Trabajo interdisciplinario con fotografías de Celina Ortelli y Adrián Ferrero en textos
En el comienzo fue la imagen
Llego al barrio Los Bosquecitos, en Brandsen, provincia de Buenos Aires, improvisadamente. He realizado todo a las corridas, a sabiendas de que irrumpiré en medio del espíritu festivo de una reunión. Agoniza el sol, las aguas coloridas tiemblan dejan de brillar. Y no se ha producido aún el pasaje de la luna en su adiós. Las arboledas se agitan. El lago se vuelve noche. Entre las flores, se produce una retracción hace unos pocos instantes.
Tengo presente este dato porque a fuerza de alcanzar la claridad, debemos encender lámparas, velas, farolas, una fogata, una salamandra (por la noche en Los Bosquecitos refresca), dar la bienvenida al reflejo de todas estas estrategias para no despistarnos cuando lleguemos o bien nos vayamos sin extraviarnos en esta mágico barrio. Su laguna y sus arboledas son impresionantes.
Ya había estado en este barrio hace algunos años, bajo otras condiciones: una fiesta de casamiento, la de sus dueños. Lo encuentro al predio ahora intacto. Los pájaros durmiendo en las copas más altas y vistosas de la reserva. La laguna naranja en contraste con el verde de las plantas que la rodean. Exhiben un crecimiento y un mantenimiento que no se puede evitar. Porque la laguna de Los Bosquecitos diera la impresión al ser fotografiada, de estar siéndolo ahora. En mi caso, que soy pintor, este barrio ofrece los mejores objetivos, ofreciendo un flanco muy atractivo para un artista de las artes visuales.
Siempre llevo encima mis óleos, las acuarelas, los pinceles, el recipiente para el agua.
Los lienzos son mis compañeros de ruta. Los llevo siempre encima. Todos sabemos que el secreto de todo gran pintor consiste en capturar el instante, como los fotógrafos.
Por aquí y por allí, advierto un manojo de flores en el suelo de Los Bosquecitos. Recuerdo que hace unos años regresé a este barrio de visita por invitación de su dueña. El hospedaje no podía ser mejor. Me sentía un príncipe rodeado de desayunos llenos de paltas, pan de cereales, jugo de naranjas, un café, unas medialunas, queso blanco para untar. No
es una exageración sino un estado de cosas. Me digo que para pintar algún fragmento de este entorno hace falta luz matinal. No llegar al colmo de los mediodías, muchas veces de insólito fulgor. Cuando el sol es más despiadado. La cascada de Los Bosquecitos, hace que me acompañe un sonido fresco. Puedo evocar los colores en primavera, un momento de mucha plenitud en estas tierras. Pintaba y me arrojaba a la piscina. Pintaba y comía un sándwich de jamón con mayonesa de zanahoria.
Mi amiga Ernestina, se acercaba a verme pintar de tanto en tanto. Me traía jugo de naranjas o una fruta, un plato de galletas de salvado con dulce de higos. “Esto es la gloria”, me digo. El momento decisivo de alguien que pretende pintar pero también contemplar el espectáculo de la luz que lo cubre entre su cabello. Un dato importante: este barrio ha sido nombrado reserva ecológica por las aves, los peces y toda clase de árboles, flores, arbustos que lo pueblan. Me siento feliz también de llegar al punto culminante de mi pintura. Lo mío no es el arte abstracto. Por fin ese momento de alivio llega (una obra terminada, cerrada, un nuevo objeto llega para poblar el mundo). Esta imagen que acabo de pintar se parece por un lado y resulta ser disonante del instante capturado. He buscado un rincón entre la arboleda. Caminé, caminé, caminé. Llegué por fin al rincón tan anhelado.
La pintura leve, lentamente va ingresando al mundo. Cada pincelada está creando un objetivo. Lentamente cada pintura va desnudando el color, la forma, el perímetro de ese momento que ahora se marcha para siempre, dejando un rastro como el objeto que irrumpe en el universo.
