Estamos hablando de la Rusia de los Zares. Concretamente de la Rusia del Gran Zar Dimitri I. Siglo XVII. Les referiré la historia. El mequetrefe que le sirvió a esta dama, Catalina así llamada, digamos, adulta mayor, para ponerle los cuernos a su marido, ya nonagenario, era un hombre ya maduro, pero con experiencia. Había sido antaño un buen padre de familia, de muy, muy joven. De común acuerdo con su mujer habían decidido no tener hijos. Pero él sí, en cambio, por su lado, acarició primero la idea de tenerlos con otras damas de prestigio. Anhelaba hijos de sangre noble. Las enamoraría, jugaría con ellas hasta hartarse, hasta concebir un vástago varón, su legítimo heredero aunque no heredera un solo rublo, pero jamás asistiría al parto ni se ocuparía de su crianza ni educación. Proveía dinero, solventaba los gastos de esa educación formativa en ciencias y artes (no para la guerra, en cambio) mediante alguna excusa que salvaba del trance a la dama en cuestión en torno de sus problemas o el de su hijo. Enviaba el mejor médico del Imperio. Las madres solteras perdían de modo inmediato su rango, por alto que fuera. La fama de meretrices automáticamente las asaltaba. Nikolai Nikolaievich terminó la relación con su legítima esposa a una edad madura, esto es, a los 49 años, habiendo tenido relaciones en abundancia inconfesas paralelas al matrimonio. Hasta que cierto día tomó la decisión de abandonar a su mujer. Desolada, su vida pasó a ser un infierno. Porque una dama abandonada convengamos tampoco goza de los favores de la sociedad rusa sino más bien de su repudio. Aun siendo una dama de probada reputación y virtud. ¡Miren a lo que era capaz de llegar este bribón!
Lo cierto es que este tal joven, Nikolai Nikolaievich, era la gran estrella de las galas imperiales rusas. El Zar más lujoso del que Rusia hubiera tenido noticia, el así llamado Dimitri I, lo había tomado como favorito para que le dictara lecciones sobre artes amatorias. Eso por un lado. Por el otro, le señalaba con el dedo sutilmente, sin que la dama lo apreciara, en una reunión cortesana o bien durante alguna cabalgata colectiva con parte de las mujeres más cotizadas de palacio, cuál de ellas era más experimentada. Cuáles las más apetecibles. Cuáles las más dotadas de cintura, cuáles las más pechugonas. Cuáles de caderas más prominentes. Él había conocido su lecho, él había conocido los favores de esas damas cortesanas, él sabía qué literaturas las conmovía (pues él era escritor, además de Ingeniero Sanitario).
Porque este tal Nikolai Nikolaievich se las traía. Era un personaje no diría que siniestro, sino de esos que más bien pertenecen a los libros que la picaresca española ha conocido y, por supuesto, ridiculizado. Si un pícaro es una caricatura patética, pues él era la vulgaridad chabacana y la risa más estridente unidos. Pero eso sí: era suficiente poner un pie en Palacio o participar de una jornada de deportes, o bien que hubiera una reunión solariega de la Corte Imperial, para que guardara unos modales exquisitos, con los que lograba sus conquistas. Su vestimenta era más formal en esos casos, muy a su pesar, como quien se pone un frack para una fiesta hoy en nuestros días. Su rostro, curtido por las partidas de cricket, las peleas de boxeo y las carreras a las que se entregaba rigurosamente cada mañana, turnándose, lo volvían un hombre no exactamente atlético (¡jamás diría semejante cosa!), pero para su edad, decorosamente atractivo a los ojos de una ingenua. Y la cosa fue así.
¿Qué cómo le sirvió a la susodicha cortesana Catalina para ponerle los cuernos a su nonagenario esposo, Fiodor? Pues ahora conocerán la breve historia.
