Texto y género. Azucena Salpeter. Pintura PINTAR CON CAFÉ.

Hay varias clases de deseo que la ley del género heteronormativo, en los hechos, en el en el orden de lo simbólico, impide expresar bajo la forma de repertorio de representaciones. Sabemos que la hegemónica heterosexual es la más poderosa, no admite objeciones, no acepta que dicho deseo ingrese en la esfera o el orden de la representación literaria (a esta dimensión de la representación literaria me referiré, solo a ella). Tal circunstancia configurará los textos y las políticas del texto así como las políticas de la representación del deseo tanto hegemónico como el que se inscribe en una desventaja  respecto de aquel porque tiene menos poder, menos injerencia, su capacidad de intervención es menos potente. Pertenece a una minoría y posee menos fuerza simbólica en el seno de la singular batalla en el marco de las políticas de la representación literaria. Resulta abrumadora la cantidad de textos literarios que representan literariamente a la heterosexualidad en tanto los correspondientes a la homosexualidad son muy escasos, marginales y de dificultoso acceso o circulación. En virtud de que existe una variedad del deseo tan heterogénea, me concentraré en el deseo homosexual, que es sobre el que vengo realizando elaboraciones teóricas más en profundidad recientemente, así como produciendo representaciones literarias desde la poética. También, sobre el que he leído más obras literarias en el marco de las poéticas por fuera de esta prohibición de ser representado. Es el corpus a partir del cual me focalizaré en orden a una teorización más compleja y más completa de esta nota.

     En relación con la textualidad cuya economía de la representación se halla politizada por la categoría de género en lo relativo a la identidad de género homosexual, será de este modo más factible y más accesible en virtud del acceso a esos corpus elaborar hipótesis  interpretativas en torno de la relación entre texto, textualidad, deseo representable y deseo representado  o no. Esto es: deseo irrepresentable, deseo irrepresentado por extensión o como su conclusión producto de la autocensura. Tal decisión no es arbitraria ni tiene que ver con un afán de desacreditación del resto de las formas del deseo o bien un apartamiento de la posibilidad de la reflexión en torno de ellas. Menos aún de una desjerarquización del resto de las manifestaciones que adopta el deseo, sino que he estudiado con bibliografía teórica así como he pensado y repensado en torno de estas problemáticas poniendo el foco en esta clase de deseo. En torno de tal núcleo problemático de las políticas de la representación tengo varias cosas que decir para instalar una cierta clase de debate en primer lugar fundamentado. En segundo lugar verificable a ojos vista. Por otra parte, sabemos cuán cercanas están las tensiones en torno de la relación entre políticas de la textualidad, representación de la identidad homosexual e ideología. De modo que procuraré que mi exposición en lo relativo al conjunto de mis hipótesis  (que no he tomado de bibliografía sino que me pertenecen y de las que me hago cargo) sea clara y ponga en diálogo tanto la relación entre ideologías absolutistas, autoritarias e inherentes a la exclusión con la posibilidad de aceptar el deseo homosexual para que puede gozar de una representación acorde a su dignidad. De gozar   en el seno del texto a partir de políticas de la representación más plenas. De alcanzar en lo posible su realización (como en unos pocos casos han sido exitosas tales tentativas) como también denunciar que dicha representación en el seno de la textualidad le sea denegada de plano de modo arbitrario. Esto abre el juego a una infinidad de preguntas, interrogantes, incertidumbres, discusiones, cuestionamientos, impugnaciones, explicaciones, indagaciones, investigaciones a las cuales resulta imposible sustraerse si uno es honesto. Y si uno es justo. Dar cuenta de ello en un espacio tan acotado como un artículo será difícil. Pero haré lo posible, en una operación de condensación semántica, de referirme a sus notas más sobresalientes. Por señalar las grandes tendencias que considero son las que rigen esta irrepresentabilidad del deseo homosexual en tanto el deseo heterosexual lleva ampliamente la delantera en la dimensión de la economía de la representación desde todos los puntos de vista: semántico, formal además de su consolidación como el más generalizado en el seno de las tradiciones literarias. En efecto, las tradiciones de obras literarias que den cuenta de la homosexualidad son escasas, de escaso impacto social y, por lo general, objeto de repudio o indiferencia. La razón es clara. El tabú de la homosexualidad repercute en directa proporción sobre las poéticas.       

Imagen obtenida de La Vanguardia

     Me parece elemental formularse preguntas en torno de la representación del género y del deseo. Condicionan de modo sustantivo a la poética y de allí naturalmente a las políticas de la crítica y de la teoría literarias. Estas a su vez intervendrán favoreciendo a un tipo de poéticas y no a otras, generando conflictos, naturalizando exclusiones, invisibilizando corpus, dando por sentado que una poética que mediante la política de la representación se constituye en una narrativa donde deseo y del sujeto homosexual, lo hará como mínimo desde el prejuicio. También me parece importante dar cuenta de la relación entre representación del deseo homosexual según una política de la representación o una denegación de la misma puesta en directa relación con la ética. En efecto, si el sujeto no es respetado en su derecho a expresar libremente su deseo por exclusión, prohibición, censura, violencia simbólica estamos ante un caso grave de falta a la a la libertad de expresión (lo que impacta en el universo de la ética y derechos) sencillamente porque estamos ante un caso grave de falta de garantías y de legitimación del discurso literario de la homosexualidad, a la libertad de expresión y a la representatividad de ciertos deseos y grupos por encima de otros que los aplastan de modo devastador. En tanto ciertas clases del deseo gozan del privilegio de poder ser representadas bajo todas las formas e inflexiones que tal deseo adopte, la homosexualidad quedará por fuera de ese beneficio, conformando un ghetto. Esto es: un corpus por fuera del corpus del hegemónico de la literatura nacional. De modo que en el seno de las políticas de la representación en el texto habrá privilegiados y habrá o otros que se verán obligados a padecer la desventaja de verse incapacitados de la representación de su deseo y de las prácticas que inspira. Por lo tanto, incapaces de ser visibilizados, particularmente por parte de la cultura literaria oficial. También autorrepresentados y autodesignados. Todos puntos clave en el seno de la enunciación de los textos. Habrá textos dominantes y habrá textos dominados por dicha hegemonía heterosexual. Habrá textos que circularán libremente por la esfera pública en tanto habrá otros que lo harán de modo más subterráneo o bien en instituciones de consagradas a la investigación o entre los grupos representados.

