No concuerdo con las personas que definen a la escritora Susan Sontag (NY, 1933-2004), sobre todo, como una activista. A mi juicio, en todo caso, en tal dimensión de su trabajo intelectual, fue una ideóloga de esos movimientos o de liberación o de reivindicación de Derechos en el marco de los cuales, concedo, intervino con diverso grado de intensidad. Pero por sobre todo fue una mujer consagrada al pensamiento y a la teoría críticos bajo sus diversas manifestaciones. Esta circunstancia naturalmente se volcaba a su trabajo en el terreno de la crítica literaria fundamentalmente, así como a una cierto tipo de teoría que le sirvió para analizar fenómenos sobre todo contemporáneos, pero también otros del pasado.
Sontag concibió modelos de interpretación de diversa clase de fenómenos (por lo general estéticos o de masas), mediante marcos conceptuales originalísimos. Agregaría a ello por supuesto su extenso recorrido por la crítica literaria entorno a diversos corpus. Su trabajo también comprendió un tipo de abordaje de capítulos de la cultura contemporánea complejos y elaborados (como lo habían hecho Roland Barthes, uno de sus principales maestros, o acaso Walter Benjamin tanto como la Escuela de Frankfurt). Formó parte, y creo yo, que fue una de las mentoras de una suerte de “Nueva Izquierda” que renovó y puso al día de modo incuestionable temas de la sociocultura con énfasis en su dimensión política que el lastre de viejos aparatos partidarios e incluso un pensamiento ya cristalizado impedía vislumbrar con claridad para pasar a la acción en lo relativo a prácticas sociales efectivas. Sontag contribuyó a una crítica de las costumbres así como a la propuesta de nuevos sistemas de ideas en torno de estilos de vida, de prácticas sociales, de discursos sociales y de formas de socialización.
En efecto, sus planteamientos apuntan a una problematización de la credulidad dentro de la cual el sentido común paraliza la lucidez dinámica y fluida en el seno de una comunidad o, más ampliamente, de un mundo gobernado por representaciones sociales, que también abordó Una de ellas fue la de las fotografía, a la que consagró un libro, Sobre la fotografía (1977), ganador del Premio del Círculo de Críticos Nacional del Libro de Crítica y luego a las imágenes de la guerra, hacia el final de su vida. La fotografía constituye un arte o un documento (según los casos) que de la intimidad se puede proyectar de modo potente a la esfera pública o la vida social. En este sentido, Sontag aborda este arte desde sus aristas más variadas y más plurales.
Todo este conjunto de trabajos en el que compromete su pluma al servicio de los DDHH pero también el análisis cultural, la pintan como una humanista atenta al respeto y la defensa de la conducta cívica además de a la dignidad en la que la violencia es capaz de disolverla hasta límites incalculables o acaso liquidarla. Atacó sin demasiadas vueltas las supersticiones que giraban en torno de enfermedades como el cáncer y, antes aún, la tisis o la tuberculosis en un mismo libro, La enfermedad y sus metáforas (1978). Más tarde lo haría con el SIDA, guiándose por las mismas premisas, a lo que sumó una mirada que ponía en evidencia cómo grupos neoconservadores hacían recaer la responsabilidad de este azote con exclusividad sobre las minorías sexuales cuando en verdad se trataba de una enfermedad a la que también los heterosexuales estaban tan expuestos como los primeros.
