Diera toda la sensación de que no hay un punto ni una coma que le falte a esta novela que es, a la vez, la crónica de un nacimiento, un auge y una declinación. La derrota de un caudillo (o un cacique) que, ante todo, constituye el paradigma de la brutalidad con que se rigió la sociedad mexicana durante cierta etapa de su Historia. Pero Pedro Páramo (México, 1955) es mucho más que eso. Es un relato, por cierto hecho astillas, del mismo modo en que están astilladas las relaciones humanas de una comunidad que teme a quien, mediante la violencia, la gobierna a través de la arbitrariedad, la brutalidad y los atropellos.

     Quizás Juan Rulfo quiso, en esta novela que se reconstruye más que se construye en la medida en que avanzamos por ella (y esa lectura tiene algo de inexorable, como si nada pudiera suceder de otra manera más que la presente), narrar un capítulo de la Historia de su patria, por cierto doloroso, que provocó sufrimiento y en el que no faltó nada. Ni las agresiones del patriarcado, ni la presencia del liderazgo de un patrón que buscaba a toda costa saciar sus caprichos sin respetar ley alguna (por fuera de ella, al margen de lo legal, de lado de lo ilegal) porque la impunidad protegía su accionar. Hasta un abogado cómplice encubría todas sus tropelías.

     “Es, según yo sé, la pura maldad. Eso es Pedro Páramo”, pronuncia un personaje definiendo la personalidad del protagonista de la historia. Así, axiológicamente connotado de modo negativo desde un comienzo, Pedro Páramo encaja perfectamente en esta definición que condensa un comportamiento y una serie de prácticas sucias y ladinas. Su arbitrariedad y sus caprichos. Su ilegalidad y sus victorias ilegítimas. En efecto, en esta figura Rulfo realiza una síntesis fantasmagórica y, en un punto, diabólica, de lo que para buena parte de la población rural de una etapa de la Historia de México (y probablemente de América Latina) significaron los padecimientos producto de la acción de los cabecillas o líderes sociales con poder. Un hombre padre de múltiples hijos producto de violaciones o relaciones no consentidas, también la de hijos no reconocidos, siempre extramaritales. Asesinos de hombres que se resistían a obedecer su ascendente. Taimados varones de negocios para gestionar tierras, plantaciones y ganado, estos tiranos se rodeaban de hombres que les fueran leales y que fueran a la vez sus sicarios. A cambio les ofrecía bienestar económico, protección y en ocasiones (tanto a sus bienes, que se acrecentaban o bien garantías pese a moverse fuera de la ley). Les aportaba espacios,  lugares donde vivir a solas o con sus familias. Así, de Páramo se puede decir cualquier cosa menos que no tenga todo previsto. Y todo bajo control. Excepto algo: el amor. Él puede mantener relaciones transitorias con mujeres. Conoce en varias oportunidades el amor o el sexo fugaces. Pero hay una en particular que había conocido y que luego se casó con otro para enviudar: Susana San Juan. Ella ha sido el amor de su vida y logra conquistarla, pese a que ya se encuentra en un estado de perturbación mental. No obstante, eso no amedrenta el amor de Pedro. Ni es razón de abandono. Por el contrario, la conquista y la hace su mujer. Sufre sus padecimientos a su lado pero jamás puede desprenderse de su figura ni de las emociones que ella le inspira. Gestos verdaderamente inexplicables en un hombre que parece tenerlo y quererlo todo de modo premeditado y acceder a los mayores trofeos. Poder cumplir sus deseos de solo decirlo. Cuando Susana San Juan muere es cuando Pedro Páramo finalmente es derrotado. Es decir: conocemos por fin su flanco más vulnerable. Es, como la de cualquier hombre, el territorio sagrado del amor. La novela termina, precisamente con la partida de ella y la decadencia más absoluta de Pedro Páramo: su derrumbe literal.

     La forma de  la novela, finamente construida bajo el diseño de un perfecto puzzle que no resulta lineal sino que ha estallado narrativamente, nos sitúa como lectores frente a dilemas, críticas, disyuntivas, elecciones, contradicciones, toma de posiciones y, sobre todo, la práctica de reelaborar una materia ya  plasmada que, atomizada, debe ser, con esfuerzo cognitivo, reconfigurada. La temporalidad y la espacialidad se ven afectadas tanto como la presencia de vivos y muertos, de espectros y de seres que regresan de la muerte o parten hacia ella.