      En el seno de una sociedad que estigmatiza tanto al sujeto (varón o mujer) como al deseo homosexual, escribir sobre esa exclusión me resulta capital. Que el deseo homosexual sea lo irrepresentable, normativamente hablando, tanto como lo irrepresentado, por extensión, presenta preocupantes problemáticas en el plano tanto de la autocensura como de la citada censura.

     En efecto, ha habido épocas más crispadas que otras. Lo sabemos. Las dictaduras son tiempos durante los cuales con las representaciones sociales de esta índole la censura se ha mostrado particularmente intolerante, se ha ensañado, al punto de prohibir o proceder al secuestro de material bibliográfico que representara esta clase de deseo. Por distintos motivos, irritante para la clase militar, la homosexualidad se volvía a sus ojos, casta machista a su vez por excelencia, no solo impertinente sino nociva para la  población. Corre el riesgo de corromper la psicologías de las personas, desde las que están en formación hasta la ya consolidadas, como las adultas, porque promueven cierto tipo de deseo así como de prácticas que una dictadura no está a dispuesta a admitir ni a permitir que circule por la sociedad. Es un tipo de deseo sobre el cual se vuelve persecutoria, hostil, porque lo considera inadmisible. Es un tipo de deseo que debe mantenerse, dicho en palabras simples, por dentro del marco de aquello que no tenga representación, para el caso que nos interesa a nosotros, en el marco de la poética, por fuera del marco de la representación literaria.

     De modo que a los poco creadores y creadoras que se han permitido escribir sobre estos temas, que se han permitido publicar sus textos, que se han permitido esa barrera prohibida, pasar por encima de ese poder de la hegemonía, diría que a mis ojos son sujetos valientes Se autodesignan y se autorrepresentan dando cuenta a través de representaciones sociales del discurso homosexual. Afrontan el riegos de ser repudiados, de ser excluidos de la sociedad heteronormativa perdiendo lectores o bien ganando enemigos o censores Se los  perseguirá, se los tendrá bajo una estricta vigilancia, bajo un estrecho control, no se tolerará que, una vez prohibida una o varias de sus obras sigan produciendo o publicando otras, para evitar una renovación de esas prácticas con su correspondiente correlatos en el orden de lo real.

     Al ejecutar dicha operación, en lo relativo a la intolerancia, no es exclusivo, como es obvio, por parte de las dictaduras, sino de la sociedad en general. Habrá una mayoría que es partidaria del deseo que responde al modelo hegemónico que procede a la exclusión del deseo homosexual con motivo de la sanción de la ley del género que, de modo arbitrario, hace lo imposible por impedirlos o por impedir su circulación si han sido representados. Ello constituye a mis ojos un llamado de atención al que conviene escuchar y frente al cual elijo intervenir. Lo hago para que, como todo proceder ilegítimo, sea denunciado y puesto en cuestión. Del mismo modo que para que las prácticas y el deseo homosexual sean tomadas con toda la naturalidad, espontaneidad, derechos y goce que merecen de modo respetuoso además de merecido. Del del mismo modo en que lo es el deseo heterosexual si no procediera de modo que actuara a partir del paradigma de la exclusión, la denigración, el desprecio, el desprestigio. Son las prácticas y discursos más frecuente atribuidos al discurso literario en casos como este. Al menos en lo que a pautas de modo obligatorio las costumbres hasta el momento dictan. Se verá qué dicta el futuro en tal sentido. Si se abren caminos hacia otras formas de la representación del deseo o bien si el statu quo sigue impidiendo la representación del deseo homosexual en un comportamiento victoriano que poco tiene, a mis ojos, de guardar con lo que es distinguir entre la buena o la mala literatura sino, fundado en prejuicios, silenciar y acallar  los derechos de las minorías. Si incluso se acentúa el poder autoritario de la hegemonía heterosexual, circunstancia que perfectamente puede ocurrir con la irrupción de los grupos neoconservadores. En tal sentido, este artículo pretende una reflexión acerca de esta exclusión que confronta a grupos, prácticas y deseos que un grupo con mayor poder de dominarlo en el orden de lo real, además de constituir una mayoría cuantitativamente, ejerce por atropello o prepotencia en desmedro de minorías castigadas (no solo la homosexual). Pero en particular concentrándose en el modo en que ello se pone de manifiesto a nivel de la textualidad para el caso que nos interesa a nosotros. Del modo en que su laboratorio de la escritura abre el juego a nuevas posibilidades de interacción social pacíficas entre los distintos grupos en relación con el deseo. Si es más tolerante o si prosigue con sus políticas d ela persecución.

