María Negroni y Eduardo Berti

Multiplicando su labor creativa (no sólo literaria), elaborando impecables traducciones de varios idiomas, ediciones críticas, compilando antologías, administrando (con prudencia) sus intervenciones en medios de circulación masiva, con puestas en escena de una ópera basada en una de sus novelas, con experimentos que cruzan la música con la poética, estos dos argentinos radicados durante largas temporadas en el extranjero (la primera en EE.UU., en NY, el segundo en Francia, en Burdeos, donde aún reside), los escritores argentinos María Negroni y Eduardo Berti proyectan con una potencia a la que pocas veces hemos asistido en Argentina la posibilidad de concebir el acontecimiento literario como parte del concierto del mundo, ya no sólo de una literatura nacional y de hacerlo con una capacidad innovadora sin precedentes. Con una mirada de inusitada apertura, ponen en evidencia también ciertos prejuicios nacionales  (en cuya celada pareciera imposible no caer), que funcionan como obstinados agentes para la aceleración de procesos de modernización sustantiva de nuestro campo literario. De este modo, ambos invitan a concebir las manifestaciones culturales mundiales más deslumbrantes, la una desde el poema, la novelística y el ensayo, o bien libros inclasificables, libros de la erudición y la incertidumbre. El otro desde la imaginación narrativa y el periodismo cultural, pero también desde el mundo virtual, con su blog y su Website, con textos más fugaces pero no menos eficaces. Mediante estas prácticas que menciono realizan una puesta al día de la agenda de la actualidad letrada más palpitante movilizando procesos  de imprescindible atención a mi juicio si concebimos la literatura argentina como un corpus que aspira a integrarse con excelencia en el concierto internacional de las naciones.

   Conocedores tanto de la tradición nacional (o, al menos, del recorte que de ella han hecho según la peculiar afinidad con sus respectivos proyectos creadores, sus poéticas y su formación, quedan testimonios al respecto) han realizado en torno de ella operaciones poéticas, críticas, teóricas o bien editoriales concretas. De incuestionable impacto, por otra parte. A partir de esos aportes no sólo han tomado posición por ciertos principios estéticos (como resulta natural) sino por su inscripción en el seno del campo literario argentino por dentro del cual sus poéticas sin lugar dudas han producido a esta altura impactantes efectos en el radio de su injerencia. Su concepción de la poética tanto como sus modos de leer inciden, en lo real, viniendo a cuestionar el orden establecido así como una cierta forma de circulación de las lecturas literarias en el seno de la cultura literaria argentina. En ambos casos, se trata de poéticas que, en su acepción más crítica y aguda, operan desnaturalizando formas de concebir la literatura tanto como sus políticas de la  representación literaria.    

     Entiendo que Negroni y Berti conciben a la poética como una arena intensa e incesantemente exploratoria en cuyo seno, por lo tanto, se entablan tensiones con varias instituciones y con otros agentes del campo literario y, más atrevería a decir que del intelectual. Es sabido: toda poética supone una política. La suya apuesta a un funcionamiento dinámico tanto como transformador por dentro de la literatura pero no tanto por fuera de sus murallas letradas. Este ejercicio sutil puede concitar el disenso o resultar inaceptable a los ojos de cierta crítica sociológica que aspira a dar cuenta en el seno de las poéticas de la visibilización desde posiciones más explícitas de conflictos político/sociales según los cuales los creadores deberían pronunciarse abiertamente acerca de la agenda política. No obstante, yo no plantearía las cosas en términos tan simplistas.

     Una política en la literatura, una concepción sobre la poética, en términos de una definición, como dije, reenvía inexorablemente a una política, a secas. Así, escribir literatura de un cierto modo (y no de otro) es, entre otras muchas otras cosas, una toma de posición que se puede manifestar incluso con firmeza respecto de así llamado orden de “lo real” y, concretamente, de sus contiendas, contradicciones y confrontaciones político/sociales. Por otra parte, las premisas estéticas siempre conducen a contextos desde múltiples ángulos. En este caso, esas premisas muestran a ambos como escritores que aspiran a correrse del quietismo literario en particular y, por extensión, del inmovilismo social. Son, por el contrario, precisamente, dos grandes inquietos cuyo carácter permanentemente móvil, en el seno de este campo, propio del orden de la innovación, no los vuelve precisamente neutrales a ninguna circunstancia asociada al orden establecido. Muy por el contrario, se establece una posición de diálogo explícito, de permanente dinamismo mediante cuya actividad en tanto que sujetos de la enunciación emiten enunciados que remueven el sentido común. Y emite, por otra parte, mensajes claro. Por más que no lo hagan de manera exasperada. 

