Desde inicios del presente año, las reflexiones y preocupaciones acerca de la coyuntura electoral y el impacto que tendrán los resultados para el orden socioeconómico durante el  próximo sexenio, han sido tema de interés general. Los consumidores de información intentan digerir los sesudos  análisis de comunicadores e intelectuales expertos en el juego político, en busca de elementos que les permitan cotejar su simpatía por tal o cual candidato, independientemente de los spots publicitarios en radio y televisión, que más bien parecen estar enfocados en denostaciones y proposiciones trilladas.

Las discusiones sobre el tema han tomado relevancia en cualquier tipo de reunión o lugar, con familiares, amigos, en universidades, centros de trabajo, fábricas o incluso en el campo. Se habla de la demagogia, la situación económica, el pésimo desempeño del gobierno actual, los casos de corrupción, los argumentos o titubeos de cualquier entrevista o los planteamientos de algún debate televisivo. Pero en el plano del internet, las redes sociales se han convertido en una especie de ágora virtual donde se libran las más absurdas batallas con posiciones ideológicas limitadas, intolerancia, violencia verbal y todo un caldo de cultivo de contenido basura donde los memes adquieren la capacidad de resumir de forma cómica cualquier argumento político.

Ésta última arena de confrontación, es el hábitat natural de la generación llamada “Millennial”, también conocida como generación del milenio o generación “Y”. Hasta ahora, no hay estudios antropológicos, sociológicos o filosóficos serios que describan de forma crítica la formación y la definición esencial de este grupo poblacional que, a pesar del tratamiento demográfico por los que se han determinado los cortes generacionales, parece no ser suficiente para esclarecer su estatus social. Esto nos lleva a formularnos varias preguntas, ¿es necesario estudiar a profundidad las características que conforman a un millennial?, ¿por qué tanta especulación sobre los elementos que integran su concepción del mundo?, ¿son los jóvenes de 18 a 35 años, los que pueden cambiar el futuro político y social de las siguientes décadas?

Responder a estas preguntas nos abre un abanico de interpretaciones que pueden abordarse teóricamente aunque de forma subjetiva. La especulación general es sobre la función que esta generación tendrá en la realidad social del país. Dicho tratamiento ha sido planteado también a nivel global, aunque hay que considerar que en el fondo existen diferencias socioeconómicas entre los jóvenes de Latinoamérica, África o Europa a pesar del discurso ideológico de la globalización.

La perspectiva que los medios de comunicación, los intelectuales, académicos o columnistas tienen sobre los millennials, parece estar sustentada en argumentos que dan por una cierta visión optimista sobre estos, aunque con sus reservas. Esta desconfianza no se debe a que sean pesimistas respecto a los alcances hasta ahora poco demostrados de esta generación, en realidad, pareciera que las críticas hacia este sector poblacional son un reflejo duro del fracaso de las generaciones anteriores que educaron y formaron a las presentes, tal como las anteriores fueron rupturas de otras anteriores.

En ese sentido, el tema a tratar básicamente caería en la especulación acerca de las potencialidades humanas de los millennials, de  sus carencias o  de los principios desarrollados acorde a su conveniencia. Es decir, lo obtenido de acuerdo al rechazo de los elementos de la modernidad que sus padres y abuelos construyeron a lo largo del siglo XX. Este hecho,  del que pueden o no tener conciencia plena, nutre el argumento aparentemente descriptivo de estos jóvenes considerados con baja credibilidad a la hora de lograr una conciencia de empoderamiento colectivo.

En México, hasta hace un par de años, al millennial se les denostaba por su poca productividad, su bajo interés político y por su apatía en temas de relevancia nacional, a pesar de ser la generación con mejor uso de los sistemas de información y navegación que la facilidad para adaptarse a los cambios tecnológicos de la época les ha permitido. Sin embargo, paulatinamente esta visión ha cambiado y hoy son considerados por muchos, la piedra angular que aparentemente puede definir el plano electoral. Este cambio se debe básicamente a la perspectiva optimista que surgió tras la organización colectiva en torno al sismo del pasado 19 de Septiembre en la Ciudad de México. Aunque de ello aunque hoy quede apenas una poca actividad colaborativa.

La irrupción de la capacidad espontánea de organización pareció mover las fibras optimistas de muchos detractores de esta generación, cuya formación ideológica parecía no ajustarse a los designios de la participación ciudadana de las décadas anteriores. Tal escenario, ha sido aprovechado principalmente por intelectuales y algunos medios de comunicación, para presentar de forma positiva el valor cívico que aparentemente puede provocar un efecto significativo en el proceso electoral actual.