Obra de Azucena Salpeter

     La sociedad, pese a que estemos ya bien entrado el siglo XXI, diera la impresión de de no haber madurado. De proseguir estancada en una homofobia crónica, postulando la exclusión, persecución y me atrevería a decir la destrucción del sujeto homosexual y sus representaciones sociales, entre ellas , las literarias. En el seno de sociedades intolerantes y una literatura que responde a ese mismo modelo hegemónico heteronormativo que degrada al sujeto homosexual, le denigre su condición de sujeto íntegro, pretende destrozarlo sin un fundamento atendible más que el de la diferencia arbirariamente inferiorizante, resulta a todas luces, un obstáculo para la realización más plena de los sujetos, en particular los de esta grupo. En primer lugar porque no se sienten representados en espacio simbólico alguno. En segundo lugar, porque ese deseo, al no encontrar espacios simbólicos en el seno de los cuales ser representados, desalientan al sujeto homosexual, lo inhiben, lo reprimen, le impiden encontrar la instancia dentro pasar al acto del goce y de la concreción de su deseo. Le impide verse reflejado o encontrar afirmada especularmente su identidad. Por otro lado, en virtud de ese absolutismo del poder heterosexual que impide a otros deseos la representación literaria, las minorías, como es natural encuentran vacíos en la sociedad por dentro de los cuales hallar amparo. Un amparo que las protegería parcialmente del choque de fuerzas y discurso sociales que ya en el orden de lo real mantienen con la cultura heteronormativa. Y, al mismo tiempo, el homosexual debe acatar de modo autoritario la heterodesigación y la hetrorrepreresentación, por lo general degradante, del texto heterosexual. Por supuesto hay excepciones. Esto no es ua regla. Es una tendencia mayoritaria. Pero nos encontramos con una voz acallada. Y nos encontramos con muchas clases de silencios. Se trata de una situación compleja porque resulta ser tan obligatoria, tan compulsiva, a la que debe obedecer de modo tan irrespetuoso, que el sujeto homosexual se siente reducido a una alteridad inferiorizada. También a una noción de inexistencia respecto de su identidad (ya no solo de su deseo) como sujeto. Si su deseo se ve prohibido, hostilizado, repudiado, rechazado. Si se lo confina a la irrepresentabilidad, difícil resulta que él pueda encontrar un espacio en la sociedad que lo integre y que de esa imagen especular pueda encontrar identificaciones en otros sujetos o en otras representaciones, en lugar de sentirse como un inexistente. En este punto vale detenerse. Me resulta tan siniestro reducir a una persona denegándole su representación así como su narrativa de sujeto por no  pertenecer a la hegemonía, en la configuración y autofiguración en el orden de la representación, que no puede sino ser, como mínimo, tal proceder sino ilegítimo. La sociedad no acepta la diversidad del deseo. El deseo debe ser obligatoriamente el heterosexual por excelencia, es más, de modo exclusivo. Y como dominador, confiriendo a los otros la noción de alteridad indeseable. Por lo tanto el sujeto homosexual carece de existencia en el orden de la representación en directa relación a su consideración como sujeto en el seno de una sociedad mayoritariamente heterosexual. Si ello ocurre, es tan lesivo identitariamente, tal proceder puede ser concebido como un castigo, como una sanción, como una expulsión del universo social. El sujeto homosexual, junto con su deseo no existen o, en todo caso, no tienen derecho a existir. Pertenecen al orden de lo que no merecen existir. Aquí regresamos al capítulo de la ética. Y llegamos al orden de la pérdida de su condición de sujeto social por no responder al deseo de la mayoría, el más poderoso. Confinado en un destierro social porque su deseo es el prohibido, el sujeto homosexual pierde todo derecho de existencia. Está apartado. Está fuera de lugar.  Habita un margen. No puede existir. No puede ser. Su propio estatuto de existencia queda puesto en cuestión. Le está prohibido su condición de existente. Porque si su deseo es lo irrepresentable, también lo irrepresentado, por extensión será lo ilegible. Lo no accesible al resto de la sociedad que no solo, limitándonos al orden de literario, no lo leerá, sino que tampoco admitirá que escriba. Nuevamente la autocensura funcionará como el elemento clave aquí que gobierna la ley del género.

      Esa ilegibilidad y esta prohibición de ser representado le dará entidad de inexistente. Pertenecerá en el seno de esa sociedad al orden de lo denegado como esencia. Como categoría de existente desde la perspectiva del género. Tal circunstancia penosa resulta atroz. Porque si un sujeto es irrepresentable, irrepresentado, ilegibles sus producciones, no será capaz por denegación de producir simbólicamente textos que lo autorrepresenten. Identitariamente a partir de su atributo de inexistente en virtud de su irrepresentatividad, ese sujeto deja de ser esencial para formar parte de su opuesto, lo inesencial. Y, nuevamente, de una ghetto. Está confinado a la inexistencia desde el orden de la intervención y realización pero deberá dar una dura batalla para ser aceptado como sujeto productor de textos, como sujeto existente, como sujeto que no se deje amendrentar por esas premisas que pretenden neutralizarlo en su carácter de productor cultural. Si este sujeto forma parte de lo inexistente con motivo de que es lo irrepresentable, las políticas de la representación alternativas considero son primordiales. Políticas de la representación que no veo sean ni aceptadas ni tampoco promovida su circulación pública.

