En el presente artículo me referiré a un cierto recorrido autobiográfico por la escritura literaria y la crítica a partir de cuya experiencia elaboré una serie de hipótesis que me parece perfectamente pueden hacerse extensivas a otros creadores y creadoras (siguiendo precisamente esas hipótesis, en las que aspiro a profundizar). En especial cuando ya la escritura adopta un carácter profesional o, si así se prefiere, de oficio. Si bien en estos casos se corre el riesgo de con facilidad caer en la autorreferencialidad, entiendo que también constituye un criterio válido y una apoyatura argumentativa relevante el relato de lo hechos. Lo que se desprende de prácticas sociales como la lectura y la escritura como experiencias en relación con el asunto que se abordará. De modo que en este caso en particular, acudiré a ella.
En efecto, en una entrevista que le realicé al escritor y crítico argentino Ricardo Piglia hace ya muchos años, hablábamos de autores, autoras y los libros que producían. En esa oportunidad, Piglia me manifestó que cada autor o autora, por más que lea y se nutra de literaturas extranjeras, en su lengua nativa o en traducciones, que sea bilingüe o incluso resida en el extranjero (entre otras muchas posibilidades), se inscribe, me explicó Piglia, lo perciba o no, procure evitarlo o no, en su tradición nacional. Todo autor es leído según el modo como sus características identitarias (en ellas las culturales) son las nativas. No recuerdo si eso lo dijo, en el sentido de “a su pesar” o si era algo del orden de lo deliberado y hasta de lo anhelado. Y, en tal caso, confortable. O ambas opciones a la vez, por qué no decirlo. Lo cierto es que eso sí ocurría, por un lado. Y por otro lado se trataba de una circunstancia ineludible. Doy por descontado que en Argentina esto debe ser particularmente incómodo, tanto para la literatura como para la crítica, en virtud de la presencia de Borges en el corpus nacional. Y en esta consideración de Piglia que me parece inobjetable en los términos en los que él la postuló (bajo los cuales me propongo desarrollar en este artículo) daría un paso más allá (en mi caso lo haría), y diría que cada autor se inscribe no sólo en una tradición nacional, sino en una tradición local, dentro de la cual la nacional por supuesto la abarca a la local en ciudades o pueblos, pero que sí señalan alguna clase de idiocincracia.
Lo cierto es que como escritor (y como crítico) he sentido la necesidad de, además de leer mucha literatura extranjera (por lo general en traducciones al español y procurando que fueran las mejores que iba descubriendo) y algunos libros en sus lenguas extranjeras nativas, en los últimos veinte años he focalizado mis investigaciones en el estudio y la lectura sistemáticos de la cultura literaria argentina de los siglos XX y XXI. O, para ser más preciso, en algunos de sus referentes más nítidos. En algunos lo he hecho con mucha profundidad, con becas o tesis de Licenciatura Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata. Pero también en artículos, reseñas o notas. Podría sumar a ello las entrevistas, porque se trata de indagar en las poéticas desde otro punto de vista: en diálogo con el habla. Pero siempre a partir de hipótesis de lectura. En lo esencial me he concentrado en los autores y autoras que respeto, considero claves o que simplemente me gustan o me cautivan pero cuya poética es siempre de excelencia. Diría más: no todos son demasiado conocidos o reconocidos. Varios desdeñados. Otros ignorados. Sin embargo, la publicidad en ocasiones se da de patadas con la calidad. No obstante, por supuesto que los hay coronados y hasta venerados. Tanto por la academia argentina como la extranjera y por los circuitos comerciales que los ubican en un lugar de prestigio mediante múltiples estrategias que distingue a esas poéticas del bestsellerismo. En otros casos se acude a los medios masivos.. Con buena parte de ellos o ellas ya lo venía haciendo desde mucho antes, en mi adolescencia. Tanto mujeres como varones eran objeto de esta búsqueda sistemática en la que procuraba hacerme de todo su corpus cuando sentía una vibración singular entre su sensibilidad y la mía. Esta era una motivación sustantiva. Estaba atento a desentrañar algunas de sus constantes y a abarcar lo que podía intuir era un proyecto creador a partir de sus distintos compases.