Al igual que Hannah Arendt, no perdonó al imperialismo ni al armamentismo desde el momento en que despertó a la vocación, como formas de colonización e intervención sobre el mundo que lo denigraban pero también lo explotaban. La política le resultaba apasionante. Tanto como un libro de Thomas Mann, el que fue su favorito entre todas las bibliotecas, La montaña mágica (así lo declara uno de sus amigos argentinos, Edgardo Cozarinsky). Luego de su largo aprendizaje en las aulas universitarias (enseñando también en las Universidades más prestigiosas de NY, como el Sarah Lawrence College, entre otras), comprendió que su vocación era la de la escritura, como autora independiente. Y que a esa altura se trataba de un camino sin retorno. También era un camino sin retorno aquel al que su vida combativa la había llevado porque una vez que una escritora y una intelectual entienden la dimensión siniestra del mundo en sus mecanismos del poder político (en particular), difícilmente renieguen de asumir responsabilidades o de proseguir interpretando ese mundo bajo esa misma clave. No obstante, la educación universitaria fue una marca fuerte en su formación. Si bien los artículos de Susan Sontag no acuden a citas de autoridad sí diría que como pauta general en lo relativo a sus argumentaciones, se perciben abordajes de los corpus que indudablemente están tamizados por el trabajo universitario. Son tributarios de un sello por el que solo un universitario que toma distancia luego de esa institución está en condiciones de realizar. Susan Sontag se educó en lo relativo a la dimensión académica en la Universidad de Chicago, en el St. Anne’s College, en la Universidad de California en Berkeley, en la Universidad de Oxford, en la Universidad de Harvard y en la Universidad de París.
Su trabajo avanzaba de modo envolvente, impetuoso, indetenible. Se proponía desafíos cada vez más ambiciosos y parecía indestructible. Hasta que la última arremetida del cáncer que padeció fue de naturaleza devastadora. Y literalmente se derrumbó. Daba siempre la impresión de ser una mujer invencible. Aún así, pese a esa muerte parcialmente prematura (¿acaso toda muerte en un punto no lo es?) dejó una serie de libros magníficos e inolvidables. Suelen surtir un efecto inspirador en otros escritores y escritoras. Es que todos no hacen sino provocar fascinación. Y en los grupos más conservadores, en las ideologías más reacciones, en las mentes más retrógradas el efecto inverso, el de ser arrasadores porque son denunciados en sus falacias, en su mala fe, en sus manipulaciones, en su mitomanía.
Esos libros también operan al estilo de los grandes profesores que forman a sus discípulos para dejarles luego su lugar cuando se retiran. Preparados, provistos de las herramientas necesarias para afrontar un desafío intelectual, todo lector devoto de Sontag, en especial si la ha releído, goza un privilegio: el del acceso a una inteligencia brillante, además de a una orientación del pensamiento con perspectivas críticas, inéditas y una inclinación indoblegable contra los discursos unívocos o los poderes que aspiran a provocar nuestro silencio. Creo que algo así hizo con toda la comunidad de escritores y escritoras. Una personalidad poderosa llegada a un mundo en el que había mucho por hacer. Mucho para decir mejor. Porque para ella hacer era en buena medida sinónimo de un decir en una dirección que ejercía una tensión con los poderes, en particular la hegemonía política y social.
Sontag fue una figura que no estaba dispuesta a callar, sí febrilmente a escribir o a hablar públicamente (esta fue una de sus claves), asumiendo costos altos. El mundo no funciona bien, si uno es honesto y tiene sentido de la ética. A toda persona inteligente con pensamiento crítico le hace ruido. El escritor que no toma partido, en un punto, como afirmaba Simone de Beauvoir, incurre en una falta moral y en mala fe. Susan Sontag eligió el camino de la participación, de la intervención y el del compromiso, no solo en la órbita de su país, sino como ciudadana del mundo. Se hizo responsable de defender determinados principios y causas que consideró ineludibles, de las cuales se sintió responsable, que hizo suyas. Fueron emprendimientos de naturaleza ética con los que se involucró sin concesiones. No estuvo dispuesta a dimitir de ellos. A ser avasallada o que eso sucediera con sus semejantes, en particular los más inermes.