Pero ¿qué decir de estas pinturas, porque durante una semana pinté en Los Bosquecitos. En algunos casos, bocetos o dibujos que ilustran todo aquello que me rodeaba o me rodeó durante mi estadía. Objetos, vegetales, verduras de la huerta de Ernestina. Fue una estadía que maduró mi pincel, entrené mi pulso, las manos se volvieron pájaros. El universo puso el foco en esa cabaña que nadie había visto de modo definitivo. Porque el gran final consistió en una pintura de la casa en la que me hospedaba. En fin: trazos de inmaculada silueta en diálogo con todo lo que había capturado en un lienzo de luz, completamente renovado. La vida que gira y gira. Círculos. Remolinos de hojas en esta primavera llena de luz y fragancias. El estallido de las flores. La satisfacción. Pincel.
Distribución de los óleos
Somos ahora tres en Los Bosquecitos. La pareja de Ernestina me ofrece un vaso de vodka. Yo no estoy acostumbrado a beber. No al menos bebidas con alto contenido de alcohol. Me inclino por una cerveza rubia o un vaso de gaseosa con limón. Agregaría, eso sí, que en este barrio, en la huerta de Ernestina y Adolfo, se cultiva la planta de limón. Un limonero de un amarillo tenue pero nítido. El limón: fruta fresca ideal para acompañar bebidas con frescura. Ernestina se está quedando dormida. De modo que acude al té verde para mantenerse despierta. De todos modos, en menos de una hora estaremos durmiendo.
Ya en la cama, con los postigos abiertos, la brisa dándome en pleno rostro. Olvidé agregar que habíamos cenado pasta: sorrentinos de camarón con calabaza. Ernestina había aderezado la pasta rociada con crema de leche.
He tomado la decisión de no pintar los interiores de la cabaña, por más que ofrecen un costado muy atractivo para replicar con una imagen (la mía), a la material (la cabaña).En efecto. Me puedo perder la oportunidad de una fotografía para luego recrearla a través
de mis óleos. No es la primera vez que pinto a partir de lo que registra una fotografía.
El ejercicio de la escritura me ha sido negado. Intenté cierta vez seguir un taller de escritura. Pero no estaba allí mi vocación. Opté por seguir algunos talleres literarios privados. Hasta que decidí abandonar ese arte. Terminada la formación y la experiencia (el arte siempre supone periódico aprendizaje). Decidí dejar a los grandes maestros. Y seguir sus carreras con atención de fan. Con algunos quedamos en contacto porque comprendí que todavía en la ruta de la vida, ellos habían sido cruciales. Tenían lecciones que todavía me podían educar.
Echo a andar y de pronto me cautiva un ave: la espátula. Un ave de considerables dimensiones, que no amedrenta sino que más bien llama a esconderse entre la espesura y la luz.
Capturo la fotografía de esta ave. Es demasiado tarde para verla en persona. Ella se ha marchado, tal vez por eso mismo la fotografía que la ilustra resulta ser infrecuente hasta en este bosque.
Ya de regreso, luego de haber hecho un boceto en germen de la espátula, rosada y fresca, como una bandada de flamencos o de imágenes de documentales sobre la fauna de Argentina. Incluso de buscar un animal que iluminara la vida natural de mis pinturas.
Ernestina duerme. Y Máximo prepara carne asada con su parrilla. Le muestro la fotografía de esta ave. Me dice que he sido afortunado de tomarlas de tan cerca. Se trata de un animal que rehúye, como muchos otros, la presencia humana y no son muchos en la reserva. Por algo será que las aves eligen marcharse cuando detectan un ser humano por los alrededores. Ernestina también pinta. Y pinta muy bien. Nos conocimos de hecho en un curso en el que conocí su arte. Y desconocí una imagen distante que tenía ella. Café de por medio nos hemos reído a lo grande. Terminamos por entretejer su pintura con mi fotografía. La mía: un enorme placer de pintar exteriores. Ella también tenía la inclinación de elegir los paisajes de Los Bosquecitos.
