¡Una pinta de locura, sepulturero! Es la manera indicada de pedir la cerveza en aquella barra sumamente deteriorada y poco iluminada en la que nos reunimos. Un lugar donde la línea de destruir el mobiliario o decorarlo es prácticamente invisible. De igual manera, desde que llegas puedes ver que el establecimiento es una chatarra. Junto a los baños, si es posible llamarlos así, se encuentra uno de los espacios más atesorados por los ocupantes, la pared para anuncios libres, un instrumento casi preciso para mapear lo que ocurre en la «escena» o tal vez ahí es donde se crea la agenda mensual.
Es también particular mencionar que toda esta bomba de tiempo es “vigilada” únicamente por tres personas; el sepulturero, a quién ya habíamos mencionado, un sujeto de aproximadamente 50 años, alto, casi en los huesos y con una cabellera que constantemente le cubre el rostro, de igual manera habla muy poco. Luego esta “Ene» (N) una mujer de aproximadamente 43 años de edad y a quién te aseguro no le jugarías una estúpida broma. Cuentan que alguna ocasión, sin previo aviso, le rompió una silla en la espalda a alguien, pero realmente casi nada se sabe de ella, no parece ser de por aquí. Por último, esta Camaleón, un sujeto joven con un mohicano que seguido cambia de color y, me atrevo a afirmar, con más perforaciones que huesos, un excéntrico en sus propios detalles y símbolos, su trabajo ahí, es tomar y cuidar el efectivo.
No creo que para los detractores del lugar sea difícil informarse de su existencia, al grado de inventar leyendas urbanas o hasta solicitar redadas policiales. Pero tomemos un momento y volvamos adentro del lugar, acá a nadie le importa eso, lo que las parpadeantes luces rojas apenas dejan ver, pero aún así es contundente, es que nadie está pensando en alguien más, con la música tan alta nadie intenta siquiera conversar. Algunos andan por ahí ensimismados bebiendo, mientras que las mayoría monta, en el pequeño espacio que puedan tomar, un baile casi aborigen donde los gestos faciales también se hacen presentes. Ahora los accesorios de vestuario de cada danzante parecen imprescindibles. En tal trance, la música casi llega a ser tangible, los movimientos cada vez son más arriesgados y atípicos que cada uno de los ocupantes se transforma en un espectro tan mágico y tan temible, por lo poco descriptible.
Aquí es donde encuentro el valor de lugares como este, ya que dan la oportunidad de cuestionar la posible diferencia entre agregados y agrupados. Que sin irnos a la explicación técnica del término, se puede pensar que agrupar corresponde a juntar iguales, mientras que agregar corresponde a sumar individualidades, y con esto ahora la pregunta es, nosotros los mal llamados aborígenes ¿Dónde haríamos pruebas experimentales casi científicas, de nuestra identidad, sino en un lugar como este?
Siempre será divertido y liberador bailar algo ebrios, rodeado de tus amigos o personas que comparten alguna misma intención sin escrúpulo. Y para eso, Make it Better es el sound track perfecto. Un sonido tan envolvente y casi estresante, pero a la vez tan hipnótico, por el que parecía ya no se tenía la intención de apostar. El grupo italiano A/lpaca, con su álbum debut, deja claras sus intenciones de no tomar el camino fácil y así llevar sus instrumentos a la estridencia sin dejarnos otra opción que bailar con una crudeza, casi como la del neorrealismo italiano.