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El 24 de junio es la Noche de San Juan, una celebración cristiana con un origen milenario y pagano. Las hogueras, el baile alrededor del fuego, esa potencia de las llamas no las reduce ni el tiempo, ni el raciocinio. Aprovecharé la fecha para hablar del fuego, de su magia y su simbolismo en distintas tradiciones.

No tenemos nada, sólo ideas, especulaciones sobre lo que los hombres ancestrales pensaron o sintieron por el fuego. Así que sigamos con especulaciones, propias y de otros, más de otros que propias.

El fuego y la magia en el mundo antiguo

Los hombres ancestrales concebían un mundo que no estaba separado de ellos mismos, al menos no con la sistematización que hoy nos es característica y que es la que ha hecho posible el desencantamiento del mundo. Debido a esta no separación entre hombre y naturaleza era posible la magia, y por ello mismo, hoy la magia ha dejado de existir o manifestarse o pasear por enfrente de nuestros ojos dejándose capturar.

Un ejemplo, poniéndonos recientes, puede ser la fotografía, que ha dejado de ser magia –o al menos en su posibilidad de ser magia, que quizá nunca la tuvo, pero imaginemos que sí-. Hoy, ya muy de vez en cuando, puede ser mágica una fotografía, pero no puede ser magia, porque al acto de fotografiar y a los objetos mismos que son capturados por el clic de luz, a ambos, les hemos separado de un profundo e independiente devenir, es decir, un destino más allá de nuestra humanidad, de nuestra idea –o prescripción- sobre ellos.

Volviendo a la magia, esta era posible (o sería posible) al no existir una distinción entre el objeto y el sujeto, sino  una identificación entre ambos, pero, lo más importante, esta identificación se trata de una identificación no razonada. Adorno y Horheimer, fundadores de la Escuela Crítica de Frankfurt, junto con Marcuse, Fromm y, el más romántico de todos, Walter Benjamin; ellos dirán sobre esto, que la abolición de la magia comenzó cuando los sacerdotes y magos empezaron a dividir el mundo entre lo sacro y lo profano, que a su vez, es lo que hace posible que ellos mismos se puedan nombrar sacerdotes o magos, es decir, que puedan hacer distinciones.  Entonces los mitos, que en su ser original son asistemáticos, sin ninguna lógica de por medio, comienzan a racionalizarse. Por ejemplo, cuando leemos los mitos tribales recogidos por Levi Straus, de los Bororo del Brasil acerca del origen del fuego o del tabaco, y tantos más, vemos una ilación narrativa, pero una ilación que no se sustenta en lo lógico-racional, además, los estamos conociendo a través de una estructura escrita –y de manos de un antropólogo-, cuando en su naturaleza primera, pertenecen a la oralidad, un espacio infinitamente más libre.

Ahora, veamos qué ocurre con los griegos, para empezar, ellos crean una jerarquización olímpica, donde los dioses paulatinamente se convertirán en símbolos. En Homero ya vemos una estructura lógica tanto de actos como en la estructura narrativa. Con esto comenzamos a asistir, nos dicen Adorno y Horheimer, al desencantamiento del mundo por obra de la razón.

Y la pregunta fundamental: ¿Por qué desencantar al mundo?

Porque el humano tuvo, tiene y tendrá que desencantar a la naturaleza para dominarla y no temerle.

Antes que ellos, Nietzsche, en su obra El origen de la tragedia, ya había dicho “que la suerte de todo mito es ir cayendo poco a poco en una realidad llamada histórica y ser considerado, en cualquier época posterior, como un hecho aislado dependiente de la historia (…) así es como de ordinario mueren las religiones: cuando los mitos que forman la base de una religión llegan a ser sistematizados, por la razón y el rigor de un dogmatismo ortodoxo, en un conjunto definitivo de acontecer histórico” (Nietzsche, 1964: 69), es aquí cuando el mito está expirando como tal.