Más tardíamente, me dediqué a estudios académicos en Argentina y, por obligaciones profesionales, naturalmente, debí concentrarme en profundidad en menos casos aún. En el mío fueron cuatro autoras argentinas que, más precisamente, eran narradoras. Tres residentes en Buenos Aires, una en Rosario, otra importante ciudad del interior del país, pero. Sin embargo, una de las autoras, era de origen cordobés. Eso produjo un doble efecto. Por un lado, me entrenó en un abordaje crítico muy en profundidad en torno de escritores o escritoras (tal mi caso). Y cuando digo “muy en profundidad”, me refiero a indagar en los mecanismos y recursos constructivos de sus poéticas, en el orden de lo semántico, también establecer relaciones intratextuales, contextuales e intertexutales y, por otro lado, realizar un abordaje crítico desde cierta línea teórica y no otra. Por la que yo había optado. Ése fue mi enfoque. En ese momento.. El otro movimiento, fue el de lamentablemente perder la mirada de conjunto respecto del resto de la producción nacional e internacional porque, como es natural, se imponía la especialización. La lectura se restringía a los corpus estudiados. Se leía mucha teoría y crítica literarias. También las lecturas que realizaba (así como las relecturas permanentes) eran de un nivel de precisión y de detalle que me veía obligado a detener mi mirada en cada pequeño rasgo de las obras. Ponerlas en diálogo con la teoría o la crítica. Interrogar los corpus también desde la lectura académica que nada tiene que ver ni siquiera con la de un estudioso que no está participando de estudios académicos en el seno de esa institución de modo incesante y permanente.
Lo cierto es que, dado que no resido en Buenos Aires, sino en la ciudad de La Plata, a la circunstancia de pertenecer a una cultura nacional se suma la de pertenecer a una ciudad no capitalina y, hasta algunos podrían afirmar, como sonreía Héctor Tizón respecto de su provincia de Jujuy, “periférica” o “provinciana”. Problematizando esa circunstancia, Tizón formulaba algunas preguntas agudas a las que yo sumo otras. Por ejemplo ¿Dónde estaba el centro? ¿quién decide y por qué hay o debería haberlo? ¿sobre qué fundamentos se podría postular que lo hubiera? ¿qué significaba ser un escritor “del interior”? Este destino de ser “del interior” incluía latitudes tan amplias de Argentina que iban de la Puna a los glaciares ¿había un factor geográfico omitido entonces? ¿qué clase de construcción teórica y crítica era ese “interior” que abarcaba culturas locales casi antagónicas? ¿eso suponía escribir de una cierta manera que la distinguía de la de ese supuesto “centro”? ¿en ese “interior” se escribía en todos los casos del mismo modo, en tal sentido? A lo sumo podría decirse, con un lenguaje lleno de reparos: “escritores que no son de Buenos Aires” o “escritores que no residen allí” o “que residen en provincias o ciudades que no son la ciudad de Buenos Aires.”. Y aún así me sigue pareciendo una afirmación completamente arbitraria y desatinada porque se la toma siempre como punto de referencia a esta ciudad metropolitana. Consideré entonces relevante problematizar esta categoría naturalizada porque era competente mi profesión de escritor no habitante de Buenos Aires con ella. Es decir, de alguien que es escritor y crítico, que es habitante de una ciudad que no es capitalina y que habitar allí para mí suponía cuestionar esa particular hegemonía que aspiraba a obtener la ciudad de Buenos Aires me parece que con una prepotencia bastante impertinente por no decir prepotente. De modo compulsivo y normativo se juzgaba a toda las poéticas argentinas en función de si residían (o no) en Buenos Aires.
Lentamente he ido procurando reconstruir (dentro de mis posibilidades) y rearmando de modo parcial (también de modo bastante desordenado por supuesto) esta otra tradición, la local, la de la ciudad de La Plata, que por cierto no deja de ser riquísima a poco de comenzar a rastrear pistas y a indagar en ella, en particular en los últimos años en que han comenzado a escucharse voces nuevas, varias de ellas jóvenes u otras ya maduras pero con obra por detrás que las respaldan de modo incuestionable tienen ya proyección nacional o incluso internacional. Y también en la medida en que se ha residido en una ciudad he ido siguiendo los compases de esa producción tanto literaria como crítica a través de los distintos pasos de mi biografía a medida que se desenvolvía dicha biografía en esta ciudad. En la medida por supuesto en que se trataba no de una afición o un pasatiempo sino de una vocación por la que me interesaba estar informado acerca de la producción literaria local o bien del presente histórico o bien de la que había tenido lugar y que era de orden calificado. Uno se ha ido empapando en un doble movimiento de producción (en la medida en que también soy escritor y recepción (en la medida en que soy lector y crítica profesional. De modo que esa cultura literaria me importa. Me interesa. Me resulta importante estar al tanto de lo que en la ciudad en la que resido el resto de los productores culturales (también los críticos), iban produciendo. Se vive en una ciudad y se acompañan de modo palpitante sus producciones, en no pocos casos de excelencia.