Desde sus comienzos fue exigente con su formación. Tuvo la posibilidad de conocer distintos sistemas universitarios (los de su país y de Europa, como queda dicho), así como su pedagogía, sus didácticas, sus respectivos corpus críticos de lectura todos de naturaleza diversa. Seguramente el contrapunto entre la Universidad de París y las de EE.UU. debe de haber sido notable para ella. De un nivel de apertura descomunal. Si bien había realizado un recorrido universitario estadounidense bastante completo, como hemos visto, haber conocido también una Universidad parisina conjeturo debe de haberle reportado incuestionables recursos y herramientas críticas y teóricas para su desempeño, en especial como ensayista. Pero también, en el plano de su escritura creativa, marcarla con la impronta de un orientación del discurso complejo y en el cual el pensamiento abstracto actuara sobre esas piezas literarias con la posibilidad de imprimirles rigor. También Europa es una fuente de estímulos estéticos inagotables ¿cómo no tomar de ella lo más rico, lo más exquisito, lo más refinado en materia de arte en todas sus manifestaciones?
Fue testigo de guerra en Vietnam o invitada en carácter de intelectual opositora (capítulo narrado en su libro Viaje a Hanoi, 1969) y luego, muchos años más tarde, en Sarajevo, cuando la ciudad estaba hecha pedazos, realizó la puesta de Esperando a Godot (1953), de Samuel Beckett, como un acto de resistencia cultural de naturaleza simbólica. Bueno sería leer ese gesto según una clave interpretativa que contemplara tanto su perfil metafísico como político. Imagino que la habría elegido como una obra difícil, pero también esa pieza traducía, de modo indudable, el sinsentido de la existencia en ese contexto en particular, aplicado a una circunstancia política, física y metafísica, en la que la incomunicación, una espera por soluciones que se postergaban y una angustia que impactaba sobre lectores o espectadores indudable. De modo que podríamos afirmar sin temor a equivocarnos que la experiencia de la guerra, también impactó en Sontag desde otra clase de punto de vista, de la de no encontrar razones para justificarla, por un lado. Por el otro, la de la violencia desatada. La de descubrir la de la decadencia del hombre. Su contracara: la del horror. Si el arte era su creación más excelsa, la destrucción, la muerte, los homicidios, las violaciones en masa, resultaban la faz atroz de la condición humana. ¿Cómo dejarla pasar sin tomar partido? Resultaba un mandato ético.
Su trabajo desde lo que podríamos llamar el compromiso nunca estuvo reñido con la excelencia en el ejercicio literario. Fue una gran escritora, descollante me atrevería a afirmar. A mi juicio destacó más en el ensayo que como narradora. Pero no caben dudas de que El amante del volcán (1992), una de sus novelas tardías, es una obra maestra. Y que En América (1999), asimismo escrita hacia sus últimos años, también lo fue, en un sentido quizás de no tanto derroche de talento pero sí de exhibición de un virtuosismo en la escritura que no decaía jamás. El amante del volcán, que desataba la imaginación histórica (de hecho es una novela histórica), supuso documentación y denota un nivel de originalidad que despierta la sensación de estar frente a una obra literaria cumbre de la literatura del siglo XX. Qué duda cabe. La de Sontag fue una de las grandes poéticas del siglo pasado.
Su producción ensayística estuvo fuertemente marcada, por un lado, por factores autobiográficos que ella revirtió en producciones espléndidas porque los procesó dando a luz libros que los volvían una suerte de antídoto para ella y para otras personas que padecieran el mismo mal o que se vieran aquejados por los mismos sufrimientos. En efecto, el cáncer estaba rodeado de un aura llena de tabús, de silencios, de eufemismos, de irracionalismos que ella, una escritora valiente, no estaba dispuesta a dejar pasar sin ponerle, precisamente, palabras. Bien mirados, los eufemismos son una forma de la cobardía. Pero convirtió la experiencia del dolor en una obra de arte, concibiendo a partir del horror de une enfermedad una poética deslumbrante. Mucho más siendo paciente y siendo sometida a sus terribles terapias. Ellas, tengo la hipótesis de que fueron, curiosamente, las que la proveyeron de la fortaleza para afrontar la escritura de libros duros desde el punto de vista emocional. Pero Sontag era una mujer fuerte por naturaleza. Si afrontó toda la cadena de resistencias en virtud de las causas que defendió (que fueron muchas y muy variadas), queda a las claras que tenía el suficiente poder de determinación como para detener las arremetidas del enemigo fuera este cual fuere. Tanto si proviniera del extranjero, teniéndolo que afrontar desde su país o bien si brotaba de su propio cuerpo también desde ese mismo cuerpo sería contraatacado. Generando defensas en un sentido muy distinto que el que habitualmente se le suelen atribuir a los tratamientos. Esta fue una forma de la terapia que resulta sanadora para ella que a su vez hizo extensiva a otras tantas personas que atravesaban por similar enfermedad. El trabajo de la tinta y de la pluma, de un libro en progresión ¿acaso, de modo analógico (digo esto sin intención siniestra sino, muy por el contrario, metafórica) no hacía metástasis en la culminación y terminación de libros psíquicamente terapéuticos, que a su vez colaboraban con la comunidad?
