De verdad siempre se tiene la ilusión de ser la desesperación de los algoritmos, de la central de inteligencia de los/las streamings. De generarles un dolor de cabeza a la hora de recomendar: ¿quién es esta cabezona que ve el documental más exquisito y luego el gore más asqueroso? ¿De dónde la afinidad entre El Ministerio del tiempo y Modern Family? ¿Cómo explicarle al sr. Netflix, a Héctor Bermúdez Olmedo, a cualquiera de esos nuevos canales de televisión con los que nos atiborramos de golosinas, y que nos permiten ver hoy lo que daban sólo los jueves a las 21.30, que somos caprichosos, que no encajamos así nomás en sus moldes? Nada de lo que sigue se debe a la AI.
No estamos hoy con la literatura, nada de páginas, citas y ediciones. Hoy vamos a contar qué nos pasó viendo tele. Y cómo este fenómeno que llamo “contigüidad” y venía aplicando a las lecturas, me espera a la vuelta de la imagen, del visionado, y la espectadora que soy empieza su rumia de analogías, contrastes y paradojas. No para zanjar cuestiones, no estamos para agarrar una pala, no para plantar banderas, las banderas nos provocan escozor y somos más bien del partido neutro, liderado por don Roland Barthes, que escuchando esto ha salido en fuga por una ventana.
Empirismo trivial del discurso. Como el sujeto que escribe siente la arrogancia estatutaria de la lengua-discurso se ve tentado a relativizar sus frases de modo codificado: es la “precaución retórica”: “en mi humilde opinión, “me parece”, “por mi parte”, “creo que…”. Por supuesto, y lo comprendí rápidamente esto no cambia nada de nada: la aserción, la arrogancia permanece entera, porque la precaución sólo satisface al sujeto que habla, que soporta mejor su imagen si le suaviza la “soberbia” (eso depende evidentemente de su moral, de su educación, de su neurosis) En efecto, la escritura es fundamentalmente asertiva, más vale aceptarlo estoicamente “trágicamente”, decir, escribir y callar sobre la herida de la afirmación. (Le Neutre p76)
Es el azar, probablemente el que me llevó a leer El colgajo, cuando terminaba Una semana de vacaciones y leía una reseña del libro de Maggie Nelson El Arte de la Crueldad, lo encargaba y lo leía para organizarme un seminario privado que hace poco compartí por estos sitios. Pero no puedo menos que observar la junta de experiencias que empiezan a converger en sinergia de ideas, de conclusiones, de interesantes caminos que nos cuestionan y nos señalan, con suavidad, quiénes somos, y cuál es la pregunta que nos sale al encuentro hoy.
Aclaro que tomo, sin ningún empacho, la lectura de la teve, como una lectura, sin más. Los textos iconoverbales que fueron invadiendo nuestra eidosfera hace ya unas décadas, nutren nuestra experiencia, emotiva y estética, sin que sea necesario jugarlo todo al Martín Pescador y forcejear a ver quién se cae al suelo de forma más risible.