Retomando a Horkheimer y Adorno, que a su vez, retoman bastante a Nietzsche, ellos comenzaron a leer así los mitos y obras griegas, y a partir de allí, realizaron su crítica al iluminismo y posteriormente al positivismo, cumbres del inicial pensamiento griego razonado. Ya que, nos dicen, el slogan del iluminismo será el de des-mitologizar al mundo en aras del dominio absoluto de la razón, es decir, del dominio del hombre sobre la naturaleza, y que el positivismo se encargará de poner en práctica total.

Dicen Horkheimer y Adorno: “La ilustración en el más amplio sentido del pensamiento en continuo progreso, ha perseguido desde siempre el objetivo de liberar a los hombres del miedo y constituirlos en señores. Pero la tierra enteramente ilustrada resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad. El programa de la ilustración era el desencantamiento del mundo. Pretendía disolver los mitos y derrocar la imaginación mediante la ciencia”.

El fuego y el mito griego

El fuego, como a todos los elementos, le ocurrirá la misma suerte desencantada, al menos, el mismo intento, porque su fuerza primigenia siempre será indomable. Vayamos por partes. Iniciemos con el fuego como mito. Y otra vez a los inicios, a los primeros hombres, para quienes, por su pureza y actividad, el fuego era considerado como el más noble de los elementos, el que más se acercaba a la divinidad. Una viva imagen del sol, por ello fue venerado en prácticamente todas las mitologías.

Retomemos a Prometeo y su hazaña en favor de los humanos que iba contra las prescripciones de los dioses. Él es un Titán, cabe señalarlo, porqué siéndolo, pertenecía a una parte relegada dentro de la jerarquía olímpica. Recordemos que los Titanes se habían rebelado contra la dictadura de Zeus y pagaron cada cual su cuota. Por ejemplo, Atlante, hermano de Prometeo, que lleva sobre sus hombros al mundo como castigo. Con estos antecedentes, Prometeo sabe que la lucha contra los dioses es inútil, y por esto no se une a dicha batalla, lo que le deja en una posición bastante buena respecto a su lugar en el Olimpo, hasta, claro, andar de buen samaritano con los humanos.

Esta curiosa “previsión”, que es lo que significa su nombre, adquiere un carácter interesante respecto a su robo del fuego, porque es de suponerse que imaginaba las consecuencias de su acto. Es por eso que en el Prometeo de Eurípides resulta tan intrigante su denuncia sobre su inocencia ante el castigo divino de ser devorado eternamente por un buitre y calcinándose al sol; y es que parece muy dudoso que imaginara a Zeus contento por la acción, viendo iluminados y calientitos a los hombres, comiendo su carne cocida y encendedores para cigarros, apenas unos cuantos miles de años después; como diciendo, cómo no se me había ocurrido darles este regalito antes. No. Entonces, podemos especular que el acto de Prometeo se trata en realidad de una sofisticada venganza contra Zeus, a quienes los hombres terminarían relegando a caricatura, e incluso hacia los mismos hombres, que también pasarían de trágicos a tristes caricaturas.

Gaston Bachelard dirá que Prometeo “es un ser límite, ni hombre ni dios”; un símbolo de la desobediencia constructiva”, y en una lectura totalmente positivista y freudiana nos dirá que “es preciso desobedecer a los padres para superar a los padres (…) la historia de los hombres en sus progresos es una serie de actos prometeicos”. Por otra parte, también concluirá que “quien aporta el fuego aporta la luz, la luz del espíritu –la claridad metafórica-, la conciencia. Prometeo ha robado la conciencia a los dioses para dársela a los hombres”. He allí el crimen.

Y con esta interpretación simbólica, llegamos a la relación con otro mito, el de la manzana prohibida de Adán y Eva y el árbol de la ciencia del bien y del mal, dos concepciones que Nietzsche nombrará como aria y semita. La concepción aria, que retoma a su vez a la griega, simboliza el crimen original consumado por un hombre (Prometeo), mientras que la semita, recoge el discurso bíblico, judío, donde el pecado original es cometido, inicialmente, por una mujer. Sin ahondar en teorías de género, tenemos sí, dos visones de la labor femenina y masculina en dos de las concepciones más representativas de nuestra historia occidental.  En síntesis, esta es la idea que han creado ambos patriarcados, luego de un mítico derrocamiento del matriarcado primitivo. En la tradición bíblica, la mujer tendrá un papel, como el del fuego, absolutamente ambivalente: la Eva, carnal e incentivadora del pecado; y María, la redentora y madre del dios. Así, en la tradición derivada de los griegos, la mujer adquirirá preponderantemente un carácter mundano, carnal, de utilidad ante el placer de algún dios, y de sucesión.