II
¿Había nacido en una cuna de moderado decoro moral y alto rango de sangre? Pues jamás afirmaría cosa semejante. Su padre, el dilecto hombre de leyes que se ocupaba de los asuntos de palacio, le había legado ese antecedente menor: el apellido de un trabajo en la Corte. De la época de oro de la Corte. Ahora bien: ¿Qué había hecho Nikolai Nikolaievich para conquistar sus triunfos? ¿Estaba dotado de alguna clase de don? ¿Conocía de cerca saberes científicos? Diría que parcialmente sí. Pero sus grandes aspiraciones, consistían en convertirse en el gran vate de Palacio. En la escuela militar a la que había asistido de adolescente, había sido condecorado por ser el soldado que tocaba el clarinete en el frente para que avanzara la tropa cuando iba al ataque. Después de todo, él también arriesgaba su vida al estar en el frenesí de plena batalla, aunque solo resoplara y resoplara. Finalmente, contaba con unos diplomas de la mejor Universidad de Moscú. Precisamente de allí venía el contacto con el Zar Dimitri I. Porque el susodicho Zar estaba averiguando por el mejor Ingeniero Sanitario de entre los que podían estar disponibles. Este alumno brillante, luego profesional en su carrera, que además había cursado su bachillerato en cierto colegio militar para los miembros del ejército imperial (vocación que luego abandonó por la de asesor del Zar con las más altas calificaciones), con cuyos padres había viajado por el mundo, con cuyos amigos de jóvenes había conquistado los favores de muchas damas con las que también viajaba durante largas jornadas a caballo (para mantener citas para saciar su apetito carnal) tenían por objeto la lectura de buenos libros. Solía leerles a las damas sus grandilocuentes poemas, una epopeya insufrible sobre el Imperio, con versos que le cantan a todo pero en verdad no tienen una gota de talento. De modo que ese montón de adjetivos, sustantivos, preposiciones, adverbios, verbos y signos de puntuación, toda la gramática rusa hecha y derecha puesta a prueba más por ingenio que por inteligencia o sensibilidad, se trataba de una ruina por completo.
Las damas quedaban gratamente impresionadas por este hombre de acción, viajado, con un lugar en la Corte, con el antecedente de un padre con un cargo importante en leyes, actor importante en las batallas del Imperio (jamás revelaba su cargo), por este hombre plagado de conquistas que por algún motivo sería tan codiciado, como suele suceder con los Don Juanes, por el resto de las mujeres. “Si un varón conoce mujeres a montones y conquistas los favores de tantas damas, evidentemente encubre secretas artes”, se decían las mujeres. Y quedaban impresionadas por su cargo en la Corte: el favorito del Zar Dimitri I. Paso a referirles que los poetas de la Corte, los verdaderos y buenos poetas, se le reían a sus espaldas. Pero no sonreían con sorna, sino que reían a carcajada limpia por la entre voluptuosa e insufrible prosa y no hablemos de la poesía de Nikolai Nikolaievich. Él, para colmo, solía afirmar en confianza, en la confianza de los diarios íntimos que ese sería “su legado”. Jamás fue a visitar a un maestro de escritura exigente que lo pusiera a prueba. Hubiera necesitado de sesiones semanales con un buen maestro de escritura. Sin embargo, su soberbia era tal, que decía que un buen escritor despliega sus artes sin necesitar colaboración. Era tan soberbio que siempre estaba seguro de escribir obras maestras. Ese conjunto de (a su juicio) Piezas Maestras (a su juicio) terminarían siendo sus Obras Completas al morir él, pasando a conformar el patrimonio de Palacio Real. Obras que tendrían en vilo a lascortesanas por su alto voltaje erótico, de ternura a las madres, de virilidad para los hombres, de indulgencia para quienes solían experimentar la culpa, de amor a los enamorados, de pavor a los fieles, de persuasión a los dados al adulterios, para que reincidieran en él (eso le importaba mucho), de aires de grandeza para los nobles, de vanidad para los intelectuales. En fin, ya ven, nuestro Nikolai era un estratega del Verbo (o de hacer el verso, como decimos en Argentina). Y respecto de las damas, en la intimidad escribía poemas impersonales pero con un leve toque de empatía, que de inmediato provocaba la creencia de la dama con la que compartía el lecho, de que los escribía solo para ella. Él sería El Gran Poeta Oficial. Una vez concluida su vida, lo que él no supo jamás, dado que el Zar era más joven que él. Participó de grandes bacanales en el Palacio durante toda su etapa de asesor. Toda la Corte (ya lo veremos) cabos sus exequias, cuando hubo muerto no muchos años más tarde, sus obras fueron incineradas de tan mediocres que fueron evaluadas por los Grandes Sabios de la Corte. Pues nuestro Gran Don Juan además de ser un vago de siete suelas, luego de hacer los acueductos cambió de profesión: dejó la construcción de conductos por la seducción de buenos partidos. Todas con fulgor de estrella genealógico.
