Mirar a los muertos: fotografías sobre la violencia durante la Revolución mexicanaEntre el mundo de imágenes que hablan sobre la violencia, la siguiente postal tomada en marzo de 1912, en el contexto del levantamiento armado de Justo Tirado en Mazatlán, nos cautiva por la presencia en un primer plano de unos niños y una niña, que observan directamente a la muerte. En esta fotografía el punctum[1] se encuentra en la mirada desnuda de esos niños, compasiva ante la muerte. 

26 de marzo de 1917, Mazatlán, Sinaloa. CA. Fotografía (Colección Miguel Tamayo).

A partir de esta imagen nos acercamos a la atracción ejercida por los cuerpos yacientes. Si pudiéramos trazar la historia de la mirada, diríamos que siempre hemos mirado a la muerte y desde la invención de la fotografía, miramos a la muerte en imágenes. Nuestro acercamiento a la muerte es inevitable: miramos cadáveres, nos sentimos atraídos por la violencia ejercida sobre los cuerpos. En Ante el dolor de los demás, Susan Sontag reflexiona sobre nuestra apetencia por vistas de la degradación, el dolor y la mutilación. Para Sontag, “la apetencia por las imágenes que muestran cuerpos dolientes es casi tan viva como el deseo por las que muestran cuerpos desnudos”. Al mirar representaciones de tormentos, o cuando los viandantes se detienen frente a un accidente no se expresa una simple curiosidad, sino “el deseo de ver algo espeluznante”.[2]

De alguna forma, en la imagen del cadáver de la joven Martina Núñez, de 22 años, víctima de los enfrentamientos entre grupos armados y fuerzas federales en Mazatlán, Sinaloa en 1912, nos acercamos a esta apetencia descrita por Sontag. En esta toma el fotógrafo ha elegido un encuadre más cerrado, centrándose en el cuerpo yaciente en una banqueta y los pies de los curiosos a su alrededor. En la composición existe una especie de belleza, de placer estético dado por la mancha de sangre en el pecho de la joven y la sangre que brota de su boca y se escurre hacía su cuello, a causa de la herida de una bala de 2 cm con orificio de entrada arriba de su tetilla derecha y de salida en la cara interna del tórax.[3] A su alrededor aparecen pies masculinos de distintas clases, algunos cubiertos con zapatos lustrosos, otros más desgastados, huaraches y pies descalzos.[4]

26 de Marzo de 1912. CA. Fotografía., Mazatlán, Sin. (Colección Miguel Tamayo).

A través de esta imagen ponemos a prueba los límites entre la piedad y el espectáculo de la muerte. Los pies de los testigos de hace más de un siglo denotan una posible inclinación en uno u otros sentido, rodean a la joven que descansa con los brazos sobre su vientre ensangrentado, al parecer alguien colocó un paño bajo su nuca, nos situamos en un punto medio entre el dolor y el deleite. El lado derecho de la acera está despejado para un espectador más, el fotógrafo que usando la cámara enmarcará la muerte, “todas las fotografías son memento mori. Hacer una fotografía es participar de la mortalidad, vulnerabilidad, mutabilidad de otra persona o cosa”.[5]

Hasta este punto cabe recordar que estas imágenes fueron producidas para un espectador externo al plano fotográfico, el consumidor de la fotografía, para quien “la imagen opera como mediadora en la organización de nuestra experiencia humana”,[6] en este caso, la experiencia ante la muerte. En sus ensayos Sobre la fotografía(1977) y Ante el dolor de los demás, Susan Sontag caló hondo al plantear los dilemas éticos en nuestra experiencia frente a las imágenes del horror, de la violencia y muerte,[7] por lo que es un lugar común el pensar en las mismas como parte de  “el horror anestésico que nos ceba todos los días”.[8]

En última instancia los espectadores finales, ya sean los de las postales en 1912 o las imágenes de prensa en la actualidad, son parte de una misma disyuntiva: el placer o la compasión.

 

Notas al pie

[1] Para Roland Barthes, nuestro interés por una fotografía puede darse por dos elementos posibles: el primero de ellos el studium, que significa la aplicación a una cosa, el gusto por alguien, una suerte de dedicación general, ciertamente afanosa, pero sin agudeza especial; el punctum en contraparte es un pinchazo, una herida, agujerito, pequeña mancha, pequeño corte, y también casualidad, que viene a perturbar el studium. Ante una fotografía nos podemos interesar desde el studium, afanar en ella como testimonio político, histórico o etnográfico; pero el punctum es lo que me lastima, me punza, que viene a mí y me provoca (algunas fotos no provocan nada más allá de su studium). En BARTHES, Roland, La cámara lúcida. Nota sobre la fotografía, pp. 57-59.

[2] SONTAG, Susan, Ante el dolor de los demás, pp. 52, 111-113.

[3] El Correo de la Tarde, Mazatlán, 27 de marzo de 1912, núm. 8,731, p. 8.

[4] SONTAG, Susan, Sobre la fotografía, p. 32.

[5] SONTAG, Susan, Sobre la fotografía, p. 32.

[6] HEYWOOD, Ian and Barry Sandywell eds., The handbook of Visual Culture, p. 12.

[7] SONTAG, Susan, Sobre la fotografía, p. 125.

Fuente de imágenes: Colección Miguel Tamayo Espinoza de los Monteros.