     En el orden de la poética, que es el que a mí me compete porque es es el que yo estudio, resulta imposible la diversidad de prácticas concretas del deseo y de poéticas alternativas que den cuenta de él, en una convivencia con el semejante de naturaleza igualitaria que permita desplegar la riquísima diversidad de la experiencia no solo de género  sino social en un sentido mucho más amplio. Las políticas de la representación literaria están concebidas, organizadas, circulan, también son conservadas en bibliotecas y centros de estudio, bajo patrones en los que es el poder hegemónico heterosexual el que las gobierna. De modo que serán los productores culturales alternativos los que, inevitablemente, las trasgredan, las pongan en cuestión, hagan lo posible por sortearlas, logren publicarlas, que se distribuyan y, con suerte, sean adquiridas. Por eludir el control de las políticas de control de la hegemonía heterosexual. Todavía recuerdo una clase en la Universidad Nacional de La Plata a un Dr. en Letras experto en un clásico majestuoso de las poéticas de Occidente horrorizado porque le habían regalado una versión de uno de los libros de este clásico recreado en el cual aparecía la tan terrible problemática (a sus ojos), homosexual.

      Ciñéndonos al corpus estrictamente argentino, que es el que más conozco y con el que más familiarizado estoy, las poéticas homosexuales, salvo excepciones, como la de Sylvia Molloy o unos pocos más, se mueven en espacios subterráneos o marginales sin posibilidad de irrumpir en la esfera pública de modo exitoso. No están en condiciones de proponer variedades o propuestas alternativas a la representación hegemónica heterosexual sencillamente porque se las invisibiliza y también se las aplasta. La representación del deseo homosexual circulará por entre los intersticios de la experiencia social al menos entre unos pocos lectores, por lo general de su misma identidad de género, que no solo los aceptan sino que los necesitan de modo imprescindible para experimentar una mínima legitimidad en el seno de la representación de su deseo y de su identidad de género..Es suficiente que una poética manifieste ser exponente de la representación de esta clase de deseo para que la exclusión o la reticencia por parte de los lectores se vean ahuyentados, se retraigan y se pongan a la defensiva. Lo veo con mis propios artículos. Cuando publico uno acerca de crítica literaria sobre un autor o autora heterosexuales de inmediato son leídos, impactan positivamente entre los lectores. Ahora bien, es suficiente que aborde la homosexualidad u otras minorías tanto desde la crítica literaria como desde artículos de reflexión para ahuyentar a los lectores hacia otras zonas de la textualidad, seguramente menos temidas y que ofrecen menos resistencias. Si de esta homofobia se puede inferir o un desprecio o un pavor o un denegación de su condición de deseo representado, de naturaleza irracionalista en sus fundamentos, los grupos homosexuales tan solo pueden participar de un grupo inclusivo que los reúne en la irrepresentabilidad que produce una falta de visibilidad públicas. Ello trae aparejado toda una serie de consecuencias graves. Pero señalaré solo una. No será ni reconocido ni investido de capacidad de existencia ni de representación en la esfera pública. Por lo tanto de intervención en ella. Agregaré una más: si interviene, la suya será una intervención con escaso valor persuasivo, escaso alcance y escasa adhesión, aunque esa intervención no aborde cuestiones relativas al género.Por lo tanto, la modificación del status quo cultural resulta una utopía desdichada.

     Las cosas han cambiado mucho desde antaño (me dicen). Y si bien también desde las Universidades, en especial las de EE.UU., el periodismo cultural que asiste a esta literatura sin tanto escándalo y hasta en muchos casos con aprobación, como con la literatura de María Moreno o incluso Manuel Puig en el  pasado, gozan de una mayor aceptación de un modo que antes resultaba inconcebible. Las editoriales publican a más autores y autoras de esta identidad de género, ciertos lectores (pocos), los leen, tratándose más de entendidos y de expertos por lo general en torno de género y en particular de ese tipo de especialidad que poseen sistemas abiertos de ideas, lo que favorece un tipo de recepción de dichas poéticas con una mayor admisión. Y de mayor inclusión en el seno del sistema literario. Hay ya también una inserción en el seno del periodismo cultural, que escribe, que realiza entrevistas, artículos o reseñas que pertenece a estos grupos. Motivo por el cual esas voces también comienzan a ser escuchadas de otros foros de los medios masivos. Y los corpus elegidos a pertenecer a estos grupos que no pertenecen a la hegemonía heterosexual.

     Entre el público en general el deseo homosexual está juzgado o prejuzgado (mejor) según una ideología que lo confina y arrincona a una habitación cerrada, el siempre citado closet, espacio circunscripto, claustrofóbico aún cuando se haya salido de él. El closet permanece metaforizando una política de la exclusión que mantiene en un tranquilizador encierro a un conjunto de sujetos peligros para el orden social. El sujeto homosexual experimenta falta de libertad irrespirable que puede resolver de varias maneras y cada quien lo hace como mejor puede puede y como mejor lo desea. Por lo general como mejor puede. Hay personas que salen de él rápida y exitosamente, asumen su condición de sujetos homosexuales sin experimentar demasiados conflictos consigo mismos (pero sí  con la sociedad, que no los acepta) y luego están los que salen tardíamente, habían permanecido ocultos durante buena parte de sus vidas hasta que comprenden que es la hora de ser ellos mismos.Habían sido perseguidos u hostilizados. No habían sido objeto de representación ni literaria ni en otros órdenes de esa índole. Lo mejor pareciera ser dar cuenta de la experiencia del deseo homosexual de puertas afuera de un closet que no permite no solo ser sino incluso por momento hasta hacer. Agotados de esas persecuciones, eligen decir quiénes son, cómo son, se autodesignan y se autorrepresentan. Y están, finalmente, los que no se atreven a hacerlo, no pueden, no tienen las fuerzas, habitan sociedades o forman parte de familias hostiles a estas identidades de género, al punto de que juegan a ser quienes no son quienes o reprimen de tal modo sus impulsos y su sexualidad que pierden su esencia (y su felicidad). Pierden su esencia y por lo tanto pierden su existencia.  