Y me propuse esta tarea como parte de un camino de lector profesional porque la consideré relevante en todo escritor o escritora. De, al estudio y la recomposición de una literatura nacional (que no es sinónimo sólo de la de Buenos Aires) hacerlo con la de mi ciudad. Y he procurado hacerlo con prolijidad, seriedad y respeto hacia esos creadores y esas creadoras de distintos “géneros” literarios (porque lo merecen). Quiero decir: si escribía sobre ellos, documentarme a fondo y hacerlo de modo informado. Consiguiendo todos los libros de su autoría que estuvieran a mi alcance. Si podía y vivían entrar en un diálogo franco con ellos o ellas mediante encuentros o intercambios. E historiar ese sendero para desandarlo. Por el otro, metodológicamente había que deslindar frente a qué desafíos y núcleos de sentido me situaba cada poética tanto textual como contextualmente y responder a esa demanda afianzándome con saberes de la teoría y de la crítica literarias, la cultural que respaldaran esas lecturas. También con libros provenientes de las ciencias sociales. Y de distinto modo, escribiendo trabajos críticos más extensos o en ocasiones más breves (reseñas, notas, ponencias, ensayos o incluso fugaces comentarios en redes sociales) sobre obras de autores y autoras con o sin corpus cerrados. O bien solamente leyendo de modo exhaustivo lo que hasta el momento hubieran publicado, incluso en el caso de escritores o escritoras sobre los cuales recién había comenzado a interiorizarme. Por más que sintiera mayor inclinación o simpatía (debo reconocerlo) por unos que por otros. Consideré que resultaba conveniente estar al tanto de lo que se había producido y se seguía produciendo en mi ciudad, en un tiempo histórico con el que me veía comprometido, que impetuosamente me había ido envolviendo y cuáles habían sido las posiciones de estos autores o autoras respecto de los temas cuando se hubieran pronunciado, en especial si eran polémicos. Y estaba interesado en ciertas épocas de su producción más que otras. También tomar conocimiento al menos somero acerca de sus biografías (algunas apasionantes). Todo esto me pareció una aventura primordial y excepcional. Consideré esencial, a poco de introducirme, que quien quisiera ser escritor debía conocer a fondo la tradición de su ciudad. Este es el punto. Sin descuidar lecturas nacionales o internacionales. Tuve el privilegio también a lo largo de mi vida de que varios autores o autoras con gentileza me pasaran sus inéditos o fueran mis amigos o amigas. Circunstancia que sumó significados al significado. Pero podría decir en unas pocas palabras que me manifesté interesado en la lectura sistemática y la producción también sistemática de autores y autoras de mi ciudad. Tal circunstancia permitió ir reconstruyendo las tramas culturales de la ciudad. Me refiero en lo relativo a su cultura literaria. Pero también la cultura literaria reenviaba a la cultura en un sentido amplio. Estos estudios por supuesto dialogaron con las poéticas nacionales e internacionales. Pero en verdad se sumaron a ellos. Sin embargo, hubo un punto que a mí en lo personal me resultó interesante. Y fue que no leía desde una zona desértica, para que tuviera que acudir a una nacional o internacional. Sino que había producciones literarias que también eran nacionales, eran argentinas, estaban escritas en esa misma lengua. Pero que respondían a la experiencia de ser producidas en el marco de una sociocultura que no era la capitalina.
Todas estas instancias formativas a mi juicio son fundantes de la identidad de un escritor o escritora. Constituyen las fuentes a partir de las cuales nos hemos configurado y nos seguiremos configurando como sujetos históricos que escriben y como productores culturales, por un lado. Por el otro, de qué modo lo hemos hecho, lo hacemos, lo seguiremos haciendo y de qué modo, en cambio, no lo hacemos ni lo haremos jamás. Quiero decir: qué nos permite nuestra capacidad creativa en el seno de un espacio acotado como una ciudad chica, o bien de qué modo eso sucede en cambio en las metrópolis.
