María Elena Walsh. Foto: Página oficial de Twitter de Paula Penacca

Para mi hija Emilia, orgulloso de ser su padre, cada día más. Orgulloso de su amar, de su sentir, de su vivir. De su libertad, de su integridad, de la entrega a su vocación. Porque estudiar nos hace libres y ahuyenta a los prejuicios producto de la ignorancia. Gracias, Emilia, por tu autenticidad.

En buena parte del corpus literario de María Elena Walsh (pero también del musical), pese a al amplio espectro de su variedad, se podría postular respecto de él una ética de concebir a la alteridad como una figura que merece ante todo se le otorgue la merecida dignidad y la consideración en tanto que persona con derechos asociados sobre todo a la libertad. Esta afirmación, que podría ser obvia, no lo es. Porque si bien puede ser predicada de muchas otras poéticas, en el caso de Walsh adoptado un carácter paradigmático. En efecto, subyace implícita a sus argumentos, a sus temas a sus contenidos. Incluso a sus formas, que adoptan una dimensión que las vuelven también arquetípicas de ideales horizontales y no verticalistas. Esto es: las formas refuerzan una cierta forma de contenido humanístico que se plasma en un uso de la lengua española, de las formas poemáticas (más ligadas a lo popular que a lo culto, lo que generaría distancia del sujeto infantil o incluso adultos), formas democráticas que permiten y admiten una comprensión automática sin renunciar por ello a la complejidad. Las formas, tantos musicales como poéticas se nutren de recursos extranjeros o del folklore o la canción popular argentina, motivos por los cuales no se siente ni inferior ni superior la nacional respecto de lo internacional. También revista marca de prestigio. María Elena Walsh genera “alto nuevo”. Innova. Y ese “algo nuevo” consiste en demostrar que desde Argentina es posible relizar producciones creativas de portento sin imitar modelos extranjeros pero, si así se lo desea, sí apoderarse de algunos de sus componentes sin pudores. Esto es:  nuevamente la libertad es el principio que sostiene desde la ideología a la invención. Este punto resulta importantísimo porque viene a señalar el modo como los creadores y creadoras de Argentina no están un peldaño por debajo de los extranjeros, a los cuales deben rendirse como súbditos adulones. No. Son creadores y creadoras que, a su singular manera, darán a conocer poéticas tanto escritas como musicales que son de talento. Y, como un señalamiento, trazan con un dedo de advertencia que no debe existir ni el rencor ni la envidia en esta alteridad respecto de la relación de Argentina con el mundo. En especial con Europa. Esta perspectiva tan  determinante resulta crucial porque sienta las bases del horizonte al que un creador o creadora puede aspira. Se puede permitir ilimitadas licencias. Su poder no estriba no pertenecer a una periferia o a los supuestos arrables del mundo sino que desde donde Argentina está es posible crear. Y es posible crear obras de superlativo talento. Se trata de aprender de los maestros, de no descartar a ninguno de ellos, de evitar los encierros en una poética cautiva de sus fronteras mismas. Y, en cambio, aspirar a una expectativa exigente. Como para cerrar, diría que en el capítulo de las formas, sus estructuras formales, llegaron a este país (fueron concebidas en entre sus fronteras) para o fundar nuevas (en lo primordial) o a romper o demostrar que habían caducado las codificadas. Hacía falta que un orden tradicional fuera reemplazado por un orden heterodoxo, sincrético, que mediante la operación de la síntesis procediera organizara una revisión de las formas expresivas. También de una estilísticas que asumiera que si no tomaba medidas se avejentaría al punto de perder toda vigencia.