Este tal mequetrefe tenía otra profesión: y era que le confiaran secretos. De modo que pese a que se trataba de temas delicados, él luego los depositaba en los oídos de quien no debía. Era, ya ven, por sobre todo, un hombre ético. Fue por ese motivo por el cual el mismísimo Zar Nikolai Nikolaievich lo nombró no su valet, naturalmente, sino más bien su informante. Él solo estaba para los grandes asuntos. Para codearse con los más exquisitos miembros de la Cortesanos. De ingeniero a traficante de datos, información confidencial, anécdotas, episodios, capítulos, compases, en fin, todo lo que tuviera lugar tanto por dentro como por fuera de palacio y fuera relevante a sus ojos para el gran gobernante Dimitri I. Nikolai se volvió un gran intrigante. Hasta que, como veremos, esta profesión audaz fue su extravío.
El Gran Zar no tuvo en cuenta tampoco otra cosa: que él mismo podía ser objeto de este intrigante. Porque si un atributo caracterizaba a Nikolai Nikolaievich, era ser El Gran Traidor. Desconocía la lealtad, a cambio de una vida sin escrúpulos. Y dado a la indiscreción. A su esposa, a sus novias, a sus hermanos por la herencia que les legaban sus padres, a sus hijos, no reconociéndolos, siendo considerados hijos naturales, cuando a una dama de su entorno cortesano. Ya cubierta con una piel de zorro blanco en tiempo de invierno, a continuación pasaba a quitárselas. A continuación las dejaba en medio de la multitud, semidesnudas, avergonzadas de su propia apariencia y dejarlas en cueros en medio de la multitud, que la miraba atónita en tanto ellas hacían el ridículo.
Su perdición fue la siguiente: el Zar Dimitri I tenía una amante, la tal Catalina de la que hablé al comienzo de esta historia. Si bien madura, todavía guardaba sus encantos, entre ellos sus abundantes saberes de lenguas romances, tan distantes del alfabeto cirílico ruso con el que se escribía en toda Rusia. Con el que se hablaba en eslavo, eslavo oriental o ruso. Ella conquistó al Zar. También por las artes amatorias largamente aprendidas en sesiones con Nikolai Nikolaievich. Ella conquistó al Gran Zar (a Nikolai Nikolaievich de tanto en tanto regresaba para fugaces pero fascinados intercambios clandestinos. Mientras tanto, nuestro galán se había consagrado a jornadas de pesca a orillas del río Volga. La dama asistía con más asiduidad a la Corte. Nunca quedó conforme. Ni con su esposo, ni con sus tantos amantes.
Y a todo esto, la Zarina ¿dónde estaba? Pues tejiendo. Tenía a sus órdenes un ejército de tejedoras de antiguos motivos del vestuario real ruso.
Luego de ese romance (más reciente que en la efímera fugacidad de citas asombrosas), su vida siguió siendo el caudal plagado de recuerdos al ser escritos por el mismísimo Nikolai, narrados en dos cuadernos de tapas naranja y hojas rayadas.
La dama fue a una Cena de Gaña en la Corte. Allí mismo, justo delante de las narices de su amante oficial: el hombre más poderoso de todo el Imperio, Catalina torció el curso de esta historia. El papel que deslizó por debajo de la mesa para Nikolai Nikolaievich. La ortografía no podía ser más clara. Pero hubo un imprevisto. Un leal al Zar de Rusia, fue testigo del encuentro que aconteció dos días después de la Cena de Gala. Su marido, sentado en una larga mesa con muchos cubiertos, platos exquisitos, flores, frutas abrillantadas no advirtió. Tan hábil era la tal Catalina. A partir de ese día Nikolai fue rigurosamente seguido de cerca por un espía profesional de palacio, avezado en estas lides. De modo que hubo una custodia invisible de Nikolai Nikolaievich. Y luego por fin sucedió lo que debía suceder. Porque compartir una amante con el hombre de firme temperamento de toda Rusia, fiel a sus ideales, es una falta gravísima. Mucho más si es asesor directo de la mismísima Corte. Para un noble o alguien que se vuelve un noble, o que se hace nombrar de ese modo, esa misma inseguridad. Nikolai lguien se desconoce la pureza de sangre así como el trato educado de modo diligente por su familia y algunas gobernantas o institutrices. También la vida misma suele depararnos grandes torpezas, ambiciones, narcisismo, deseos, apetitos. De modo que quiso preservar los arreglos y la ropa lujosa entre toda otra serie de arreglos en su cuerpo y en sus ropas ya a esta altura de lujo. Y así como estaba, se vistió y se retiró a paso vivo. De modo que el gran bribón adoptó una postura orgullosa y hasta soberbia. Caminó rumbo a su hogar como quien regresa de una cena con un amigo y tres vodkas encima. Pero aconteció lo improvisto. El espía tomó nota con un testigo, que corroboró lo vista entre ambos. Catalina y Nikolai siguieron rumbos y circuitos con el objeto de no sembrar el odio entre los altos mandos de la Corte. Antes de despedirse, ambo se dieron un descomunal beso. El testigo corroboró lo visto y oído esa tarde ahora confirmado. El Acta que labraron fue una pieza clave de este ajedrez. Nikolai, seguido por el espía llegó a su hogar. Estos fueron las primeras pruebas que el Zar necesitaba para dar los primeros pasos y tomado las primeras decisiones. La adúltera dama y el tal patán Nikolai Nicolaievich volverían a verse, pero bajo otras circunstancias. Corroborado el comportamiento de la Dama y de Nikolaievich, el marido al que le había, como quien dice, puesto los cuernos. Tan indiferente al mundo que el anciano estaba, que no tomó esta noticia con dolor o malestar con motivo de la traición.
