LAYDA RODRÍGUEZ Ocaso Mixta Sobre Tela 100 x 120 cm 39" x 47" Gran Formato

Los olímpicos

Mi hermano descuelga,

morosamente,

la camiseta de fútbol.

La huele, la estrecha,

la escucha,

como si fuera

el manto bendito

de una virgen.

La ha guardado

en un sagrario.

Puede ser la de Argentina

como puede ser

la de Estudiantes de La Plata

(en este momento son la misma).

Mientras tanto,

yo me obstino

tirado sobre las sábanas,

en descifrar

un diálogo de Platón.

Guardo de los griegos,

el espíritu feroz

de las Olimpíadas celestes.

Cierra el ropero.

Cierro el libro.

Cada cual irá

al encuentro

de sus propios dioses.

El lugar de su morada.

De pronto

entra Atenea

en el dormitorio.

Me toma de la mano.

Estamos en el Peloponeso.

Una ovación se escucha.

Primavera

“Llegó.

Llegó por fin la primavera”,

dijiste con un hálito

que opacó

el pequeño espejo de mano

con el que te peinabas

en el Hospital.

Recuerdo

que te temblaban las manos.

Vos

con tu irremediable coquetería

no le dabas

respiro a la muerte.

Una sonrisa de glicinas,

una alegría de briznas

te mojó el rostro

de levedad serena.

Yo no podía

pronunciar siquiera

la palabra «refugio».

La luz agreste

de las vertientes

del África Meridional

nos rodeaba

en la sabana, su planicie.

Vivíamos en esa intemperie

llamada angustia, desolación,

una pena roja

como quien dice una alarma

de las rosas.

Esas que te había regalado Diego,

con la bondad de una notita

que exigía tu vida.

Creí

que me moriría de tristeza.

Estábamos con un frío atroz,

como de luto,

que calaba las manos.

El invierno

todavía jugaba

sus últimos naipes.

En medio

de esa partida

vos dabas la batalla.

Y estabas a medio vestir

en ese lugar horrendo.

Fue entonces

que la habitación

se colmó de Santa Ritas,

reverdeció el pasillo

con el aroma

de cinco jazmines.

La fronda del ombú, regio,

abrigó tus enseres

que reposaban en el baño

con olor a desinfectante.

El incienso perfumó el cuarto.

Un cordero dio cuenta

de la frescura de la alfalfa.

Vos

cantabas, cantabas, cantabas.

Fue entonces

cuando el universo

se prolongó en sinfonía.

Mi mano en tu mano,

mi mano en el abrazo,

bajo la luna,

donde descansaba el tucán,

sobre las ramas

de la palmera

como en la antigua

casa de Borges.

El Hospital

se convirtió en alerce.

Y lloré, lloré,

apretando mis manos

contra el rostro

la inminencia de tu partida,

prolongada sin embargo

en la dignidad del sol.

Pasadizo de tu vejez,

Madre, vamos.

A renacer.

Consentido

En toda vida

hay un debe y un haber.

Me engañó por primera vez

un viernes de septiembre.

Lo recuerdo

como si fuera hoy

porque era el mes

de mi cumpleaños.

Después se apareció

con una torta de claras.

Pero antes

había irrumpido

sin haber tomado siquiera

la precaución de darse un baño,

todo él olor a mujer.

No quise ni enterarme

de cuál era la favorita.

Cuál gozaba

de sus artes.

Más adelante

encontré otras pistas.

Preservativos

en las solapas del traje.

Cierta mañana

apestando

a perfume de mujer

trajo rouge en las comisuras.

Señal de haber besado

con toda la boca.

La pasión de su vida.

fue engañar.

Nunca le dije la verdad.

Nunca le dije que sabía.

Pero él sabía que yo sabía,

y aún así

siguió confirmando

el detalle de mi dolor

con su cinismo.

Hasta el peor

de todos los días:

se había sacado

el anillo de casado.

Ni siquiera

tuvo el decoro

de deslizar una excusa.

Me encerré en el baño.

Lloré, lloré.

Y aquí estoy,

como me ven,

a su lado,

en cada reunión familiar,

en cada asado,

en cada fiesta de quince,

en cada casamiento,

en cada funeral,

en cada aniversario

que como una farsa

todavía celebramos.

En este restaurante

en el que adivino

la suele traer a ella.

Ritual

El emperador azteca

limpió el altar

con un tejido

teñido de azul

en Tehotihuacán.

La tribu se deslizó,

ansiosa, subiendo

los graves escalones

de la pirámide.

Todos ellos parecían,

puestos en hilera,

como los anillos

de una serpiente emplumada.

Algunos trepaban

de dos en dos

hasta completar

las cinco docenas

de piedra tallada.

Tanta era la pasión

por contemplar

la previsible ceremonia.

Era la altura exacta,

para asistir al ritual

como todo un privilegio.

Sobre el altar mayor había

algunas ofrendas:

flores, metales,

armas, un pañuelo con sal.

La sangre esperaba

a la sangre

como un manantial sanguinario.

Cuatro guerreros fornidos

trajeron a la víctima

que, ahora sí,

había renunciado

a dar batalla.

Era un joven

de unos treinta años,

poco más, poco menos.

Morir en un altar azteca

era sinónimo

de no morir dignamente

para un maya.

De allí que se resistiera

en un comienzo

a oficiar de víctima

de la ceremonia sagrada.

Tizoc ató al prisionero

por las muñecas

y los tobillos.

Condición elemental

para evitar

fugas o represalias.

Tizoc elevó el cuchillo.

Bruscamente

lo hundió en mi carne.

Luego ya no puedo

recordar

salvo que de mi cuerpo

comenzó a brotar

a borbotones

mi humanidad,

en tanto yo

me desvanecía.

La muerte

me estaba mirando,

infalible, desde el interior

de mi propio cuerpo.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.