     La idea de la libertad es una de las líneas dominantes más potentes que desde el plano de la ideología (y desde la ideología literaria misma plasmada en ficciones y poemas) marca axiológicamente de modo positivo la narrativa, la dramaturgia y la poesía de Walsh. De modo que el otro no puede ser ni objeto de sojuzgamiento, ni de atropello, ni de descalificación, ni de degradación, ni de confinamiento, ni de sustracción de sus derechos en cualquiera de los planos de su vida. Menos aún del ejercicio de la violencia o, en el colmo, la eliminación. Walsh realiza en este punto precisamente un señalamiento elocuente para poner de manifiesta este carácter inadmisible. No obstante, está ausente por completo en su poética una aspiración didáctico/moralizante. Lo que sí podría mencionarse es  un fuerte sentido de convicción (y de convicciones cada vez más a medida que su poética impetuosamente avanza firmes) en que la vida humana posee un fuerte sustrato ético que la sostiene, la justifica, la aliente, le da sentido, la guía, la orienta, le otorga su sentido último. María Elena Walsh confirma lo que fue uno de los valores que más señaladamente constituyeron los pilares de su conducta ética y cívica. Y por lo tanto, se muestra perfectamente coherente con el resto no digamos solo de su proyecto creador (lo que podría ser más o menos presumible) sino que este sustrato ético es promovido hacia todos los órdenes de su vida. También la cívica. Fue una mujer que desde la dimensión de lo artístico, en el orden de la escritura podría ser considerada por dentro de las poéticas argentinas para niños, en palabras equivalentes a las del crítico argentino Nicolás Rosa referidas a Borges, “La Gran Madre Textual”. En efecto, Nicolás Rosa se refiere con esta expresión tan acertada como novedosa delicnada en género masculino, “El Gran Padre Textual”, a la figura tutelar del autor de Ficciones en la literatura argentina. Acudo entonces a su oportuna metáfora declinada esta vez en género femenino para dar cuenta de una personalidad que desde la estética reuslta emblemática y poderosa. Se derramó hacia el teatro, la canción popular infantil y para adultos, la musicología, la escritura infantil, para jóvenes y para adultos, el guión, los libretos  para cine, la conducción de TV, la gestión gremial en organismos musicales, entre otras prácticas culturales asociadas al orden de las significaciones sociales del universo de las artes, como una presencia ejemplar. Hay por consenso una adoración, veneración o aprobación (mejor) fundamentada hacia María Elena Walsh por parte de la generalidad de los argentinos en tanto y en cuanto esta artista significó un vuelco de naturaleza impresionante de la literatura como pedagogía hacia la literatura como juego y como poética por sí misma no en un sentido edificante sino como dimensión creativa. Por fuera de todo rapto de demagogia o de mensaje didáctico. En el caso de la la literatura infantil y juvenil muy especialmente. Hubo otras escritoras importantes de literatura infantil, del mismo talante, como Silvina Ocampo, Sara Gallardo o María Granata. Incluso Enrique Banchs, para mencionar a un varón. Todos ellos entre los más reoconocidos.Pero Walsh constituyó esa “Gran Madre Textual” de suprema vigencia, que de modo indudable y perturbador acometió en carácter de programa su misión demarcando “su zona” y estableciendo un sistema de tensiones con ese campo específico de la producción literaria nacional (que no las había conocido ni en esa magnitud ni según esa clase de manifestación). La tensión genera choque pero también es productiva. Es una forma de conflicto que se establece entre las formas más anticuadas y más indómitas. Las que vienen a traer noticias nuevas a un campo cultural necesitado de una nueva cartografía, de ser contoorneado bajo otros límites.

     Quizás no seamos capaces en la actualidad de evaluar el alcance que tuvo el giro de la poética infantil y juvenil  a partir de su obra porque estamos acostumbrados ya a un tipo de de producción instalada en este presente histórico que la ha asimilado. Igualmente con el pasado reciente según el cual ese paradigma ya ha dispersado sus semillas más fecundas. No obstante, no conviene olvidar que María Elena Walsh fue una gran precursora, fue una poética fundacionales de recursos, prácticas, formas y temas, conflictos intratextuales y diálogos intertextuales que si uno la aprecia con perspectiva histórica resulta abrumadora. Se trata de una poética que nació, creció y abrió las sendas para que una literatura argentina, en términos generales infantil y juvenil, germinara. Pero en ese momento en el que el paisaje era yermo, su alumbramiento resultó de una infinita riqueza que haría estallar formas, temas e imágenes de escritor y escritora. O, en su caso, más ampliamente, de artista.

