modo de dos espejos enfrentados la ficción de modo especular se refleja en otro rostro de la ficción, que la proyecta hacia el orden de lo ilimitado o, más aún, de lo infinito.

La moderada intervención pública en los medios masivos (también mediante artículos de su pluma en el seno del periodismo cultural, no solo en entrevistas), tampoco sin embargo aparta una intensa participación en lecturas públicas de poesía, de conferencias o participación en eventos científicos. Ya vemos. El trabajo literario no la confina en su labor “de escritorio” o “de gabinete”. Más bien la hace salir al mundo como quien dice “sale a la arena de combate”. Así, la exposición pública, análoga al trabajo profundo de índole estudiosa ha sido muy intenso en la producción y las operaciones teórico/críticas de María Negroni. El circuito por la institución académica, con su Dr. en Literatura latinoamericana en NY, donde enseñó en el Sarah Lawrence College, la Dirección de la Maestría en Escritura Creativa en la Universidad de Tres de Febrero y ahora de una Diplomatura en ese campo, la mantienen cerca de saberes de los cuales munirse a la hora de la producción científica y la función interpretativa del discurso literario de manera compleja. Pero también de la reflexión al momento de la producción literaria. Negroni es cualquier cosa menos ingenua. Entre su caudal de lecturas literarias, sus prácticas culturales, su manejo de idiomas y su trabajo en centros educativos superiores, cuenta con un capital cultural de naturaleza notable. En lo que hace a su función docente o pedagógica, su papel formativo de productores culturales en el orden de la escritura creativa letrada resulta encomiable. Tampoco se ausenta de las redes sociales con intervenciones en ocasiones de naturaleza influyente.

La traducción de poéticas (elegidas o entiendo que por encargo, según los casos) de difusión de creadores y creadoras de Louise Labé a George Simic o bien a H.D. (apreciarse puede la variedad de épocas pero también la transgresión en todas las vertientes en virtud de lo que antes han transgredido esos creadores y creadoras) también reviste otra clase de intervención, esta vez desde el rol con suma intensidad de  la lectura que restituye vigencia y hace circular al mismo tiempo una mirada interpretativa además del acceso a autores y autoras. Es curioso. Pero la traducción constituye una forma de escribir lo que uno no puede, no sabe o no resulta conveniente que haga durante ciertas temporadas con su propia firma. O  no lo haga jamás. Permite adoptar la forma de una máscara, de una voz cuya firma ajena lo habilita para hablar en otro idioma del original, en una apropiación, la atracción a un nuevo contexto, pero en el que la poeta se reconoce. También, al estilo de una arqueología, consiste en la recuperación de napas geológicas discursivas (para el caso literarias, poéticas más concretamente, en su doble acepción). Así, María Negroni por un lado reconfigura las tradiciones poéticas a la medida de una determinada ideología literaria y en torno de un proyecto creador que se pretende como el más legítimo para ella o el más funcional a sus  propios fines como autora. A tal fin, acude a toda clase de estrategias de autora arriba citadas.  

A María Negroni le interesa ser partícipe de un cierto grupo de creadores y creadoras (y no serlo otro, en cambio a los más aferrados al nacionalismo, al chauvinismo o a un americanismo que sin un procesamiento complejo, de modo automático reproducen matrices prácticamente tribales). Estas operaciones de inclusión y exclusión, la situación en el lugar que es el paso previo al siguiente que va a dar para llegar a su destino: un objetivo que más o menos tiene en mente. Una ideología literaria. Un espacio en la esfera pública. También, por qué no decirlo, en la posteridad. Su poética ha sido largamente acariciada. Largamente puesta  prueba. Largamente sometida a experimentaciones creativas. De modo que está en óptimas condiciones para innovar.

Por otro lado, directamente aspira a dar a conocer ciertos nombres velados (o, peor aún para el mundo, vedados). Democratiza y divulga así poéticas olvidadas o directamente desconocidas en el campo literario argentino. Mestiza distintas clases de elementos en el seno del libro, de la viñeta a la anécdota, del dato bibliográfico a la noticia de autor, de la crítica literaria a la teoría (pienso en Pequeño mundo ilustrado, 2011). Maneja con destreza saberes teóricos (también en torno del género, una de sus variables de reflexión que más la ocupan), críticos, el cruce entre ambos (porque enriquece el discurso crítico también con una metacrítica). Hay indudablemente una posición valiente, arrojada, que no se arredra frente a la capacidad de talento de las autoridades más encumbradas de Europa y de los EE.UU. En efecto, Negroni no retrocederá con facilidad frente a un rival (femenina o masculino) o una poética que se pretenda amenazante. Es de las que litigan silenciosamente, sigilosamente, o de las que contiende contra otras poéticas desde el orden no de la abierta confrontación, tampoco suele ser famosa porque polemice, pero sí no caben dudas de que discute lugares en el campo literario, asignaciones del poder patriarcal, roles de género, homenajes, canonizaciones. Es cautelosa en su modo de vincularse con otros productores culturales. Sencillamente porque se trata de una productora cultural que no hace ruido sino que más bien susurra, como el poema, en términos generales, dialoga con el silencio de la página y la palabra, la sensibilidad y la inteligencia de un lector. Con esto me refiero a que tiene experiencia en lo que hace, tiene una trayectoria incuestionable que acompaña una labor sostenida y también tiene la lucidez y la inteligencia necesarias como para que su carrera prosiga de modo ilimitado.