Más adelante, volveré el simbolismo ambivalente del fuego. Ahora, para cerrar con el mito de Prometeo, escuchemos de nuevo a Nietzsche: “Lo más precioso y elevado que podía obtener la Humanidad lo consiguió por un crimen y tuvo que aceptar las consecuencias, el torrente de males y de tormentos que la cólera de los inmortales (debían) infligir a la raza humana en su noble ascensión.  (…) Que el hombre pudiera disponer libremente del fuego, que no lo recibiese como un presente del cielo, relámpago que incendia o rayo de sol que conforta, esto parecería al alma contemplativa de los hombres primitivos un sacrilegio, un robo de la naturaleza divina».

El fuego de Heráclito

Vayamos con otro griego, Heráclito. Este filósofo, perteneciente a los denominados presocráticos, quienes apelaban a un principio único regente del universo. Por ahí se dice que lo que hicieron los presocráticos fue simplemente quitarle el nombre a los dioses y ponerles el nombre de un elemento, para, a partir de allí, crear su cosmovisión. Así, Tales de Mileto elige el agua como principio, Anaxímenes el aire, Heráclito el fuego. Para él, “el mundo era un fuego que se encendía y apagaba siguiendo un determinado ritmo».

“Heráclito de Éfeso, dice Galeano, creía que el fuego se convertía en aire, luego al comprimirse en agua, y hecho compacto terminaba en tierra, que volvía de nuevo al fuego en la conflagración. De esta manera Heráclito construía un universo desde un principio ígneo, abarcando las otras concepciones referidas, dentro de la suya. Para él, en fuego terminaban convirtiéndose todas las cosas pues era de éste de donde provenían”.

Cuando Heráclito semeja el fuego como el rayo que timotea todas las cosas, significa que con el rayo el “fuego eterno es inteligente y responsable del gobierno universal”, así como “juez y ejecutor de la justicia”. Dotando al fuego de una vida que genera en sí mismo la multiplicidad cósmica a través de los opuestos. Una lucha que creía una ley natural y necesaria para el flujo incesante del cosmos. Este filósofo es el primero, al menos de quien tenemos noticias registradas, que pone al fuego en el centro de la atención. No estamos aquí ante una verdadera simbología del fuego, pero es el principio de esta.

Simbolismo del fuego

Para la mente primitiva, el fuego solar y el fuego terrestre son idénticos puesto que ambos alumbran y calientan. Se consideran –por su dirección e intensidad- dos especies de fuego: el fuego-tierra (energía física, calor solar, símbolo erótico, según Jung y otros psicoanalistas) y el fuego-aire (energía espiritual, símbolo regenerador o purificador).

Gilbert Duran, por cierto, autonombrado discípulo de Bachelard, será más preciso con esto:

Dice que se puede dividir en dos tópicos generales las relaciones del fuego como imagen simbólica, una es el fuego como rito de purificación; y la otra, el fuego en su dimensión sexual. Es a ello cuando se refiere a que el símbolo del fuego es polivalente: “…realmente existe un fuego espiritual separado del fuego sexual, y el propio Bachelard reconoce la ambivalencia del fuego que, al lado de alusiones eróticas, implica y trasmite una intención de purificación y de luz. El fuego puede ser purificado o, por el contrario, sexualmente valorizado y la historia de las religiones lo comprueba […] El fuego es llama purificadora, pero también centro genital del hogar patriarcal”.

Sobre el fuego como rito de purificación dirá que “la misma palabra puro, raíz de todas las purificaciones, significa “fuego” en sánscrito”. Tal noción del fuego como principio de purificación, lo relaciona directamente con el sacrificio y la regeneración: “…el fuego es el elemento sacrificial por excelencia, el que confiere al sacrifico la destrucción total, amanecer de una total regeneración”. Esto “viene a inscribirse en la gran constelación dramática de la muerte seguida de la resurrección”.

