Tinta china, obra de adrianhdz. obtenida de Dibujando.net

En la China hay dragones rojos que bailan alrededor de farolas encendidas. Los príncipes y las princesas obedecen los mandatos de sus padres, los emperadores, que siempre son anticuados, caprichosos y déspotas. Las mucamas lavan la ropa con los cinco dedos de la mano derecha y las planchadoras obsecuentes se ríen a escondidas de la túnica del octavo jardinero de la casa imperial.

     Pero en la China también hay mares oscuros. Hay uno, por ejemplo, de aguas bravas y profundas, tapizado de cantos rodados. Se llama “El mar de las aguas que se abren al cielo”. A la orilla de ese mar hay una casa. En esa casa vive un pescador.

     Sei Len Muh, el pescador de arenques, se levanta todos los días muy temprano, cuando las aguas del mar son muy oscuras aún, y se ven todavía más profundas. Desayuna un vaso de agua fresca, come unas frutas de estación (en ocasiones frutillas, em otras cerezas, en otras simplemente moras) y sale a las afueras. Mira el horizonte porque allí está la clave meteorológica del día que se avecina. Huele el viento, sabe el gusto de una brizna de hierba, sigue el curso de las ráfagas para averiguar si el mar estará tímido o embravecido.

     La barca de Sei Len Muh tiene un nombre. Se llama “La barca de los ciruelos en flor” porque consta de veintiocho maderos hechos con los troncos del ciruelo blanco. Junto a la casa del pescador hay un bosque de ciruelos blancos que en mayo estallan en miríadas de pequeñas flores, en ocasiones casi imperceptibles. Los frutos morados vienen más tarde. Y en el centro de ese bosque un estanque con nenúfares de flores azules flotan, sin sobresaltos, porque la brisa es tranquila. Hay batracios, como no podía ser de otra manera. Y hasta algún lagarto.

     El bosque se mueve por la noche. Cada mañana que despierta, Sei Len Muh no sabe por ventura en qué sitio hallará el bosque de ciruelos. Con decirles que una mañana el bosque de ciruelos blancos estaba en la lejana ciudad de Wai Lu, a doscientos kilómetros de distancia a paso vivo.

     Lo que Sei Len espera es que el bosque no se vaya muy lejos. Un poco porque su aroma alumbra y vivifica los aledaños de la casa del pescador. Otro poco porque un predio sin arboleda es paupérrimo para un pescador humilde. Por último, porque Sei Len espera con ansia encontrar a la mujer de su vida en un claro de ese bosque. Así se lo ha dicho su abuelo antes de morir, con las piernas cruzadas junto a la estufa de leños. El viejo ha fumado una pipa de opio, se ha reído con delicadeza cinco veces, ha tomado una copa de aguardiente y ha dicho:

Vendrán cinco tempestades, cantará el ruiseñor del Oeste tantas veces como un hombre estornude en un invierno helado, caerán las hojas que el otoño se lleve. Ese día, hijo mío, una mujer bailará para ti las cuatro danzas del dios en el medio del bosque de ciruelos.

     La profecía del viejo requería muchos años de espera y el temperamento abrasador de Sei Len lo llevó a escudriñar no sólo el bosque, sino las riberas del mar al que daba su puerta y, más aún, la “Llanura de los lagartos”, a unos kilómetros de la Bahía de Baffur.

     Escuchó las caracolas. Los seis moluscos como seis trompetas dijeron cosas diferentes. Una cantó para el sur y calló. La  otra tronó bufidos. Una tercera enmudeció o se lo dijo al oído. La cuarta y la quinta, al unísono, bostezaron como si la espera de Sei Len Muh fuera en veno. La sexta repitió lo que las cinco anteriores habían dicho, pero protestando. Sei Len supo que no podía atribuir su futuro a las seis criaturas discordantes empeñadas en desorientarlo. Ese día abandonó la orilla y se adentró en el mar.