Naturalmente que además de gozar de muchos privilegios que cualquiera se podrá imaginar (y algunos de los cuales enumeré), podría afirmar que seguían teniendo un sentido para mí. Para quien accedía a ellos tanto como lecturas como corpus críticos.
También me interesé por los casos de autores o autoras que no habían sido bien acogidos por la sociedad local, por ser incómodos (estos casos fueron los que más me interesaron) y estaban en cambio los ligados a la cultura oficial, en sintonía con las instituciones dadoras de devoción cultural. Porque una ciudad es perfectamente capaz de repudiar e ignorar a un escritor o escritora (sin motivo alguno o por algún motivo, marcando un síntoma de ambas partes). Y también una ciudad es perfectamente capaz de poner en un podio, de coronar a alguien que sin mérito alguno más que aptitudes para las relaciones públicas, vinculado a la política o una declarada prosapia (digamos) gozara del favor de esa sociedad o del apoyo metropolitano. Por último, también una ciudad puede ser muy poco seria en sus circuitos editoriales. En la edición de libros (en la selección de su catálogo, que puede guiarse por amistades políticas, amistades personales o conveniencias comerciales, motivada favores familiares.
De modo que, por un lado, existían estas inclinaciones por unos u otros escritores o escritoras. Su aceptación, difusión o rechazo. Y, por el otro, tenían lugar otros fenómenos ligados a la producción literaria: la seriedad y prolijidad de las escasas empresas editoriales que integran el mercado editorial local desde el punto de vista del mercado del libro en su dimensión productiva. El profesionalismo para la selección de buenos catálogos, para los procesos de corrección y edición, en su respeto hacia el autor o autora del libro, en la forma de remuneración de su trabajo, en la forma de distribuir sus libros, como en los circuitos de distribución, difusión, ventas y de visibilidad pública de dichos autores y autoras. Los medios masivos locales o incluso nacionales pueden apoyar o no a un creador o creadora y también aquí los factores extraestéticos entran a jugar de modo incuestionable. De igual modo lo hacen hoy en día las redes sociales o las tecnologías digitales en todo el amplio concepto que abarcan. No necesariamente la excelencia de una poética garantiza su éxito sino una capacidad mediática vigorosa. Un makesting acertado diseñado por expertos. El personalismo carismático del autor o autora. En cuyo caso, ya ven, nos toca atravesar varias pruebas a quienes escribimos y hemos tomado la decisión de hacer de ello una profesión en ciudades tanto la capitalina como en las que lo son.
Pienso que esta tarea de reconstrucción de nuestra tradición ciudadana resulta trascendente. En otra entrevista, esta vez realizada a la escritora chilena Diamela Eltit me dijo: “Concibo a la escritura como una campo geológico, siempre dialogante”. Y pienso que esa metáfora es certera. Y es necesaria también. Y diría aún más: es hasta imprescindible. La considero de ese modo porque esos discursos (esas poéticas en este caso) han dialogado (precisamente) y siguen dialogando con el modo con que nos hemos ido consolidando como sujetos históricos y como productores culturales. Esos discursos han, en mayor o menor medida, circulado por la ciudad. Han construido tramas. Han dotado de un acervo cultural a una ciudad que tendrá sus referentes locales en lo referente a la poética. Forman napas discursivas (siguiendo la metáfora geológica de Eltit). Y eso sucede nos guste o no. Aunque no lo elijamos. Es del orden de lo fatal. Todo ello entra en un coloquio auténtico y permanente con nuestra escritura (pese a que no lo percibamos o no nos resulte grato). Y en esa tradición quedamos