Eduardo Galeano nos dejó hace cinco años, cuando él tenía 74 años y nosotros, sus lectores, seguíamos deseando que nos arropara con su memoria del fuego. Su nombre y su obra nos recuerdan la palabra comprometida, la poesía llena de un sentir que recorre el tiempo, siempre volviendo el rostro hacia el lado humano de este mundo tantas veces cruel.
El título de este artículo bien puede pensarse como un texto donde se hablará de las compañeras en la vida amorosa de Galeano, ese cliché que hace de la mujer una propiedad o adorno de un hombre, pero no, se refiere a una de sus últimas entregas, titulada Mujeres (2015), conformada por relatos dedicados a personajes femeninos reconocidos o anónimos que han moldeado la realidad de nuestra historia.
Encontramos a Sherezade, sor Juana Inés de la Cruz, Teresa de Ávila, Marilyn Monroe o Rigoberta Menchú, junto a mujeres anónimas o colectivos como las “adelitas” de la revolución mexicana o las luchadoras de la comuna de París; en su prosa poética, breve y hermosa, Galeano nos regala una obra que recuerda el quehacer lumínico de las mujeres.
Aquí dejamos una selección de algunos fragmentos que son parte del texto escrito por Galeano.
JUANA
Como Teresa de Ávila, Juana Inés de la Cruz se hizo monja para evitar la jaula del matrimonio.
Pero también en el convento su talento ofendía. ¿Tenía cerebro de hombre esta cabeza de mujer? ¿Por qué escribía con letra de hombre? ¿Para qué quería pensar, si guisaba tan bien? Y ella, burlona, respondía:
—¿Qué podemos saber las mujeres, sino filosofías de cocina?
Como Teresa, Juana escribía, aunque ya el sacerdote Gaspar de Astete había advertido que a la doncella cristiana no le es necesario saber escribir, y le puede ser dañoso.
Como Teresa, Juana no sólo escribía, sino que, para más escándalo, escribía indudablemente bien.
En siglos diferentes, y en diferentes orillas de la misma mar, Juana, la mexicana, y Teresa, la española, defendían por hablado y por escrito a la despreciada mitad del mundo.
Como Teresa, Juana fue amenazada por la Inquisición. Y la Iglesia, su Iglesia, la persiguió, por cantar a lo humano tanto o más que a lo divino, y por obedecer poco y preguntar demasiado.
Con sangre, y no con tinta, Juana firmó su arrepentimiento. Y juró por siempre silencio. Y muda murió.
ALARMA: ¡BICICLETAS!
—La bicicleta ha hecho más que nada y más que nadie por la emancipación de las mujeres en el mundo –decía Susan Anthony.
Y decía su compañera de lucha, Elizabeth Stanton:
—Las mujeres viajamos, pedaleando, hacia el derecho de voto.
Algunos médicos, como Philippe Tissié, advertían que la bicicleta podía provocar aborto y esterilidad, y otros colegas aseguraban que este indecente instrumento inducía a la depravación, porque daba placer a las mujeres que frotaban sus partes íntimas contra el asiento.
La verdad es que, por culpa de la bicicleta, las mujeres se movían por su cuenta, desertaban del hogar y disfrutaban el peligroso gustito de la libertad. Y por culpa de la bicicleta, el opresivo corsé, que impedía pedalear, salía del ropero y se iba al museo.
MARILYN
Como Rita, esta muchacha ha sido corregida. Tenía párpados gordos y papada, nariz de punta redonda y demasiada dentadura: Hollywood le cortó grasa, le suprimió cartílagos, le limó los dientes y convirtió su pelo castaño y bobo en un oleaje de oro fulgurante. Después los técnicos la bautizaron Marilyn Monroe y le inventaron una patética historia de infancia para contar a los periodistas.
La nueva Venus fabricada en Hollywood ya no necesita meterse en cama ajena en busca de contratos para papeles de segunda en películas de tercera. Ya no vive de salchichas y café, ni pasa frío en invierno. Ahora es una estrella, o sea: una personita enmascarada que quisiera recordar, pero no puede, cierto momento en que simplemente quiso ser salvada de la soledad.
HARRIET
Ocurre a mediados del siglo diecinueve.
Se fuga. Harriet Tubman se lleva de recuerdo las cicatrices en la espalda y una hendidura en el cráneo.
Al marido no se lo lleva. Él prefiere seguir siendo esclavo y padre de esclavos:
—Estás loca –le dice–. Podrás escaparte, pero no podrás contarlo.
Ella se escapa, lo cuenta, regresa, se lleva a sus padres, vuelve a regresar y se lleva a sus hermanos. Y hace diecinueve viajes desde las plantaciones del sur hasta las tierras del norte, y atravesando la noche, de noche en noche, libera a más de trescientos negros.
Ninguno de sus fugitivos ha sido capturado. Dicen que Harriet resuelve con un tiro los agotamientos y los arrepentimientos que ocurren a medio camino. Y dicen que ella dice:
—A mí no se me pierde ningún pasajero.
Es la cabeza más cara de su tiempo. Cuarenta mil dólares fuertes se ofrecen en recompensa.
Nadie los cobra.
Sus disfraces de teatro la hacen irreconocible y ningún cazador puede competir con su maestría en el arte de despistar pistas y de inventar caminos.
Bibliografía
Galeano, Eduardo, Mujeres, Siglo XXI, México, 2015.