     Mar adentro lo sorprendió un vendaval. Las olas elevaban la barca sobre las olas y él izaba las velas hasta alturas insospechables. La nave parecía volar más que bogar por una corriente. En ese punto en el que Sei Len no sabía si era mar o era aire, si el agua o los ventarrones lo conducían hacia su destino, el mar se aquietó, las aguas se calmaron, todos en el poblados se calmaron (aunque él no lo supo), la barca recuperó el rumbo. Sei Len recuperó su alma, que lo había tenido en vilo.

     Parsimoniosamente contó sus dedos, verificó la longitud de sus miembros, habló en voz alta para percibir los tonos de su lengua, palpó sus cabellos rojos, sintió sus huesos debajo de la piel, tensos como estalactitas, escupió en el mar y las aguas se llevaron a las aguas. Las aguas se llevaron a la espuma.

     Sei Len Muh quiso volver a su casa o a su bosque. Desembarcó en la costa. Amarró la embarcación al malecón. Se sentó a escuchar el sonido de las aguas, muertas y vivas, largas y breves, tonantes y silenciosas. El vaivén lo atontó. Pero también lo adormeció. Lo despertó el ulular de un búho.

     Sei Len sabía que tenía muchas cosas para decir. Nunca había leído mucho, nunca había ido a las academias del emperador donde los mandarines impartían oratoria o lecciones de caligrafía fina. Nunca había asistido a las clases de las cortesanas o los maestros del claustro imperial. No obstante, las impurezas del tiempo, la vida en altamar y una leve tendencia a la ensoñación, lo habían vuelto un hombre inclinado a la meditación. Había pensado en el universo un millón de veces y lo había explicado recurriendo a complicados sistemas celestes. Resignó su sabiduría a favor de la navegación y la cocina, la otra de sus artes. Supo de los secretos de freír en grasa un arenque. O amasar el pan solo con la mano derecha.

     Recordó la frase de su abuelo. Miró el horizonte y una lágrima rodó por su mejilla izquierda. Sei Len se la escurrió con la mano y se limpió en el pelo esa humedad. Quiero escribir. Es hora de tomar una pluma.

     Entonces fue al gallinero, donde guardaba sus pollos y los dos pavos reales. Los alborotó con sus manos. Dos estaban en libertad. Los menos díscolos. Los más mansos, apegados a su amo. No huirían jamás. Se acercó y levantó del suelo la pluma iridiscente que se había desprendido de la larga cola del ave mayor. Era una mezcla de azul, turquesa, celeste, madreperla y un millón de variedades del mar a la hora máxima del sol.

      Sei Len Muh corrió hacia la ribera. Tomó una tablilla de madera con hojas blancas. Se acercó a la costa. La miró hondamente, profundamente. Tomó la pluma y la hundió en eso que se parecía al mar. La pluma rompió la cúpula del agua y rasgó esa materia maleable, sutil, que vibró en mil colores, en mil imágenes y en mil sonidos: de jungla, de océano, de bosque, de bandada y de pez sagrado. De muchedumbre rumbo al mercado, y de granos de arroz chasqueando una lengua. Nada murió en ese instante, nada llegó a morir. Porque en ese preciso momento Sei Len tomó la pluma, la sacó del “Mar de las aguas que se abren al cielo” y escribió lo que había visto, lo que había soñado y lo que el agua rumorosa le había dictado en esa agitación perlada de sones.

     Podría no contarles lo que escribió Sei Len. Podría ocultar secretamente la materia de ese relato. Pero no lo haré. Así como las aguas son transparentes y se abren hacia todo lo que cubren y hacia todo lo que hay debajo, así estas palabras se abrirán para el relato de nuestro pescador.

     Escribió Sei Len Muh:

     El día en que las ballenas nazcan del vientre de las costureras, que las costureras sepan carpir la lana que brota de las ovejas, que las ovejas vuelvan a nacer al cabo de su quinta vida; el día milagroso en que el bosque deje de caminar para referir su historia. Ese día conoceré el amor o el amor me será regalado. Mientras realizaba tanto trabajo, levo anclas, pesco con mis redes de alambre y cultivo mi propio jardín con mariposas rojas.