     Dentro de este campo de fuerzas en pugna en el que se dirimen combates por la legitimidad de decir, de batallas por ocupar espacios de enunciación en los cuales ciertas voces (no sólo literarias) pretenden hacerse escuchar más que otras, se vuelve imprescindible adoptar puntos de vista. En tal sentido, las voces plurales y polifónicas de los textos de Negroni y Berti, altamente connotativas ambas, altamente productoras de sentidos no lineales, se oponen a discursos unívocos, monológicos (en términos de Bajtín) y autoritarios que tienden a reforzar el statu quo cultural en su acepción más amplia pero también más concentrada en la arena literaria, esto es, el orden de las prácticas de la cultura literaria. Sin permanecer entonces ajenos a la política en sus aristas aparentemente menos nítidas, pero sin duda portadores de una que se abre a múltiples sentidos, ambos desde sus respectivas ideologías literarias proceden a una politización de la escritura. Esta circunstancia feliz no excluye que abiertamente hayan tomado la palabra acerca de acontecimientos de la Historia y sus aristas más polémicas, del lugar de la literatura y de ciertos autores en particular en el seno de la experiencia social, visibilizado zonas tabú, tanto en sus libros como en los medios masivos o en soportes digitales, a los que he tenido acceso o bien, por qué no decirlo, en los autores que ellos mismos han traducido o bien realizado crítica literaria sobre sus corpus.

     Obras, precisamente, sorprendentes y admirables, que invitan de modo desafiante a repensar la relación de modo intenso pero al mismo tiempo no evidente entre poética, ética y política, difícil por momentos, de internarse en ellas, no por herméticas sino por complejas. Así, acuden tanto a recursos, a perfiles como a un nivel de sofisticación en sus dimensiones semasiológicos tanto como constructivas, formales, por momentos con una erudición que podría, en ciertos casos, resultar abrumadora. Ninguno de ambos, no obstante, ha hecho de ello alarde. Son, sencillamente, grandes lectores y no tienen por qué ocultarlo en sus poéticas o en sus intervenciones (quiero decir, ello no es alarde ni grandilocuencia, en todo  caso es honestidad) tanto en su poética como en sus apariciones mediáticas. En tal sentido, realizan operaciones de revisión de la tradición literaria argentina y, de modo quizás más “insolente”, de la internacional, circunstancia que, una vez más, ratifica el carácter politizado de sus operaciones. Cuestionando el canon nacional e internacional de las naciones centrales (o de algunas de ellas, por lo menos), ese atrevimiento se vuelve rebelión. Pero también una impertinencia para los extranjeros que pueden asistir a ello como un gesto intrusivo, invasivo o acaso fuera de lugar por parte de dos argentinos (o latinoamericanos, como seguramente suelen catalogarlos) por fuera de sus fronteras pero, al mismo tiempo, sumergidos en sus respectivas culturas literarias, por dentro de cuyas fronteras nacionales también siguen actuando de modo fecundo.        

     Se trata de poéticas que, en un punto, ponen el acento en cuestionar el sistema literario, en sacudirlo de su modorra (como en parte ya lo adelanté), porque también hacen circular lecturas de autores extranjeros escasamente difundidos o cartografiados incluso por la crítica especializada, cuando no desconocidos por completo en nuestro panorama nacional. Se apoderan entonces de un capital simbólico extranjero y, traduciéndolo, escribiendo sobre él y reescribiéndolo, editándolo, ello define un contorno de sus poéticas, hacen circular lecturas acerca de ese legado rico y transformador. No piden permisos para apoderase de las literaturas que consideran patrimonio del mundo (y, por lo tanto, también propio) pero, siempre, desde la singularidad de una mirada nacional (y de una lengua nacional, este es el punto) publicando en excelentes sellos argentinos pero también españoles, hispanohablantes en América Latina o bien de otras patrias en traducciones cada vez más profusas o ediciones bilingües de buena parte de su obra. Por otra parte, en ambos el manejo de los idiomas y su polilingüismo constituye una llave maestra para ingresar en circuitos letrados de otras naciones y, por lo tanto, de otras tradiciones y modos de leer. Me parece interesante este punto. Porque para los escritores que estamos cautivos del monolingüismo, la perspectiva es, en un punto, limitante. La posibilidad de moverse entre signos, entre distintos sistemas semióticos también es la garantía de un poder cultural.

