Fotograma de la película

En Irán, a principios de los años cincuenta (1953), la CIA orquestó un golpe de Estado en contra de su primer ministro, Mohammad Mosaddeq, quien, como una de sus primeras medidas, llevó a cabo la nacionalización del petróleo, que había estado bajo el control de la compañía petrolífera British Petroleum. Mohammad Mosaddeq caracterizó su gobierno por un programa antiimperialista y de nacionalizaciones lo que, como era de esperarse, EE. UU. (Eisenhower) no vio con buenos ojos.

Como consecuencia del golpe de Estado se formó un gobierno bajo el mando del general Fazlollah Zahedi que permitió a Mohammad Reza Pahlavi, el último sah de Irán,​ gobernar como monarca. Mohammad Mosaddeq fue encarcelado.

Mohammad Mosaddeq. Imagen obtenida de The Guardian

Durante todos estos años, —e incluso desde antes, desde 1923 año en que el general Reza Shah (padre de Mohammad Reza Pahleví) se convirtió en sah, tras un golpe de Estado, entonces apoyado por los ingleses—, bajo el discurso de la “modernización”, hubo un sutil o no tan sutil proceso de colonización cultural occidental en Irán, por medio de la propaganda capitalista y la educación, imponiendo a través de distintas estrategias no violentas, la visión occidental (liberalismo burgués anglosajónizado) de la vida en Irán (estilo de vida, música, forma de vestir, literatura, filosofía, jerarquización de valores, etc.).

Lo que llevó a la construcción de una nueva moral en Irán, la ética del consumo, una ética construida desde los orígenes del capitalismo y fortalecida con la toma del poder mundial por parte de la burguesía, una ética muy conveniente para el desarrollo del consumo y el capital.

Fue en estas condiciones que se da la conocida “revolución islámica” en aquel país en 1979, que tuvo los resultados que todos sabemos que tuvo. También a base de opresión, sangre y fuego, el instaurado gobierno islamista iraní ha tratado de re-institucionalizar la moral islámica.

Así, el pueblo iraní ha quedado históricamente a 2 fuegos, por un lado, el eterno intervencionismo imperialista de EE. UU. y sus socios comerciales, en este caso, principalmente Reino Unido y Francia, que siempre han mirado con interés la riqueza petrolera y geoestratégica de Irán y que han tratado de dominar política y culturalmente a aquella zona. Por el otro, un nuevo gobierno islamista que a falta de creatividad se ha limitado a imponer una moral y una visión de la vida, aquella que existía antes de la intervención imperialista, a base de autoritarismo, represión y restricciones.

Quienes más sufren todas estas imposiciones y cruzadas violentas con interés comercial, religioso y moral, son las mujeres, sobre quienes cae un excesivamente riguroso y restrictivo modelo de conducta al que deben sujetarse.

Maryam Moghaddam y Behtash Sanaeeha. Foto: Thomas Niedermueller / Getty Images

En este contexto, es en el que se desarrolla la brillante película My favorite cake de los directores Maryam Moghaddam y Bethtash Sanaeeha, una coproducción internacional entre Irán, Francia, Suecia y Alemania. Estrenada en el pasado Festival Internacional de Cine de Berlín (Berlinale).

La película empieza como (o con) un chiste, con lo que uno cree que estamos frente a una comedia, una buena comedia, pero poco a poco se empiezan a narrar los elementos y condiciones dramáticas con las que viven las mujeres iranies en su cotidianidad; así como, el temor a la soledad. Y la comedia se torna tragedia. De tal forma que la buena comedia se va convirtiendo de poco en poco en una excelente tragicomedia (artísticamente hablando).

Podríamos dividir la película en dos grandes vertientes argumentativas muy bien relacionadas en el guion. Por un lado, la terrible y siempre reprobable restricción de derechos con la que tienen que vivir las mujeres en Irán. Y por la otra, la soledad que para muchas personas se puede convertir en la peor de las amenazas a una vida feliz, sobre todo conforme ésta, la vida, se encamina a sus últimos años.

