Qué manera de hacer prosa poética y desplegar a la vez una trama que te envuelve como si de un sortilegio se tratara. En estas breves líneas podría sintetizarse la reseña de La autobiografía de mi madre, de la escritora Jamaica Kincaid, que cada año es uno de los nombres que se suelen escuchar previo a la entrega del Nobel.

Kincaid nació en St. Johns, Antigua, en 1948, y su literatura tiene toda la cadencia, el misterio y la fuerza de los caribeños, de los sometidos que reivindican su derecho a describirse, a dar significado a su historia a través de la palabra, del cuerpo, y más, del indomable cuerpo femenino.

Hay una consciencia atávica en la obra de Kincaid. En esta novela encontramos la mezcla exacta entre poesía y rudeza conceptual. Una revisión de la historia de un pueblo a través de una micro-historia femenina.

Xuela es el nombre de la protagonista de La autobiografía de mi madre, quien nace en Dominica, de madre caribeña y padre medio escocés. Su madre muere cuando ella nace y su padre la entregará a una lavandera. Así, su vida estará llena de una orfandad que determinará su cosmovisión de mujer que se tiene que hacer a ella misma, fortalecerse con solo mirarse, en una soledad que le viene como huella de nacimiento. Decidirá no tener hijos, destejer la madeja uno y otra vez, cual Penélope, pero sin aguardar la llegada de ningún Odiseo.

En la contraportada se señala que la autora registra el tránsito de los otros hacia la muerte, de una forma desconcertante y llena de tensión, bastante afín a Camus: “como él, Jamaima Kincaid consigue transformar la más social de la s experiencias (ser mujeres, no tener descendencia, contemplar la desaparición de los suyos) en el núcleo de la experiencia humana”. Tal cual. Solo que agregaría: el existencialismo de Kincaid se percibe aún más primigenio, envuelto en una materia espesa, sexual en su estado más avasallante, llena de un olor y calor que solo le pertenece a lo tropical, lo unido al mar, origen de todo.

Uno de los elementos que juega como un contrapeso sumamente interesante es el padre. Mientras la figura materna es pérdida trascendente, mientras que la paterna es una presencia ausente, distante, que forja a la protagonista solo en la medida en que ella se separa ideológicamente de esa figura masculina que eligió jugar el rol del victimario sobre un pueblo ya de por sí condenado desde hace siglos a ser el perdedor de la Historia. Xuela disecciona a su padre con meticulosidad y rigurosidad clínica. Y así lo hará con los hombres con quienes se topará en su vida. Ninguno logrará brillar, serán solo objetos que se encargará de eclipsar al tocarlo o meramente observarlos.

La autobiografía de mi madre es un un libro sin tiempo. Imprescindible como solo puede ser lo auténtico, la palabra poética que respira vida, aunque en esta obra se vaya desdibujando y volviendo a dibujar a medida que se desvanece la existencia de la protagonista.