     En el caso de Berti, sus operaciones más concretas tienen lugar en el seno del periodismo cultural y antes aún de que en 2014 ingresara al Oulipo (Taller de literatura potencial, en traducción al español, con sede en Francia) su corpus literario estaba integrado por una producción de carácter bastante insular dentro del campo literario argentino. Traducido tempranamente al francés, decide fijar su residencia en ese país. Y más tarde, ya en el seno del Oulipo, inicia una sostenida indagación por senderos sinceramente renovadores que han conducido a una producción y perfección de textos de carácter infrecuente. Desde los iniciales, con formas más “clásicas” (si así se prefiere) hasta los más recientes, se ponen en juego dispositivos creadores inéditos porque el Oulipo, precisamente, tiene por objeto la investigación creativa. Persigue ese objetivo: el de articular restricciones literarias con posibilidades innovadoras. Asimismo, el Oulipo se remonta tanto a realizar actividades para la construcción de un archivo del pasado de  dichas restricciones en su carácter más productivo como también en una dirección orientada al futuro que incita a promover nuevos desafíos a la hora de  la  producción inédita. Esto es, de una revisión de la cultura en su dimensión simbólica más compleja pero también con una mirada proyectada con miras a la producción literaria, si bien están previstas en esta agrupación cultural otras prácticas. Asimismo, a buscar formas de experimentación entre las ciencias y el discurso literario. De él formaron parte, entre otros, Italo Calvino y George Perec, por citar dos ejemplos paradigmáticos.

    Probablemente tras los pasos de una figura faro nacional en lo que a cosmopolitismo y radical originalidad se refiere (aludo a Borges, en ambos casos, pero puntualmente a la poeta Alejandra Pizarnik en el de Negroni), estos dos argentinos, cada uno en su particularidad, revisten a mi juicio dos posiciones paradigmáticas frente al oficio de escribir que adoptan flexiones no similares pero sí afines y, en un punto, si se me permite la hipótesis, confluyentes, en el desarrollo y el territorio de sus poéticas.

     Más ligada a las prácticas académicas tanto por sus comienzos (con una tesis doctoral por la Universidad de Columbia, EE.UU., sobre Pizarnik), por sus concretos abordajes del fenómeno literario, asistencias a congresos y eventos científicos, dictado de clases y seminarios. Su dirección de la Maestría en Escritura Creativa de la Universidad de Tres de Febrero, Negroni articula prácticas profesionales universitarias con actividad creativa. Pero siempre administra dicha pertenencia con prudencia, con mesura y hasta cierta distancia. Por otro lado, incuestionablemente dichos saberes se introducen implícitamente en sus reflexiones creativas. No puede concebir parte del corpus de María Negroni sin pensar que ha reflexionado en profundidad en torno de muchos temas que, a la vez, en una mente lúcida como la suya, la conduce por contextos de la invención o bien de orden crítico o bien de un tipo de obra que no repite otras, sino que son inéditas (aunque tengan referentes, sin lugar a dudas) y también hay un programa. Si uno escribe un artículo, como yo lo he hecho en más de una ocasión, se percibe ese hilo invisible que articula tradiciones, disidencias, diálogos, rechazos, adhesiones, afinidades. Hay claros indicios de que ello no resulta casual. Sino que es el resultado del pensamiento crítico.

   Más próximo por trayectoria al periodismo cultural con énfasis en trabajos sobre el rock nacional, internacional y la música popular contemporánea o bien la experimental, en el caso de Berti, encuentro zonas de convergencia entre ambos que me hacen pensarlos como casos de escritores devenidos referentes sin por ello constituir celebridades ni figuras de una visibilidad exasperada (si bien a esta altura de sus carreras, con una poética consolidada, ediciones y traducciones, también han adquirido una proyección internacional). Pero tampoco son personalidades estrictamente semejantes. No son espejos. No pueden mirarse el uno en el otro como figuras estrictamente coincidentes. Diría, eso sí, que con un enorme espíritu de experimentación creativa y de ningún grado de repetición. Si estamos atentos a seguir de cerca sus respectivas trayectorias, constituyen dos voces que, en nuestra lengua han construido a esta altura proyectos creadores con trayectorias sólidas, estéticamente coherentes y sin altibajos. Hay un nivel, en ambos, que jamás decae.