      Se produjo simultáneamente en Walsh una confrontación abierta incluso en épocas de censura con el campo del poder. No calló cuando se la pretendió hacer callar. Cuando sus libros fueron prohibidos por los censores, a los que contestó. Mantuvo una conducta ética y cívica coherente sin precedentes en el marco de la cultura argentina (no solo la artística) y jamás hizo de sí misma un culto de la celebridad. Guardó un perfil bajo. Y, si bien lo sabemos, fue una figura pública eso tuvo que ver con la gran revolución que supuso para su época (y naturalmente las generaciones posteriores) el acto de presencia de una voz y una poéticas singulares, por momentos disidente, por momentos tan innovadoras que encandilaban a los  lectores y espectadores. Fue una artista que en todas sus aristas se resistió a acatar mandatos y tradiciones (más bien fue una artista del desacato) sino más bien a la invención de los propios. María Elena Walsh se inventó a sí mismo como creadora y a su poética le confirió un espacio en el seno de la sociedad que esta última desconocía en una artista. Walsh, en palabra del crítico inglés Raymond Williams, tradujo su trayectoria poética bajo la “invención de una tradición”. Y su acto de presencia en la esfera pública se manifestó en toda causa de liberación y libertad además de en todo su altísimo voltaje transgresor. A lo que se suma su condición de mujer, circunstancia que la volvió un referente nítido sin lugar a dudas de naturaleza insoslayable en el campo de los derechos por la liberación de la causa feminista. Si bien nunca se pronunció de modo programático acerca de ese movimiento. Hay, sí, en su poética una mirada activa y antimachista clarísima y un llamado a la mujer a no incurrir en la sumisión ni en dejarse amedrentar por el macho. Tampoco por los hipócritas que dicen una cosas y  hacen otra. María Elena Walsh estuvo  muy atenta a la autenticidad de las personas. A que fueran sí mismas sin prestar atención a censuras. De allí que saliera al cruce de todas las ideologías contra la libertad social. Y de allí que condenara toda clase o grupo social que fuera partidaria de la inautenticidad, de no ser quien se es, de no admitir a una persona realizarse en su esencia, de impedirle a una mujer su voluntad de elección. Incluso de emanciparse del matrimonio como un destino. Sabemos que hay un epistolario con Victoria Ocampo, hay un poema a Evita, hay una visita a una de las feministas más conspicuas de Inglaterra, Virginia Woolf, al que hace referencia en un artículo. Intervino con valentía y sin retrocesos en distintos campos permanentemente innovando pese a las resistencias que debió afrontar, los choques con los grupos más conservadores y las posiciones que pretendían seducir con promesas de belleza y de estética pero que en verdad eran pura frivolidad. María Elena Walsh se dijo partidaria más de las casas de sus amigos bohemios que de las reuniones en las grandes mansiones patricias a las que era invitada por la intelectualidad potentada perteneciente a la alta burguesía. Su lugar era otro. Su causa era otra. Ella sentía el llamado de crear de la nada una nueva versión del arte que fuera emisario de la condición humana ideológicamente menos cautiva de las apariencias. De las miradas que prejuzgan en lugar de servirse del pensamiento crítico.