     Las poéticas homosexuales femeninas y masculinas, pese a que pueden llegar a alcanzar algún grado de aceptación entre un grupo de personas que valore sus altos principios transgresores, valientes y su alto valor estético, su alto grado de perfección, permanecen en un margen, en una periferia tan lejana, tan distante de la centralización de las poéticas de la hegemonía heterosexual que jamás pierden su lugar subalterno. Hay todo un grupo de poéticas, especialmente las más explícitamente heterosexuales, las que exhiben tal condición, las que hacen un culto de ella, las que estilizan un conjunto de prácticas al punto de volverlas estereotipos, que vuelven a una poética prácticamente ridícula. También por lo tanto por valor transitivo excluyen a las estéticas homosexuales, pese a que puedan no alcanzar su mismo nivel de excelencia dejan a las poéticas  homosexuales en un margen.  Esta es la ley del género aplicada a las políticas del texto. La ley del género dicta que la ley del texto será manifiestamente secundaria, accesoria y deberá rendirse al poder hegemónico del texto heterosexual: el paradigma oficial. El paradigma a obedecer. Contra el que resulta inadmisible toda rebelión, toda subversión, por un lado. Por el otro, la deben acatar sus normas o pautas. Aún no comulgando ni con sus prácticas sociales, ni con su deseo, ni con su forma de producción simbólica en el sistema de la política de la representación de la sexualidad.

     En efecto el sistema de sexo/género atributivamente confiere mayor capital simbólico, inviste de una mayor calificación (lo que no necesariamente es así) a ciertas poéticas que por ser heterosexuales gozan de toda una serie de privilegios que a las homosexuales les son denegados. Así, por fuera del centro, de un centro que entroniza en lo relativo a la legitimación, al acceso a editoriales, al acceso incluso en la mayoría de los casos a abordajes críticos salvo excepciones carecerán incluso de lecturas que circulen sobre sus poéticas interpretaciones en torno de sus poéticas que permitan ir más allá de la superficie de un texto. Sino profundizar en ellos, llegar a valorar sus aportes, a inscribirlos en una tradición, a realizar hipótesis de lectura desde una teoría específica, carecerán de lecturas que las hagan circular en el universo de esa gran biblioteca que, entre otras cosas, circula por una Universidad a nivel tanto imaginario como en el orden de lo empírico. La ley crítica ratifica la ley del género hegemónico que, por lo tanto, hace a un lado a las  poéticas homosexuales. La ley crítica, también normativa, mediante la exclusión procederá a una del texto literario homosexual. El texto literario homosexual será en mucha menor medida estudiado en las clases universitarias porque está estigmatizado. Si quien lo imparte lo hace, por analogía se vuelve pasible de tal atributo que no puede sostener en los hechos porque lo desprestigia o ignora estas poéticas, entre la comunidad de sus pares, de sus colegas, salvo excepciones. Yo lo he podido comprobar a lo largo de toda mi carrera hasta doctorarme en la Universidad Nacional de La Plata (Argenitina). Vimos escasamente autores homosexuales y cuando así fue se trató de casos que ratificaron la ley de la minoría. Eran casos según los cuales esta vez la ley institucional de la academia, también regida por la heteronormatividad por intervenía poniendo en práctica la operación de la exclusión que expulsaba al texto que representaba el deseo homosexual. De modo que la recepción entre el alumnado no existía o había severas desinformaciones al respecto. No existía una escucha en torno de esos textos que no ratificaban la ley del género hegemónico heterosexual. La ley del género es la que determina qué es lo representable de aquello que no lo es. Suele confinarlos a estos textos al encierro de una voz que no es que deja de escucharse. Directamente no emite su voz por autocensura, censura o represión de su deseo y de su expresión. El texto homosexual es el texto que no tiene voz. Es el texto que ha enmudecido, el texto mudo, el texto silencioso y, sobre todo, el texto silenciado. Ilegible por represión

     Esto tiene consecuencias serias porque si quien es homosexual aspira a representar su propia voz, la voz de su deseo, debe callarla. O por autocensura. O porque sabe que no será leído ni será publicado o será sancionado por la ley heterosexual. Esta mudez, este silencio histórico resulta a mis ojos siniestro. En primer lugar porque solo da la voz al deseo heterosexual. Priva a la sociedad de textos en los cuales la voz del deseo homosexual sea escuchada, lo que empobrece el campo de las poéticas. Permanece en un susurro o murmullo inaudible. En segundo lugar, esos susurros hablan midiendo tanto sus palabras para evitar ser sancionados que pierden tanto la libertad de expresión como la posibilidad de hacerlo libremente, espontáneamente desde el orden de lo creativo, respecto de su deseo. El punto de conflicto que pongo en cuestión en torno de todo lo hasta aquí desarrollado.

     La transgresión de la ley del género, incomoda, molesta, inquieta, perturba, es generadora de malestar entre los lectores más prejuicios, más ignorantes o más desinformados a otros que, desinteresados, no los prejuzgan pero tampoco los leen. Al estar frente a un libro que representa el deseo homosexual de inmediato lo connota axiológicamente de modo negativo. Y por más que se trate de libros de una calidad superlativa, serán puestos al margen, discriminados, se permanecerá a prudente distancia de ellos. Y se las recriminará no ser no que deberían ser.