     La experiencia de leer Pedro Páramo es la misma de hacerlo como otras de William Faulkner, por ejemplo (con las que Rulfo tiene más de un punto en común), pero esencialmente sus procedimientos narratológicos son sofisticados y finamente decisivos para el tipo de novela moderna que será esta. Su arquitectura es perfectamente consistente y pone al lector en un rol de actividad permanente. De un dinamismo al momento de la lectura que hasta puede abrumarlo semejante carga de pathos. Porque Rulfo no da tregua. Es un narrador que desafía al lector, no lo subestima. Por el contrario, es quien toma la iniciativa de, junto a otros escritores de la modernidad, introducir en la literatura latinoamericana dispositivos narratológicos de índole compleja en los que las historias ante todo no respetan la cronología de unidad de tiempo. De hecho la temporalidad de la novela, se ve profundamente afectada por la escritura literaria. Rompe su forma de representación naturalizada por excelencia y establece otros parámetros. Aquellos que vuelven a esta obra una novela fragmentaria y plagada de voces. De tiempos y espacios corales, de narradores que refieren en distintas personas del singular y del plural, según distintos pronombres) y desde distintas identidades un mismo relato (o más de uno). Lo cierto es que la impresión que uno se lleva al terminar de leerla es la de haber transitado un universo poético que lo ha puesto en movimiento internamente y ha afectado su forma de construir el sentido o los sentidos, para ser más precisos. Que no lo ha saturado sino que lo ha puesto a prueba, ha sido un reto. Lo conmina a hurgar en zonas finas del argumento y a las que hay que consagrarse de modo sumamente atento.

     La estructura de Pedro Páramo diera la sensación durante su lectura de que es imposible que sea lineal no sólo porque refiere temas que no acontecen de modo sucesivo o simultáneo sino porque inmediatamente captamos que esa forma está implícitamente relacionada con una visión del mundo. En efecto, si uno indaga en la cosmovisión que se desprende de la novela, de la visión del mundo que ella comprende, logra inteligir perfectamente que en esta fragmentación estriba su modernidad más eminente. Tanto perturba como desorientan estos narradores y la narratología en general que Rulfo ha orquestado, ordenado para desordenar.

     A la altura por su gran refinamiento narratológico, sabemos que por toda una suerte de la gran tradición de la modernidad literaria europea o norteamericana, Pedro Páramo se erige en un testimonio del talento traducido en virtuosismo que ciertas plumas del continente americano, con pocas palabras por añadidura, son capaces de elaborar sin necesidad de acudir a sin grandilocuencias ni a proyectos ampulosos o efectistas. Rulfo demuestra con economía de medios y sin alardes sino, más bien, con una distribución de su talento narrativo económica y discreta, en un tono imperturbable, de lo que es capaz alguien que conoce el oficio, sabe callar y sabe cuándo intervenir en un relato. Un autor que sabe a la perfección de qué modo puntuar su gramática. También en el arte de referir sucesos con tramas poderosas, claras, firmes, consolidadas, pero al mismo tiempo de las que es capaz de reelaborar para, de modo conducente, concluir en una pieza magistral.

     Pero Rulfo no se conforma con narrar la historia de un hombre poderoso y taimado, sino que también lo hace con parte de la Historia de su país: las revueltas cristeras son una de ellas. En efecto, tras un encuentro con algunos de sus líderes que se dirigen a él para exigirle recursos para su causa Pedro Páramo (de lo que se deduce que de otro modo lo asaltarán o lo atacarán), astuto, se presta a colaborar con ellos de modo pecuniario y brindando un ejército de hombres que él  mismo ha reclutado para su hacienda. Esa astucia que ya mencioné lo muestra como un gran estratega además de alguien que aspira a hacerse respetar y, al mismo tiempo, mantener el poder y el gobierno que de modo tirano ejerce. Páramo negocia, no se enfrenta. Sabe que de otro modo corre el riesgo de que lo que tiene sea arrasado y quede en manos de otros, que incluso hasta pueden llegar a hacerlo perder la vida. Tiene miedo de que esa construcción que tanto trabajo y atropellos le ha costado se disuelva. O se vuelva en su contra.