     Su presencia como compositora e intérprete, así como la de recopiladora de la tradición musical folklórica del Noroeste, sobre las tablas naturalmente, hacen de ella una persona que sí o sí debía someterse a la exposición por su trabajo. Lo que no supone que al bajar del escenario María Elena Walsh estuviera dispuesta a moverse en ámbitos que fueran ajenos a su intimidad, que se dejaran guiar por las apariencias. Ella era mujer de dirigirse con sus creaciones a la esencia de las cosas, no a todo lo que de modo naturalizado hacía que la realidad social fuera de un modo inaceptable por injusto, insultante, agraviante hacia el semejante. María Elena Walsh asalta y pulveriza a las ideologías que están más a la retaguardia de una sociedad. Su universo creativo es el de alguien de un humanismo y una capacidad de trabajo, de una ductilidad, de una plasticidad, de un dinamismo que precisamente eso viene a traer a Argentina. Es un agente dinámico de cambio de una sociedad que no veía con buenos ojos ni la liberación de la mujer ni tampoco que los niños pensaran por sí mismos más de la cuenta ni que las jovencitas hicieran su vida. Walsh pone el acento tanto en sus poemarios como en sus cancioneros en la necesidad de ser uno mismo. De dejar de ser lo que otros espera que seamos.

     Fue así como se rodeó de un círculo de personas elegidas criteriosamente. Con sentido de apertura. Guiadas por sistema de ideas abiertos. Personas que repudiaban la represión en todas sus formas. Personas que abrazaban la causa de la libertad de ser, pensar,  actuar y amar.

      Jamás se prestó a la exhibición o el exhibicionismo. Fue una personalidad sobria. Y si bien se pronunció públicamente acerca de varios temas relevantes en lo relativo a la política, el arte o la sociedad lo hizo con prudencia, palabras medidas, calmas (si bien siempre fueron elocuentes) y a los solos efectos de preservar en todo momento la libertad de expresión y de tanto vital como verbal en lo relativo a sus conciudadanos como a su scolegas. Muy en particular cuando esa libertad se vio comprometida. Pero a esta altura, luego de haberla leído, haberla escuchado, haberla visto actuar y desempeñarse, de una trayectoria que la volvió invicta por la cantidad de Premios recibidos, no caben dudas que pasó de la prédica al acto (e incluso al activismo), sin renunciar jamás a su condición de mujer libre.

     En su artículo “Desventuras en país-jardín-de-infantes” desenmascara con énfasis al tiemmpo que denuncia la figura del censor (como lo adelanté) en un país que a su juicio no había crecido ni madurado. ¿Podemos que en 2022 lo ha hecho? Hago un paréntesis a mi abordaje del corpus de Walsh y tomo trazo algunas notas al pasar. El capítulo DDHH está en clara avanzada en Argentina. Si bien sabemos que siempre en ese terreno hay siempre mucho por hacer. ¿Qué sucede con la situación de la mujer? Walsh adelantó mucho de lo que ahora se está viviendo como conquistas porque con su prédica fueron posibles gran cantidad de conquistas. Y en el campo de la relación entre poética y libertad el universo de las relaciones sociales se ha visto claramente modificado en el sentido de que gracias al impacto de los mensajes sociales en el orden de lo real buena parte de la inautenticidad ha sido puesta al día. Quienes más ampliamente ignoran lo más trascedente del arte y lo degradan a juicio moral o, peor aún, mensaje tergiversado, la poética de Walsh les sustrae esa cuota escolar para recuperar para la poética a la literatura por fuera de cualquier forma de dogmatismo, de juicio unívoco, de adoctrinamiento, de afán aprendizaje que no tenga que ver con el vuelo que tiende a la belleza o a principios de axiológicamente connotados en directa relación con la emancipación.  Walsh pulveriza el prejuicio. Neutraliza la parálisis de credulidad de las personas más ignorantes, siendo en buena medida de los casos las más potentadas y asistiendo a Universidades de lujo. María Elena Walsh no tolera el control sobre las consciencias y contribuye a edificar una sociedad más justa, con más realización, con más  liberación, con más sinceridad y franqueza.