Hace poco tropecé en Facebook con una oferta de la que inmediatamente sospeché: TV5mondeplus, oferta gratis de streaming a un solo clic. Maravilloso y sin complicaciones, contenidos canadienses, francófonos, a veces con subtitulado en español, a veces no. Nada es perfecto, pero si nos obligan a abrir las orejas verificaremos que los canadienses son amables y no se tragan la mitad de las palabras como en los films netamente franceses. Claro que la lengua que hablan es un franglish con tonada pero nos tiene alertas y es muy simpático. Hay una sección de cine clásico francés, un par de episodios policiales de Maigret, pero vamos en busca de series, series, series, nuestra adicción más inofensiva-
Y ahí está Les Simones, Las Simones, ¿de Beauvoir acaso? Sí, son tres: Maxime, Laurence y Nikki, las tres en sus treinta, el primer trío del título, valga el trabalenguas. Son capítulos de veinte minutos y la trama empieza con Maxime huyendo de su novio, que tomó todas las decisiones de ambos por adelantado: casa, boda, fiesta. Se va de Québec, de su dulce familia siniestra, de su enamorado, pero sin una idea exacta de lo que quiere. Apenas de lo que no quiere, y tampoco es muy exacta su idea, ya que después de una aventura a la salida de un bar, cambia sexo con su ex porque él le ha traído a Montreal, desde Quebec, todos sus trastos al departamento que alquiló para empezar una nueva vida. Y descubre inmediatamente que abajo vive un lindo plomero. Intercambian bromas sobre las clases sociales y ahí está, casi siendo novia de nuevo. Porque la invasión masculina, dulce y demandante, es un hecho, y contra los hechos… Es en ese bar mencionado que la trama se pone al día, que las tres, después de un período de secreto y reserva vuelcan sus penas y se encuentran en un consuelo de amigas. Precisamente quien atiende es Nikki, prostituta vip, hija de intelectuales y pintora, inasible, alérgica a todo lo que sea sentimiento después un amor fallido con un casado mayor que la aleja por su bien. Ella es la herida, la cínica, que pasará por sometimientos crueles hasta encontrar su camino. Y Laurence, presentadora de tv local, en ascenso despiadado, novia de rocker (esto es cornuda, manipulada pero dependiente sin remedio, con intento de suicidio incluido) y con trastornos alimentarios, para más datos. Y padres devotos admiradores del éxito y fama de la hija, algo patéticos pero amorosos. Estos integran el elenco de los viejos, cuyas historias son también desplegadas en abanico de conflictos y perfiles: los abandónicos de Nikki, los en crisis depresiva de Maxime, los exitistas de Laurence. Todos defendiendo el derecho a la felicidad tanto como sus hijas.
Pero son las Simone, y no hay Jean Paul por acá. Los caracteres masculinos son interesantes, casi hay que prestarles más atención que a ellas. Un cuñado supertradicional con fantasías ídem que no se atreve a los riesgos emocionales pero sí, el rocker estereotipado, que engaña y manipula con crueldad, pero ¿ama?, el perfecto que asfixia, el jefe que oculta, el divorciado con hijos, el amante generoso que la cede a un amigo para no encariñarse (ajjj), el galerista devoto que tiene toda la paciencia del mundo para lograr que ella se deje amar. Es una serie de teve.
Hay un aborto, secreto, obstáculo para la carrera y con el peor padre, todo en la limpia Canadá, pero con su carga.
Sin duda estamos acostumbrados a que en el amor el hombre se sienta atrapado y se convierta en un depredador que rehúye el compromiso en favor de la experiencia breve y múltiple. Aquí la cosa se invierte y es ella la que percibe la tela de araña del amor romántico, el terreno que cede si el otro accede al compromiso y que es ella quien cede más, no sólo por una libertad sexual que está lejos de ser equitativa sino en carrera, vocación, intimidad, real gana y demás. La pregunta es ¿por qué dudo si él es perfecto? La palabra clave es “perfecto”.
Y aquí vamos con el segundo trío, ahí nomás en el simplote Netflix: The bold type, (una fuente de gráfica, una especie de “negrita”, de letra gorda, plena, cargada). No traducen el título y está bien, le pondrían “Tres amigas”, o algo así. Es que se trata de una redacción periodística, las deslumbrantes oficinas de Scarlet el magazine femenino estadounidense que alude a Cosmopolitan, planteado hoy. En una Nueva York también deslumbrante. Para no repetir adjetivo digamos que el vestuario es magnífico, ya que se trata de una revista de moda, estilismo y esas cosas que está queriendo proyectarse con más audacia en la problemática femenina. Estas Simones son bellísimas, pero vale ver más allá de la fiesta visual a la que no pertenecemos ni perteneceremos nunca.
