Roma, la tan esperada cinta de Alfonso Cuarón, que se promocionó “sola” al ganar el premio a la mejor película en el pasado Festival de Venecia, y que ha puesto sobre la mesa los conflictos entre distribuidoras y la decisión de Cinépolis y Cinemex de no proyectarla en sus cines. Así mismo, ha causado revuelo la ola de comentarios racistas hacia la protagonista, Yalitza Aparicio, ganadora también del premio a mejor actriz nueva en los premios de Hollywood, quien ha recibido todo tipo de comentarios discriminatorios por su origen indígena.
¿Y la película en sí misma? Cuarón recrea de manera excepcional la Ciudad de México de los años 70, el comienzo de la expansión que tendría la mancha urbana en el Estado de México, así como el día a día de una familia de clase media alta de la colonia Roma y de Cleo, la empleada doméstica de la casa, la chica que migra del mundo rural a trabajar a la gran ciudad.
Roma nos lleva a esa colonia que se ha vuelto trágicamente famosa debido al pasado temblor del año pasado, llena de bullicio a la salida de los monumentales cines hoy extintos, en medio de una casa típica de la época, con esa arquitectura laberíntica y hecha de formas geométricas singulares, donde se desarrolla un drama familiar que pone en jaque la apacible postal de familia perfecta.
Retrata con un tejido fino el abismo entre las clases sociales que habitaban en ese México y que sigue tan vigente como entonces. El Halconazo, lamentable hecho ocurrido el 10 de junio de 1971, un jueves de Corpus, es presentado en la película –aunque no es el eje que la motiva–, proyectado desde el mundo cotidiano, sin el dramatismo que da la mirada histórica, sino como debió vivirse en el día a día de esas colonias.
Así también es tratado el trasfondo de quienes formaron parte de los halcones, jóvenes provenientes de las zonas marginales, de estratos que eran un cero a la izquierda hasta que se necesitaron para un “fin” maquinado desde la élite gubernamental. Jóvenes arremetiendo contra otros jóvenes.
Y ahora sí el corazón de Roma: Cleo (Yalitza Aparicio), la chica que sin ser actriz profesional ha mostrado una sensibilidad natural en su actuación como si la cámara no existiera. Todo lo hacían ellas: no sólo levantar lo que los niños, adultos o perros tiraban, sino cuidar de la esencia que hace que cuatro paredes se llenen de calidez. La cinta es un homenaje a ello, a ellas, eso sí, desde la perspectiva de una mirada privilegiada aunque atenta a los contrastes y matices de toda vida, independientemente de su clase social.
Con guiños a sus anteriores trabajos, tales como Los niños del hombre, Gravedad e Y tu mamá también, Alfonso Cuarón nos ofrece un excelente largometraje, lleno de detalles finos en la fotografía, que en momentos parecerían un abuso, pero que vale la pena ver en la pantalla grande, lejos de los dispositivos que nos permiten ver películas en casa pinchando un botón. Incluso así, es un cine que festejamos se produzca y se vea.