     Novela histórica también, entonces, además de experimental, como de hecho acontece, lejos del regionalismo sin embargo, como afirma la autora argentina Reina Roffé, una conocedora de Rulfo, este libro no se resiste a pensarse como una reflexión sobre un continente y una patria. Y también de una narrativa de mitos rurales en la que intervienen tanto las supersticiones con una religiosidad llevada al paroxismo en la cual quien ejerce su ministerio también es un corrupto y aspira a la absolución de su autoridad, quien se la niega.

     Pocas personas quedan a salvo del universo perverso que encarna Pedro Páramo. Están, quizás, quienes le temen al caudillo y quienes se marchan de sus tierras cansados del ejercicio brutal de su poder. Pero Pedro Páramo, pese a ser un gran administrador y un gran prepotente que pretende ser obedecido a como dé lugar, siempre opera mediante intermediarios. Él sabe mandar y manda. Encarna la figura del poderoso que imparte órdenes e instruye. Pero no las del valiente que se bate en enfrentamientos o duelos. Salvo a las mujeres, a las que asalta o violenta y que son, evidentemente, vulnerables, porque están solas, desamadas. A Pedro Páramo rara vez lo veremos afrontar a un enemigo o bien entablar un combate cuerpo a cuerpo con un adversario. Así, su poder se basa probablemente más en su capacidad de mando, en su seguridad, en su firmeza y en el modo despabilado en que sabe manipular a otros. En tal sentido, la estructura verticalista en que ha estructurado su pirámide de poder lo pone a salvo de la muerte.

     Como dije, se deja conmover por muy pocas cosas. Por la muerte de su padre, que incendia su odio (quizás la primera semilla de su maldad), la muerte de su hijo por parte de su caballo, al cual manda sacrificar de inmediato en un acto de venganza irreflexivo que parece más irracional aún porque se ejerce contra una bestia. Y, finalmente, la locura y la muerte de Susana San Juan, el amor de su vida, a cuyo padre, dicho sea de paso, asesina de modo cobarde y logra que ella jamás de entere de ese homicidio. Sustrae esa noticia como una forma de neutralizar posibles conflictos.

     Hay una noción mítica entre los griegos (y los mitos son importantes en esta novela, no sé si exactamente los griegos pero sí los de ciertas figuras en ellos encarnados). Y es la figura de la “hybris”: la de un comportamiento excesivo, abusivo en algún en un punto. El abuso de poder de Pedro Páramo tiene su contracara en la del asesinato de su padre, la muerte de su hijo y el enamoramiento de una mujer que antes ha amado a otro, que pierde el juicio y que muere antes que él, dejándolo vulnerable y en un ostracismo en su propio territorio, en su propio hogar. De modo que la vida del protagonista no es sólo un pasatiempo de vicios y satisfacciones para el bienestar. Sino que también tiene una cuota de sufrimiento. Padece y ha padecido. Tal vez el rencor, el resentimiento (que no son lo mismo) sea uno de los mecanismos que desplaza su comportamiento orientado hacia otros.

    Pero más elocuente que esta referencia a la noción griega me parece la presencia constante de la religión católica y, concretamente, el cristianismo. Es mayor el  pecado, me parece, la falta, la trampa, la traición. El exceso (que es sólo uno de ellos) no es sólo en lo que el protagonista incurre. Pedro Páramo infringe la ley ética y como tal permanentemente se alude a las confesiones, las misas, la extremaunción y las festividades católicas. El sacerdote, el padre Rentería, cumple una función en el pueblo que hasta el mismo Páramo suele respetar, pese a que, de modo contradictorio, infringe sus leyes. Páramo es lo menos cercano a la virtud. Y es la contradicción representada en un sujeto en el seno de la representación literaria. Su conducta es la antítesis del decálogo del buen cristiano. Pero manda llamar al sacerdote para que haga que su mujer comulgue y para que bendiga a su hijo muerto, a cambio de una nutrida limosna. Respeta a Dios y su cosmovisión es evidentemente cristiana pero su conducta paradójicamente la viola de modo insistente y hasta encarna su antítesis. Como si hubiera componentes diabólicos en su personalidad. Esto nos habla de un sujeto histórico y probablemente de un país como México de arraigadas costumbres religiosas cristianas pero, al mismo tiempo, de una notable conducta que en vez de seguir esas creencias paradigmáticas las niega en  muchos casos por supersticiosa. Es curioso, pero es efectivamente así. Es probable que en esa misma hipocresía viva buena parte de la especie humana no sólo con la religión católica y no sólo en México. México es sólo una excusa en la que Rulfo sitúa esa práctica para elevarla a un carácter universal. El autor pone en evidencia aquí el divorcio entonces entre credo y práctica de esas creencias en la ética cotidiana. En Páramo eso es especialmente inapropiado.