Si aquí se nos vienen a la mente las brujas quemadas en la Inquisición, no creo que estemos lejos de su significación.

Pasando ahora a la noción del fuego como principio sexual, tenemos que todo comienza con el hecho de que “el frotamiento rítmico, ya sea oblicuo o sobre todo circular, es el procedimiento primitivo para hacer fuego”. Es a partir de esta característica que la relación con el acto sexual será inminente. Ambos son producto de una fricción generadora que será denominada por Bachelard como el Complejo de Novalis: “pulsión hacia el fuego provocada por el frotamiento y la necesidad de un calor compartido” . Ahora, “como lo dice púdicamente Bachelard, fue acaso en ese tierno trabajo –hacer el fuego- cuando el hombre aprendió a cantar”. Hemos llegado a la relación del fuego y su oscilación rítmica, con la música, su tintinear y la coreografía naciente de ella y que, como lo plantea Zimmer, es la representación de la danza del tiempo, de su baile.

Finalmente, tenemos la relación directa que existe entre el fuego y la madera, por lo que “el ritual de los herreros y en los alquimistas, el fuego de la madera es el que está directamente relacionado con el acto sexual […] así que “el fuego, producto del acto sexual, hace de la sexualidad un tabú riguroso para el herrero”, para ellos las trasmutaciones eran lo primordial. 

Con lo anterior, trazamos una relación que Bachelard grafica de la siguiente manera: Fuego-cruz-fricción-giro-sexualidad-música. Lo que tenemos con todo esto de la ambivalencia sexual y purificadora del fuego es una imagen de una coreografía de sentidos opuestos tocándose en múltiples puntos.

El fuego en la cábala y el sufismo

La cábala mantiene una preservación de la magia como interrelación con el mundo. Una magia, que aunque ha sido intervenida por una especie de continuidad lógica y estructural, pareciera preservar un principio inaprensible y traerlo siempre a colación. Las letras adquieren un sentido, o se busca que adquieran uno, pero como una promesa de cumplimiento infinita e inacabada, como un pestañeo nada más, un asomarse fugazmente a algo asombroso y que trasciende al buscar (y encontrar) humano. El escritor Edmond Jabés es un espléndido constructor de esta promesa enunciada en el Libro.

Los siguientes citas que haré provienen de Lucía Bolén de la Universidad de Ginebra, y son resultado de una compilación sobre conferencias sobre el fuego, creo, hechas en España. Ella hablará de sufismo y cábala, tienen una relación directa con todo lo que ya hemos trabajado del simbolismo del fuego.

Dice Lucía: “La cultura cabalística en la península ibérica, en su parentesco con la alquimia espiritual o el sufismo islámico se halla mucho más integrada de lo que racionalmente se piensa. Además, el fuego es sublimado en afecto universal; ese fuego simbólico fue primero el de los pueblos pastores nómadas del Oriente Próximo”.

“El fuego, en el primer libro bíblico en el que los hebreos  lo designan por su primer nombre (En el principio), Bereschit –es la primera palabra de la Biblia en hebreo- contiene en su centro el fuego (..) convierte en indefinida e incesante la vuelta a empezar de un mundo que no cesa de hacerse, y que no se reduce a un nacimiento definitivo que fija el pasado”.

“Lo sagrado es conducido de la tierra al futuro pasando por el árbol y este es el sentido exacto que hemos de contemplar para hablar de la tierra de la que está hecho Adán, que se convierte después en llama y espíritu del fuego; por el fuego el estatus humano pasa de Adama a Esch, pero seguimos en un registro de bienes sagrados”.

“La Cábala dice que Adán tiene una carga semántica de 45, y Hawa, madre de todos los vivos, de 19. un juego de geometría indica cómo ir más allá de lo material para acceder al lazo de la pareja de fuego:

             ADÁN (HOMBRE): 45

             HAWA (VIDA): 19

La resta es exactamente el valor 26 otorgado al creador (…) de la pareja humana original. Al abandonar el estado andrógino, la pareja Adán y Eva carga con esta diferencia de energía semántica divina, lo que permite la supervivencia infinita: el niño es procreado gracias a este fuego. Es la carencia compartida, diferencia irreducible entre hombre y mujer lo que los convierte en Absoluto, impuesto para conquistar una totalidad en la que el placer amoroso y niño hecho carne coinciden. Sola o solo, ninguno tiene acceso al infinito».