Respecto a la primera vertiente, los directores muestran con mucho tacto y sensibilidad, con realismo y sin exageraciones que lleven a una inadecuada politización de la película, algunos ejemplos que pueden dar una idea al espectador de las difíciles condiciones de la vida cotidiana de las mujeres en Irán. Especial interés causará al espectador la aparición de la denominada policía moral iraní.

Las patrullas de orientación, o como se conocen también, policía moral, surgen en Irán en 1979, después de la revolución, con sus apariciones y desapariciones, es una policía religiosa o “anti-vicio” que tiene como uno de sus principales objetivos vigilar la correcta vestimenta islámica de la mujer.

Aparentemente, la última versión de la policía de la moral, que era de 2005, fue disuelta a finales de 2022, aunque ello no implica, de ninguna manera, que las restricciones autoritarias contra las mujeres hayan desaparecido en aquel país.

Aquí la película nos deja un primer regalo testimonial, al darnos muestra de esta situación y de cómo opera, eso sí, desde una perspectiva totalmente occidental, para beneplácito de las audiencias inglesas y francesas, y occidentales en general, que ocupaban mayoritariamente el Berlinale Palatz el día del estreno.

Quienes creen que el autoritarismo islámico y sus nefastas acciones, justifican el intervencionismo imperialista, la colonización cultural de los pueblos y el reinado de la ética del consumo. Al parecer, para los occidentales, liberar a la mujer del hiyab, justifica someterla a jornadas de trabajo de 12 horas con sueldos paupérrimos o tener que prostituirse o salir semi-desnuda en un evento deportivo, como lo permite la ética del consumo sin la menor condena ni divina, ni moral, ni humana, para ver si con el tiempo puede comprarse un bolso Louis Vuitton, lo cual viene siendo la máxima expresión del éxito y la libertad.

La ética es un elemento fundamental para la convivencia de los pueblos, en este caso hay 2 situaciones claras: la primera es que con autoritarismos jamás se podrá construir una ética o moral colectiva, la ética tiene que venir de acuerdos libres y conscientes, del consenso y el convencimiento racional, no de opresión y restricciones, ni de fanatismos religiosos; pero la segunda cosa que es clara también, y este es un tema que desde la cosmovisión imperialista occidental parece no ser importante o no importarle a nadie, es que la ética occidental imperialista intrusiva e invasiva, surgida de las entrañas del individualismo liberal burgués surgido en Francia y perfeccionado con el atroz neoliberalismo estadounidense, se mete y expande como el más vil de los virus en las mentes de los pueblos, imponiendo falsos valores y causando rupturas y daños irreparables en la sociedad, porque rompe o corrompe cualquier lógica humanística y percepción amable de la naturaleza y el prójimo, así como sus tradiciones y valores originarios, homogenizándonos a todos. Hiyab malo, Louis Vuitton bueno.

Es difícil discutir este tema cuando se toca como ejemplo una situación tan dramática y evidentemente deplorable como la situación de las mujeres en Irán, dónde no hay discusión sobre su abyección; pero nadie habla de las posibles “razones” de estas imposiciones, no para justificar la abyección, sino para encontrar alternativas no perniciosas ni basadas en objetivos imperialista, una ética para la felicidad.

El discurso colonialista se monta perversamente en los legítimos derechos de las mujeres, no porque les interesen las mujeres, eso está claro, sino lo que les interesa es el dominio de los pueblos, y pareciera que nadie se da cuenta de este hecho porque todos nos lamentamos justamente de la imposición del hiyab, pero el punto es que nadie se lamenta de la imposición del Louis Vuitton.

En concreto, ningún pueblo necesita una policía moral, pero ningún pueblo está preparado para derrotar el virus de la ética capitalista que nos ha llevado a la degeneración de nuestra condición humana. ¿Cómo llegar a acuerdos éticos que abonen a una convivencia humana idónea, sin opresión, pero combatiendo inteligentemente la propaganda capitalista que nos degenera en una deshumanización que vivimos cada día más de cerca? 