     En numerosas oportunidades se habla del temido infierno. De morir en pecado. De la necesidad de morir en estado de gracia porque en el más allá el juicio de Dios se manifiesta implacable. Lo cierto es que pese a ello desde los cotilleos, los robos, las violaciones, la lujuria, los asesinatos y toda suerte de transgresión a la ley ética y teológica estas pautas no son puestas en práctica por parte de la mayoría de la población de Comala y, en especial, de Pedro y sus familiares y sicarios. Entre ese paraíso tan anhelado y este presente pecaminoso no pareciera haber una congruencia y la posibilidad de alcanzar la salvación definitiva del alma resulta algo distante y algo improbable.

     Ir a Comala por pedido de una madre moribunda. Ir por lo que Pedro Páramo le debe al personaje y a su madre y no les ha dado. Ese pueblo, Comala, lleno de espectros y de fantasmas, de aparecidos y brujas, de muertos y de almas en pena, es un pueblo que ha dejado de existir para, quizás, convertirse en el mismo infierno. Acaso sin que seamos nosotros capaces de advertirlo, Rulfo nos conduce sabiamente hacia un núcleo semántico en el seno del ser humano que lo constituye en el centro de conducta, el orden de lo suprasensible. En ese viaje que el personaje que inicia la novela busca descubrir, hay más de desconcierto frente a un mundo que ya no existe, frente a hombres y mujeres que retornan pese a que hay testimonio de que sus voces ya se han dejado de escuchar. Estamos frente a fantasmas.

     Esas voces que pueblan la novela de Rulfo, que hacen que su novela sea una novela esencialmente coral, plagada de hablas distintas, de hombres tanto como de mujeres, de jóvenes tanto como de ancianos, de dominadores como de víctimas, con tonos y respiraciones distintos difíciles de recrear, superpuestas y al mismo tiempo que van cediéndose, funcionando según sistema de turnos para hacerse escuchar, son las que permiten reconstruir ese mapa y esa historia que está hecha de muchas historias pero que, fundamentalmente, nos deja perplejos por el nivel de agresividad no contenida por ningún grado de represión sino más bien desatada y puesta en acción en todos los planos de la vida humana. Los instintos se ponen en acción sin ser detenidos por la ética, controlados por ella o, en caso de que las efusiones procuren serlo, se ven rápidamente forzadas a nuevamente mediante el ejercicio de la fuerza volver a ser mero instinto, mero impulso, mera espontaneidad. Los instintos se salen fuera de quicio, están fuera de control. Nada es capaz de detener a la esencial bestialidad que prima en Pedro Páramo, en toda su potencia narrativa, pone en escena como la principal forma de acción y reacción sobre un mundo que se niega a la civilización y sigue, tramo a tramo, postulando la trepidante respiración de la barbarie.

     Juan Rulfo ha dejado notables discípulos en Argentina. Todos ellos menos lacónicos pero no menos talentosos. Dos de ellos son Héctor Tizón, Reina Roffé. Entre esas poéticas que heredan una genealogía rica, fragmentaria pero que habla del horror y la brutalidad sin eufemismos, se juegan ficciones que han dejado o están dejando, lo mejor que se tiene en tanto que discípulos independientes sin embargo de la poética de Rulfo.