“Separado y colocado uno frente al otro. Adán y Eva se han convertido en Isch e Ischa. En ellos se reconoce la palabra Escha, fuego, y ambos se hallan movidos por la misma carencia y por la superación del engendramiento. El árbol del saber los ha relegado a esta condición. Isch e Ischa se han convertido en seres de fuego (..) Maimónides llamó alma vital a ese fuego interno del deseo. Es un principio activo y una ausencia de sustancia, es potencia y movimiento; hombre y mujer lo comparte por igual: Toledoth –engendramiento en hebreo- significa historia.

El fuego en la Alianza de Abraham

“Tanto en Mesopotamia como en el Egipto faraónico se adoraba al fuego astral, el sol y los planetas (…) Sin embargo, para todos no dejar que el fuego se apagara se había convertido en un ritual” (p.82) en toda la vida social el fuego estaba presente “esta omnipresencia del fuego en los pueblos seminómadas se remonta a Zoroastro”.

“Tanto para los hebreos como para los árabes nómadas, el fuego cósmico se corresponde con el fuego y la sangre de la fecundidad (…) el fuego es el signo de los trascendente: Porque Yavé, tu Dios es fuego abrasador. En el éxodo, la voz que ordena a Moisés, pastor del rebaño de Jetró, viene de un fuego que no se consume (…) ese fuego es el de los mandamientos y el de la Alianza”.

El legislador y las letras del fuego

“En el Corán (…) Moisés aparece como el Prometeo que procura el fuego al género humano. La salida de Egipto había sido el principio de la responsabilidad por la adquisición de la libertad, ya que el desierto era el lugar del fuego solar que abraza y da sed, pero también el lugar de la palabra”.

“El fuego de las letras expresa el imperativo categórico del mandamiento, pero también la fragilidad del consumo entre la colectividad y el legislador (el respeto de la ley es bilateral), y sucumbirá por la inestabilidad del pueblo, o por la siempre posible desmesura del legislador. Si el proyecto no es compartido, las letras de fuego vuelan y las tablas de la ley vuelven a ser pesadas piedras (..) De nada sirve hacer leyes si el pueblo no está de acuerdo (…) los dos escenarios del Decálogo hablan de la necesidad de una coherencia entre el poder y los sujetos”. Volvemos a la cuestión del poder y la jerarquía, no andábamos nada perdidos.

La alquimia, el sufismo y el secreto

“El hombre se baña en la Naturaleza, es la Naturaleza. Al aplicar esta fórmula, el alquimista, quiere, por medio del fuego acelerado hallar lo más rápidamente posible los efectos más generosos de la naturaleza. Pero la naturaleza se trasmuta a veces lentamente, y según reglas que obedecen a otra necesidad. El demiurgo que hay en el hombre quiere fabricar, como si crease, borracho por el poder de los fuegos nuevos que operan sobre la materia más reacia. Ahí aparece el sufismo: conviene obtener por un mimetismo de sabiduría lo que hace semejantes al alquimista espiritual y Dios-Demiurgo, actuando ante todo sobre sí mismo”.

La alquimia ya era un deseo de dominio sobre la materia, sin embargo los mecanismos eran otros y la intención no residía en la razón, tenía aún un carácter bastante místico y totalmente esotérico, cerrado a la colectividad.

El punto y el infinito

“El árbol mítico de los Sefirot puede representarse como una rueda de fuego dotada de movimiento perpetuo: la creación del mundo surge no ya del caos original, sino de un punto tomado de la nada”.

“Abstraerse en un punto de fuego para salvar a los humanos es un acto de amor”.

“El Tsimtum significa la presencia divina en un punto, lugar de tensiones entre el ser y el no-ser, esquema del fuego, y de luz como chispas ocultas… El hombre puede incluso llegar a olvidarlo. Pero la energía semántica de punto-iod, primera letra del nombre IHWH, es infinita.