Una, Jane, quiere ser columnista, escritora de artículos, hacerse un nombre. Otra es provinciana, de lo que llaman la América profunda, muy bella, apenas asistente de una periodista mayor. Su meta es ser estilista. La tercera es mestiza, hija de intelectuales, experta en redes. Se conocen allí, cuando buscan refugio en el cuarto de vestir, una amplia habitación con percheros atiborrados de prendas espectaculares para las producciones fotográficas. Las presiones son enormes, los lugares disputados con denuedo. Los comienzos. Hasta aquí una comedia de compinches con enredos y situaciones. Pero los perfiles se adensan: Jane, cuya madre murió de cáncer de mama cuando era muy chica, se hace el análisis para saber si heredó el gen maligno. Las dudas, las actitudes, el trance que todas conocemos más o menos, es duro. Y más si nuestro seguro médico –el de la corporación que la emplea- no cubre los gastos. Y debe decidir, una vez avanzada en el diagnóstico, si debe o no hacer la ablación completa. Y allí la vemos, acompañada por ellas (no por su pareja entonces, un periodista de temas masculinos, del mismo edificio, escritor de novelas y poco fiel), pasar por semejante operación y adaptarse a los implantes. Que yo sepa es la primera vez que se ficcionaliza esto (después de la noticia de Angelina Jolie, claro).
Y con ello debe escribir su columna. Y otras sobre el no-orgasmo en primera persona, sobre un jefe acosador en el pasado de su jefa, sobre una fotógrafa sádica con sus modelos, sobre la mutación BRCA y la necesidad de congelar óvulos por la incertidumbre sobre su fertilidad, sobre la negativa de los patrones a promocionar vibradores cool cuando hacen sin problemas publicidad sobre el viagra y así. Se asoma a la religiosidad cuando conoce a un pediatra pobre, altruista y muy luchador, pero con planes de familia y todo lo demás.
Un poco como Sutton, la asistente ascendida a estilista que se enamora de un abogado de “arriba” y es citada por personal para analizar cómo se desarrolla esa relación entre varón superior y chica inferior y deben especificar cómo se da eso en el interior del establecimiento. Sutton accede a casarse con este hombre perfecto y su futura suegra, de clase alta, empieza a programar. Ya sabemos cómo se programa una boda en la ficción audiovisual. Personalmente nunca vi nada de eso, pero Sutton se ve envuelta y ajena a su propia boda. Y ajena a su embarazo, que la saca de su exigente trabajo en la redacción. Sufre un aborto espontáneo y cuando su marido le propone intentarlo inmediatamente, ella lo deja, deja su piso deslumbrante y su esfuerzo por tener todo. Ya se sabe que es imposible.
Y nos queda Kat, la de redes, que ante una fotógrafa inmigrante árabe de gran talento, descubre que es lesbiana. Se interna en el mundo gay, ayuda a Adena con los problemas de residencia legal y sus dudas frente a un compromiso y se anima a participar en política, en la elección de concejal para su distrito, en la ciudad. Descubre que el otro candidato es partidario de las terapias de reeducación para homosexuales, un resabio de las viejas prácticas manicomiales para “enderezar la enfermedad de género”.
Ya paseamos por los personajes masculinos pero habría que agregar a Alex, redactor hétero que inaugura un on line con las lectoras, sobre vínculos y se ve en figurillas para no salirse de la corrección. Se interpela a sí mismo por una vieja historia en la que supuestamente presionó a su compañera para tener sexo cuando un no es un no. Los ancianos ejecutivos de la empresa que ceden ante la modernización siempre y cuando les dé ganancia pero no entienden demasiado de qué va. Los novios de Jane: el divertido y el fiel, que le ofrecen poco al lado de lo que le significa escribir y publicar con su firma. Los padres, aquí también un muestrario de los senior del baby boom
Historias de clase media, de primeros mundos, de mujeres que son, más que otra cosa, idealizaciones de lo femenino hoy: abusadas pero denunciantes, recatadas pero en busca del placer, deudoras de lo que Luce Irigaray llama “mascarada” pero gozadoras de las chucherías a sabiendas de que el meollo es otro, desencantadas con el amor romántico de Bridget o Carrie, vigilándose a sí mismas sobre lo correcto, lo libre, lo justo. Heroínas, claro. Queda para nosotras tomar de esta educación sentimental que nos bajan del norte las ideas que nos sirvan aquí y ahora, a nuestro ser mujer.
Después de todo sólo son series de tevé.
Les Simones: 3 temporadas 39 episodios director Ricardo Trogi, escrita por Kim Levesque y Louis Morissette emitida por TV5 monde plus 2017-2019.
The Bold Type: 5 temporadas creada por Sarah Watson emitida por Netflix 2017-2019.