En los últimos meses del año 2001, la Argentina enfrentaría una de sus históricas crisis, quizás la peor si se analiza desde los devastadores efectos económicos que la causaron y que generó. En un país que creía haber superado las crisis humanitarias de los días de las salvajes dictaduras militares. De allí el hartazgo y desolación de un pueblo víctima histórica de sus gobiernos que salió a las calles a correrlos a todos: ¡Qué se vayan todos! Lo mismo que de alguna manera pasa en la opera prima de Federico Schmukler.

Aquella crisis del 2001 fue la crisis internacionalmente conocida por “Los cacerolazos”, “El corralito” y la renuncia del presidente en turno Fernando de la Rúa. Una crisis que cargaba a cuestas entre 2.5 y 3 millones de desempleados, según método del conteo, lo que representaba más del 21% de la población activa; y miles, decenas de miles de fábricas cerradas, llegándose a hablar de más de 150 mil. El empleo industrial había caído el 41% respecto a los niveles alcanzados una década atrás. Un país que parecía que por fin alcanzaría “el progreso” se nos venía abajo en unos meses.

Esta desesperación de quedarse sin fuente de ingresos con un paralelo incremento de precios fue lo que hizo que los argentinos saliesen a las calles a protestar masivamente, incluyendo sectores que usualmente no tomaban las calles, el hartazgo y la desesperación eran generalizados.

En este contexto político y temporal se desarrolla la historia de Felipe, primer largometraje del director argentino Federico Schmukler, estrenada a nivel mundial en el marco del Festival de Sevilla, como parte de su Sección Oficial.

Federico Schmukler (director). Foto: Eduardo Aragón

Felipe es un chico de 13 años, que vive sus propias crisis, algunas producto de las crisis nacionales, aunque él no lo sepa, ni lo llegue a conjeturar de esa manera, ni en ese momento, ni quizás nunca. La historia de Felipe es quizás la historia de tantas generaciones de jóvenes latinoamericanos víctimas de las crisis de sus países y que quizás nunca alcancen a entender que motiva estas situaciones de caos, que motiva su inconformidad con el mundo en el que vivimos.

El director y guionista Federico Schmukler sitúa el contexto histórico en una historia personal, la de Felipe. A mi punto de vista, de manera magistral, convirtiéndose en el gran valor narrativo de la película, inspirada en parte en el clásico francés de Los cuatrocientos golpes de François Truffaut.

Felipe vive en medio de 2 mundo representados por sus padres, dos mundos totalmente opuestos, por un lado, se encuentra su padre, un pequeño burgués —clase media‑ aspiracionista que entiende el progreso como el desarrollo económico personal, con todos los bemoles morales y éticos que esto con lleva. Por el otro, está la madre, una mujer que entiende el progreso de una manera diametralmente distinta, a través de la prevalencia de la Justicia y el desarrollo humano y económico colectivo antes que individual.

Federico Schmukler (director). Foto: Eduardo Aragón

Dos mundos enfrentados e irreconciliables, dos mundos en los que un habitante de uno no se puede matrimoniar con la habitante del otro sin la plena seguridad del fracaso; dos mundos en los que la “modernidad” del padre —portador de la mentalidad aspiracional pequeña burguesa predicada por el neoliberalismo— se enfrenta a la tradición y al arraigo de los pueblos que resisten el dominio del mercado. Hablar inglés, tomar ginebra, vivir en un multifamiliar de mediano lujo con piscina, en la capital del país, cambiar el campo por el escritorio, es el verdadero progreso del ser humano, mientras que el fernet, el español, la tierra y el pueblo de origen, son muestras de retraso o estancamiento.

En este entorno, se desarrolla la historia de Felipe. Alguien que como la mayoría de sus conciudadanos de aquella época y a lo mejor de siempre, siente la necesidad de huir, nunca se sabe concretamente de que huye ni por qué lo hace —es obvio que no está a gusto con su forma de vida, pero no hay una concreción, no es maltratado, no le falta de nada, aparentemente no tiene problemas sociales de exclusión—, pero sabe que algo no está bien en su vida.