Ahora llega en un atardecer, el momento de partir. Ni ellos ni yo (me lo dicen), tienen deseos de abandonar ese barrio de ensueño y vitalidad. Sus fotografías combinan por principio la relación entre luces y sombras, porque elige el blanco y negro. También compone fotografías buscando lo más artístico. Ernestina conoce mucho de su materia. Percibe y es una gran analista las artes visuales.
La vastedad es una toma que nos vuelve íntimos
En este atardecer, la más completa hora y fecha para capturar el instante, me siento completo. Todo el voltaje de Los Bosquecitos me ha mantenido en vilo, me ha mantenido a salvo, me ha mantenido cerca del agua y las temperaturas más poderosas.
Subo a mi auto. Abrazo a Ernestina y a Máximo. Fantaseo con habitar una casa en ese espacio tan singular, que une lo distante de lo cercano. Lo intimista con los anchos campos.
Una Santa Rita me invita a una fotografía. Salimos los tres en una selfie que tomo de mi celular. La vida sigue y sigue en su redondo circular. Pero también los seres humanos formamos parte de un experimento. El de ser un mero peón en el tablero. Sin poder pero con fortaleza, regreso a La Plata. A poco de salir de la reserva natural que, como dije, es Los Bosquecitos, percibo la falta de aromas, de colorido floral, de agua o aves. Y ya comienzo a recobrar este tiempo con la brisa de la madrugada.
Podemos celebrar el gusto, por fin, de haber cartografía la gran geometría de su predio. Los habitantes de todo tipo de sus calles o su flora. Los Bosquecitos durante varias temporadas del año, culmina en esta primavera tan indómita. Y hemos tenido el atrevimiento de escribir y reescribir como una cinta de Moebius, aquello que en un círculo de fuego, regresa. Y regresa y regresa. Sinfín.
Este trabajo es una propuesta interdisciplinaria a cargo de Adrián Ferrero, autor de las prosas poéticas, y de *Celina Ortelli, fotógrafa argentina de la que añadimos su CV:
Celina Ortelli nació en La Plata, Argentina. Reside en Los Bosquecitos, Brandsen, Argentina. En cuanto a su trayectoria, puede apreciarse de qué modo ha ido articulando la fotografía con las artes plásticas, empapándose la una de las otras. En lo relativo a sus estudios, realizó un taller de Astrofotografía en septiembre de 2017 en el BAF. Un taller de Lightpainting, en mayo de 2017, en el BAF. Un taller de retrato, en 2015. Y en la Escuela de Fotografía de La Plata, entre 1996 y 1998 realizó estudios de fotógrafa. Entre 2015 a 2019 un taller de pintura al óleo, con la Prof. Carla Rivera Pereyra. En el orden de sus publicaciones se pueden mencionar fotografías en la Revista de Paracaidismo de Brasil (2003), foto de mercados bolivianos en Revista Americana JPG Magazine (2008), fotos de la Estancia La Postrera para el libro Perdón por ser virtuosa-Tomo II-Ajusticiada por AINEÉ. En el rubro exposiciones fue seleccionada por el sitio EYEEM para una muestra junto a varios fotógrafos del mundo (2011), Teatro Argentino de La Plata (Serie de retratos de Cartagena, 2015), Centro Cultural El Medio Aljibe-Imaginación Pintura Foto Arte, Exhibición de Pinturas al óleo y serie de retratos de Estambul (2017), Centro Cultural El Hormiguero (no arte). Exhibición de pinturas al óleo y serie de fotografías de la Cordillera de los Andes (2018) y Centro Cultural Don Eyler, Exhibición de pinturas al óleo (2018). Más recientemente realizó trabajos interdisciplarios en coautoría con Adrián Ferrero en textos, que fueron publicados en Vagabunda Mx. Ellos son: “Instantáneas de Los Bosquecitos, Argentina” (2021), , “Invierno en Los Bosquecitos, Argentina” (2021), “La Constelación del sur: claroscuros” (astrofotografía) (2021), “Otoño en los Bosquecitos, Argentina” (2021), “Transiciones” (2022) y “Verano en Los Bosquecitos” (2023).