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Se habla demasiado de los crímenes del narco, de las sumas millonarias que produce, del Chapo Guzmán y de su fuga, de los tiroteos o fosas clandestinas. A la par, se ha producido una cantidad cada vez mayor de películas, series o narcocorridos que engrosan la denominada narcocultura.

En el imaginario mexicano el narcotráfico se ha instalado como un siniestro componente del paisaje o la memoria.

Pero qué sucede en la vida cotidiana de cantidad de pueblos donde no todos los días hay muertos, ni los dólares se esconden a montones entre paredes, ni las fugas o los tiroteos acaparan las notas. Allí, donde ninguna película tendría historia que vender ni ningún narcocorrido historias impactantes que musicalizar. No nos referimos tampoco a los pueblos llamados fantasmas, donde el narco arrasó con cualquier día a día común, ni a muchas ciudades o poblados fronterizos o de zonas donde los narcos merodean por las calles como si fueran los patrulleros del lugar con armas en mano.

Aquí hablaremos de los pueblos donde el narco existe, ha tejido su red, pero de una manera más soterrada y por lo mismo más difícil de identificar. Son pueblos bajo perfil, con plaza y templo al centro, calles grises, sin la energía de los ranchos al natural, ni lo frenético de las grandes urbes; tampoco pertenecen a pueblos mágicos donde el turismo hace que se pinten bonitas las casas y se limpien las calles. De ellos está repleto México.

Algunos tuvieron años de esplendor durante el porfiriato, de los que quedan algunos vestigios, por ejemplo, estaciones de ferrocarril, ahora convertidas en vías verdes recientemente rescatadas de la maleza. A la mayoría les precede una historia prehispánica poco investigada y mucho menos digna de interés por buena parte de sus pobladores.

Las opciones de empleo y el efecto cortina de humo

Tenemos que en estos pueblos o eres comerciante y venderás en la medida en que los agricultores o ganaderos hayan tenido una buena cosecha o venta de ganado, o trabajas en una fábrica, maquiladora u otra mediana o pequeña empresa local e incluso puede ser trasnacional. Tal vez eres agricultor o ganadero, con las consabidas dificultades que esto representa. Estas son las opciones en el lado brillante de la luna.

El hecho de que muchas veces sean un par de fábricas las mayores generadoras de empleo asalariado produce una dinámica particular dentro de las poblaciones. Mientras que la ganadería, la agricultura y el comercio podríamos denominarlas como fuentes independientes de supervivencia, el trabajo en fábricas es de tipo asalariado, dependiente. La incertidumbre aquí no es del tipo que genera el comercio con sus fluctuantes entradas, por ejemplo, sino de permanencia. Se tiene un sueldo determinado, ya sea poco o medio según el rango en la estructura de la empresa, y prestaciones, pero no se crea antigüedad y al contrario, hay un flujo constante de personal para impedirla.

Esto genera que el empleado haga todo lo posible por conseguir permanecer, así, el proceso de sometimiento laboral es más fácil y se anula la exigencia de derechos o mejores condiciones de trabajo y pago, a la par que crea en el trabajador un estado de vulnerabilidad constante, a modo de una alerta encendida constantemente.

Quienes están fuera de este modo de empleo saben de las condiciones, algunos optan por engrosar la lista de espera de un trabajo de ese tipo, pues finalmente recibir una quincena establecida sigue siendo una de las opciones más socorridas en nuestro modelo económico. Hay incertidumbre a largo plazo –la permanencia– pero mientras tanto cada quincena será posible comer y pagar créditos. Esto lo piensan tanto los que están dentro como los que esperan ingresar.

Lo anterior genera un fenómeno social al que denomino efecto cortina de humo.

Aparentemente el arribo o establecimiento de nuevas fábricas, ya sean locales o extranjeras, se toma como un elemento positivo que proveerá de empleo a una comunidad, “es mejor que nada”, suele decirse. Esto permite creer que se está dando un crecimiento en la productividad del pueblo y que la baja en el índice de desempleo generará estabilidad. Sin embargo, detrás de estas buenas noticias –que en efecto suelen serlo a corto plazo­– nos encontramos con que dichas empresas dirigen buena parte de la dinámica económica, se vuelven imprescindibles y entonces ya no requieren negociar con las autoridades locales, si es que alguna vez lo hicieron, y por el contrario, son las autoridades locales las que se convierten en cómplices o dependientes de ellas.

Por ejemplo, uno de los compromisos que menos cumplen es el encargarse de los desechos contaminantes que producen. Lo mismo pasa con cualquier queja o exigencia en la mejora de las condiciones de trabajo: ¿Quién podrá imponerse sobre una de las mayores fuentes de empleo del poblado?

