¿Llamas a eso encrucijada?
Se conocen,
conocen también el deseo
(me refiero al de mis padres)
en la ciudad de La Plata.
Ahora la cámara se desplaza
hacia otra toma:
mi abuelo paterno casi iletrado
apto para los números
en la terraza de su departamento.
Mi hermano con él,
en el cuartito de las herramientas.
Yo, torpe con las herramientas,
diestro con los lápices,
esa otra esgrima.
No para el dibujo
sino para un alfabeto,
íntimo.
Las Letras
(la carrera, quiero decir).
Aquellos estudios coronados
en una tesis
parecida de modo sorprendente
a una novela.
Cada ítem, un capítulo.
Había en ella tensiones,
conflictos, escenas, emociones.
Una narrativa singular.
Pero no siempre
el relato
de una felicidad.
La escribí
como si estuviera enamorado.
¿El papel?
La iridiscente pantalla
de mi computadora.
¿La pluma?
Un teclado
con las teclas gastadas.
Una casa silenciosa,
en la que resonaba el eco
de esas palabras
mientras iban siendo escritas.
Mi maestro de escritura decía:
Escribir una novela
es como estar enamorado.
¿De qué?, ¿de quién uno se enamora
cuando escribe una tesis?
Cada cual tiene su treta,
su objeto de deseo.
Una mujer, un varón,
una novela (en ciernes).
Una tesis (inminente).
Ambos tuvimos,
cada cual
respetando su estilo,
su respectiva novela,
hasta con un desenlace.
Poner el punto final.
Corregir galeras.
La publicación.
El amanecido libro.
El anhelado impacto emocional.
Por fin.
II
El paisaje cambia.
La fisonomía cambia.
Las facciones son otras.
El cuartito de las herramientas
quedaba chico
para tres varones: dos hermanos,
un abuelo paterno.
Reúno entonces
las piezas de mi puzzle
en el living de mi abuela materna.
Ella también tiene sus tretas.
Las tuvo para poder ser
una universitaria.
Toca el piano,
lee a Malraux,
viajó dos años por Europa
con toda su familia.
Ha conocido París,
(suele ocultarlo,
abomina de las jactancias).
Una larga estancia en Barcelona,
donde residían los parientes.
¡Ha descubierto la modernidad!
Entretanto, yo en La Plata,
la ciudad donde nací y resido,
pero fue siempre
una ciudad extranjera.
Se habla aquí un dialecto
que no es el mío.
Cuando hablo
mi palabra
es otro idioma.
Los verbos se declinan
de un modo distinto.
Los sustantivos designan
otros objetos.
La relación
entre significado,
significante y referente
que son los que yo uso y leo,
no son los del resto
del dialecto de la ciudad.
Tampoco los objetos.
Tal vez por eso escribo.
III
Escribo
para perfeccionar mi dialecto.
Para descubrirlo, primero,
porque algo me lo hurta,
me lo sustrae.
Tal vez sea este entorno
de fuego hostil al canto
del poema.
Al cuento,
del narrar.
En cambio,
devenido artículo, cuento, poema,
circula.
Como la novela de mi maestro,
que para mí fue mi tesis,
ya ven,
mi dialecto
me vuelve alguien respetable.
“¡Es un escritor importante!”,
“¡Escribe en los diarios!”,
“¡En revistas extranjeras!”,
“¡Se doctoró en Letras!”,
pronuncia una platense,
típica.
Y regreso a mi abuela,
gravitando en nuestra propia órbita.
La fascinación de escucharla
narrar historias de su pasado.
Historias de no ficción
que ahora son escenas
de un teatro kabuki.
En su monólogo,
yo era esa alteridad,
cuya escucha ella aguardaba.
A la académica que ella fue,
procuré emularla.
En mi caso,
fue una conquista
que conoció un límite.
Sin embargo, al fin y al cabo,
las historias cambian,
para bien.
Las corona el éxito.
La satisfacción.
Cosa curiosa,
sus historias
se convirtieron en poema.
Ahora sí,
mis poemas vuelan
como una bandada de ánsares.
Rumbo a Kioto.
IV
Abuela eligió
el camino más difícil.
Sin embargo,
fue el que la terminó realizando.
De la molienda del pan
de mi bisabuelo
que amasó un buen patrimonio
a las aulas de la Facultad
de Ciencias Naturales y Museo
de la Universidad Nacional de La Plata.
Ellas le fueron hostiles.
¡Qué salto! (mortal)
Hubo aliados
que sería injusto olvidar.
Los obvios
obstáculos de época.
Su poder de determinación
fueron los ánsares
ahora a mí me amparan.
La bandada aletea y canta.
Es la pluma con la que escribo.
Ella guía a la bandada
y peina sus alas.
V.
El gran relato
de la dificultad de estudiar
circuló entre las hijas.
Mi madre investiga
en la carrera de Letras.
Abuela tenía unas pocas heroínas.
Su maga: Madame Curie.
Se recordará,
la primera mujer
Profesora en la Sorbona.
El trabajo científico
junto a su marido.
A casa de mis abuelos
llegarían cuatro hijos.
De una de ellas,
fui su primogénito.
Y en esta genealogía
de panes y molienda,
de ciencias, de artes, viajes,
tras la modernidad de Europa,
las Letras, los idiomas,
mi abuela se convirtió
en la figura todopoderosa
que la familia sigue buscando.
Una cierta clase de heroína.
¿Nuestra Madame Curie?
No fuimos una familia patricia.
Menos aún una patriarcal.
A los relatos de abuela
los amasé en poema
(como ahora mismo ¿pueden verlo?
huelen a hogaza tibia)
No imité las lecciones letradas
de mi padre.
No ratifiqué la estirpe del desacuerdo.
En cambio,
elegí seis grandes maestros de escritura.
Con su imaginación
abuela alimentó/alentó
mis propios argumentos.
Claro que para ella
los míos serían prohibidos.
Me tocó
un contar y un cantar.
Publiqué muchos cuentos, poemas,
trabajos académicos
que después de diez años,
guardé para siempre
en un cajita de piel de camello.
Los relatos de mi abuela,
en cambio,
su conversión en poema,
corteza de pan,
hojas de cedro,
frescura del tilo.
Procuré que el mío
fuera un oficio noble.
Veremos algún día
lo que hemos hecho de nosotros.
Ese saldo atroz o sabio
que cuando comienza
a fallar el cuerpo
nos formulamos todos.
Vuela la bandada de ánsares,
rumbo a Kioto.
Abuela va delante.
¿alcanzan a vislumbrarla?
Sería necesaria una farola.
¿Seré capaz de afrontar
a la casta de los más ilustrados?
Cantan los ánsares.
¿Los escuchas?