Está claro que fue una suerte de mujer bicéfala. La realidad desde el punto de vista de las causas justas, de la defensa encendida de la libertad en todas sus formas así como la de la realización de las personas en sus dimensiones más concretas pero también más sutiles la mantuvo ocupada largamente. Sin embargo, ello no fue obstáculo para mantener una jerarquía literaria que corrió pareja a lo largo de toda su producción. Se trató de un talento inusitado capaz de atender a ambas demandas, pero sobre todo de, cuando prestaba atención en demasía a una, regresar a la otra con el mismo espíritu de exigencia. Si tuviera que hacer un perfil de su personalidad (de lo cual no hay ninguna obligación, por cierto), sí diría que había en ella un nivel de precisión en cómo se expresaba, un sentido del rigor, en cómo estudiaba, cómo escribía, cómo investigaba a la hora de producir sus obras literarias que registro pocos antecedentes en la Historia letrada de Occidente.
Su producción es al mismo tiempo de una variedad que abarca diversas vertientes. Capaz de afrontar los temas más audaces y los más variados. El cineasta y escritor argentino Edgardo Cozarinsky, en uno de sus libros, narra cómo los estadounidenses no le perdonaron que en lugar de escribir “la gran novela norteamericana”, se midiera con las grandes inteligencias de Europa. Sontag no estaba dispuesta al conformismo bajo ninguna de sus formas. Una de las peores limitaciones que detectó en el arte fue el nacionalismo, incluso el chauvinismo. Fue intensamente internacionalista. Esto se puso de manifiesto en sus viajes, en sus estancias de estudio, en sus premiaciones, en sus traducciones, en sus giras de conferencias o presentaciones de libros. Más bien había puesto toda su atención en elegir el camino más difícil, el que la conducía a las zonas de la experiencia del conocimiento y de la experimentación literaria más excelsas, aunque supusiera un enorme gasto de energías. En un punto debemos reconocer que también fue una mujer ambiciosa. Su propio hijo confesó que había sido una mujer que había prestado una fuerte atención a la posteridad.
Cubrió un espectro de actividades culturales muy amplio. Escritora, crítica, guionista, académica, profesora universitaria, directora de films, directora de teatro, entre otras empresas de no menor heterogeneidad que deben familiarizar a una mujer con una serie de conocimientos y prácticas culturales en las que antes ha de entrenarse o bien de realizarlas con un talento intuitivo que no requiriera de demasiados aprendizajes. Sin embargo, había en ella ese componente audaz, sumado al del genio, con una capacidad de trabajo, por otra parte, sin precedentes. Ese fue el caso de Susan Sontag. Hubo mucho de excepción en su inteligencia, en su lucidez, en su creatividad. El resto lo aportó ella en una tarea febril por alcanzar ciertos espacios culturales (pero también de intervención política) que fueran sobresalientes. Diera la impresión de que no conoció el ocio, la pereza y de que todo el tiempo estaba trabajando con el pensamiento especulativo así como el teórico (el que más ejercitó desde mi punto de vista). La crítica literaria fue una extensión de sus lecturas literarias. En la medida en que leía literatura, desde mi punto de vista era capaz de realizar una su propia lectura de ellas de modo inmediato. Y de ponerlas por escrito.