El efecto cortina de humo de este tipo de formas de empleo es que crean un espejismo respecto a la verdadera situación.

En la superficie parece que todo está bien, que hay mejoras y empleo. Detrás de esa imagen están los abusos de poder, la complicidad con las autoridades locales, el impedimento de diversas fuentes locales de empleo más sanas y con mejores condiciones. La mirada prevalece sobre la parafernalia que despliegan estos sitios sin prestar atención a los procesos negativos que generan.

Muchas empresas de este tipo también tienen vínculos con el narcotráfico. Algunas surgieron directa o parcialmente del lavado de dinero del narco, otras se vinculan a él de distintos modos. Finalmente el crear condiciones laborales con poca estabilidad a largo plazo, con sueldos bajos y manteniendo dentro de sus filas a un buen número de habitantes de un poblado, produce relaciones de marginalidad socioeconómica y cultural que son un campo fértil para que tanto jóvenes como adultos terminen optando por incursionar en el narco a pequeña escala.

El abandono del campo mexicano

En muchos de estos pueblos, el trabajo independiente proviene principalmente de las actividades agrícola y ganadera, bases de la segunda, el comercio. Al menos en buena parte del país, la agricultura depende de la temporada de lluvias. La agricultura de riego es mucho menor, pues requiere de fuertes inversiones, imposibles para la mayoría de los agricultores. Así que en muchas poblaciones, tanto esta actividad como el comercio que depende de ella, están a expensas de la temporada de lluvias, que cada año sufre más cambios debido al calentamiento global y sus repercusiones en el ciclo del agua de las regiones.

Hace demasiados sexenios que no existe una verdadera voluntad política e iniciativas para fortalecer la agricultura en el país. Se podría decir que desde Lázaro Cárdenas ningún político ha llevado a cabo reformas agrarias. De hecho, no hubo una continuidad respecto al proyecto cardenista del reparto de tierras, los gobiernos siguientes no apoyaron a los pequeños ejidatarios, quienes carecían de suficientes recursos para producir y terminaron por vender sus parcelas. En lo subsecuente, ningún partido político ha tenido como misión fortalecer el campo, todo lo contrario, existe un interés en que no sea autosuficiente. Lo que tiene una relación directa con las disposiciones de Estados Unidos: México es uno de los mayores compradores de su grano.

El declive del escenario agrícola y ganadero –aunque en mayor medida el agrario– es uno de los principales elementos que están involucrados en el desarrollo soterrado del narcotráfico. Durante años las poblaciones rurales o de medianas comunidades han emigrado al vecino del norte, abandonando los campos. ¿Por qué? La respuesta la puede obtener cualquiera que trabaje a pleno sol una jornada, con un sueldo complicado y con nulas prestaciones o seguros de algún tipo. A los productores no les da para eso, al menos no a los medianos, que son la mayoría.

Muchos de los jóvenes de las comunidades rurales o pequeños poblados que han partido a buscar fortuna en Estados Unidos o que se han convertido en pequeños dealers o narcos de mediano vuelo, podrían haber tenido una opción distinta si México tuviera un campo fortalecido por iniciativas y subsidios gubernamentales destinados a hacerlo una de las fuentes productivas del país. Contamos con las condiciones naturales para tener cultivos de todo tipo, extensiones enormes para producir, pero a su vez, el país no logra siquiera producir lo que requiere para ser autosuficiente en materia alimentaria. Mientras tanto, el narcotráfico ha sabido sacar provecho de cada hectárea que cultiva en zonas supuestamente ocultas a la mirada pública y, sobre todo, gubernamental.

Así que

Tanto el efecto cortina de humo de las fábricas o maquiladoras, como las dificultades de los pequeños productores agrícolas y los problemas del campo mexicano, han impedido el fortalecimiento de una producción integral de muchas comunidades, lo que da como resultado una estratificación social cada vez más acentuada. Las opciones que la población observa carecen de diversificación, eso facilita que se den las condiciones para que en estos pueblos prolifere la carne de cañón del narco, los peones sacrificables, pues en el otro lado, en la cara oscura de la luna, está en oferta entrar al mundo del narco o al lavado de su dinero.

Porque insistimos, estamos hablando de la maquinaria humana que hace posible que el narco a gran escala funcione, de aquellos que no traman fugas espectaculares ni andan de traje y metidos en política, hablamos de las condiciones que hacen posible el aumento de los narcos de a pie, opción que para tantos es la más prometedora entre la gris cotidianidad y posibilidades de los pueblos bajo perfil.

Fuente imagen 1: https://cronicadesociales.org/category/medio-ambiente/page/63/

Fuente imagen 2: http://www.cardenista.org/?q=opinión/exclusión-del-mundo-rural-en-las-reformas-estructurales-de-méxico.