inscriptos, tal como lo indicaba Piglia a nivel nacional y doy por sentado que él lo hacía extensivo a la local. De modo que leo con atención a mis colegas argentinos, por un lado. Leo con curiosidad a los de mi ciudad (a los que estimo serios y a cuyos libros alcanzo a tener acceso). Estoy atento a sus novedades y lo hago con ánimo de investigación y con interés también profesional, por qué no decirlo. Regreso a antologías antiguas u olvidadas en especial publicadas por sellos gubernamentales y a libros del pasado o autores que han fallecido o pertenecen a otras generaciones. Procuro releer también para leer de otra manera. En efecto, “Si uno no relee está leyendo siempre el mismo libro”, afirmaba perspicazmente Roland Barthes. Me gusta mucho leer a mis contemporáneos de La Plata. Ver qué se está produciendo en este preciso momento en este preciso lugar, tanto en lo relativo a teoría o crítica literarias (académica o de estudios en general) y en lo relativo a las poéticas. Por supuesto que debo elegir. Elijo. Resulta imposible recomponer un campo o subcampo en su totalidad. También quiero leer literatura del mundo. Pero no resulta imposible rastrear algunos de los hitos y los momentos culminantes de la literatura de mi ciudad. O bien poéticas que fueron significativas. Y escribir sobre esas poéticas constituye una forma esencial de conocer de dónde uno proviene y de qué modo también ella ha afectado a la nuestra poética. Hay nombres que circulan por la ciudad. Artículos, notas o reseñas que se publican en los diarios locales. Son los que por esta ciudad circulan, valorados por muchos. Procurar desentrañarlos constituye una tarea fascinante. Hacer crítica es leer de una cierta manera. De leer bajo un cierto punto de vista y esa lectura, atravesada por una determinada ideología, y una cierta metodología de la investigación literaria dará por resultado una serie de consecuencias teóricas y prácticas. En primer lugar, a su vez, otro texto (el texto crítico, el texto teórico) que pasará a formar parte de un corpus preexistente. De modo que en un doble movimiento uno es lector y productor al mismo tiempo. Es lector porque es crítico o lector aficionado de ciertos autores (si bien siempre lee a partir de sus competencias de estudioso) y es crítico porque es lector. También un crítico literario es quien hace circular nuevas lecturas (en ocasiones relecturas) de una cierta índole y no de otra. Según su ideología, según su clase social, según el tipo de formación que posea, según la especialización que tengan en ese autor o autora y en la literatura local. Así, habrá también una teoría y una crítica literaria producida en la ciudad sobre la ciudad.
Con todo este desarrollo que acabo de hacer. Con toda esta argumentación que procuró comprobar una serie de hipótesis implícitas o explícitas, quiero llegar al punto del que partí en este artículo. Que no nos podemos sustraer a la cultura literaria del espacio en el que nacimos, como tampoco podemos hacerlo al de una literatura nacional. Todo dependerá, también, del deseo por conocer, ahondar, profundizar y realizar una lectura de los discursos literarios, que no son sino discursos sociales de naturales estética alojados en una toponimia. En esta toponimia se ha desarrollado nuestra historia cultural.
Es cierto. Se puede tratar de una cultura literaria menos visible o rodeada de un halo de menor prestigio (digamos) que la nacional o internacional. Puede que carezca de la radicalidad de la producida en la metrópoli. Puede que no sea cosmopolita. Pero existe y es aconsejable, me parece humildemente a mí, conocerla y reconocerla en todo su alcance valioso. Porque conocerla es también un modo de conocer nuestra propia conformación en tanto que sujetos de cultura.
