Tome asiento rápidamente tras depositar el importe correcto por este servicio público de autobús, hay que hacerlo por cuenta propia, lo antes posible y sin mirar al chofer, pues él, suficiente tiene con la encomienda de lidiar con el caos de sus hermanos bestias. Sé que sueno grosero y sinceramente pretendo serlo. No hay necesidad de tratar de dibujar ni mi infancia ni mi adolescencia para tratar de identificar la raíz de mi actitud, ahórrense eso, mis motivos son presentes y así como mi calzado están perfectamente estructurados. Antes de seguir, quiero mencionar que también detesto el deterioro de esta ciudad, insisto, no supongan que a partir del claro tono natural de mi cabello me refiero a que en tiempos anteriores todo era mejor, pues tampoco lo creo así. El deterioro siempre ha existido y siempre existirá… en un momento debo solicitar mi bajada.
Aunque sé que suena de lo más contradictorio, de aquel al que llamé bestia me apena su vida, aún así, continuaré mi camino pidiendo disculpas a mi calzado por este suelo tan dañino por el que ha de andar. Semanalmente asisto a lo que me parece el lugar más decente en esta ciudad, no propiamente por la calidad moral de sus asistentes sino por el aún ligero compromiso con la etiqueta, sinceramente me obligo a mí mismo a hacer esto pues sé de antemano los alcances de mi intolerancia hacia diversas cuestiones. Como cada semana término de pie al centro de una pista de baile, donde el ritmo es lento y el contacto casi nulo, me limito a ordenar un agua mineral y un vaso con algo de hielo, quien diría que algo tan simple como mi consumo tiene más de una razón, pero si por alguna razón me siento atrevido, desde luego me permito un segundo trago, igual, creo que en los últimos 2 años sucedió solo una vez, derivado de la mala decisión de traer a una visita a que conociera el lugar y sinceramente lo hice para ahorrarme un buen número de respuestas, fue más fácil que ese infeliz se distrajera con el inmueble y sus amenidades, que haciéndome planteamientos infructuosos y asquerosamente nostálgicos.
Poco es mi gusto por tratar temas personales pero dada la cuestión es necesario que mencione mi oficio y mis condiciones actuales de vida. De día soy la persona más amable en lo que hago, parte de mi labor es tratar con personas que inventan las excusas más astutas para justificar que el daño y suciedad de su calzado no les pertenece. Por la tarde cuando ellos dejan de venir y mi labor es más con las herramientas, más allá de la solicitud del cliente me permito examinar de costura a costura cada borde y textura de las piezas. Me cuestiono casi culpándome cómo es que hay alguien que se esfuerza por hacer de la silueta de dicho calzado una obra maestra mientras que otros solo replican la horma de algún diseño sacado de cualquier sitio y con cualquier razón que por consecuencia ni corresponde a las condiciones hasta físicas de quien las usará.
Personalmente detesto la frase de “Ponte en los zapatos de alguien más” entendidos los alcances de mi intolerancia creo que no es su deseo que lo profundice, en conclusión creo que ambos entendemos que aunque nos pongamos los zapatos sucios de alguien más el calce no será el mismo y por ende las sensaciones derivadas de dicho ejercicio. Maldita la hora en que alguien no aprende a cuidar de algo pero llegado el momento tampoco es capaz de presidir de ello. De ahí mi disgusto por esta ciudad y sus aprensiones. Pocos espacios se habitan a su máximo potencial, al igual que las personas que por ellos se desplazan, solo van por ahí de largo condenados por su inminente deterioro pero más aún por su inminente necedad por ignorarlo. Seguro estoy que mi fin está cerca y por dicha razón apuesto semana a semana a que me tome en una pista de baile con unos zapatos perfectamente relucientes y aunque el ritmo sea lento es mejor que partir en la misma cama que en la que tengo que orinar.
Por fines prácticos y sarcásticos el personaje de este cuento se llamará Justo, a través de alguien como él intento dramatizar lo que para mí fue la obra maestra de las despedidas no solo de una carrera artística sino que también de una búsqueda personal. David Bowie quien hizo de su partida una obra maestra jamás representada en Broadway, nos deja un testimonio casi notariado de que hay que ser conscientes del fin, aceptarlo o no es una tarea poco fácil pero ciertamente necesaria. La película documental Moonage Daydream me permitió confirmar el apodo que tengo para él, que uso con fines personales “El rey de la reinvención”. Dicha producción me permitió agregar al dibujo personal que tengo de dicha figura un lado íntimo de su motivación que más allá de un reto personal, corresponde a una obligación del artista para con su obra y su vida. Existir totalmente alejado de una rutina habitual para cualquier otro individuo le permitió ocupar tiempos y espacios totalmente remotos a él y al parecer con esto nutrir sus propias bases personales, proceso que sabemos, no necesariamente fue pacifico.
Él que David Bowie reservara la supremacía de la iconografía para el último de sus trabajos en vida, solo resulta más estimulante y supersticioso, si bien ya había echado mano de los colores antónimos por excelencia, a mi parecer aun así reservo parte del misticismo de ambos para dicha obra. De Bowie nunca quiero olvidar que soy el director de mi propia vida que la puedo hacer tan dramática y tan sobria como lo requiera y que tarde o temprano llegará la cuenta y con ella el deterioro pero aún con esto se puede tener estilo al partir. Después de escribir algo así no quiero otro camino que el de escribir sin tapujos ni matices, tan oscuro o cálido como la pluma lo demande, porque así es la vida misma, sin filtros.