Felipe sólo encuentra refugio en el amor, un amor juvenil que lo lleva a tener una esperanza, un refugio ante su adversidad, que es la de todos, para conformarse con determinado tipo de vida que alguien más predispuso o quiere predisponer para él —para todos— donde no puede incidir. Felipe es la historia de varias generaciones de argentinos.

Rueda de prensa con director y productores. Foto: Eduardo Aragón

Así, a lo largo de la película, llevada a cabo, en su mayoría en un primer plano que encierra al espectador en la historia de Felipe, éste tratará de ser feliz en sus circunstancias, felicidad que canaliza en el amor juvenil, en el primer amor y se olvida de que necesariamente tiene que elegir por uno de los dos mundos que lo rodean antes de que uno de estos mundos decida por él.

Federico Schmukler mencionó, que la película tiene rasgos autobiográficos: “El origen de la idea surge en 2017, justo antes de un proceso electoral, que en Argentina son bastante convulsos. Me vinieron a la mente mis memorias de adolescente de 2001 y sufrí la sensación de que en mi país vivimos inmersos en una crisis que nunca termina”.

Dijo que esta crisis es ciclica, llena de grises, donde no hay malos ni buenos. Como en su película, llena de personas que simplemente se acomodan en un mundo que trasciende el control de sus destinos. Todos somos Felipe al final de cuentas.

En esta característica ciclica de la Argentina, donde la película trata de una crisis de hace más de 20 años (2001), concebida en otra (2017), que tardó 5 años en ver la luz, se estrena a nivel mundial, en el Festival de Sevilla, en otra crisis, una crisis que tiene como resultado la elección de Javier Milei como presidente de aquel país (2023). La crisis que nunca termina, dijo el director:

“Cuando empecé a escribir la película no imaginaba que fuéramos a acabar con un gobierno de ultraderecha. El resultado me preocupa tanto en sentido cultural como por la pérdida de derechos prometida por el presidente electo. Estoy bastante asustado. La reflexión se hace evidente: la realidad de 2001 me lleva a lo que puede pasar en mi país ahora, 23 años después. No obstante, Argentina está lleno de grises, no es blanco ni negro, como en mi película, donde no hay buenos ni malos, sino que todo el mundo hace lo que puede.”

Equipo de producción en la alfombra roja de la inauguración. Foto: Eduardo Aragón

La película después de su estreno ha recibido buenas y malas opiniones, desde mi percepción de la vida y de las cosas me parece una buena película que debe ser vista, no pierdan la oportunidad de hacerlo. Su gran virtud, como se ha dicho es la capacidad del director para aterrizar o bajar esa crisis nacional, quizás mundial, a una situación personal simbolica y representativa.

La película quizás tenga el problema de no profundizar en algunos puntos y dejarlos un tanto sueltos, con lo que las personas que desconocen la situación histórica reciente de Argentina puedan quedar desorientados en el contexto y seguimiento de la trama. Aún así, me parece que esa apertura sirve para sembrar la inquietud en el espectador y provocar sumergirse más en el tema a nivel de investigación personal.

Equipo de producción en la alfombra roja de la inauguración. Foto: Eduardo Aragón

El único punto que vería totalmente negativo, pero que quizás tenga su explicación en la falta de consolidación del guión, es decir, que el director presupone que hay un conocimiento previo que acompaña al espectador, es que al final hace ver a los obreros y a la base trabajadora o a un sector de ellos como delincuentes sin escrupulos con una sed de venganza que trasciende lo razonable. Cuando en realidad la clase obrera es la victima historica de las crisis en el mundo, generada por burgueses que se sirven de la clase media aspiracional para lograr sus objetivos.

No se tiene prevista una fecha concreta para su estreno en México, pero formará parte del Festival de Cine de Guadalajara. Sólo hay una cosa que es clara: “¡QUE SE VAYAN TODOS!”.

Foto: Eduardo Aragón

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