Dividida, como dije, entre la pasión política y el mundo libresco, también era voraz con el cine, el teatro, la pintura, la fotografía, el resto de las artes. Ella decía: “¿Una definición de escritora? Alguien que se interesa por todo”. Ese “interesarse por todo” supone un nivel de ocupación y de preocupación de la atención hacia el mundo que demanda estar atentos a estímulos de todo tipo, que también supone cansancio, agotamiento, que pareciera resultar agobiante, pese a gozar de una enorme resistencia. Las dotes de Susan Sontag sin duda fueron inusitadas para lo que suele ser o de lo que suele disponer un escritor o escritora más frecuentes. Destacó en cada cosa que hizo. Y si bien puede que existan algunas de sus obras más brillantes que otras, hay un nivel de su corpus que no decae jamás. Todo es aprendizaje cuando uno la lee. Es por eso que resulta tan interesante como ejercicio de relectura sistemático, no solo su lectura esporádica o eventualmente de momentos puntuales. De su corpus no tomado como totalidad. Es un ejercicio sumamente seductor ir tras la lógica de las leyes internas que podamos discernir en su poética. No universo poético ofrece matices de una infinita riqueza. Sus libros dialogan, en mayor o menor medida.
Si uno se detiene en el tipo de personalidades intelectuales por las que se interesaba resultan ser figuras que rompían con los moldes de las profesiones, los roles, cuyas vocaciones las volvían seres excepcionales en lo relativo a hacer estallar los criterios de catalogación sencilla. Roland Barthes, Walter Benjamin, Antonin Artaud, entre otros, fueron figuras que ejercieron sobre ella particular seducción precisamente por lo que tenían de heterodoxo, de aleccionador en el sentido de sus estallidos en lo relativo a las tradiciones la imagen del intelectual, del crítico, del profesor. Se trataba de autores, críticos o escritores que habían intervenido en el orden del discurso o bien en la realidad empírica desde la heterodoxia, tomando como punto de partida la ruptura con los sistemas normativos que asignan un lugar sereno a los intelectuales, a los expertos o bien a los profesionales de las artes. Ella buscó aprender, precisamente, de estos grandes maestros cuyas lecciones denotaban nuevas miradas. Nuevos abordajes tanto como análisis o estudios con una mirada que estuviera en disidencia con la disciplina concebida según sus límites rígidos. Sus arquetipos eran por sobre todo figuras que habían mestizado roles, profesiones, prácticas de la escritura, discursos, de articular y desarticular las disciplinas, de pensar el arte desde aspectos que lo interrogaban como un objeto de estudio que asombraba y provocaba perplejidad. O bien apuntaba su mirada en personas consagradas a la creación, la crítica y la teoría que ideológicamente combinaran varias de ellas con diverso grado de profundidad. Pero siempre en conjunción las unas con las otras de las tres dimensiones. Le interesaban los artistas o intelectuales irreverentes con los roles tradicionales que se les suele atribuir a los mismos.
Sontag, como dije, usa todo el tiempo sus propias palabras para expresarse. No acude a autoridades. De ello son capaces únicamente los escritores maduros, que se revelan diestros tempranamente, incluso, con la atribución de dar cuenta de lo que aspiran a esclarecer sin acudir más que a sus propios sistemas de ideas. El escritor argentino Ricardo Piglia me hizo notar en una entrevista que le realicé en Argentina que si un escritor aspiraba a ser un buen ensayista debía mantener a raya de las modas literarias, prescindir de las citas. Debía procesar la experiencia literaria según su propio criterio. Fundamentar los argumentar a partir de sus propias ideas, no apoyarse en criterios ajenos. Sontag no se refería a autoridades sencillamente porque ella lo era en grado superlativo, porque ya las había leído, las conocía y sabía expresar con su lenguaje, en una relación de las ideas con el nivel expresivo, toda una serie de matices en torno del conocimiento que la volvían una escritora apasionante. Seguramente en las Universidades en las que había estudiado habían abusado sus profesores de esos recursos. Pero ella había comprendido desde su juventud que una escritora debe hablar por su propia voz, sin una ventriloquia a mediante la cual otros hablen por ella. Esa proliferación de un discurso secundario fue rápidamente combatido por Sontag, probablemente como aprendizaje de sus maestros más geniales. Resultaba esencial una independencia de criterio en lo relativo a marcos teóricos y conceptuales.