     María Elena Walsh deja en claro que no se debe juzgar a la literatura como a un discurso social como el de los diarios. El territorio de la ficción es el territorio de lo verosímil o de lo inverosímil, no de lo verdadero o lo falso. La ficción es un juego al que se juega sin pronunciaciamientos de jueces o de evaluadores. Esto es: no conviene confundir la esfera de lo real con la esfera de lo ficcional. Confusión a la que suelen tender los sistemas de control ideológico porque ven fantasmas en todas partes, por un lado. Por el otro, porque son profundamente ignorantes, además de poco preparados y cultivados. Y regresamos a la cultura de la frivolidad. Se se finge lo que no se es en la esfera social. Y ella lo pone de manifiesta en la ficción porque sus personajes tienen tal vuelo poético que se aprecia en ellos el valor de la valentía y el coraje. Hay en el frívolo escaso discernimiento. Lo que sucede es que también desde una posición de poder procede a la exclusión, al daño, a la persecución, a la inferiorización, a la denegación de la integridad, a un ataque a la ética del sujeto íntegro. Este punto resulta crucial en Walsh. La relación entre esencia y apariencia.

     Hubo en María Walsh una vocación temprana, precoz agregaría yo, por el hallazgo de la vocación pese a cualquier obstáculo. Se propuso a brazo  partido que nada la detendría ni la desacreditaría en su camino hacia la posibilidad de ser quien aspiraba a ser (alguien que creaba, alguien que brindaba lo que podía crear a otros, alguien que estudiaba y se formaba) y a mi juicio lo logró dando una dura batalla que la vuelve un caso digno de ser elogiado por donde se lo mire. En especial siendo una mujer por la época en que nació y se desarrolló su vida. Lo alcanzo´todo con talento, pero también a costa de mucho trabajo, de moverse socialmente a contracorriente, corriendo aventuras, pero sin renegar de sus principios. Sabía lo que quería y se sirvió de “las tretas del débil” (en palabras de la crítica Josefina Ludmer referidas a Sor Juana Inés de la Cruz) para hacerlo. También de una acción arrolladora. Hubo mucha producción en su vida. No hubo pereza. No hubo pérdida de tiempo. Ella al tiempo lo potenciaba con afán constructivo. Y como había, como dije, dado con su vocación, trabaja con placer. Lo que permite que el trabajo no solo gratifique sino sea ejercido en las mejores condiciones. Así sea en una casa pequeña entre cuatro paredes. Su talento descomunal que se tradujo en una obra incomparable que lo arrasó todo. Hubo también apetito por el saber, afán por el conocimiento porque ella sabía que una persona que estudia es una persona que es ante todo libre. Y que una persona que lee es una mentalidad capaz de afrontar y desarmar los argumentos más prepotentes pero también más endebles. Todos los grandes de la geografía iberoamericana han cantado sus canciones, de Joan Manuel Serrat a Mercedes Sosa, de Pedro Aznar a Ana Belén, de Julia Zenko (quien le consagró un álbum) a Juan Carlos Baglietto, de Sandra Mihanovich hasta Víctor Heredia. Algunas de esas canciones son emblemáticas y abrigaron en tiempos de fría oscuridad a muchas personas que se refugiaron en ellas porque se sentían a al intemperie. Y su música fue la hoguera que alumbró y calentó, que encendió la llama de la rebelión en el silencio de una casa que debía escuchar esas canciones sin hacer ruido.