     La novela tiene un colofón que no sé si es previsible. Uno espera que Pedro Páramo sea inmortal. Que no tendrá decadencia. Que su descendencia lo maldecirá para siempre. Que su vida de ser inalcanzable por el peligro le alcanzará por siempre, hasta que, naturalmente, le llegue su hora. Por supuesto, en la novela en la que los fragmentos lo exhiben como un ser omnipotente. Pero hay una frase, que me ha dejado temblando, que pronuncia un personaje y de la que tomé nota. Dice así: “”Vámonos Justina, ella está en otra parte. Aquí no hay más que una cosa muerta”. Tal vez esa expresión en la que se condensa un diagnóstico sobre lo que les sucede a los habitantes de Comala, también termina por sucederla a Pedro Páramo. Y en ese vaivén en el que su vida ya está pendiendo de un hilo un poco por su edad y otro poco por la pérdida del amor de su vida, por razones emocionales, se ha convertido definitivamente en un cuerpo. Ya ha dejado de ser ese hombre implacable y temido. Y está solo. Y estará definitivamente solo aquí o donde sea que el destino lo lleve.

     Pedro Páramo me parece que ha dejado junto con El llano en llamas una huella en la literatura  latinoamericana de todos los tiempos a partir de que fue publicado. Ha habido un antes y un después de esa irrupción casi tímida de tan lacónica pero al mismo tiempo tan insular y tan poderosa. En esa potencia única estriba, me parece, su valor tan influyente en el resto de los narradores y escritores que lo hemos leído con devoción y atentos a descubrir sus secretos. Secretos que él nunca revela del todo. Porque su escritura es esencialmente misteriosa, como todo lo que no puede nombrarse más que a través de la escritura literaria en su estado más radical. En su estado experimental. En su estado diría yo inexplicable.

     Que el libro lleve el nombre de su protagonista puede significar muchas cosas. No solo esta. Puede acentuar la palabra “páramo” como campo o paraje yermo. Como un espacio solitario, infértil, peligroso, saturado de desamparo. Pero es esta es su novela.

     Pedro Páramo no ha abandonado nunca su condición de obra maestra. Y este magisterio es precisamente lo que ha garantizado la excelencia y pericia narrativa en muchos autores que le prosiguieron. Y no solo de México.

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Nació en La Plata, Argentina, en 1970. Es Dr. en Letras por la Universidad Nacional de La Plata (UNLP). Es escritor, crítico literario y ejerce el periodismo cultural. Publicó libros de narrativa breve, poesía, investigación, una compilación temática de narrativa y prosas argentinas contemporáneas en carácter de editor, Desplazamientos. Viajes, exilios y dictadura (2015). En 2017 se editó su libro Sigilosas. Entrevistas a escritoras argentinas contemporáneas, diálogos con 30 autoras que fue seleccionado por concurso por el Ministerio de Cultura de la Nación de Argentina para su publicación. De 2023 data su libro, Melancolía (2023), una nouvelle para adolescentes, publicada en Venezuela. Y de ese mismo año en México el libro de poesía Reloj de arena (variaciones sobre el silencio). Cuentos suyos aparecieron en revistas académicas de EE.UU., en revistas culturales y en libro en traducción al inglés en ese mismo país. En México se dieron a conocer cuentos, crónicas, series de poemas y artículos críticos o ensayos. Escribió reseñas de films latinoamericanos para revistas académicas o culturales de EE.UU. También en México y EE.UU. se dieron a conocer trabajos interdisciplinarios, con fotógrafos profesionales o bien artistas plásticos. Trabajos de investigación de su autoría se editaron en Universidades de México, Chile, Israel, España, Venezuela y Argentina. Escribe cuentos para niños. Obtuvo tres becas bianuales sucesivas de investigación de la UNLP y un Subsidio para Jóvenes Investigadores, también de la UNLP, todos ellos por concurso. Artículos académicos de su autoría fueron editados en Francia, Alemania, EE.UU., España, Israel, Brasil y Chile en revistas especializadas. Se desempeñó como docente universitario en dos Facultades de la UNLP durante diez y tres años, respectivamente. Participó en carácter de expositor en numerosos congresos académicos en Argentina y Francia. Realizó cinco audiotextos y dos videos en colaboración. Integró dos colectivos de arte de su ciudad, Turkestán (poética y poesía) y Diagonautas donde se dieron a conocer autores de distintas partes de Argentina en formato digital. Realizó dos libros interdisciplinarios entre fotografía y textos con sendos fotógrafos profesionales, que permanecen inéditos. Obtuvo premios y distinciones internacionales y nacionales.