El patán Nikolai, un vago de siete suelas que vivía a expensas de las regalías con las que el Zar lo premiaba según los jugosos secretos de la Corte o por fuera de ella, lugar en el que por que circulaban infinidad de chismas. Él distinguía un chisme, de un rumor, de un trascendido. Indagaba sobre la reputación de quienes se pronunciaban a escondidas en toda Moscú. El Zar, quien creía haber contratado los mejores servicios, los más hábiles con el objeto actuar con celeridad para castigar o premiar a un ciudadano de incondicional conducta. Pero llegaron, como verán, otras novedades. Nada pudo interponerse entre un marido humillado, ahora indignado al recibir esta noticia por un emisario de palacio. La Dama le puso los cuernos a su marido y más en diagonal al mismísimo Zar, un hombre mucho más temperamental al moverse entre permanentes conspiraciones. No, si fuera atrevido este adulto de mediana edad en permanente estado de gracia sensual. La Dama conoció el placer junto al deleitoso Zar. No le bastó con
Gozar de su cuerpo y su erotismo, sino que luego de desafiar al Hombre de Estado, a su esposo nonagenario, desafió al Zar.
III
Hasta que les llegó este trágico final (a ambos). El de la Dama ya lo sabemos todo. También el fin de su destino. ¿Y los últimos momentos de él? Miren, para serles franco, un día que antes de morir, el reo solicitó un deseo extraordinario: concluir su obra capital. Una larga serie de poemas que venía escribiendo desde varios años atrás. Para no faltar a la verdad, un largo poema abigarrado, plagado de anacolutos, metáforas, anáforas, sinécdoques, hipérboles…Se trataba de una retórica afectada, cacofónica, plagada de guiños hacia los favores de las Damas de palacio. Entonces una vez concluido este ambicioso poema (que de inmediato, a sus espaldas, cuando ya había sido encarcelado, a instancias de los Grandes Maestros de la Corte, fue incinerado por ser un papelón para toda Rusia en caso de ser publicado) le llegó su suerte. Se la anunciaron sin transiciones. De un instante para el otro. Escaso de ropas en pleno invierno, cubierto tan solo por unas calzas arrugadas, unas botas embarradas y mugrientas y una camisa manchada de grasa, fue ajusticiado delante del Zar Dimitri I y se le pudieron ver los ojos que se le salían de sus órbitas al cornudo marido al contemplar al mequetrefe que había hecho estallar en un desorden tan fenomenal que hubiera sido evitable si hubiera desoído a sus deseos y prestado más atención al seso. Si no hubiera buscado tanto el peligro. Damas que no corrieran riesgos en palacio. Se trataría a lo sumo de una separación. Este es el fin de la historia de Nikolai Nikolaievich y su amante Catalina. De quien pretendió ser infiel y traicionar al gran Zar y a su marido pero fue pescada in fraganti. Sobrevino la muerte de él en la horca en ese mismo momento, la muerte de ella de vieja en la mazmorra. Las sentencias fueron efectivizadas. Veremos luego qué les depara o deparó el Más Allá a ambos. A él, que ha partido de este mundo. A ella, cuando una vez transcurrido su tránsito por este territorio imperfecto, El Más Allá sentencie cuál será su destino. Yo, por lo pronto, soy un mero, simple, seguramente imperfecto narrador. Poseo muchos defectos. Soy escaso de luces. Pero sí puedo afirmar con total seguridad que la fidelidad a la verdad ha sido y sigue siendo la mayor de mis virtudes. En definitiva: pueden fiarse de mí.