El otro gran punto que toca la película de manera magistral es el miedo a la soledad, sobre todo cuando hemos avanzado en los años, cuando estamos en la recta final de nuestras vidas, cuando le hemos dado al capitalismo nuestros mejores años, pero, no obstante, contamos con todas las facultades para seguir disfrutando de la vida al máximo.

La protagonista Mahin (Lily Farhadpour), es una mujer en su séptima década que ha visto morir a su marido y partir a sus hijos a otros paises que, aparentemente, les ofrecen mejores condiciones de vida, la eterna busqueda del falaz sueño americano (del Louis Vuitton) que también destruye personas, familias y comunidades.

Lily Farhadpour en la Berlinale 2024. Foto: Eduardo Aragón

Mahin es una mujer valiente que no está dispuesta a renunciar al amor, ni a aceptar a la soledad como escenario del final de sus días, como última compañera. Por eso ella está concentrada en reconstruir su vida a partir de su reencuentro con el amor. A través de una serie de estrategias trata de encontrar una potencial pareja con la cual pasar sus últimos años, alguien a quien poder preparar y disfrutar de su pastel favorito.

Así encuentra a Faramarz (Esmaeel Mehrabi), otro solitario septagenario, que recorre la ciudad en su taxi y que enfrenta el mismo problema de soledad que Mahin, solo que este lo lleva con resignación, no tiene ese coraje de Mahin para luchar por la felicidad. Faramarz es un hombre que también nos deja ver su frustración ante un sistema como el iraní, que no sólo es autoritario islamista, sino también explotador capitalista. Un sistema en el que se ha dejado la vida, pero esta vez, sorprendentemente el islam no tiene nada que ver con la explotación laboral, sino es ese sistema capitalista que nos explota a todos hasta quitarnos el último aliento de vida, la ganas de luchar por la felicidad. Llevo toda la vida trabajando mucho y ganando poco, dice a manera de queja Faramarz mientras reflexiona sobre su vida.

Esmaeel Mehrabi en la Berlinale 2024. Foto: Eduardo Aragón

Keyke mahboobe man, nos habla del derecho que tenemos los seres humanos a buscar la felicidad, el derecho a ser libres, a disfrutar de nuestro pastel favorito en compañía. El derecho que tenemos a derrotar el autoritarismo islamista, pero también —aunque la película no toca este otro lado de la moneda— de rechazar la sutilmente insertada ambición capitalista, construida en una ética que no necesita de policía para regular su cumplimiento.

Con unas actuaciones magistrales, que le dan todo el poder a la película, un muy buen guion y una gran dirección, nadie se va arrepentir de ver esta tragicomedia que tiene su parte iraní, pero también su lado internacional (universal) del que ninguno se sentirá ajeno. Lo único que resulta curioso, pero sobre todo paradójico es el final, que los dejará perplejos.

Berlinale 2024. Foto: Eduardo Aragón

TENEMOS DERECHO A AMAR EL OTOÑO

Tenemos derecho a amar el final de este otoño y a preguntarle:

¿Hay espacio en el campo para un otoño nuevo, mientras tendemos sobre él nuestros cuerpos carbonizados?

Un otoño que abate sus hojas de oro. ¡Ah, si fuéramos hojas de higuera, hierba abandonada

para revelar la diferencia entre las estaciones! ¡Ah, si no nos hubiéramos despedido del sur de los ojos para preguntar

lo que preguntaron nuestros padres cuando se lanzaron sobre las puntas de las lanzas! Tal vez la poesía y la plegaria se apiadaran de nosotros.

Tenemos derecho a enjugar la noche de las mujeres hermosas, a hablar de lo que

acorta la noche de dos extraños esperando la llegada del norte a la brújula.

Otoño. Tenemos derecho a aspirar el perfume de este otoño y pedirle a la noche un sueño.

¿Puede enfermar un sueño como los soñadores? Otoño, otoño. ¿Puede nacer un pueblo sobre una guillotina?

Tenemos derecho a morir como queramos, para que la tierra pueda ocultarse en una espiga.

MAHMUD DARWISH