     Si en el fondo del mar habitan los tesoros, las guaridas de las anguilas y las madreperlas, guardo en las profundidades de mí mismo algo inaudito. El fondo del fondo del fondo está aquí en la superficie de mis ojos, en la punta de mis dedos, en el primer suspiro que emite mi voz, en la voluta de humo de la primera pipa del día. Conque ¿por qué esperar al bosque que no llega? ¿por qué extraviarme en mi propia casa? La casa tiene dos habitaciones y nunca sé cómo llegué a una y cómo debo salir de la otra.

     Imagínense mi vida en el medio del bosque de los ciruelos blancos. Es el bosque el que debe encontrarme, no yo quien debo ir al encuentro de sus lindes.

Mis últimas palabras son el silencio que rodea a las siguientes:

La cuenca del mar

abriga el filo del pez

espada

No moriré en la jungla del mar

que son los remolinos

de mi propia alma

El  mar se apoya en los

dos mil trescientos peces

que lo recorren

como los camarones

     Así habló el hombre-pez y rompió la pluma. El pavo real lloró a la distancia las palabras que se quedaron guardadas en el filo de la pluma que ya no le pertenecían, ni a él, ni a Sei Len, ni a la corriente de ese mar de tinta china que había provisto la materia para escribir la historia de su vida.

     El mar se llevó los borradores. Se llevó: los reclamos, las declaraciones de amor, las críticas, las renuncias, siete rimas fáciles, dos canciones marineras pronunciadas en el Alto Himalaya, una despedida, las recetas de cocina del hospital centralde Pekín, varias novelas y la obra de teatro de esa mujer que lloraba todo lo que no era y no sería jamás. Porque su esencia era por sobre todo ser pérfida y mediocre. Aspirar al talento y no encontrarlo jamás. 

     Al borde del acantilado Sei Len Muh mastica la esperanza. Se siente mucho mejor después de haber escrito su historia o la historia que lo aguardaba. En realidad no sabe si fue él quien la escribió. Piensa, más bien, que estaba ya escrita en ese mar de tinta china y él sólo procedió a entresacarla de ese matorral informe y espeso en el que ya estaba borroneada, espigando las mejores hilas. Ahora es hora de volver a casa.

      Come dos arenques y bebe agua fresca en su vaso de peltre. Se sienta sobre la hamaca de mimbre que tejió su abuela hace tres decenas de años y después compone para su madre un nuevo himno porque se había deshilachado. Se inclina y se balancea. Piensa que aquí hace lo mismo que en altamar. El vaivén lo desorienta y siente ¿qué remedio? Que la tierra y el mar son las dos caras (húmeda la una, seca la otra) del mismo globo. Se duerme sobre las almohadas de seda del Imperio y el dulce balanceo de su silla hamaca.

     Cuando despierta se escucha la lluvia rumorosa sobre el tejado de la casa. “Es muy temprano”, piensa, y retoma el sueño. “Es la hora en que los retoños comienzan a dar a luz sus mejores brotes”. Cuando abre los ojos todavía la luna no se ha puesto. Se acerca a la ventana, descorre las cortinas blancas tejidas con figuras geométricas que emulan cifras de palomas y observa. No puede dar crédito a lo que ven sus ojos: la casa está rodeada por el bosque de ciruelos. Las hojas de las plantas no dejan ver el horizonte, ni la luz del sol, de tan intrincado que es su dibujo.

     Sale a la senda que conduce al mar pero el camino se interrumpe por la maraña de ramas y de frutos que estallan. Entreabre las ramas, descorre las hojas, olfatea los frutos colorados. En ese aparente laberinto sabe perfectamente cómo conducirse. Llega a un claro y se detiene. Ese sitio está bañado por algo. No se sabe si por el sol, o por el mar o por la luna o por todo eso a la vez. Sei Len Muh cree ver una figura que se acerca. Cree que es un lobo pero en realidad es una mujer muy blanca, muy suave, muy joven, muy silenciosa.