“Al comienzo, pues, era el punto (James Joyce), el punto animado con una carga de vida, de fuego, de electricidad, ¡un quark!, preso de fuerzas contradictorias que lo convierten en una dinámica por el equilibrio entre retracción y expansión, entre la madera, materia y la llama, que de ella va a surgir, entre la ceniza y la llama que allí había un segundo antes, entre el pasado y el futuro, el ser siempre siendo, nunca estático. De ahí la fascinación por el fuego, movimiento autónomo y luz surgido del no ser, apenas materializados y capaces de calentar, de disociar los elementos y capaces de calentar, de disociar los elementos, de reestablecerlos en una estructura diferente, oro plata, o aceite, luz líquida, aceite libre de toda humedad, capaz de convertirse en fluido combustible. El trabajo por el fuego elimina la escoria. Los alquimistas que se afanaban en conseguir la Obra Negra que sublima, lo sabían”.

Ante todo esto, tenemos un Jabés incansable en trasmutar tantas posibilidades de conjugación en el Libro, que a él, como ser único y finito, le sean posibilitadas. El libro de las preguntas, ese enorme libro, es el resultado de esa exploración.

Ensoñación  

Luego de una revisión tan teórica y no sé que tan encantadora, pasemos al mundo de la ensoñación. Con esto se tiene la intención de revertir las cosas razonadas que hasta aquí se han planteado, en una alegoría del mundo que nos tiene inmersos en una línea de pensamiento y a la cual, como los hacen los elementos naturales mismos, nuestro más esencial interior se rebela o simplemente no se une. Ello va desde los sueños que tenemos casi cada noche, si no pertenecemos a los desafortunados insomnes o de pocas imágenes oníricas, hasta esos juegos de azar en que nos vemos envueltos alguna tarde despistada, más naranja que de costumbre y que de ninguna manera trazan una línea recta.

La ensoñación es ese punto límite, ni sueño ni realidad, que pone a jugar incontables imaginarios a los que dan rienda suelta esas imágenes fantásticas. Qué relación tiene esto con el fuego. Mucha.

El fuego es una ensoñación mágica, escurridizo en su estado original. Ha cautivado al humano desde que lo conoce. Es suficiente con apagar la luz eléctrica y encender una vela para sentir su efecto en cualquier espacio y tiempo.

Si podemos traer a los discursos, la realidad, o mejor aún, indiferenciarlos: hagámoslo.

La llama, dice Bachelard, es un fuego húmedo, líquido ardiente. Un reloj de arena que corre hacia lo alto. Más liviana que la arena, que se desmorona, la llama constituye su forma como si el tiempo mismo estuviera siempre ocupado.

Esta convoca a los sueños de la memoria. Y quiere permanecer siempre sola, porque por más que un físico en el siglo XVIII intentará alguna vez reunir las llamas de dos velas es imposible.

A la luz de una vela

Hemos sido testigos del trastocamiento del espacio que hace el encendido de una vela. Los perfiles nuevos que dibuja en los objetos y en los rostros. Reconstituye el encanto que la luz mediatizada –eléctrica- destruye:

“La bujía eléctrica no nos permitirá nunca los sueños de aquella lámpara viviente, que con aceite,  hacía luz. Hemos entrado en la era de la luz administrada. Nuestro único papel consiste en dar vuelta a una llave. No somos más que el sujeto mecánico de un gesto mecánico. No podemos aprovechar este acto para constituirnos, con legítimo orgullo, en el sujeto del verbo iluminador”.

“El tiempo de la vela es un tiempo grave, que obliga a meditar sobre su lentitud”.

“En la llama, el espacio se mueve, el tiempo se agita. Todo tiembla cuando tiembla la luz. El devenir del fuego ¿no es acaso el más dramático y el más vivo de todos?”

La vela que se apaga es un sol que se muere

“El sol, observaba Reb Gabbar, es un aro en llamas que una niñita hace rodar en torno a la tierra. Nadie ha descubierto jamás a la niña, pese a que juega en pleno día” (Edmond Jabés)