Simultáneamente, le ha interesado la relación entre experiencia urbana, fenómenos culturales en el seno esos espacios de cualidad de avanzada y su libro de ensayos Ciudad gótica (1994) constituye la prueba más contundente de ese devenir. Entre la testigo azorada que llega a una Nueva York burbujeante, asistiendo de modo perplejo (luego de una Buenos Aires algo dormida) a experiencias estéticas de las cuales tomará solo lo que le conviene, hasta sus libros que harán lo propio con ello, resulta claro que su proyecto consiste en una posición coherente, no avanza a ciegas. Hay un mirada que no retrocede y hay una mirada sobre los objetos de la cultura que la vuelven un tipo de escritora atenta no solo al fenómeno literario sino a otras artes como la performance, las lecturas públicas de poesía neoyorkina (sobre todo en el idioma extrañado de su etapa en esa ciudad), la música experimental pero también al repudio al citado folkorismo devenido lugar común o marca registrada de mercado en EE.UU. como valor de venta de cierta poesía. Esa cuota de color local que tanto desluce a una obra de arte que bien podría enriquecerse tanto desde una proyección de esos mismos principios de un modo mucho más complejo (y no superficial: devenir su estereotipo) hasta una tradición cosmopolita. Negroni no está dispuesta a caer en esa celada y es por eso que edifica un  proyecto alternativo, internacionalista. De allí, entre o tras cosas, surge la génesis de muchos de sus emprendimientos. Y como un desprendimiento casi natural de aquel libro inicial de poesía, posteriormente la novela El sueño de Úrsula (1998), que luego dará lugar a una ópera, una suerte de saga protagonizada por mujeres, que leo para el caso en clave feminista, dadas las características de la fábula tal como está narrada y del abordaje del género del modo naturaleza ancestral. Tomando como patrón de referencia a un género altamente codificado desde el género por estar protagonizado por el varón en términos de la tradición más ortodoxa, la torsión y la tensión con el pasado patriarcal son claras. Negroni debe de haber realizado  profundas reflexiones en torno de poética de este género antes de escribir una novela así. El resultado de tal reflexión es la transgresión del texto fuente (las sagas originales) al texto meta (la novela protagonizada por mujeres en el marco de ese género, concibiéndolo bajo otras premisas, de naturaleza, por otra parte, amenazantes hacia el patriarcado). La voz de la mujer (y sus acciones) están puestas en un primer plano. Del mismo modo en que en la esfera pública y los espacios privados, había sido heterodesignada, su destino, en especial por aquellas épocas, era ser hablada, ser gobernada desde la voz, esto es, desde lo simbólico por la voz del varón, las cosas aquí han cambiado de modo radical. Eso que la escritora argentina Griselda Gambaro ha denominado una “ventriloquia” en la dramaturgia cuando comenzó a escribir a solas en los años sesenta en Argentina. La mujer había sido nombrada siempre por la escritura creativa pero patriarcal del varón. Hasta que no irrumpió una generación de mujeres lo suficientemente potentes como para ser audibles, adoptar una actitud de agentes, activas, productoras de textos alternativos, que ya no estaban cautivos de esa voz. El texto había comenzado a hablar por sí mismo, gobernado por mujeres, por un lado. Por el otro, con consciencia de género en el sentido de aspirar a una autodesignación. El feminismo de Negroni no es un secreto. De modo que no extraña que en su poética haya introducido esta inflexión que constituye una categoría importante del desarrollo de su proyecto creador.

El trabajo de María Negroni discute también con otras poéticas y proyectos creadores no solo argentinos por la legitimidad cultural, en  palabras de Pierre Bourdieu porque todo campo literario supone una batalla para que quien aspira a ubicarse en un determinado espacio. Habrá combate (no solo estético, sino ideológico) con otros productores culturales (varones y mujeres, pero en el cual la variable de género resultará aquí de vital importancia cuando de mujeres se trata, en disparidad de condiciones por el orden histórico que les ha tocado atravesar, de alteridad inferiorizada no debe dejarse de lado). Su palabra es insumisa (para servirme de un término que Negroni suele utilizar) y no duda en adoptar posiciones reivindicativas sin incurrir ni en la propaganda ni en una pedagogía simplista. En fin, la tarea se multiplica con un impulso indetenible hasta límites incalculables. Y se erige en una figura de una  centralidad incuestionable en nuestro campo literario argentino, con proyección a América Latina y el espacio mundial. Sus muchas becas a nivel mundial, la docencia traducida en seminarios en el extranjero o en el país, la asistencia a Festivales de poesía nacionales e internacionales, así como su participación en eventos científicos en esos mismos espacios así lo demuestran. Abre sendas para nuevos creadores y creadoras (pondría el acento en estas últimas) que, tras de sí, prosiguen otras y nuevas líneas de investigación, creación e indagación que ella deja sembradas con afán de insurrección. Y los proyectos creadores de otros y otras productores culturales, tanto los consolidados como los en vías de legitimación o consagración, toman posición respecto del suyo, desde la disidencia, la aprobación (o desde ambas posiciones simultáneas, en una ambivalencia incómoda a veces). Pero, en cualquier caso, no se manifiestan jamás neutrales. No podrían. Alguien que ocupa tan colosal espacio en la creación y en la interpretación del legado nacional  de la cultura literaria de Occidente, necesariamente impone posicionarse respecto de su poética y su proyecto creador. No obstante, la comunidad de sus colegas reconocen en María Negroni su trayectoria y su jerarquía que resulta de un ascendente notable en poética, la crítica y la teoría. La definiría, en dos palabra, como una vanguardia literaria.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.