   Ahora bien: un texto escrito por un autor o autora homosexual ¿debe contener significados homosexuales para ser literatura  homosexual? ¿o  puede referirse o narrar historias que nada tengan que ver con ese tema o con tal condición o identidad de género? En tal caso se les presenta un problema a investigadores y lectorado porque un autor homosexual no aborda contenidos que se esperan de él. Son completamente inesperados. Descolocan. No lo hace su autor por represión. Sino porque considera que un homosexual no necesariamente tiene por qué escribir sobre temas homosexuales o bien porque no está o no se encuentra motivado para hacerlo sino para escribir sobre otros o no siente el deseo para escribir sobre esos contenidos en sus libros o en algunos de sus libros pese a ser homosexuales. Y estos son, para ser francos, los casos que a mí me resultan más interesantes y más atractivos. Los que corren de lugar al autor homosexual. No se lo puede encasillar e incluso es capaz de dar cuenta del universo sexual heterosexual (incluso de us erotismo) sin ninguna clase de impostación ni hacerlo de modo poco veraz. Son los autores que más me gustan. Aquellos que rompen con las expectativas de un lectorado o incluso una crítica o una teoría que mecánicamente, automáticamente, esperaban de ellos o ellas una representacion únicamente del deseo homosexual. Pues no. Nos encontramos frente a creadores y creadoras capaces de ser autores y autoras de univeros poéticos que rompen estereotipos para, de modo superador explicarle a la sociedad que el hecho de ser homosexual no supone obligatoriamente escribir como una misión sobre el deseo homosexual. Muy por el contrario, es una circunstancia que se elige, puede irrumpir en el texto como puede no hacerlo, escribir un tipo de ficción por completo por fuera de ese encasillamiento y hasta sus  personajes pueden ser perfectos heterosexuales al punto de que hasta sean menos estereotípicos que los textos de los autores heterosexuales. ¿Cómo resolver estos casos que se les presentan tan complejos a lectores que tienden a encasillar y a una crítica que busca lo previsible?. Pues bueno, tendrán que comprender que la poética es el espacio de una experimentación creativa tan compleja que se permite jugar con los roles de género, las identidades de género y con el deseo homosexual y heterosexual por partes iguales. Es el reino de la libertad subjetiva. Actuar de este otro modo es violar lo que se supone es la ley del género pero en un sentido muy distinto. Consiste en burlarla. El autor o  autora homosexual hace con la ley del género aquello que ella esa ley no esperaría jamás de un homosexual. Es él el que ahora no actúa según expectativas simplistas, según las cuales la ley del género espera que intervenga en las políticas de la representación traducida en la ley del texto. El sujeto homosexual no será productor de textos homosexuales. El crítico, el lector quedan perplejos. No esperaban esto jamás. Es algo nuevo. Es más: es una práctica de escritura y un discurso social superador. Algo que no pueden comprender. Algo incomprensible porque no es congruente con la identidad de género de su autor o autora. Las expectativas de la ley del texto se ven no solo puestas en cuestión sino hasta impugnadas en su simplista mecanicista.  Y es ahí cuando por fin comprenden, de modo afortunado, lectores y críticos, caen por fin en la cuenta de que un homosexual puede disponer de una variedad de recursos, de temas, registros, de máscaras, puede jugar con roles, en el seno de la poética, de la ficción en cualquiera de los géneros literarios que la ley no dicta que ser homosexual es destino. Esto es, que sea destino para escribir solamente textos homosexuales. Sino que le permite una amplitud y una variedad creativas que exceden de pronto en mucho su identidad de género a la que se le atribuían automáticamente textos homosexuales. Capaz entonces de escribir por fuera de la ley del género, la institución heterosexual se derrumba porque el homosexual es incluso capaz de hablar de la institución heterosexual trazando fuertes señalamientos y deconstruyéndola, desarmándola en sus flancos más arbitrarios y menos legítimos. Y de no hablar mal de ella. De no discriminarla. De no hablar de modo rencoroso. De no hablar de modo resentido sino de hablar de modo perfectamente equilibrado narrando historias de amor (por ejemplo) j

Heterosexuales porque tampoco le parece mal que existan historias de amor heterosexuales. Plantea un modelo pasa por encima de categorías fijas y desestabilizada las expectativas. Plantea un modelo según el cual su existencia no es la de alguien confinado de por vida a hablar de la homosexualidad. Sino perfectamente capaz de hablar de la institución heterosexual siendo alguien que juega con ella a su antojo sin ser peyorativo, sin ser agresivo, sin por ello ni agraviarla (esto es, sin actuar con la reciprocidad a como lo hace ella) ni con la intención de acallar su voz, ni con la intención de silenciarla. Simplemente juega un juego que jamás la sociedad heterosexual hubiera sospechado esas poéticas hubieran sido capaces de ejecutar: el suyo propio. Haciendo unos de políticas de la representación en las que el heterosexual no el dominante sino una persona sensible y comprensiva (como de hecho existen), se puede apreciar una operación que invierte la lógica hegemónica porque es enunciada por una voz homosexual. Esta circunstancia sume a la sociedad heterosexual en un problema. En dilemas. En disyuntivas. La desautoriza en su absolutismo y en su afán destructivo. Aparta su carácter unívoco. Sus recorridos lineales. Ya no será la que denigra porque habrá excepciones a la ley del texto. Habrá voces homosexuales perfectamente capaces de hablar, de narrar, de representar a la institución heterosexual sin maltratos ni desastres. Sin violencia simbólica hacia ella. Estos son casos interesantes a mi juicio.  