    Fue la inspiración y la maestra (como dije), de generaciones de escritores y escritoras posteriores de literatura infantil y juvenil que percibieron en ella no solo su magisterio, sino a alguien cuyas propuestas eran literariamente de excelencia y una alternativa providencial a la literatura que habían leído hasta el momento pero que no querían ni repetir ni les servía. Este nuevo aluvión de autores y autoras que vino detrás de ella, que se alimentó de su obra, llegó para proseguir un camino ya tallado. Hacía falta perfeccionarlo. Ella hizo nacer lo que para todos era inconcebible que una mujer realizara. Es cierto que existen  precursores y precursoras extranjeros y extranjeras. Eso nadie puede negarlo. Pero todo autor o autora argentino se inscribe en primer lugar en una tradición nacional. Y ese territorio fue una mapa cuyos bordes y cuyos límites fueron señaladamente definidos por María Elena Walsh. Si bien se nutrió de fuentes extranjeras, como dije, su literatura tiene un sabor inconfundiblemente argentino, por un lado, no solo ligado a su lenguaje poético. Sino a una idiosincrasia que la sitúa en el campo literario argentino en un espacio creativo fundante  por dentro de un sistema en el cual no se conocían precursoras  (mujeres) de semejante caudal.

     Esto fue lo que sucedió con los nuevos autores y autoras: una literatura que jamás habían leído antes y querían comenzar a escribir. Por supuesto cada cual a su manera. Este fue el punto. Ya era hora de una vuelta de tuerca en la literatura infantil y juvenil. El momento había llegado de la mano de María Elena Walsh. Junto con sus canciones que hacían tándem. Pero me atrevería a decir que quienes escribimos para adultos también nos hemos alimentado (o al  menos en mi caso así ha ocurrido) de una herencia tan sugestiva como plástica. Porque reducir a María Elena Walsh a la categoría de mera Musa Infantil sería degradar a una figura cuya sensibilidad de modo incuestionable literalmente puso patas arriba a la cultura argentina, la dio vuelta como un guante, no solo en el plano de la literatura infantil, sino también como totalidad a la cual se asistió como figura pública que venía con cada nueva iniciativa a abrir nuevos caminos: su literatura para adultos (más tardíamente en narrativa), la poesía par adultos (temprana), la canción popular, el teatro, el resto de las manifestaciones culturales y que, mediante un énfasis en una determinada ideología artística y una nueva política de la representación, fue una precursora de la igualdad de género, la lucha gremial, el pensamiento (porque escribió también influyentes artículos, columnas de opinión y ensayos, como dije, en particular en circunstancias coyunturales), entre muchos otros campos de naturaleza inagotable. Leí hace dos años su biografía en edición aumentada del escritor e investigador argentino Sergio Pujol y me informé allí de su capacidad visionaria, de su sinceridad, de su coraje frente a la enfermedad que debió afrontar hacia el final de sus días (murió de cáncer). Lo hizo sin vacilaciones y con entereza. Y si bien hubo desdichas en la vida de María Elena Walsh, no hay una gota de desencant0o sin embargo en su obra. Destila más bien un temperamento festivo, optimista, dichoso y pleno de humor y risa. De afán lúdico y de transparencia. De modales y de lo que ella llamó “el buen modo”, como titula una de sus canciones.

     Juan Ramón Jiménez (a quien ella dejó de idealizar rápidamente) descubrió su talento tan precoz y  prácticamente la becó para que residiera en su casa de EE.UU., en Maryland.  María Elena Walsh se radicó allí durante una temporada. La necesaria para conocer la triste modernidad capitalista estadounidense: un país desarrollado en lo económico pero conservador en las ideas y las costumbres, segregacionista, racista e imperialista. Permaneció allí  hasta que el desencanto pudo más con ella. Y estimo que la nostalgia. Arribó a la conclusión de que no era su lugar en el mundo: estaba llamada a ejercer una dimensión en el orden de la invención vinculada a otra clase de posibilidades que la distinguieron de modo sobresaliente de inmediato. En primer lugar se ocupó de los olvidados y postergados: la infancia argentina. Este me parece un punto a destacar en María Elena Walsh. Porque en primer lugar le otorga al público infantil un lugar de jerarquía y de respeto que nadie antes le había dispensado (o muy pocos) con ese énfasis. Y hasta le había sido denegado. Les regaló canciones y les regaló cuentos y poemas, algunos de los cuales recopiló. Tradujo y realizó versiones libres del inglés. Adaptó del francés. Y realizó, como es sabido, todo un intensísimo trabajo, mucho antes, de recopilación del cancionero folklórico del Noroeste argentino junto a Leda Valladares, una de las primeras graduadas en Filosofía por la Universidad Nacional de Tucumán pero que interpretaba la caja y era musicóloga.