-Es de noche-dice Sei Len Muh.

-Es y no es de noche-le contesta ella.

-Estamos en el mar-agrega él.

-Estamos y no estamos en el agua, caminamos sobre la tierra pero nadamos en el mar-vuelve a contestar ella, en una suerte de trabalenguas al que él lo divierte, no lo desconcierta.

-Estás acá para confundirme-dice Sei Len

-Por supuesto. ¿Para qué está el amor si no es para aturdir la mente de los enamorados y que se les entrevere el seso y el corazón se encabrite?

-No lo creo, no de ese modo por lo menos-dice él.

-Tienes miedo

-No, simplemente no entiendo-replica Sei Len.

-Eso no está mal. Por ejemplo. Mi nombre es Lin So. Que quiere decir “Mujer de las cumbres nevadas” ¿Dirías que está mal que yo me llame de ese modo?

-No, claro que no.

-¿Dirías que está mal que salgan el sol a la mañana y la luna por la noche?

-No, más bien diría que estaría mal que ocurriera lo contrario-contesta Sei Len Muh.

-Si está bien que el sol salga a esa hora, que la luna lo haga por la noche y que yo me llame como me llamo ¿Por qué iba a estarlo el dudar de algo?

-No, no está mal.

-Sei Len Muh. Mi nombre es Lin So. Me trajo aquí una estrella muy roja. Me acompañó un bosque de ciruelos y el mar asintió a todo lo demás. Te amo.

-¿Me amas? ¿sin conocerme?-preguntó Sei Len Muh

-Sí, tan segura estoy de eso como que la luna empieza a esconderse y el sol a irrumpir. Así irrumpe mi amor por ti, en este bosque apenas encrespado de plata como las escamas de las primeras sardinas al crepitar porque se mueven en la superficie del mar.

-Alguien me prometió el amor una vez. Yo le creí. Lin So: yo también te amo como si mi amor estuviera escrito por una pluma de un ave enorme o como si una mano enorme estuviera escribiéndonos en este preciso momento a ambos.

-Puede ser. Las palabras hablan y dicen sin preguntar nada a quien las escribe.

-Como nosotros.

-Como nosotros. Que no debemos preocuparnos por esas cosas.

-Te amo-djo Sei Len.

-Sei Len Muh. Harían falta las plumas de siete bandadas de pavos reales para escribir el amor que siento por ti.

-No hacen falta. Las plumas suelen ser grandes mentirosas.

     En ese momento se dejaron de escuchar las voces de Sei Len y de Lin So. Tal vez las aguas se agitaron y las olas de dos mil océanos se encresparon. Tal vez hubo un trueno tonante. Tal vez los cienmil ruiseñores festejaron la gloria del amor de ambos. Tal vez, (y esto me gusta más), enmudecieron en un beso sin palabras.

     Dijo el abuelo: El agua de cinco ríos lavará por dos veces los manteles de la boda de mis dos nietos. Se guardarán las espadas y los metales bruñidos brillarán como el hielo cuando el sol lo quema antes de que empiecen los festejos. Se incinerarán los nidos de seis búhos en el altar orondo que los corone, sinónimo de que heredarán de ellos la sabiduría eterna. Sea.

     En el banquete se sirvió faisán y, dice el memorial del imperio, compota de damascos de pulpa brillante.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Se graduó como Profesor y Licenciado en Letras en 2005. Y se doctora en 2014 como Dr.en Letras, todos grados y posgrados en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 edita su libro “Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas”, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, “Melancolía” (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía “Reloj de arena (variaciones sobre el silencio)”. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos obtenidos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Escribió un cortometrabaje que permanece inédito. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores y autoras de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Se vio beneficiado con premios y distinciones internacionales y nacionales. Se formó en los talleres de escritura creativa ejercida por María Negroni, Leopoldo Brizuela, Gabriel Báñez (de quien se siente discipulo sobresaliente) y, el más reciente, en Buenos Aires, con Susana Szuarc.