     ¿Puede ser esta considerada “literatura homosexual” por haber sido escrita por un homosexual pese a no abordar ninguna clase de problemática referida al universo homosexual?Aquí entra a jugar la conocida distinción entre autor y obra, naturalmente, que de modo simplista puede resolverse, pero también intervienen toda una serie de factores que complejo sería detenerse en ellos. Pero uno de ellos sería la ideología, muy ligada al género. De modo que por dentro del universo de los textos, cualquiera sea la condición del autor (no solo en lo relativo a su identidad de género) pueda o no definir por dentro de qué clase de poéticas puede ser esta obra ubicada de modo inclusivo en el orden de un biblioteca imaginaria o de un corpus nacional (digamos).

Imagen obtenida de Diario Cuatro

     Ahora bien: las poéticas que abiertamente abordan la temática homosexual sí ya ingresan en una cierta vertiente, en una cierta tradición, en un cierto tipo de abordaje del lenguaje poética, de la economía de la representación, en un cierto criterio de analizar la condición homosexual que será la que defina su lugar en la serie literaria así como su lugar en la serie social, en términos de Tinianov. También el lugar que ocupe en el campo literario. Por lo general quedará supeditada al margen, no al centro, como acabo de referirlo todo a lo largo de esta nota. Por más excelencia de la que goce esa poética no gozará jamás de los prestigios ni de la aceptación ni de la centralidad de la que sí gozarán las poéticas heterosexuales.

     Al igual que la de la mayoría de las mujeres que han debido dar duras batallas para ser admitidas en el campo literario de un modo legítimo sin ser deslegitimadas por su condición femenina, con la homosexualidad la batalla por la legitimidad cultural también es una combate que se viene librando hace rato. En virtud de que se confronta con ellas. No les queda otra lógica más que la de defenderse más de defenderse ataques, de enfrentar prohibiciones o sobrellevar la indiferencia.  Y dar una avanzada, en segundo lugar. Estos factores de naturaleza, lo sabemos, histórica, en el caso de las poéticas homosexuales tienden a acentuarse y a ser inhibida su ubicación en el campo literario en virtud de su condición de autores y autoras subalternos con poéticas que abordan contenidos irritantes para la sociedad heterosexual, la dominante, desde tiempos inmemoriales (o no tanto, la Grecia Antigua conoció otras costumbres). Los libros sagrados la condenan también. Si bien sabemos que la Antigüedad Clásica, así como otras sociedades, gozaron de otras costumbres y se establecieron sociedades por dentro de las cuales la homosexualidad no solo estaba admitida sino con la que la población estaba familiarizada con mucha más frecuencia y relación que con la femenina, confinada en gineceos, la Historia hizo luego a un aparte con los homosexuales hacia un tipo de existencia. Hostilizándolos, persiguiéndolos,  y con afán de desautorización.

     De modo que confinados a un ghetto en el campo literario bajo el mote simplista de “literatura homosexual” (u otros similares o  parecidos), las poéticas de esta índole responden a premisas que no son las que las legítimas. Más bien las mantiene por fuera de toda capacidad dialogante con las otras poéticas, las pertenecientes al modelo hegemónico. Las acallan. Las ignoran. O las persiguen.

     Estos principios corren para casi todas. Hay naturalmente excepciones muy favorecidas pero aún así deben pasar duras pruebas para que se les asigne un lugar digno ya no digamos en el canon, lo que es pedir ya un desmesurado deseo. Se les asigna un lugar en el campo literario en el seno del cual no se las considere dignas de atención crítica, interpretativa, foco de lectorados específicos o bien masivos, que abiertamente suelen repudiarla. No son merecedoras de ser leídas.

     Sé que los tiempos han cambiado, como dije. Yo, en el fondo, no lo percibo. Y dije por qué. Nuevos aires corren en Buenos Aires tal vez. No en La Plata. Me atrevería a decir que solo allí de modo generalizado. En la gran metrópoli, los suplementos culturales, las grandes librerías y editoriales realizan un trabajo de selección, edición y difusión encomiables. Ello, por otra parte, genera un estímulo para una mayor producción y promoción de poéticas de esta naturaleza que de otro modo permanecerían guardadas en un cajón o un archivo de una computadora, metaforización de otro closet. Como si jamás hubieran sido escritas. Perciben que pueden inscribirse en una tradición más remota o más reciente. Y ello resguarda del desamparo y la intemperie. La promoción de concursos y certámenes, de fondos para ediciones de libros por selección, de premios, con menos prejuicios ahora que antes, permite que sobre todo los más jóvenes tienten suerte con sus manuscritos o comiencen a producirlos, abordando esta clase de poéticas. El trabajo da comienzo. La poéticas irrumpen. El deseo irrepresentable de pronto de vuelve representado y presentado. Y novelas, cuentos, obras de teatro, poesía, guiones de cine, de serie de TV  sienten el estímulo que necesitaban para iniciar un sendero antes denegado o reprimido. El universo de los significados sociales en el orden de la representación literaria al menos deja de ser hostil al deseo homosexual, al menos no de modo generalizado como antes, y la escritura, impetuosa, fluye, indetenible.

     Ahora la literatura homosexual goza de un corpus que gracias a escritores como Leopoldo  Brizuela, con su antología de cuentos sobre el deseo homosexual en la literatura argentina Historia de un deseo (2000) u otras menos célebres dan cuenta de un corpus de un deseo que ha sido plasmado no solo por autores homosexuales sino también heterosexuales, señalando una noción que hay que separar muy claramente que consiste entre el homosexual que expresa su deseo y el deseo homosexual como representación social, para el caso la literaria.