     Así, entre la tradición y la renovación (que, como es obvio, son condición necesaria la una de la otra, además de condición de posibilidad), de la música nacional e internacional a su acercamiento al universo literario de la ficción europea más culta (sin desmedro de la nacional), con énfasis en la francesa (Berti) y, en cambio, Negroni, desde  una lectura apoyada sobre todo en la lírica partiendo también de lo argentino en un desplazamiento como un relámpago hacia las proezas del mundo anglosajón (cuestionando su canon, en especial el patriarcal establecido desde las poéticas argentinas por Borges como operador cultural de gran impacto en el campo intelectual argentino e influyente en el panorama mundial). Más tarde, hacia una amplia apertura hacia lo europeo, las vanguardias históricas y, en otros casos, figuras precursoras por su talante poético o musical, por su capacidad visionaria o su excelencia estética, ambos se salen de la trampa de la trampa del nacionalismo y la del confinamiento cultural. La traducción, en ambos casos, reviste no sólo una práctica profesional que ejercen sino la metaforización más ajustada para definir sus poéticas: porque pone en diálogo y contigüidad operaciones concretas de diversa índole (semióticas, estilísticas, idiolectales, sociolectales) y culturas literarias mundiales con la argentina. Tanto María Negroni como Eduardo Berti han demarcado “su zona”. Entre la una y la otra hay puntos de cruce y de contacto.  Se trata de un territorio (semasiológico, formal, de  referencias literarias en el orden de lo intertextual implícito o explícito) en el que ambos proyectos pueden ser juzgados tan compatibles como complementarios, pero que también toman su distancia. Continuadores tanto en el orden de una tradición como fundadores de nuevas, de modo insurreccional, lo que importa es su capacidad inmensa -y por cierto imprevisible-, no sólo de crear, sino de crear atentos a lo que antes se ha creado para no repetir sino para producir nuevas texutalidades, en algunos casos con iniciativas de modo radical. De modo que están muy atentos a las bibliotecas. Y cada uno munido de saberes y de una muy nutrida que evidentemente frecuentan a la hora de escribir. Con un objetivo puesto en un futuro que escapa a fetichismos nacionalistas, a veneraciones chauvinistas, a posiciones conservadoras, a capillas literarias y a la fragilidad de los protagonismos mediáticos.

     Capítulo aparte merece su relación con Borges (que no abordaré en presente artículo sino simplemente me limitaré a indicar). María Negroni opera tomando por asalto las operaciones críticas y poéticas de Borges (desde una posición feminista hasta la recuperación que voces que Borges, conociéndolas, o ignoró o declaró desconocer) y, como una contestación, proponiendo otras en una suerte de contienda que no llega al abiertamente al orden de lo belicoso pero sí a una suerte de polémica encubierta, silenciosa, que es necesario saber leer. Leer la poética de Borges desde la poética de Negroni resulta un ejercicio apasionante que hace rato vengo siguiendo. No resulta tan tenue sin embargo ese litigio. A Negroni no se la escucha ni por escrito ni oralmente polemizar con Borges (salvo escasas excepciones en las cuales se apresura a ser ambigua: no lo condena, pero sí  toma nota de su dimensión “trágica” para el corpus argentino). Sin embargo, realizando operaciones de desestabilización permanente de su figura y sus operaciones poética, críticas y teóricas. Por el contrario, es necesario internarse en su  poética (que es muy vasta y de amplias repercusiones culturales) para, en un ejercicio interpretante, alcanzar la estrategias siempre conscientes de Negroni. En Negroni no hay ingenuidad. Eso está claro. Y menos aún oportunismo. Berti, en cambio, precisamente está situado en la tradición en torno de la que Borges manifestó más reparos: la francesa, si bien valoró a algunos autores de manera clara e insular. Es de todos conocida su adhesión al universo anglosajón. Y, simultáneamente, se ha interesado en fenómenos contraculturales y no estrictamente literarios como el rock (lo que para Borges resultaría para con Berti estimo que una escasa manera de vinculación de las prácticas culturales poéticas) y, simultáneamente, su ingreso al Oulipo, en un cruce saludable entre literatura y ciencias exactas le permiten dibujar algunas zonas cruciales de contacto con Borges (que admiró las matemáticas, según lo comprueban declaraciones y ciertas estructuras compositivas de sus ficciones) pero según sus propios términos. Ambos toman de Borges, “la lección del maestro”, disipan influencias perturbadoras porque hay una revulsión contra un eventual despotismo e inauguran un sendero nuevo. El de dos vanguardias literarias.    

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Se graduó como Profesor y Licenciado en Letras en 2005. Y se doctora en 2014 como Dr.en Letras, todos grados y posgrados en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP, Argentina). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 edita su libro “Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas”, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, “Melancolía” (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía “Reloj de arena (variaciones sobre el silencio)”. Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos obtenidos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Escribió un cortometrabaje que permanece inédito. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores y autoras de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Se vio beneficiado con premios y distinciones internacionales y nacionales. Se formó en los talleres de escritura creativa ejercida por María Negroni, Leopoldo Brizuela, Gabriel Báñez (de quien se siente discipulo sobresaliente) y, el más reciente, en Buenos Aires, con Susana Szuarc.