Las elecciones

De una población de 123.5 millones de residentes en el territorio mexicano, de acuerdo a los datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) obtenidos en 2017, el Instituto Nacional Electoral (INE) tiene registrado en su lista nominal a poco menos de 90 millones de votantes, es decir, cerca del 65% de la población total. Los jóvenes millennials de 18 a 35 años de edad conforman un grupo de aproximadamente 36 millones de votantes y representan el 40%. El restante 69% lo conforman adultos que han tenido la oportunidad de participar en más de una elección a lo largo de su vida.

La aparente polarización que parece surgir de los datos anteriores respecto a los votantes jóvenes y los adultos más “experimentados” para ejercer el sufragio, es simplemente una ilusión. Primero, porque no hay una tendencia clara que permita considerar una total y contundente participación electoral de los millenialls. Segundo, porque el resto de los adultos que rebasan los 40 años, determinan la mayor parte del escepticismo pragmático de la democracia, donde confluye el llamado “voto duro” de gran parte de adultos mayores, indígenas y campesinos que conforman las poblaciones marginadas sometidas por los programas asistencialistas de cada plan sexenal de gobierno; ellos ven en la participación democrática una simple costumbre social. Por último, el voto corporativo, aquel que desde décadas ha estado ligado al aparato gubernamental del Estado, mediante la cooptación de organizaciones sociales populares u obreras.

La historia política de nuestra nación, nos demuestra que los últimos dos factores de voto son los más determinantes a la hora de elegir al “ganador” de la competencia presidencial. Por lo tanto, el factor de que los jóvenes puedan revertir esa tendencia resulta casi imposible de creer, a pesar de que se lo considere una generación de cambio por parte de los sectores más “progresistas” en el argot político contemporáneo. Sin embargo, se olvida que ese 41% deberá enfrentar otra variable igual de fuerte: el abstencionismo, del cual ha tenido durante las últimas dos elecciones presidenciales (2006 y 2012), un porcentaje de abstención del 40 %.

La ideología millennial

A pesar de los problemas y complicaciones que los números, en este caso de forma empírica y comparativa puedan arrojar, surge otro problema, el de la cuestión ideológica que el sector de los millennials aparentemente no tiene, ya que al reducir su función en el medio social a la simple participación electoral que impulsará el cambio social, parece no tener en cuenta su función y su papel en el rompecabezas de la sociedad mexicana. ¿Es esta carencia de consciencia política lo que impide creer en la praxis de esta generación de jóvenes?, ¿es necesario contar con un móvil político y filosófico para convocar a un cambio generacional?, podemos suponer que no, pero en estricto sentido es algo que los estudios antes mencionados parecen atribuir de forma conceptual sin darle el tratamiento necesario.

En el caso de los intelectuales, parece ser un caso de irresponsabilidad el hecho de suponer elementos “combativos” a generaciones de jóvenes que carecen de la conciencia misma de sí. Pero, más allá de este problema actual, parece ser una cuestión que ha sido suficientemente tratada a lo largo de nuestra historia reciente, sobre todo después de las participaciones de las generaciones de jóvenes desde 1968 en diversos países del orbe, cuya diferencia se hace abismal por ejemplo, entre el Mayo francés y el movimiento estudiantil en México, cuyos objetivos fueron totalmente diferentes según nos demuestra Bolívar Echeverría en su texto Sobre el 68. Ni hablar de la también espontaneidad del movimiento #yosoy132 hace 6 años, del que hoy queda poco por rescatar, lamentablemente.

Ante lo anterior, parece arriesgado intentar comprender al millennial como sujeto, es decir, consiente de sí mismo, de su producción y reproducción como tal, de su papel en el campo social y político o fuera de él, en tanto reproductor de la cultura o catalizador de la ruptura del orden social actual. Pero el problema que en realidad somete a dicho cuerpo poblacional, se sustenta en la “alienación” que generación tras generación viene heredándose en el modo de producción y acumulación capitalista. Es decir, el millennial representa un aborto social de la modernidad ilusoria en decadencia, de todo aquello que las generaciones anteriores no supieron enfrentar.

Así, sometido bajo el discurso democrático, el millennial pasa a ser el héroe del tan necesario y esperanzador cambio social, para ser utilizado como adorno en el panorama gris de la falta de oportunidades provocada por los desequilibrios estructurales de la economía y la política que concluye un problema mayor en el país y en el mundo: la desigualdad social.

Todo esto resume la preocupación errónea de los jóvenes en los programas de cualquiera de los candidatos a la presidencia de la república, reduciendo su futuro a la preparación técnica y calificada que logre insertar su potencial económico en la reproducción de todo aquello que ya ha sido negado con anterioridad. En esencia, no hay un panorama prometedor, pero esperamos equivocarnos con toda la reserva que ello implica.