     Los cuentos y poemas de María Elena Walsh cruzan el disparate, el humor, el nonsense, lo lúdico, lo inesperado, la desventura, el juego de palabras, la mezcla de poesía con música, la ruptura en lo formal, la oralidad más desatada con el código escrito, la recuperación de la cultura tradicional argentina en diálogo con la cosmopolita. Juega con la dimensión significante y fónica de las palabras (lo que trae aparejado un desajuste en los significados, que literalmente “pierden el juicio”, se “salen de quicio”). Esta intervención saludable sobre el lenguaje altera así los significados sociales apostando a un planteo estético que subvierte la lógica habitual del signo: significante, significado y referente, en términos de Ferdinand de Saussure. La distorsión en el manejo de los significantes es productora de significados y figuras retóricas que son disruptivas del orden social. El hecho de haberse consagrado a la canción propular muy probablemente haya sido el motivo por el cual lo musical regresara una y otra vez y sea persistente en su narrativa, desatando el juego con los sonidos en el seno de la escritura, pero sobre todo en su lírica. Escribió una novela infantil, Dailan Kifki, (1966), muchos cuentos, poemas y recopiló composiciones populares, una adaptación de un cuento de George Sand, La nube traicionera (1990). Y dos novelas para adultos, Novios de antaño (1990) y Fantasmas en el parque (2008). También compiló una antología de poemas, A la madre (1996), sobre esa figura entrañable, sobre todo para los más pequeños.  

     Por supuesto conocedora de todas las grandes personalidades de Buenos Aires (evocaba el primer encuentro con Borges reunidos para tomar un té en una confitería del centro de Bs. As.), María Elena Walsh desarrolló devastadoramente contra el sentido de mediocridad, contra las notas más conservadoras de la sociedad, contra el sistema de creencias que hacían de lo vincular en las personas un trato no entre semejantes sino relaciones de agresión o vasallaje. Su actividad creadora de modo arrebatador se jugó en muchos frentes y en todos ellos innovó y provocó conmoción. Y a mi juicio mayor mérito debería atribuírsele a estos logros en tanto y en cuanto lo hizo en el marco de una sociedad que se supo manifestar por entonces hostil a mujeres profesionalizadas en trabajos no convencionales que por añadidura destacaran de modo descollante, como fue su caso. No obstante, esa sociedad aceptó con consenso  gozoso el éxito de sus iniciativas. Se plegó a sus propuestas. La aplaudió de pie. Y los emprendimientos de María Elena Walsh siempre fueron bienvenidos, teniendo una amplia repercusión entre el público argentino de ambos sexos y también parte del extranjero. En todos los casos con muy buena reputación.  

       Merece que reflexione acerca de esta doble circunstancia de ser mujer, de habitar un universo donde, en palabras de Pierre Bourdieu, existe “la dominación masculina” pero sin embargo una mujer de naturaleza transgresora adquiere notoriedad. Sin la explicación de su radical originalidad y sus dotes sin par no cabe otra explicación. Su inmensa capacidad de trabajo, su incesante labor, su vocación por el hacer lo que era, le permitieron ser una consagrada. Sus trabajos cautivaron tanto como resultaron para los padres aptos para alimentar la imaginación de sus hijos e hijas de modo novedoso. Las propuestas resultan atractivas para ambos: adultos y niños, que ven en esta mujer una nueva figura que entretenía de modo espectacular, inteligente e inventivo.

