En México, quien no sabe qué significa la frase “recórrale por a medias” en el argot microbusero, no ha vivido suficiente. No sabe lo que son los empujones, los repegones, el calor humano en su máxima expresión, allí, en ese autobús con ventanas cerradas a las seis de la mañana respirando el vaho de quienes se acaban de despertar. A las personas que no acostumbran el contacto físico y les gusta la soledad, un viaje en transporte público puede significar un verdadero tormento.

Cuando un chofer de minibus, micro, pesero y bus utiliza esta frase es por dos razones, la primera, cuando efectivamente la gente necesita recordar que el sentido común dicta que conforme subimos a un autobús debemos recorrernos, evitando obstruir la entrada. Es el uso menos frecuente. La segunda, la más usual, es que el chofer la diga cuando el camión va hasta la madre.

Dan ganas de decirle, oye cabrón, dónde ves que está vacío, el hueco que se ve allí es un niño que ya casi se asfixia. O, no la chingues, crees que tu unidad trae doble piso o qué. Cuando esto sucede no nos queda más que resignarnos y convivir con los cuerpos de los desconocidos. Para las mujeres esto resulta incómodo y para más de algún gandalla representa una oportunidad de tener contacto físico con las mujeres, cosa que tal vez, de otro modo no podría. Algunas veces se escuchan pasajeros decir que cabremos más en el infierno.

Todo se debe a que, al menos en mi país, en las grandes ciudades el transporte público es insuficiente, está mal articulado, es un servicio que se concibe como negocio, aunado a que la mayoría de las ciudades son muy extensas y los trayectos son muy largos. Por todo esto, las horas pico se convierten en un escenario verdaderamente dantesco.

El problema del transporte público en México es complejo, coartado por mafias e intereses de políticos y empresarios. Es un problema que padecen los usuarios y los choferes, víctimas que tantas veces terminan viéndose como enemigos. Aunque cada vez se pone más la mira en los verdaderos causantes del problema: los políticos y los empresarios dueños de las unidades.

Esto aún no cambia nada. El servicio sigue siendo de mala calidad y caro para lo que ofrece, pero al menos hay un avance en que los usuarios no veamos al hombre-camión como el malo de la película. Nos hace recordar lo jodido de un trabajo como el que realiza, donde el tráfico, las jornadas extensas y al hostigamiento por parte de los jefes, son su día a día. Agregando a ello la posibilidad de sufrir un asalto, un problema que va en aumento.

Nuestra comprensión hacia el chofer tampoco quita que muchas veces queramos mentarle la madre porque no nos hizo la parada, que ya valió y llegamos tarde a la chamba o que de plano tuvimos que pagar un taxi. Tal comprensión tampoco olvida los accidentes, las negligencias o muertes que cuestan las imprudencias que muchos comenten.

Tenemos pues que el tema del transporte público en buena parte de las grandes ciudades del país, es un problema antiguo y apremiante. Las acciones que se hacen para darle solución terminan por ser insuficientes y no tienen una planeación profunda y bien estructurada, en su mayoría son pequeños parches o meros movimientos electorales. Mientras esto siga así, los usuarios seguiremos recorriéndole por en medio, lidiando con prácticas que no toman en cuenta el espacio personal al que todos tenemos derecho y que siguen sin respetar la vida cotidiana del usuario ni la práctica laboral del conductor.