     A mí no me parece mal distinguir entre una poética homosexual de otra que no lo es. Si bien no soy partidario de las etiquetas en poética, lo que me parece escolar y poco feliz. Lo que sí me parece nocivo, como siempre me lo ha parecido bajo toda circunstancia cualquier clase de poéticas, es confinarlas a un ghetto del cual no pueden salir ni contaminarse ni empaparse de otras por otros puntos en común que no sean sus contenidos dominantes: otra clase de closet. Así, bueno sería el abordaje de rasgos narratológicos, del tono de una narración, un cierto tipo de voz narrativa en el caso de ese género, rasgos estilísticos o relativos a los atributos de la prosa, otros significados sociales que pongan en circulación en directa relación o correlación con la realidad empírica, otras tradiciones a las que puedan adscribirse o pertenecer en virtud de alternativos rasgos, en fin, el mundo de la poética no me parece que sea tan limitado ni reduccionista ni restringido ni simplista como para acomodar a toda la literatura homosexual en una misma bolsa como si se tratara de una país según una cartografía del mundo. Hay multitud de matices, de variables, de atributos, de características, como para que una obra literaria o una poética, por el hecho de representar una temática homosexual sea confinada con esa etiqueta sin confiarle otros méritos. Pienso que la poética es ancha. Si de un modo con tan poca amplitud la confinamos a que contenga o no encuentros o intercambios entre personas de su mismo sexo, me parece que estamos empobreciendo notablemente o la posibilidad de pensar el arte desde perspectivas múltiples y no solo concentradas en sus temas o tramas argumentales basadas en historias protagonizadas por homosexuales. Porque incluso por dentro de esos encuentros habrá variantes más sutiles en algunos casos, más abiertas, más explícitas, en otros, en algunas puede que aparezca el erotismo como puede que no, según las cuales el corpus de la literatura argentina puede ponerse a dialogar e interactuar de un modo mucho más fecundo no solo con otras manifestaciones de su corpus sino con las de otras del  mundo. También pensadas desde estas otras perspectivas su lugar en el seno del campo literario podría ser revisada hasta ser reconsiderada según una tipología tan simplista.

     Contextualmente sabemos que la literatura homosexual goza de mala reputación. De un ostracismo de las bibliotecas o librerías más formales. De Centros de fomentos. De clases universitarias hegemónicas. La sociedad poco admite estas poéticas como parte de un canon oficial, porque subvierte quizás sus propias normas. ¿Y qué sucede intrínsecamente, en un escritor homosexual cuando se sienta a escribir? Indudablemente percibe el conflicto social. Aquel del cual la sociedad lo hace ser protagonista sin hacer él nada para merecerlo, percibe que lo que está escribiendo no será bienvenido ni su recepción será aceptada con aprobación por la sociedad. Escribe en muchos casos con inhibiciones, a sabiendas de que puede ser insultado o bien su obra no leída jamás por los contenidos representados. Por ser una representación del deseo homosexual inadmisible para la sociedad. O despreciado tanto por sus colegas heterosexuales o bien por los lectorados.

     Ahora bien: quedan dos caminos. O rendirse a la ley social y dejar de ser quien uno es, esto es, no escribir. Dejar de escribir y dejar de publicar. Dejarse vencer por la fuerza que atropella de la sociedad heterosexual hegemónica. De naturaleza devastadora y arrasadora de las subjetividades homosexuales. O escribir aquello que profundamente uno no es. O bien hacer aceptando el reto y el desafío (y un desafío desafiante), lo que el deseo que nos  decían debía ser irrepresentable se vuelva por fin, de una vez por todas, representado. Tal circunstancia irritará o desprestigiará. O valorará la valentía en muchas personas que sí son personas con las que estos temas se pueden discutir perfectamente sin ninguna clase de hostilidad, prejuicios sino desde la tolerancia.

     Los dejo con este pregunta, dilema o esta disyuntiva (como prefieran) que en verdad es una decisión y es una opción que un escritor (pero antes una persona que éticamente se considera un semejante del resto, no un sujeto denigrado o inferirorizada). O dejarse atropellar de modo prepotente por una sociedad ilegítimamente silenciando, callando el deseo homosexual, diría más, callando el sufrimiento, o bien abrir las compuertas a un tipo de poética que se permita la libertad subjetiva de que una persona sea quien es, no un impostor, se exprese genuinamente, no admita la exclusión sino que escriba, se involucre y publique con la mismas libertad subjetiva y dando cabida a su deseo homosexual del mismo modo en que lo hace el heterosexual. Cada escritor homosexual resolverá a su modo (el que considerado, pertinente, exitoso o en otros casos no podrá o no sabrá cómo resolverlo) o bien en una indefinida e irresoluble circunstancia podría llegar a perderse una obra preciosa. Ser uno mismo. O ser lo que se espera de nosotros, de modo unívoco y compulsivo, lo que otros pretenden que seamos. Escribir lo que se espera que escribamos. Como en una redacción escolar de la escuela primaria. O escribir lo que íntima,  profunda, hondamente el deseo dicta escribir. En esta batalla interior, que en verdad es un conflicto social que la hegemonía heterosexual como un paradigma de exclusión y de disciplinamiento impone en todos los órdenes al sujeto homosexual, se juega también el ser felices.Una vida que inhibe sus deseos, sus impulsos más creativos, más espontáneos, o una vida que alcanza, de una vez por todas, la  plenitud más completa y la definitiva realización creativa.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.