Sontag era por excelencia alguien que no dejaba de pensar todo el tiempo. Se nutría de nuevas experiencias con la misma desesperación con la que se entregaba a su biblioteca. Y fue intensamente renovadora en sus modos de encarar los desafíos de la escritura y los desafíos que eligió para intervenir críticamente en el orden de lo real. De modo que en dos frentes: desde lo simbólico y desde el orden de lo material, desde el frente de lo literario y desde el frente de la acción, como un ser bicéfalo ejerció su oficio. Para ambos, naturalmente, debió aprender nociones y prácticas sociales distintas. Pero también supo trazar varias zonas de cruce entre algunas de ellas. Porque Sontag no fue una universitaria “de gabinete”. Tampoco fue una escritora “de estudio”. Por supuesto que sus trabajos requerían de investigación. Sería irrisorio suponer lo contrario. Pero no se trataba de un saber que ella fuera a institucionalizar en una escritura llena de protocolos o géneros codificados sino que de modo lúcido procesaba ese trabajo, indagaba en ciertas informaciones para luego hacer de ellas una producción creativa, no un libro académico. Por otro lado, quedaba claro que su divisa era la de la libertad. ¿Cómo no ejercerla desde las formas del pensamiento hasta la vida privada, sin que la opinión ajena interfiriera en esa toma de decisiones? Esta considero fue su gran batalla. Ser terminante a la hora de vivir a partir de sus propios códigos, de su propia ética, de la toma de sus propias decisiones. En todos los casos se hizo responsable de sus actos. Y supo hacerse cargo de la experiencia social según la cual el trabajo intelectual podía resulta crucial para modificar zonas de conflicto.
Susan Sontag fue una mujer que hizo estallar la noción de roles de género estipulada para la mujer. Fue una personalidad tan poderosa que conquistó el espacio de los que logran que lo que había sido hegemonía y potestad del varón por fin fuera también suya. Contender con el varón sin sentido de inferioridad sino de confrontar sin retrocederpor su condición de mujer.
¿Cómo perder de las grandes pasiones del arte, de las intelectuales, de las ideas, de la estética? ¿cómo olvidarse de las injusticas y tolerar las faltas a la dignidad? ¿cómo tolerar los atropellos? ¿cómo admitir que fenómenos de la vida contemporáneas que aquejan a tantas personas pasen junto a nosotros permaneciendo neutrales? En estos términos definiría el doble rostro de Sontag Fue una mujer que no admitió el silencio. Y una de sus claves fue la independencia económica: becas, subsidios, premios remunerados y contribuciones a la prensa periódica o con diarios fueron proverbiales además de, por momentos, hicieron estallar intensos debates.
Sontag pienso que jamás estuvo sola. No careció de aliados. En particular de los grupos que defendió y de escritores y escritoras que apoyaban sus mismas causas, muchos de ellos muy poderos. David Rieff, sé que fue un aliado incondicional de su madre en las causas que acometió. Ha de haber sido no solo un sostén afectivo, en especial a partir de cierta edad, sino un interlocutor primordial, para quien esa madre extraordinaria, también era una personalidad capaz de desfallecer de dolor, de amor o de ternura.
Entre sus muchas distinciones obtuvo el Premio Princesa de Asturias de las Letras (2003), Premio Nacional de Libro por Ficción (por En América, 2000), Premio Jerusalén (2001), Premio de la Paz del Comercio Librero Alemán (2003), Beca MacArthur (1990), Beca Guggenheim (1966) y Premio de Crítico del Círculo Internacional del Libro (por Sobre la fotografía, 1977). Estos premios no hacen sino ratificar mi hipótesis o, en todo caso, mi afirmación, de que no en todo estuvo sola.