     Fue una mujer fundamentalmente disidente al sistema, opositora de ideologías  reaccionas, a todas las resistentes al progresismo campo de las ideas y de las prácticas sociales a la vanguardia. Ella vivió a la avanzada. Ella fue la avanzada. Toda ella empapaba de libertad. Fue refractaria y condenó toda forma de la tontería, la altanería, la prepotencia, la bravuconería, el patoterismo o la cultura del miedo. No condescendió a degradar su escritura ni sus dotes como intérprete o compositora en trabajos de ocasión bien pagos en momento alguno. No fue una autora comercial u oportunista con el mercado. Pero sí, con palabras vulgares, podría decir que fue una triunfadora.

     En lo relativo a la poesía para adultos tuvo una gran capacidad para el soneto y cultivó la elegía. Fue una exponente de la generación del ’40, una suerte de neorromanticismo que alimentó la producción poética nacional con temas previamente conocidos y otros nuevos. Su tan citado poema sobre Eva Perón, de quien doy por descontado valoraba muy en particular la posibilidad del acceso al voto femenino por parte de una población tan amplia cuantitativa y socialmente hablando, además de relevante como paso previo a nuevas reinvindicaciones, es una prueba más de su sentido de justicia.  Una conquista sin par, que significó una adhesión a las causas por la emancipación de la mujer también desde esta perspectiva  plasmada en un poema que fue un testimonio más, entre todos los otros, de a qué principios adhería.

    Se proyectó hacia el extranjero no solo como viajera cultural desde la poesía en sus comienzos, sino durante la etapa en que se radicó con Leda Valladares en París con el dúo “Leda y María” interpretando canciones del citado folklore popular del Noroeste argentino. De allí, estimo, data su fascinación por la canción popular francesa, que sería incuestionablemente uno de los componentes que, con sus matices, desembocarían junto a varias tantas otras vertientes en su propia estética musical bajo la forma de una condensación y una síntesis. Si bien no soy crítico musical ni musicólogo sí soy capaz de advertir letras poderosas, que no son una simple compañía para melodías compuestas con acierto o de carácter protagónico sino que siempre las canciones de María Elena Walsh no solo “suenan” de una determinada manera sino “dicen” cosas importantes. Tienen contenido. Este rasgo me parece digno de ser indicado con énfasis. Como si la música fuera otra ocasión más para ejercer la lírica sin pedagogías pero sí con ideas. Y con ideas claras. Para el avance social. Diera la impresión, también, de ser una gran intuitiva, pese a no haber recibido una formación formal sistemática pero aun así, mediante la adquisición de saberes como autodidacta y naturalmente sus dotes, realizó aportes fundamentales en todos los campos arriba señalados. Fue una notable virtuosa en el campo musical. Su cancionero, de cual dispongo bajo la forma de libro, puede ser perfectamente leído como un extenso poemario. Esto es: se trata de una letrística que adopta una forma prácticamente poema, respetando ciertos formatos, naturalmente. Una letra con elaboración poética, con significados sociales y personales profundos, de una alta condensación sémica,  plagada de sentidos. Y con una orientación del discurso hacia lo ético y un humanismo de naturaleza perenne.

     Para cerrar esta aproximación conjetural a una figura insoslayable de la cultura argentina, agregaría que el gran aporte de María Elena Walsh lo constituye a mi juicio el de haber vivido sin cobardías en ningún plano de la existencia, que apostó al riesgo creativo, vital, pero al mismo tiempo sin pretender hacer de ello un personalismo carismático. Subvirtió roles atributivamente asignados en la sociedad a la mujer. Tuvo una vida con exigencia hacia los poderes de honestidad, limpieza y transparencia que primero se exigió a sí misma. Y una encendida defensa de toda capacidad de expresión subjetiva. Podría decir, sin temor a equivocarme: una personalidad de la cultura argentina de naturaleza insoslayable e inmarcesible.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.