Nuestra ciudad es el espacio en el que tuvieron lugar nuestros aprendizajes, nuestras experiencias fundantes y nació, emergió, se generó nuestra vocación pos escribir. En la cual se consolidó nuestra escritura (édita e inedita). A la que pertenecemos por más que hagamos esfuerzos denodados por intentar lo contrario: salirnos de ella, eludirla, evitarla, ignorarla, privilegiar la extranjero o la metropolitana, olvidarnos de ese origen que resulta ser tan valioso como imprescindible a mis ojos por todos los motivos que acabo de enumerar y fundamentar. Por más que hagamos esfuerzos denodados para que Buenos Aires sea inclusiva con nuestra producción, difícilmente lograremos eludir destino que marca desde nuestra ideología literaria hasta la social, desde nuestra formación hasta el conjunto de experiencias en el seno de la sociocultura por la cuales hemos atravesado. Esto no obsta que hayamos dejado de nutrirnos de poéticas de todas las latitudes. Aunque hagamos cursos, seminarios, viajemos o incluso nos instalemos en otras patrias. Siempre, me parece, existirá esa huella indeleble de señalada identidad que nos marcará, marcará nuestros intereses, inquietudes, interpretaciones, limitaciones, posibilidades creativas, temas, libros leídos y libros por leer. Modos de lectura también. Horizontes de producción y recepción discursiva, capacidad de pensamiento, itinerarios formativos (al menos los iniciales) y en qué detenemos o hemos detenido nuestra atención y en qué no, pese a que sin lugar a lugar a dudas todos estos límites puedan naturalmente ampliarse pero jamás suprimirse por completo ni olvidarse. Peor también marcará disonancias. Maneras en que la cultura literaria local no es como la metropolitana y sí mantiene un cierto conjunto de ragos no necesariamente perceptibles de modo manifiesto. El límite histórico, en este caso geográfico/cultural, siempre estará allí. Como una cartografía fatal. De la que ningún libro extranjero o metropolitano podrá movernos. Se trata, precisamente, de una variable inamovible. Existe incluso en el orden de lo imaginario. A este punto quiero llegar. En definitiva, nadie puede escapar a su génesis, como nadie puede escapar a su genética. Esa me parece la metáfora más certera (y también la figuración más ilustrativa) para dar cuenta de este fenómeno que señalaban tanto Ricardo Piglia como Diamela Eltit con mirada lúcida y que yo hago extensivo no sólo a una tradición nacional sino a una tradición local. Frases, las de ambos escritores, sabias sin lugar a dudas, que no invitan a reflexionar sobre las condiciones de producción de un libro, sobre los discursos literarios en tanto discursos sociales que a su vez se desplazan por la superficie material y la sociocultura de una ciudad o de un país en directa relación con el mundo y recíprocamente.
Habrá textos que circularán por mi ciudad (como este), que circularán por otras latitudes (como este), y que entrarán en diálogo con otros textos. La circulación no se detiene. No pone límites a sus movimientos, a sus contagios. Y serán textos que a su vez de un modo abierto o implícito se medirán con otros, afectarán al universo social que los lea, tendrán un impacto de cualquier índole. Se producirán fricciones, choques, contaminaciones, alianzas, afinidades, repulsas, según los casos, entre las distintas poéticas, los distintos lectores y lectoras, los distintos países y los textos literarios tanto como los textos teóricos y críticos, como este, emigrarán. Serán leídos, naturalmente, de un modo distinto en su ciudad de origen que en otra extranjera. Pero eso considero que está bien. Y que es un síntoma de que un productor cultural no estará confinado a una toponimia sino que sus textos circularán por distintos espacios del mundo o de su país, distintos de en el que él reside.
Y en lo relativo a la creación, se producirán textos transformadores o revulsivos. Otros transgresores. Otros de una opacidad que ofrecen resistencias para su lectura. Otros producto de una fabulación fantástica o que responda a verosímiles de fantásticos, realistas u otros o vacilantes entre unos y otros. Los habrá que no ofrecen resistencias. Pero que de modo incuestionable no dejan de interactuar. Discursos existentes. Discursos contemporáneos. Y discursos que ya han tenido lugar, circularon pero siguen circulando. Surgirán nuevos, los contemporáneos. Y este que escribo en este preciso momento también entablará un diálogo con la producción internacional (porque allí estimo será publicado), la nacional (porque allí será parcialmente leído) y con el local (por el mismo motivo). La producción y recepción de un texto teórico y crítico afectarán a distintos lectorados tanto como serán desconocidos por otros tantos. El texto literario, teórico, crítico echará a rodar. Publicado en el extranjero su lectura producirá un efecto que no es el mismo que producirá en su ciudad o su país. Pero todos esos efectos son valiosos. Es más. Me atrevería a decir que todos ellos son necesarios. Y todos esos efectos aportan a las sociedades y a Historia cultural, devenida sistema, una componente que se integra a esa totalidad. De modo potente o débil según su poder de persuasión, según su solidez, su contundencia, de fundamentación, del interés que despierte, pasa a componer el gran friso de los discursos sociales literarios o extraliterarios que circulan por el mundo. Tendrá una mayor o menor proyección. Tendrá una mayor o menos capacidad de incidir en el orden de lo real en la medida en que lo simbólico lo hace o suele hacerlo. Y esto tendrá lugar de modo inevitable y, es más, de modo inexorable.